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FITZ-JAMES O´BRIEN

el Poe céltico

 

Miguel Lupián

 

Fitz-James O´Brien fue un gran escritor que ha sido olvidado, a pesar de que influyó en importantes escritores (como veremos más adelante) y que recibió muchos elogios de la crítica. Por ejemplo, esto es lo que apunta Lovecraft en El horror sobrenatural en la literatura:

Entre los primeros discípulos de Poe, cabe señalar al brillante joven irlandés Fitz James O´Brien (1828-1862), quien se nacionalizó norteamericano y murió honrosamente en la Guerra Civil. Fue él quien nos dio ¿Qué es eso?, la primera novela corta bien estructurada de un ser tangible aunque invisible y el prototipo de El Horla de Maupassant; creó asimismo el inimitable La lente de diamante, en el que un joven microscopista se enamora de una chica de un mundo infinitesimal que ha descubierto en una gota de agua. La muerte prematura de O´Brien nos privó sin duda de una serie de magistrales cuentos fantásticos y de terror.

Fitz-James O´Brien

Y es que la vida de Fitz-James parece extraída de sus propios relatos (Nota sobre el autor incluida en La lente de diamante y otras historias de terror y fantasía; Valdemar, 1998):

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«Michael Fitz-James DeCourcy O´Brien nació en 1828 en el Condado de Cork. Su infancia transcurrió en Baltimore House, Baltimore, una hermosa zona al sudoeste de la ciudad de Cork. Cuando tenía once años murió su padre. Su madre, que era una mujer notablemente hermosa, se casó poco después con DeCourcy O´Grady, y la familia fue a vivir a una casa espléndida en las afueras de la villa de Castleconnell, en el Condado de Limerick. En ese entorno cómodo y próspero, Fitz-James disfrutó de la vida apacible del campo. Al cumplir los dieciséis años, en 1845, comenzó el espantoso y creciente horror de la Gran Hambruna. La desgracia de la gente que vio a su alrededor, la asombrosa agonía de todo el país, conmovió tanto al joven que escribió un poema titulado «Oh! Give a Desert Life to Me», que se publicó en The Nation. Así comenzó la carrera literaria de Fitz-James O´Brien. Durante los cinco años siguientes se publicaron muchos más de sus poemas en diversos periódicos irlandeses.

En 1849, al llegar a la mayoría de edad, heredó la fortuna -estimada en 8000 libras esterlinas- dejada por su padre y su abuelo y se marchó de Irlanda para no regresar jamás.

Viajó a Londres. A través de contactos familiares por el lado de su padrastro, y gracias a su herencia, consiguió entrar de inmediato en los círculos sociales londinenses. Alquiló unos apartamentos magníficos, dio fiestas a escala derrochadora, entregándose a sus gustos caros, y se convirtió en un devoto de la ópera y el teatro. A los dos meses de su llegada a Londres, su permanente interés en la escritura se reafirmó y una vez más sus poemas comenzaron a aparecer en diversos periódicos. Durante su estancia en Londres escribió mucha poesía, y también su primera historia reconocida, «The Phantom Light», que manifestaba ya su interés por lo sobrenatural y la influencia de las leyendas feéricas y supersticiones campesinas de su ascendencia irlandesa. En años futuros le haría ganarse el título de “Poe céltico”. A los dos años y medio había despilfarrado su herencia y en las últimas semanas de 1851 Fitz-James O´Brien partió hacia Norteamérica, a una vida nueva, un comienzo nuevo, decidido a conseguir el éxito en su carrera literaria.

