CHICAS BÚFALO, ¿NO SALEN ESTA NOCHE?
Alicia M. Mares
“—Este es mi país— respondió Coyote con dignidad, abarcando con un gesto largo y lento todo el horizonte—. Yo lo creé. Cada maldita mata de salvia.”
Chicas búfalo, ¿no salen esta noche?
Es el nombre de una vieja canción folclórica estadounidense, y también de uno de los cuentos más fascinantes que he leído en cuanto a la animalidad y a lo que comprendemos como pueblos y mundos.
Publicado originalmente en 1987 por la emblemática Ursula K. Le Guin en el libro (ya descatalogado) Buffalo Gals and Other Animal Presences, me resultó difícil de encontrar en español. Finalmente, hallé una colección de relatos selectos de Le Guin: Lo irreal y lo real (Minotauro, 2023). Y, ¡sorpresa! Allí encontré este relato, tan teñido de sabiduría, asombro, misticismo, extrañeza y mítica simplicidad como todos los otros textos de Ursula.
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Un tornado, un accidente de avión
“—¿Qué dejaste que le pasara a tu ojo, nueva persona?
—Yo estaba… Estábamos volando…
—Eres demasiado joven para volar —afirmó el hombretón con su voz profunda y suave.”
Ese es el detonador de este relato: una niña viajaba en una avioneta con un amigo familiar, quien la llevaría a encontrarse con su padre. Sin embargo, la avioneta se estrella. Semejante a cómo Dorothy llega a Oz tras ser succionada por un tornado, Myra, la niña que protagoniza este relato, llega a otro país sin saberlo.
Y tras la pérdida de su ojo conoce a un coyote —quien luego se convertirá en una mujer, o que, más bien, siempre ha sido un coyote-mujer, un ente de naturaleza dual—, que la lleva a su aldea.
Este es el primer punto de inflexión del relato que más asombra, y que puede pasar desapercibido debido a la sutileza con la que Le Guin lo maneja: es un coyote quien habla y cura a la niña, pero luego es una mujer quien cocina algo en una cazuela, y en la siguiente página el personaje ya se llama Coyote. Su dualidad humano-animal es tan evidente que ni siquiera se señala; Le Guin jamás menciona la palabra metamorfosis ni transformación. Coyote simplemente es.
Al igual que lo son todos los habitantes del pueblo. A través del cuento, la chica conoce a Conejo, Liebre, Ardilla, Halcón, Liebre, Caballo, Cascabel… y aunque nunca deja de ser una extranjera, aprende a ver todo bajo una nueva luz durante su estadía en aquel país extraño. Así describe Le Guin a la aldea:
“No había calles, solo caminos y tierra, ni césped ni jardines, solo artemisa y tierra. Un buen número de personas se reunían o deambulaban por el lugar abierto, bien vestidas, con blusas de colores, vestidos estampados, collares de abalorios, pendientes.”
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¿Animales? ¿Personas? ¿Gente?
La inercia del cuento es tal que la verdadera magia se oculta a plena vista. Nos preocupa tanto la supervivencia de la niña, saber dónde está, saber si esa gente la tratará bien o pensar si podrá volver, que no nos hacemos las preguntas adecuadas. Pero la niña sí se las hace:
“—No entiendo por qué todos parecen personas —dijo.
—Somos personas.
—Quiero decir, gente como yo, humanos.
—La semejanza está en el ojo —dijo Coyote.
[…]
—¿Quieres decir que lo que estoy viendo no es cierro? ¿No es real, como en la televisión o algo así?
—No —dijo Coyote.»
Aquí está el verdadero meollo del cuento, el núcleo al que quiero llegar. En muchos cuentos sobre animalidad, sobre la naturaleza inherente de los seres, existe una brecha marcada entre un estado y el otro. O eres un animal o un ser humano, ambas facetas pueden dominar el ser durante períodos o ser desplazados por la otra.
Sin embargo, Le Guin plantea que todos en aquel sitio se ven de manera diferente: la gente en el pueblo la ve distinta. Halcón la ve como un huevo, otros como un animalito que salta, Coyote la ve gris y corriendo a cuatro patas.
