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EL SUEÑO DEL CERDO

V

 

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Cuarta parte

 

 

En el cuento de Boccaccio, “El sortilegio o el cerdo de Calandrino”, el moribundo es el cerdo mismo, y los amigos Bruno y Buffalmaco, en una visita a un sacerdote, se lo roban al crédulo Calandrino mientras se entrega al sueño, aniquilado por el alcohol. Para encontrar, supuestamente, al ladrón y para ocultar que han sido ellos los que han robado el cerdo, hacen unas píldoras que llaman embrujadas, y entre ellas hay dos con excrementos de perro, azucaradas, asegurando que serán vomitadas por el ladrón. El robado las come y las vomita, y se ve obligado a darles, además, dos capones a los injustos tipos.

La forzada coprofagia nos hace pensar en los escritos del Marqués de Sade, quien sin duda deforma a Boccaccio, Cervantes y otros.

En Las florecillas de San Francisco (del siglo XV) está la historia de Fray Junípero, que para curar a un enfermo le corta la pata a un cerdo, y el guardián de cerdos lo cubre de injurias, de las que luego se arrepiente, ofreciéndoles, a Junípero y a los otros frailes (a los que ha insultado también), el cerdo como comida. Según Junípero, el cerdo era más de Dios que del guardián.

Aunque carente de valor literario o filosófico, la obra del Marqués de Sade ha suministrado datos importantes a los psicólogos. En el “Diálogo entre un sacerdote y un moribundo” sale a relucir la doble personalidad del Marqués, inclinada al anti-cristianismo y al cristianismo por igual. Según el autor, Jesucristo es “calumniador, pícaro, libertino, farsante”, no sólo comparable con Apolonio de Tiana sino incluso inferior a él. Por otro lado, en la conclusión del diálogo, el Marqués se muestra cristiano al afirmar que “dañar a nuestros semejantes nunca puede hacernos dichosos” y “contribuir a la felicidad ajena es el más grande goce que la naturaleza nos haya acordado sobre la tierra”.

Por su anti-cristianismo, el Marqués parece haber leído el libro Los tres impostores, uno de los pocos libros malos perseguidos por la Inquisición, un libro en que se afirma que Cristo, Mahoma y Buda son impostores. En vez de mencionar a Buda, Sade menciona a Confucio. Machen titula uno de sus libros Los tres impostores, en recuerdo del libro titulado así, pero critica el anti-cristianismo.

En su diálogo, el Marqués, entre líneas, se muestra partidario de un cristianismo sexual, en que María Magdalena es tomada en cuenta. Sin embargo, la doble personalidad lo estorba, y no logra expresarse del todo. Su mala personalidad es cruel y sucia a la vez. Él es el cerdo, y su sueño es irrealizable. Por eso no hay en su diálogo ni cerdo ni sueño: es un diálogo realista. El único de los autores mencionados que alude a Sade es Lovecraft, en “Las ratas de las paredes”, cuento en que están el sueño, el cerdo, el sacerdote y el moribundo (este último es un antepasado del narrador, que confiesa algo innombrable). Aunque Morris no menciona a Sade, es obvio que basa su cuento “El estanque de Lindenborg” en un sueño inspirado por el diálogo, conocido directamente o a través de Swinburne, pre-rafeaelita como Morris y lector del Marqués de Sade, autor al que transforma, haciendo locura sagrada a partir de locura profana y volviendo al Marqués motivo de tragedia y comedia. En “El estanque de Lindenborg”, la gente sin sexo mencionada por Morris lleva seguramente a Lovecraft a recordar a los sacerdotes afeminados y auto-castradores de la Magna Mater).

Otro motivo del diálogo del Marqués es el de la inexistencia de Dios.

Yo diría que son encomiables la muerte del Dios de los Inquisidores y la vida del Dios de Cristo y Sócrates, ya que este último Dios unifica tendencias dispersas y hace un cosmos a partir del caos.

El romántico Shelley, que algo tiene de pionero del decadentismo, es ateo en la filosofía y creyente en la poesía. Como Byron, apoya la relación entre Cristo y Sócrates. Como Jean-Paul Richter, se acerca a la Naturaleza, y en esto se adelanta a los pre-rafaelitas. Rachilde continúa a los románticos ingleses e identifica a Cristo con Sócrates. Los modernistas en general hacen lo mismo y en particular el filósofo Antonio Caso. A fines del siglo XX surge la obra de teatro Jesucristo Super-estrella, que añade al asunto el punto de vista subterráneo y cierta música original.

Muy lejano de los románticos, pre-rafaelitas, decadentes y modernistas (impregnados del espíritu del renacimiento) es Nietzsche, anti-cristiano y anti-socrático, que parece influido también por Los tres impostores, y que deforma el romanticismo llevándolo al irracionalismo. En el texto “Fantasmas”, escrito por Sade a comienzos del siglo XIX, los adoradores de Dios son comparados con el Quijote tomando molinos por gigantes, ya que su espiritualidad es frívola. Se ve que Sade era inconsciente de su propia deformación de textos culturales, como los de Cervantes y Shakespeare.