Durante los once años siguientes iba a producir un gran volumen de obras: poesía, piezas teatrales, historias, sátiras, crítica y periodismo. Estaba obligado a hacerlo. De forma invariable vivía más allá de sus medios, a menudo bebía en exceso, le robaba a uno para pagarle a otro y por lo general llevaba una existencia bohemia. Escribía sin parar historias y poemas para pagar el alquiler y aplacar a sus acreedores. Los tiempos difíciles fueron su compañero constante. Era extremadamente amable y un compañero vivaz y divertido, a veces truculento, y jamás dejaba de disfrutar de una buena pelea. Se alistó en el Ejército de la Unión cuando estalló la Guerra Civil. Tuvo una distinguida, aunque breve, carrera militar, y alcanzó el grado de capitán. En febrero de 1862 le dispararon y fue gravemente herido en una escaramuza con la caballería Confederada. A causa de un tratamiento médico inadecuado se le deterioró la salud y sobrevivió hasta abril. Una mañana de domingo, al sentirse mucho mejor que lo acostumbrado, se hallaba sentado en la cama disfrutando de una copa de jerez con los dos cirujanos que le atendían, cuando de pronto se puso mortalmente pálido y cayó hacia atrás. Fitz-James O´Brien había muerto a la edad de treinta y tres años.»

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Afortunadamente, Valdemar (que prácticamente ha publicado a todos los autores que Lovecraft mencionó en El horror sobrenatural…) lo resucitó, entregándonos el libro ya mencionado, una maravillosa colección de siete cuentos, publicada originalmente en 1885.

“Desde un periodo muy temprano de mi vida la absoluta tendencia de mis inclinaciones  se ha dirigido hacia las investigaciones microscópicas.” Así inicia «La lente de diamante», una fantasía científica donde se menciona a “los miles de intelectos penetrantes” que estaban entregados a la misma misión de nuestro protagonista, como Leeuwenhock, Williamson, Spencer, Ehrenberg, Schultz, Dujardin, Schact y Schleiden. El señor Linley, nuestro microscopista, dedica gran parte de su tiempo y fortuna intentando ver aquello que todavía nadie ha podido ver, mas experimento tras experimento falla rotundamente. Hasta que su amigo Simon le recomienda ir con una médium, Madame Vulpes (este nombre enigmático es una clara referencia a “zorro”, pues su nombre científico es Vulpes vulpes). En fin, la  señora zorro lo “contacta” con el espíritu de Leeuwenhock, quien le confiesa:

“Un diamante de ciento cuarenta quilates, sometido a las corrientes electromagnéticas durante un largo periodo de tiempo, experimentará una redistribución de sus átomos inter se, y de esa piedra usted formará la lente universal.”

Después de varias peripecias logra conseguir el diamante y, tres meses después, la lente estaba lista. Coloca una gota de agua, esperando ver microorganismos, pero lo que encuentra lo paraliza: una hermosa mujer, a la que nombra Anímula. Linley se obsesiona con ella, viéndola a cada momento, ideando cómo contactarla, enamorándose…

“Encontré a la sílfide bañándose con una expresión de placer que animaba sus facciones bajo la brillante luz que la rodeaba. Se echó su lustroso pelo dorado hacia la espalda con inocente coquetería. Se tendió en toda su extensión en el medio transparente en el que se movía con comodidad y saltó con la encantadora gracia que la ninfa Salmacis podría haber exhibido cuando trató de conquistar al tímido Hermafrodita.”

En esta parte el editor coloca una nota al pie donde, susurrando, nos explica que esa referencia proviene de Ovidio (Metamorfosis), y que ahí está la clave para entender el cuento.

Justamente estoy leyendo Metamorfosis (como parte de #Elretodelosclásicos), así que les comparto el capítulo:

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LIBRO IV

V. SALMACIS Y HERMAFRODITA

Leucotoe había hablado y esta singular aventura había cautivado los oídos de todas sus compañeras. Unas dicen que eso no pudo haber sucedido, otras recuerdan que los dioses verdaderos lo pueden todo, pero Baco no se encuentra entre ellos. Es requerida Alcitoe, después de que callaron sus hermanas.

Ella, haciendo correr los hilos de la tela preparada con su lanzadera, dijo: “No cuento los ya conocidos amores de Dafnis, pastor de Ide, al que una ninfa, irritada contra una rival, transformó en roca; tan gran dolor abrasa el corazón de los amantes. Ni voy a narrar cómo, en otros tiempos, por una innovación de las leyes naturales, Sitón tuvo un sexo ambiguo, siendo ahora hombre, ahora mujer. También paso por alto a ti, Celmo, tan fiel en otro tiempo al pequeño Júpiter y ahora transformado en diamante, y a vosotros, Curetas, nacidos de una lluvia abundante, y a vosotros, Croco y Esmilas, transformados en pequeñas flores. Cautivaré vuestros espíritus con una dulce novedad.”

