ENTRE RIFFS, LITERATURA Y MEMORIAS
La armada invencible de Antonio Ortuño
Lord Crawen
El metal se crea, nunca se destruye, sólo te trastorna.
Lord Crawen, parafraseando a un tal Lavoisiere.
Todos, absolutamente todos (no lo niegues amigo cuarentón ahora entregado a los brazos de una religión de cuyo nombre no recuerdo debido a tus fracasos en la vida) en nuestros años adolescentes nos entregamos a un estridente sonido eléctrico que entró por nuestros oídos, traspasó fibras enteras de músculos para llegar a la médula espinal y recorrerla de principio a fin y estalló en nuestras cabezas, haciendo que se moviera de arriba abajo o de un lado a otro.
Corrimos a donde aquella música se producía, atravesando un mar de personas que cubrían sus oídos, negligentes a escuchar aquel ruido atonal, desperfecto, pero fuera de lo sociable, destructivo, anarquista… pero sobre todo liberador.
Ahí, en el oscuro rincón de un sitio más oscuro, donde los demonios aguardan a que sus historias épicas sean contadas a través de instrumentos eléctricos de cuerdas, de tambores acústicos y platillos productores de ondas chirriantes, de la voz de un tipo que interpreta sus palabras.
Ahí, en esa oscuridad, encontraríamos no sólo los parlantes de tan estridente sonido, sino a un conocedor, indispuesto posiblemente a darnos el nombre del grupo.
Más del 70% de adolescentes —ante la negativa del hombre de cabello largo, con oscura vestimenta y tatuajes por doquier— se entrega a la mar de gente y jamás vuelven a este acogedor y tranquilo sitio.
El otro 30% indaga, busca en los oscuros abismos de estaciones radiofónicas, sigue a otros especímenes conocidos como metaleros a sus oscuras cuevas de reunión, va a tiendas de música, busca el instrumento que vacíe sus almas del día a día, estallando al final en un ritmo parecido al escuchado tiempo atrás.
El heavy metal, junto a sus inagotables géneros, comenzó a recorrer por las venas del mundo cuando el rock and roll, el jazz y el blues decidieron unirse y reproducir la música del diablo (del otro señor mejor ni hablamos, porque ya hasta decidió poner a trabajar a sus acólitos para crear metal cristiano).
En fin, retomo esta historia, porque todos como adolescentes en algún punto en nuestra rebeldía ante un sistema que sigue mal escuchamos riffs de metal, decidimos buscar discos, conocer más bandas, ir a conciertos, adquirir uno o más instrumentos, encontrar a otro puñado de psicóticos y formar una banda que, en algún punto, podría cambiar los oídos del mundo.
Cada uno de nosotros, queridos metaleros, tiene esta historia. Pero tuvimos que crecer, madurar, encontrar un trabajo para que el sistema no nos expulse de sus malditas garras, formar una familia por decisión propia (muchos por imposición) y olvidamos una parte de lo que significaba el heavy metal, el porqué era más que música.
A mis manos llegó un libro que su portada grita “heavy metal” y su contenido me ha hecho reflexionar bastante.
Antonio Ortuño, ensayista y escritor nacido en Guadalajara, nos presenta una novela que muchos de nosotros coincidiremos en que debimos haberla escrito: La armada invencible.
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A través de una narrativa del “yo” y una mezcla en una entrevista documental, Ortuño nos presenta a cada uno de los personajes para contarnos la versión de sus historias.
“El Yulián”, el personaje que más tiempo narra la historia, bajista de La armada invencible (bajista, ya saben por qué le dan protagonismo, chiste local metalero), ha olvidado todo aquello por lo que una vez estuvo en contra. Su contraparte, “El Barry”, un descendiente de los dioses aztecas, está retomando lo que una vez dejó en el camino: reunir a La armada invencible y colocarla entre los oídos de personas que han olvidado la existencia del heavy metal y ahora sólo escuchan música de tamborileos, sonidos eclécticos y canciones que hablan de sexo sin sentido.
Ortuño, a través de la novela, retoma los años juveniles de estos personajes (junto a otros miembros de la banda); también, lo difícil que era en México colocarse en el gusto del público, los bares de reunión y de otras bandas, la poca unión ante el llamado “poserismo” (movimiento entre miembros del género para que no escuches a otras bandas y vayas a hacerlas comerciales) y de cómo un conjunto de falta de comunicación, gustos musicales, carreras escolares, muerte, destrucción personal, falta de dinero y amor propio hundieron a La armada invencible como a muchas otras bandas en el mundo.
Pero la redención llega… Tarde, pero llega.
“El Barry”, ahora un hombre de 45 años, ha vuelto a Guadalajara con las ganas de revivir sí o sí a La armada, aunque “El Yulian” ha olvidado cómo se toca el bajo, perdió el rumbo completo de su vida y es un oficinista, como muchos de nosotros, sobreviviendo al sistema.
¿Será entonces este un épico regreso de La armada invencible, en una época que no es la suya, en un tiempo donde nadie se preocupa por el heavy metal, donde las responsabilidades adultas pesan más que sostener una ligera guitarra y entregarse a un solo para llegar al éxtasis?
Sólo Satán, la oscuridad, los caminos del heavy metal y ustedes, lectores, lo sabrán.
Atrévanse a leer esta novela imperdible, llena de tintes reales pero a la vez mágicos, mientras recordamos nuestros juveniles sueños de formar una banda y convertirnos en los futuros dioses inmortales del metal como Dio o Lemmy.
Acompañen cada línea de la novela con metal de la vieja escuela; la van a disfrutar.
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Jezreel Fuentes Franco (Lord Crawen) nació el 29 de junio de 1986 en la Ciudad de México.
Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el Instituto Politécnico Nacional.
Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía.
Ha realizado ponencias en eventos de «Literatura del horror” en el auditorio del centro cultural Jaime Torres Bodet.
Actualmente publica en El nahual errante y Sombra del aire, ambas revistas de corte virtual.
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