Es en el texto “Fantasmas” de Sade, de 1802, donde aparecen el cerdo y el sueño, o más bien dicho, varios cerdos y varios sueños: los cerdos son los predicadores que “se ceban como cerdos” y “los obispos cebados con cien mil libras de renta” y los sueños van junto con las sombras, para los adoradores de la nada, inevitable después de horas de mística deificada.

Para otros autores (no para Sade) Dios es un símbolo poético de la Naturaleza. En el seno mismo del panteísmo surge el monoteísmo, gracias a los misterios de Eleusis que dan origen al ritual dionisiaco, es decir, gracias a la deidad unificadora Demeter, diosa de toda la Naturaleza y abuela del dios unificador Dionysos, dios de toda la Naturaleza.

Los mitólogos buscan la unidad y la armonía al enfocar las leyendas griegas.

El Dios de Cristo y Sócrates es el de Anaxágoras y Pericles, es decir, el Dios demócrata, el Dios que no apoya el radicalismo aristocrático de los partidarios de Heráclito y de Esparta.

Las metamorfosis de Zeus, que le permiten convertirse en águila para raptar a Ganimedes y en lobo para matar niños, son manifestaciones de involución, de regresión, de predominio de lo animal sobre lo humano, de lo agresivo sobre lo defensivo. Sólo su hijo Dionysos Zagreus logra controlar esas tendencias, por medio de la representación. La doble personalidad de Zeus se divide en varias pequeñas personalidades malas, como la del cisne, que unido con Leda da origen a Helena, que luego provoca la guerra de Troya, y como la de la serpiente, que da origen a un Dionysos bueno y a otro malo. La pluralidad de deidades y de personalidades se resuelve por medio del monoteísmo y del monismo. La mala personalidad del Marqués se divide en pequeñas personalidades perversas, y nunca encuentra las soluciones del monoteísmo y del monismo.

Parece que en verdad Sade ha tomado la droga de Circe, pues los hombres convertidos en cerdos son tan involutivos, tan regresivos como Zeus.

¿Qué ocurre cuando el autor mismo es un cerdo?… La respuesta la da Poe en Marginalia: “Un hombre… No, una bestia, un cerdo. Menos escrupuloso que un cuervo devorador de carroña…” (Estas notas son sobre Michel Masson, autor de Le coeur d’une Jeune Fille). Poe añade que el autor escribe con “un cerebro saturniano donde la invención tiene sólo el resplandor fosforescente de la podredumbre”.

Gautier toma el detalle del “resplandor fosforescente de la podredumbre” para la nota sobre el estilo decadente, estilo que se propone imitar neurosis y locura, entre otras cosas. También recordamos las fosforescencias del poema “El viejo marinero” de Coleridge, fosforescencias que dan una impresión de “fuego en el agua”. El poema se inspira en la Óptica (1772) de Joseph Priestley, en que hay un capítulo sobre la “Luz de las sustancias putrefactas”, y se alude al mar fosforescente y a los peces que dejan estelas luminosas, como los fuegos fatuos o como los “corposants” o fuegos de San Telmo descritos por Antonio Pigafetta en Viaje alrededor del mundo, fuegos que van de una amarra del barco a otra con sonidos de alas. Pigafetta, que en Reino del Congo se refiere a decapitaciones y a caníbales, con su apellido que parece aludir a “pig”, cerdo en inglés, tal vez le sugirió a Poe la idea del escritor cerdo cuya invención brilla como podredumbre, y es que en su novela sobre Arthur Gordon Pym, el autor Poe nos recuerda los libros de Pigafetta, aunque no alude a ellos.

En el poema “El jardín de Circe” de T. S. Eliot, los pavos reales, aves que se desplazan lentamente (como las del poema de Horas de Eugenio de Castro), miran a los visitantes con los ojos de sus plumas, ojos que son de hombres del pasado. El jardín descrito por Eliot es tan siniestro como el del poema de John Barlas “El sacerdote de la belleza”. En éste, un domo místico se vislumbra en la profunda noche india: un domo con torres de marfil deterioradas, mármol blanco y flores gemas. Un rey amoroso, ya muerto, en ese clima cálido y pesado, ha construido el domo para enterrar a su reina más bella, “una maravilla para todos los tiempos”. Los áloes narran en el aire oriental un cuento de amor y orgullo y los arbustos florecientes envían, como una plegaria, un incienso natural a su esposa. Ella era la mujer más bella, con música en su aliento, y él la amaba con un amor que era algo triste, pues había oído hablar de la muerte. Y del oeste y del este el pueblo acudió a rezar, y él le erigió a ella un templo y fue su sacerdote, para servirla noche y día. Pero  entre la tierra y las estrellas él era el más sabio; y amó la belleza con amor loco, como sólo un loco puede amar.

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AQUÍ puedes leer “El sortilegio o el cerdo de Calandrino” de Boccaccio.

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).

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