Sabed de dónde le viene la mala fama al manantial Salmacis, por qué sus débiles aguas enervan y ablandas los miembros con su contacto; la causa se ignora si bien las propiedades son conocidísimas. Un infante que Mercurio tuvo de la diosa de Citerea fue criado por las Náyades en los antros del monte Ida.

Por sus rasgos se podía conocer fácilmente a su padre y a su madre; también sonó el nombre de los dos. Cuando cumplió los quince años, abandonó los montes que le habían visto nacer y luego de abandonar el Ida, donde creció, se complacía en vagar por parajes desconocidos y ríos que nunca había visto, disminuyendo su afán por la fatiga. Llegó a las ciudades de Licia y a sus vecinas de Caria; aquí ve un estanque de agua cristalina que deja ver hasta su lecho; no hay allí cañas de pantano ni aguas estériles ni juncos, de agudas puntas; el agua es transparente; los bordes del estanque están bordeados de césped siempre fresco y de hierbas siempre verdes. Una ninfa lo habita, pero es inhábil para la caza, no está acostumbrada a tender el arco ni a competir en ligereza con los animales y solamente ella, entre todas las Náyades, es desconocida de la la veloz Diana. Se cuenta que sus hermanas le habían dicho a menudo: “Salmacis, toma una jabalina o un carcaj  de vivos colores y mezcla tus ocios con los duros ejercicios de la caza.” Ella ni toma la jabalina ni el carcaj de vivos colores, ni mezcla sus ocios con los duros ejercicios de la caza, sino que no hace sino bañar sus bellos miembros en su manantial. A menudo ella desenreda sus cabellos con un peine de Citoro y consulta a las aguas en las que se mira qué le sienta mejor; otras veces, rodeada de un velo transparente, reposa en el mullido follaje o un lecho de blandas yerbas; a menudo recoge flores. Y también por casualidad se hallaba recogiendo flores en el momento en que vio al jovencito y deseó poseerlo. Sin embargo, no se dirigió hacia él, aunque ardía en deseos de hacerlo, sin antes componerse, revisar sus velos, arreglarse el rostro y ponerse en condiciones de causar admiración.

Y comenzó a hablar así: “¡Oh, jovencito! Eres muy digno de ser temido por un dios. Si eres un dios, puedes ser Cupido; si eres un mortal, felices los que te engendraron, feliz tu hermano; afortunada, sin duda, tu hermana, si tienes alguna, y la nodriza que te dio el pecho; pero mucho, mucho más dichosa todavía que ellas la mujer que se prometa contigo y para la que te dignes encender las teas. Si tienes una, sea el mío un placer furtivo; mas si no existe ninguna, sea yo y penetremos en la misma cámara.”

Calló la Náyade y el rubor cubrió el rostro del joven (pues ignora qué es el amor); pero el haberse ruborizado acrecienta su belleza. Este color es el de los frutos que penden de un árbol expuesto al sol, o del marfil teñido de púrpura o el de la luna que enrojece bajo su blancura, cuando el sonido del bronce retumbaba en vano para auxiliarla.

Al pedirla la ninfa sin cesar que la bese, al menos como a una hermana, al ponerle los brazos alrededor del cuello, le dice éste: “¿Me dejas o huyo y abandono estos parajes contigo?” Salmacis se aterrorizó y dijo: “Abandono y dejo libre este lugar para ti, extranjero”, y atrás, escondiéndose en una espesura del bosque, permaneció oculta en cuclillas. Él, ciertamente, persuadido de que nadie le observa en la pradera, va por aquí y por allá, y en las aguas juguetonas moja la planta de sus pies desde la punta a los talones, y sin detenerse, atraído por la tibieza de las tranquilas aguas, se quita del tierno cuerpo las vestiduras. Salmacis se abrasó más en el deseo de su belleza al desnudo. Despiden fuego los ojos de la ninfa, como los rayos brillantes que lanza el disco puro de Febo cuando se le pone delante un espejo. A duras penas aguanta la demora, apenas soporta el diferir su goce, ya desea ser abrazada, ya no puede contener su delirio.