Todo es subjetivo a la vista de cada quien y, sin embargo, la semejanza está en el ojo. Todos ven a los otros como se perciben a sí mismos. En el cuento se intuye que esta habilidad para ver las cosas de forma efímera y fluctuante es inherente a solo cierto tipo de gente. Coyote lo explica así:
“—Están las primeras personas y luego los demás. Esos son los dos tipos. […] Nosotros, los animales… las cosas. Todos los viejos, ¿sabes? Y ustedes, cachorros, niños, novatos. Todas las primeras personas.
—¿Y los otros?
—Ellos —dijo Coyote—. Ya sabes. Los demás. La gente nueva. Los que han venido. Estábamos aquí. Siempre estuvimos aquí. Siempre estamos aquí. Donde estamos es aquí. Pero ahora es su país.”
Por supuesto, el cuento no pierde la oportunidad de reflexionar sobre los inmigrantes y el concepto de ilegalidad; sobre lo absurdo que resulta todo. No obstante, permaneciendo en el tema filosófico de la percepción de los otros seres ligada a la concepción propia, Coyote añade una complejidad más a este tema: solo pueden hacerlo las primeras personas.
Su pueblo, aquella dualidad de perfecta convergencia animal, las cosas y los niños. De entre todos, los niños resultan los más fascinantes, pues en cuanto crezcan percibirán las cosas de forma más sólida, inflexible. Duradera.
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El nombre, la identidad
Esto, a su vez, desemboca en la noción de que tiene Myra, la Chica, en cuanto a su nombre y la manera en que se entiende a sí misma:
“Hasta donde ella sabía, era la única persona en el pueblo que tenía dos nombres. Tenía que pensar en eso y en lo que había dicho Coyote sobre los dos tipos de personas; tenía que pensar a dónde pertenecía.”
A pesar de la subjetividad de su percepción, el pueblo de Coyote no se angustia con definiciones ni nombres; se llaman tal como los animales que son. Esto me hace pensar en la frase (perdonarán la referencia) que dice el gato en la película de Coraline:
“Ustedes, las personas, tienen nombres porque no saben quiénes son. Nosotros sabemos quiénes somos, por eso no necesitamos nombres.”
Solo por tener un nombre, la Chica revela lo humana que es, lo mucho que sigue perteneciendo a su gente, pese a la distancia o las otras fronteras que los separen. Dejo fuera de esta columna el desenlace del cuento, presento solamente las incógnitas que lo impulsan a través de sus 23 páginas: si la chica volverá a su tiempo, a su tierra, a su gente o si deseará o logrará irse de aquella tierra que la ha recibido con ciertas reticencias, pero con la pureza de su naturaleza, con la simplicidad de un pueblo más viejo que todos los demás.
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Ursula, la grande
A pesar de la brevedad del cuento, Le Guin logra crear una historia de aventuras, fantasía y asombro, quizá no con tantos aires de grandeza como El mago de Oz, pero una historia igual de majestuosa. Debería ser igual de conocida e icónica.
Aparte del argumento, que engancha desde el primer instante, Le Guin logra malabarear con maestría la presencia de docenas de personajes, nunca exotizar a un pueblo originario o hacer señalizaciones obvias y nunca hacer tonta a la niña ni demasiado listos a los ancianos.
Sí, Le Guin es capaz tanto de mantener la inercia y la inquietud por la supervivencia y el regreso de la niña, Myra, como de hacerse preguntas profundas sobre nuestra presencia en el mundo. Tal vez los choques entre pueblos son debido a las percepciones de cada uno.
Le Guin se pregunta si realmente debería haber una división entre estos últimos conceptos y suelta una aguda adivinanza: que quizá todos habitamos el mismo sitio en una intersección de perspectivas. La semejanza está en el ojo.
Al final, “Buffalo gals” es más que un cuento sobre una niña que se cae de una avioneta, sino un mito que se forja ante nuestros ojos; un cimiento sólido de la ecoficción con tintes de fábula que logra conmover, incomodar, y asombrar. Pero, sobre todo, logra ser memorable.
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AQUÍ puedes leer el cuento.
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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)
Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación.Trabaja como redactora en una agencia digital.
Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos.
Creció al lado de un árbol de jacaranda.
Twitter: @AliciaSkeltar
Facebook: @AliciaMaresReading
Instagram: @aliciamayamares
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