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Bitácora de Navegación del Nautilus 40

¿DE DÓNDE VENGO?

 

Marina Ortiz

 

Un fantasma recorre mi ciudad.

He andado a la búsqueda de libros de leyendas y relatos folclóricos que hablen de mi contexto, pero no he encontrado mucho. Cuando otras personas visitan mi ciudad, surge siempre un comentario un tanto decepcionante de la falta de belleza, la extraña obsesión con los automóviles y la semejanza con los vecinos del Norte (no en un buen sentido); yo respondo, a veces, “es porque no somos una ciudad folclórica”. Desde siempre he tenido la impresión de que los relatos míticos (cuentos de hadas, grandes épicas, leyendas, seres fantásticos, etc) provienen de otros lados y otras épocas. El Noreste Caliente es, se imagina y se nombra un páramo de resolana y cemento. Mi ciudad es una ciudad industrial; es decir, una urbe moderna; es decir, una sociedad que no mira el pasado más que para jactarse de cuánto hemos avanzado.

Evolución. Progreso.

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Sin embargo, no podemos ser ajenos a nuestro propio devenir. Y mi ciudad parece haberse dado cuenta, tal vez desde hace unos 30 años (40 a lo mucho), que cuidar el patrimonio y su Historia es algo bueno y hermoso en realidad. Lástima que destruyeran el centro histórico para construir una plaza. Lástima que gentrifiquen sus barrios más antiguos y desmantelan edificios de antaño. Nuestro nacimiento aquí no es nuestra culpa, pero no sabría decir qué tanto se le puede reclamar o perdonar las decisiones casi adolescentes en el siglo XX.

Entonces, esta ciudad tiene poco de imaginar su propio pasado. Su propio ejercicio mitopoiético de identidad. Predomina así el rostro de la Industria, del Empresario, del Esfuerzo, de las Manos Férreas, de la Montaña, de la Visión. Rostro Moderno, teleológico y lineal, que mira al futuro y, ahora sí según ellos, honra el pasado.

En columnas anteriores he hablado de cómo nuestra relación con el espacio es correspondiente con nuestra concepción del tiempo. ¿Por qué huimos del pasado? ¿O por qué queremos, de pronto, recuperarlo? ¿Cómo llegamos a esta situación donde parece que nuestra identidad no tiene raíces? ¿Debería tenerlas?  Lo mítico se constituye en gran parte por un fuerte reconocimiento del poderío del espacio (la materia, podemos decir también) sobre los hombres. El espacio, lo divino, lo natural, lo sobrenatural, cualquier nombre que le pongamos a eso que se sale de nuestro control, que genera sentimientos de reverencia, miedo, respeto, admiración, pertenencia o resentimiento. Los mitos suelen recordarnos, una y otra vez, los límites del actuar humano. Y, lo que me parece importante señalar hoy, reconoce que el espacio tiene una especie de memoria material. Lo que hacemos permanece más tiempo en las cosas. Las heridas y los cuidados permanecen, son un tanto más densos. El pasado “dura” más. Un ejemplo que bien explora un lento transcurrir del tiempo son los relatos de la Tierra Media: El hobbit, El señor de los anillos, El Silmarillion, Los relatos sin terminar Tolkien parecía preocupado sobre la trascendencia de nuestros actos y, por eso, sus historias suelen hablar de la unión con las sociedades pasadas, de la fuerza de lo que se aferra a la tierra, al tiempo, de la importancia de cuidar, escuchar y respetar el entorno, de crear un hogar que no se destruirá por la avaricia, el egoísmo o la negligencia.

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Con el advenimiento de la Modernidad y la industria, la balanza se cantea. La destreza humana empieza a sobreponerse, poco a poco, sobre el mundo y, así, sentimos una especie de “aceleración” del tiempo. La tecnología extiende nuestro dominio sobre las cosas. Las teleologías de antaño cobran mayor intensidad en su propósito y destino. Miramos ahora hacia adelante, lo que quiere decir que debemos abandonar lo que dejamos atrás. El género gótico habla de las heridas del pasado que nunca sanan; el realismo intenta comprender las trayectorias de vida desde la infancia hasta la muerte; la ciencia ficción, en el mejor de los casos, reconoce al pasado por lo que posibilitó para el futuro y, en el peor de los casos, desprecia sus orígenes como un estorbo o algo indeseado (pienso que muchas tendencias transhumanistas esconden estos sentimientos violentos) y se perpetúan así discursos de odio y discriminación a quienes “no contribuyen” al avance (no puede ser casualidad que siempre sean grupos marginados), como si decidiéramos dónde nacer y quiénes ser.

Leí hace poco el libro El norteño mágico de Antonio Ramos Revillas. Debo decir que me gustó. Es un buen ejemplo de mitopoiesis, aunque a veces parezca un poco forzado el aventar personajes históricos (en su mayoría militares) sólo para que cobren relevancia en nuestro presente. La prosa lo redime. El sentimiento de trascendencia, de fascinación, de respeto y apreciación por lo incomprensible, lo incontrolable y lo extraño lo redimen. Cocodrilos mecánicos, túneles ocultos, fantasmas que vagan las calles, tristezas que sanan despacio, conversaciones con radios de futuro-que-es-pasado, montañas-máquinas del tiempo, teleféricos fantasmas, guerras. Conexión, enlace, unión.

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Yo no sé cómo reconciliar nuestra relación con el pasado. Sé bien que hay historias que no se deben repetir. También es difícil crecer sin raíces, en el aire; mis antepasados tuvieron que irse de sus hogares originales para sobrevivir. Si la identidad nacional es una ilusión, el folclore solidifica nuestro sentido de pertenencia y seguridad. De cariño. Aún en el vértigo del ciberespacio se defienden las tradiciones del olvido (como esas señoras que enseñan a tejer encaje o los que transmiten sus lenguas nativas a punto de desaparecer). Ese pasado está conmigo y, a la vez, no lo está. Heredamos privilegios y discriminaciones. La muerte puede ser lenta o sucedánea. Una bomba genocida estalla sobre los niños, un fósil espera a que lo desentierren; todo en el nombre del pasado. Matamos, soñamos, huimos, reconstruimos, odiamos, veneramos, olvidamos…

La memoria no es un espejismo. No son pasos en la arena. No sé qué sea, exactamente. Mientras tanto, seguiré visitando los bazares para recoger lo que alguien ya no pudo seguir teniendo. Tazas con dibujos de flores, manteles quemados, estambres sin dueño… Quiero hacer un hogar con todos ellos.

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Ana Marina Ortiz Baker

Soy Licenciada en Letras y Maestra en Literatura Hispanoamericana.

Los temas que me apasionan son la fantasía, la ciencia ficción, el cyberpunk, el cuerpo, la mujer, los espacios, los mitos y la naturaleza.

Me encanta indagar en los significados que sostienen un mundo ficticio y últimamente me siento muy cautivada por la sabiduría que lo mítico nos devela.

Me gusta mucho tejer, visitar ríos y arroyos, leer, el color beige, El señor de los anillosStar Trek, los pulpos, los tornados y el melodrama.

Organizo el proyecto independiente de La (cíclica) Sociedad del Fruto y el Mito (Ig X).

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