Él, luego de golpearse el cuerpo con el hueco de las palmas de sus manos, salta al agua y, braceando, resplandece en las límpidas aguas como una estatua de marfil o un lirio rebosante de blancura, al que se le hubiera cubierto con un vidrio transparente.

“¡He vencido y es mío!”, exclamó la Náyade, y arrojando lejos sus vestiduras todas, se lanza en medio de las aguas y le aprisiona mientras lucha y le arranca los besos a la fuerza, le pasa las manos bajo el cuerpo y toca su pecho rebelde, le rodea ahora por este lado, ahora por el otro. Finalmente, mientras lucha e intenta escabullirse, le enlaza como una serpiente, a la que el águila del soberano de los dioses arrebata hacia lo alto; hallándose suspendida, le ata la cabeza y las piernas, y con los pliegues de la cola le rodea las alas desplegadas. Tal como las hiedras suelen enlazarse por el tronco de los árboles gruesos o como el pulpo retiene a su enemigo que ha aprisionado bajo las aguas extendiendo por todas partes sus tentáculos.

El descendiente de Atlas se resiste y deniega a la ninfa el placer esperado. Ella lo estrecha, lo estruja con todo su cuerpo y pegándose a él estrechamente, le dijo: “Puedes luchar, cruel, pero no huirás; así dispongáis, ¡oh dioses!, que jamás llegue el día que se separe de mí y yo de él.” Esta súplica se ganó a los dioses, pues se unen los dos cuerpo en uno y toman un mismo aspecto. Como cuando alguien une dos ramas bajo una misma corteza y ve que se unen al crecer y las dos a la vez van desarrollándose, así los miembros se unieron con un tenaz abrazo y no son dos, sino una forma doble, de modo que no puede decirse ni mujer ni hombre. No parecen ninguno de los dos y son el uno y el otro.

Por lo tanto, cuando ve que, por efecto de las aguas cristalinas adonde él ha descendido como hombre, no es más que mitad macho y que sus miembros han perdido su vigor, entonces, extendiendo sus brazos, pero ya con una voz que no es viril, Hermafrodita dice: “¡Oh, padre y madre!, conceded a vuestro hijo, que lleva el nombre de vosotros dos, el siguiente presente: cualquier hombre que haya llegado a estas aguas, salga de ellas medio hombre, y al instante, por contacto de éstas, pierda su vigor.” Sus padres se conmovieron por las palabras de su hijo biforme, las acogieron favorablemente e infundieron en ese manantial unas propiedades impuras y mágicas.

El relato había terminado. Todavía las hijas de Minias se afanan en sus labores, menosprecian al dios y profanan su fiesta, cuando de pronto unos invisibles tamboriles resonaron con sus roncos sones, así como también las flautas de cuerno curvado y los tintineos del bronce. La mirra y el azafrán exhalan sus perfumes, y, cosa más admirable e increíble, las telas empiezan a tornarse verdes y las vestiduras que se hallaban colgadas a volverse hojas de hiedra. Parte de ellas se convierten en vides, y lo que antes eran hilos ahora son sarmientos; de la urdimbre brotan pámpanos; la púrpura acomoda su brilla a los racimos que colorea.

Ya había transcurrido el día y se acercaba el momento que no puede llamarse oscuridad ni luz, sino que con la luz se mezclaban los desdibujados confines de la noche. De pronto parece que el techo se tambalea y que arden unas resinosas antorchas, iluminan la casa con sus rutilantes fuegos y que ululan fingidas formas de bestias feroces. Mientras tanto, las hermanas corren a esconderse por la casa humeante y, dispersas, huyen del fuego y de la luz, y mientras buscan la oscuridad, una membrana se extiende por sus miembros que van achicándose y unas alas pequeñas rodean sus brazos; las tinieblas no dejan ver cómo han perdido su primitiva forma de mujeres. Su plumaje no las ha levantado; sin embargo, se han sostenido en los aires con sus alas transparentes. Al intentar hablar emiten unos sonidos proporcionados a sus cuerpos y no expresan sino con un grito agudo sus ligeros lamentos y recorren con sus estridencias las casas, no los bosques. Enemigas de la luz, no vuelan más que de noche y reciben su nombre de Vesper, el astro del atardecer.

