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EL DOLOR NO ES ALGO QUE NOS HABITA

 

Alicia M. Mares

 

«Amanda tenía trece años cuando la sintió por primera vez. En realidad le tomó tiempo comprender qué fue lo que sintió. ¿Quién podía reconocer a la primera cada cosa que sucedía dentro de su cuerpo?»

UN PÁJARO EN EL OJO

Así comienza el cuento «Crisálida» de la colección Un pájaro en el ojo (Casa Futura Ediciones, 2021), escrita por Xóchitl Olivera Lagunes. Y es un inicio sencillo, que consigue muchas cosas. Aunque no lo nombra, podemos deducir fácilmente aquel primer acontecimiento que le sucede a Amanda cuando tiene 13 años: la menstruación. Y más específicamente, los cólicos y dolores asociados a esta, presentados como una bolita luminosa dentro de su vientre.

Este proceso, no obstante, no se aborda mediante un análisis del comportamiento de Amanda en la sociedad, sino mediante un recurso más interesante, que involucra la aparición de alas translúcidas, con finos bordes.

UNA VIBORITA EN VEZ DE UN ÚTERO

Pronto, la protagonista narra cómo es tener este acontecimiento dentro de sí, gestándose de modo permanente, aunque más activo por períodos. Comienza a describirlo como una viborita que se adhiere a sus tejidos y repta en el espacio que debería ocupar su útero. Debido a este desplazamiento, el cuento combina su ejercicio de extrañamiento con una metáfora que resuena con muchas personas: el útero como un ente aparte, un ciclo menstrual como algo que vaga dentro de nuestros cuerpos en trayectorias inciertas.

Mientras avanza el relato de Xóchitl Olivera —que es muy breve, por cierto, y abarca largos años, aunque estos se resumen de manera sutil—, la presencia de esta viborita pasa de ser un fenómeno travieso y ajeno a, quizás, una amenaza.

«Si cerraba los ojos podía hacerse una idea de ella, de todos los colores, posada sobre alguno de sus ovarios, enroscada alrededor de sus trompas de Falopio. Llegó a pensar que se alimentaba de su endometrio o de alguno de sus óvulos y tejidos internos.»

Citas como estas promueven el cambio de mentalidad del lector respecto a la viborita, cuya presencia va cobrando más peso paulatinamente y pasa de ser un parásito a una inquilina que viaja y come dentro de Amanda a motu proprio. Básicamente, la viborita va madurando a la par de la protagonista, quien no le teme, pero sí que se pregunta qué pasará cuando a la viborita ya no le alcance el espacio dentro de su vientre.

Xóchitl Olivera Lagunes

LA METAMORFOSIS

Una noche, sucede. La viborita deja de moverse y la transformación es inminente; Amanda no puede dejar de preguntarse si ella se hinchará hasta explotar o será rasgada desde dentro. Ella se siente como si su cuerpo hubiera servido de capullo, como si ella misma hubiera sido un vehículo que arropó a la viborita durante toda su metamorfosis. Sabemos lo que viene —alas, vuelo, transformación—, pero no todo sucederá como lo suponemos.

«Algo se rompió en su interior y era imposible negarlo. De inmediato el movimiento volvió: era un aleteo, como de alas frágiles que rozaban sus tejidos, su útero, sus pliegues. Alas de finos bordes que provocaban breves e intensas punzadas en su carne.»

Algo se rompe, roza áreas sensibles, provoca punzadas, pero no llega a provocar dolor. El dolor siempre ligado a la menstruación, de poseer estos órganos cuyos ciclos mutables tienen como constante el sufrimiento, está ausente. Y el ombligo —aquello que nos conecta con la madre que nos gestó— es donde comienza este extraño nacimiento.

CRISÁLIDA EN GESTACIÓN, EN LIBERACIÓN

La energía primigenia, siempre en gestación. Aquello que habita dentro de nosotras suele pensarse como algo alienígena, extraño, pues se mueve según ciclos que a veces son regulares, a veces no; la naturaleza misma es un huésped que provoca dolor. En el caso de “Crisálida”, es una criatura tangible cuya meta final era emerger.

Entonces, un ombligo que se ensancha, cuyo cráter va engrandeciéndose hasta liberar algo: tanto nuestra comprensión del dolor como efecto colateral permanente de tener un útero, como una crisálida incubada en el interior.

«Pudo ver un poco: su interior era rosa, brillaba. De ella emergió una mariposa de alas translúcidas bien extendidas, que hizo varios círculos sobre su cabeza, cerca de sus manos y de su pecho.»

Al final, solamente queda Amanda, derrumbada en el suelo como una madeja desecha, pues ha gestado algo que quizá sí sea una criatura ajena a ella, o simplemente una nueva versión de sí misma. Este final es algo ambiguo, pero la visión de aquel vientre creciendo y creciendo y derramándose como un portal de donde jamás se vierte sangre sino luz (permutando, de nuevo, hacia esta perspectiva en la que el dolor no tiene que ser lo único que nos habita); aquella mariposa que emerge —visión creada por Olivera en Un pájaro en el ojo—, es inolvidable.

 

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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)

Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación. Trabaja como redactora en una agencia digital. Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos. Creció al lado de un árbol de jacaranda.

Twitter: @AliciaSkeltar

Facebook: @AliciaMaresReading

Instagram: @aliciamayamares

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