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Ahí está el diamante, las aguas transparentes y la Náyade (además del mejor piropo del mundo que le pueden decir a su chico). Al final, la gota comienza a evaporarse y, al ver que Anímula morirá, Linley enloquece. “Ahora se me conoce por Linsley, el microscopista loco.”

Emiliano González, en el epílogo de Neon City Blues, apunta lo siguiente:

En el cuento «La lente de diamante» de Fitz James O´Brien (1858) es criticada simbólicamente la alquimia frustrada, pues el oro de los cabellos de Anímula -la Eva del edén infinitesimal- se marchita y sus ojos color de cielo pasan a ser polvo negro, símbolo en la alquimia del opio, de la materia prima, del fango, del excremento, del metal de baja ley. O´Brien, asimismo, retrata el fracaso del paraíso artificial del hashish cuando se ve invadido por el opio o por las explicaciones del doctor Moreau, que destejen el arco iris de la poesía de Gautier, maestro y amigo de Baudelaire. Las prostitutas y ladrones que son el fango de la ciudad y que se ven transmutados por la prosa poética y crítica hasta llegar a ser oro alquímico, en la obra de Baudelaire, triunfan en el cuento de O´Brien sobre los empeños científicos humanistas, y el propio microscopista se ve llevado a la cólera excesiva, a la locura y a la ruina, debido a su mundo ingrato. El microscopista es como un alquimista frustrado, y pierde hasta el oro material.

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«El cuarto perdido» es un gran ejemplo de cómo deberían escribirse los cuentos de “casas encantadas”. El protagonista, después de describir minuciosamente su habitación y explicarnos por qué le gusta, sale, después de escuchar un ruido, al jardín. Ahí se encuentra a un extraño que le advierte que la casa está habitada por otros seres (argumento que me hizo recordar a la película Los otros de Aménabar). Al regresar a la casa nota que sucede algo extraño, y al entrar a su cuarto hay mucha gente y todos los muebles han sido cambiados. Les ordena que salgan, a lo que los otros responden con estruendosas carcajadas. Deciden echarlo a la suerte, jugando a los dados; si él gana, los otros se marchan; si pierde, él se va. Obviamente pierde, y una fuerza invisible lo expulsa de la habitación. Desde esa noche se la ha pasado caminando sin poder encontrar a nadie, sin poder encontrar su cuarto.

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En «La visión del mundo», Cipriano, un poeta de segunda, acude con Segelius, un antiguo médico que después de un viaje a la India regresó con mucho dinero y con la capacidad de conceder deseos a cambio de extraños y crueles pagos, para que le ayude:

Doctor, alivie al hombre más desdichado del mundo. La naturaleza me ha dado la pasión por la poesía, pero me ha negado la abundancia de palabras y la facultad de expresar mis pensamientos. Medito con profundidad, pero cuando deseo hablar las palabras me fallan. Si deseo escribir, aun es peor. Mis sufrimientos son más horribles, se lo juro, que ninguno de los que usted haya aliviado alguna vez. Oh, Dios, ¿es posible que fuera usted quien proyectara un hechizo y me condenara a este dolor eterno?

Segelius responde:

Veo que eres un hombre libre y abierto, y mereces una recompensa. Consiento de buena gana en concederte tu ruego y darte la facultad de escribir sin esfuerzo; pero mi primera condición es que el don permanezca siempre contigo… Mi segunda condición es que veas todo, conozcas todo y comprendas todo. ¿Aceptas?

¿Les resulta familiar el argumento? Tal vez quede más claro con lo siguiente: Segelius le pidió a Cipriano, quien había aceptado sin chistar, que lo dejara solo para ejecutar el hechizo, pero el poeta lo espió a través de la cerradura de la puerta:

Todos los libros de la biblioteca estaban en movimiento. De uno de los manuscritos salió el dígito 8, de otro la letra aleph, de un tercero la griega delta, y así con todos. Por último, el cuarto quedó lleno de números y letras animados, que hicieron reverencias y se enderezaron, para volver a cerrarse convulsivamente; bailando, saltando sobre sus pies deformes y cayendo al suelo. Las comas, los puntos, los acentos se deslizaban por el centro de la banda, igual que los infusorios vistos por un microscopio solar; y un viejo volumen caldeo marcó el ritmo de la danza infernal con tal vigor que los cristales de la ventana temblaron de miedo.

Sí, el argumento de poder ver, conocer y comprender todo seguramente influyó en «El aleph» (1949) de Borges. Al final, por supuesto, Cipriano enloquece.

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«El forjador de milagros» es otro extraordinario cuento que influyó no solamente en la literatura, sino también en el cine. Herr Hipe, un misterioso anticuario, junto con un grupo de gitanos, urden un plan para “darle vida” (inoculando almas malvadas, capturadas previamente) a los muñecos que los papás suelen regalarle a sus hijos en navidad, con la finalidad de que éstos, al ser sacados de sus cajas, masacren a las familias y los gitanos vuelvan a recuperar su pueblo que les fue arrebatado. Seguramente están pensando en Chucky, pero las mayores semejanzas las encuentro en Muñecos infernales, película mexicana (Alazraki, 1961).

Emiliano González, en el epílogo de Neon City Blues, apunta:

“El forjador de maravillas imaginado por Fitz James O´Brien es más bien un forjador de pesadillas. Es un gitano que, debido a la muerte alcohólica de su hijo con licor cristiano, aborrece a todos los cristianos y fabrica muñecos mortíferos para liquidar a los niños cristianos. Es una especie de Herodes gitano. Los prejuicios contra los gitanos provienen de supersticiones parecidas a las que envuelven al “negro del sabbath”, y esto debido al ambiente de brujería en el que se mueven a veces los gitanos. En el cuento de O´Brien, Hippe, el forjador de maravillas, dice que “los despreciados bohemios, los gitanos” van a ser algún día señores de la tierra, como lo fueron antes, “cuando las ciudades no existían y los hombres vivían libres en los bosques y cazaban en la salva.”. Hippe es una especie de Dionysos perverso. Hipper quiere dar a los niños cristianos juguetes que de día duerman, aparentemente sin vida, y que de noche atraviesen sus corazones con espadas. Quiere fabricar millones de pequeños asesinos y venderlos. Invoca la ayuda de Abijer, el demonio de la batalla. Odia a Zonéla, muchacha de dieciséis años, que vive de un organillo con un mono, que es maltratado por los niños, cuyas monedas ardientes lo molestan. Zonéla ama a un jorobado, dueño de una librería, que es odiado por Hippe. El jorobado, llamado Solón, es atrapado y amarrado por Hippe, pero al final el mono de Zonéla, Furbelow, consigue salvarlo. Aquí el mono ayuda en vez de matar, con lo cual O´Brien modifica cierto mono de Poe. Zonéla y Solón son como Trippetta y Hop-Frog, los personajes de Poe que al principio viven una vida humillante y que al final consiguen huir. Zonéla y Solón también se salvan. Y es que los muñecos mortíferos atacan a su “creador” Hippe y lo matan. Cuando son arrojados al fuego por otros gitanos, huyen por la habitación y le prenden fuego. Al final, sólo queda una red de vigas calcinadas de lo que fuera la morada de Hippe. Recordamos la palabra “hippie”, usada por los miembros de la sociedad establecida para designar al movimiento subterráneo, semejante a veces al grupo humano gitano. Hippe, el forjador de maravillas, es como Shylock el judío, es como Fu-Man-Chu el chino, es como la gran cabeza negra adorada por los negros en un cuento de Robert E. Howard: un miembro de un grupo humano, llamado “raza” en los cuentos de terror, que es maligno y supone que todos los miembros de su grupo lo son. Este tipo de personaje odia a otras “razas” y hace lo posible por destruirlas. En su cuento, O´Brien vuelve terrorífica la historia de “El cascanueces” de Hoffmann, acerca de muñecos animados. Los “pequeños asesinos” descritos por O´Brien le inspiran a Ray Bradbury el cuento “El pequeño asesino”. O´Brien publica su cuento “El forjador de milagros” en 1859”.

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«La maceta de tulipanes» y «¿Qué es eso?» (que debió traducirse ¿Qué fue eso?), además de ser grandes cuentos, poseen la singularidad de que ambos son protagonizados por Harry Escott, el segundo investigador de lo paranormal más antiguo en la literatura (según este sitio). En el primero, como si se tratara del argumento de una película asiática, un fantasma ronda una casa, intentando transmitir su mensaje. Como bien se sabe, no podemos escucharlos, pero sí verlos. Es así que descubren que la maceta de tulipanes que siempre carga el fantasma contiene un secreto.  En el segundo, Harry es llamado para investigar extraños sucesos que ocurren en una casa. Después de algún tiempo, “algo” se encuentra con Harry:

Mientras yacía inmóvil como un cadáver, esperando que con una inacción física perfecta aceleraría el reposo mental, tuvo lugar un incidente terrible. Dio la impresión de que un Algo cayó del techo, directamente en mi pecho, y al siguiente instante sentí dos manos huesudas que me estrujaban el cuello, afanándose por asfixiarme.

Esta descripción, que nos hace pensar en la parálisis del sueño, mejor conocida como “subirse el muerto”, la vemos replicada en «El Horla» de Maupassant:

Duermo, mucho tiempo, dos o tres horas, y después un sueño, no, una pesadilla, me abruma. Noto perfectamente que estoy acostado y que duermo… lo noto y lo sé… y noto también que alguien se acerca a mí, me mira, me palpa, se sube a mi cama, se arrodilla sobre mi pecho, coge mi cuello entre sus manos y aprieta… aprieta… con todas sus fuerzas, para estrangularme.

En el caso de Maupassant, se siembra una atmósfera de ambigüedad, de indefinición, de no saber a ciencia cierta lo que ocurre, y una (acertada) insinuación vampírica. En O´Brien no hay dudas, sus personajes saben que lo ocurrido es paranormal y se ponen manos a la obra. ¿Cómo olvidar la escena donde, una vez capturado el “algo” e inmovilizado con cuerdas y cloroformo (pueden sentirlo mas no verlo), deciden sacarle un molde de yeso?

Su rostro sobrepasaba en espanto a cualquier cosa que yo hubiera visto jamás. Gustav Doré, Callot o Tony Johannot nunca concibieron algo tan horrible. Hay una cara en una de las ilustraciones de este último para Un voyage ou il vous plaira que se acerca un poco al semblante de la criatura, aunque sin igualarlo.

¿Se referirá a alguna de estas caras?

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Por último, en «El colmillo del dragón poseído por el mago Piou-lu», cuento con clara influencia oriental, se nos explica cómo Piou-lu, un simple barbero, obtuvo su magia ilimitada al retirarle una muela doliente a un magnífico mandarín. El mandarín resulta ser ni más ni menos que el Dragón Lung, “el que gobierna el cielo y los cuerpos celestiales” (los otros dragones son Li, el dragón del mar, y Kiau, el dragón de los pantanos). Como recompensa, Lung le regala la muela: un colmillo de dragón. Todo se complica cuando algunos aldeanos, encabezados por el sastre Hang-pou, deciden arrestarlo para cobrar una recompensa, pues se dan cuenta que además de mago, es el rebelde  Tién-té “que se atreve a reclamar el trono que ocupa el sabio y piadoso Hiéng-foung.” Piou-lu tiene que recurrir a su magia, que implica a un escurridizo pato, y termina saliéndose con la suya.

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Como pudieron notar (espero haberlo logrado), estamos ante un libro que merece leerse y releerse.

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Imágenes: mgkellermeyer

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Miguel Antonio Lupián Soto 

Ex alumno de la Universidad de Miskatonic, feligrés de la iglesia Cthulhiana y devoto de San Lemmy.

www.mortinatos.blogspot.mx

http://www.mortinatos.tumblr.com