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HÉROES, VIAJES Y ARQUETIPOS

cómo construir un personaje

sin morir en el intento

Maya Jurado

 

 

Escribir es -más allá de un arte o un talento- un oficio, y como tal, generaciones de escritores han tratado de entender los mecanismos de la narrativa para averiguar cómo funciona una historia. Aristóteles encabeza los ejemplos con la fragmentación en tres actos -planteamiento, nudo y desenlace- de la estructura dramática propuesta en la “Poética”; un modelo que Syd Field retomaría con su “Paradigma” para guión cinematográfico. Por otro lado, Georges Polti -y Carlo Gozzi, mucho tiempo antes- nos hablaba de las 36 situaciones dramáticas en las que toda historia puede clasificarse; los folcloristas Antti Aarne y -tiempo después- Stith Thompson idearon un sistema de clasificación para los cuentos de hadas según sus características que, a la fecha, reúne dos mil trescientas cuarenta categorías. Vladimir Propp no se quedó atrás: en respuesta analizó la estructura de los más conocidos cuentos de hadas hasta encontrar  31 puntos recurrentes en todos los cuentos, conocidas al día de hoy como “Las funciones de Propp” y publicadas en su “Morfología del cuento”. A finales del siglo XIX el psicoanális fue recibido calurosamente por los escritores: los arquetipos Jungianos son hasta el día de hoy una excelente base para crear personajes y pocos supieron diseccionarlos tan bien como el mitógrafo Joseph Campbell y “El héroe de las mil caras”, su estudio del viaje del héroe.

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Centrémonos por un momento en nuestras fantasías infantiles. Princesas en apuros, piratas temibles, monstruos sanguinarios. ¿De dónde salieron, cómo fueron a parar en nuestros juegos? Televisión, dirán unos, libros infantiles, dirán otros. La mayoría mencionará también los cuentos que les narraban antes de ir a la cama, las historias que contaba la abuela, incluso las leyendas urbanas con las que un hermano pretendía asustarnos. Si tomamos a cierto número de personas al azar y les preguntamos qué es un vampiro, es probable que la respuesta de la mayoría coincida. Si les preguntamos si han leído la “Carmilla” de Le Fanu o el “Drácula” de Bram Stoker, también es probable que la mayoría responda que no. ¿Cómo pueden saber, por ejemplo, quién es y cómo se ve el monstruo de Frankenstein si nunca han leído a Mary Shelly?  La respuesta  está en el imaginario colectivo, un concepto sociológico (no totalmente definido) que nos habla de la construcción social que ha dado significado a sus mitos, símbolos y figuras reinterpretando la realidad a partir de ellos. Pensemos en Drácula o el monstruo de Frankenstein como símbolos apoyados en fuertes íconos visuales (ambos conservan en nuestra imaginación los rostros que Boris Karloff y Bela Lugosi les dieran en los años 30’s), proyección mediática y, por supuesto, la tradición oral, la ancestral madre de la literatura. Lo mismo pasa con los personajes que nos acompañaron en la infancia y que muchas veces seguimos frecuentando y nutriendo de adultos: conocemos sus características básicas, tenemos una cierta iconografía que les representa y van acompañados por una trama elemental que nos dice quienes son: La dulce princesa de vestido rosa esperando a ser rescatada por su principesco amor; el genio malvado que busca conquistar el mundo en venganza por el rechazo social; el noble hombre musculoso con superpoderes que viste mallas y capa volando raudo por el cielo camino a salvar la ciudad. Poderosísimas imágenes que han perdurado por generaciones y, nos guste o no, seguirán creciendo en la mente colectiva como personajes “tipo”.

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Haré una pausa justo aquí, en donde asumo que habrá quien ya comience a apuntar las armas contra los “clichés”, los manuales de escritura que asemejan el sagrado arte de escribir con una receta de cocina, el público conformista y la malvada maquinaria de la industria que sólo admite basura precocinada para editar. Cuando comenzamos a escribir -y muchas veces también sucede cuando ya se tiene tiempo en el asunto- es común creer que la escritura es un asunto de inspiración divina, lo cual no podría ser más erróneo. Escribir implica la misma disciplina y estudio que cualquier otro oficio requiere. Vila-Matas contaba que, enamorado de la irresistible aura bohemia de Marcello, él mismo quiso ser escritor después de ver “La Dolce Vita”, y cuando por fin decidió que su camino estaba en la literatura tuvo que dejar de “ser” escritor para comenzar a escribir. ¿Para qué querría un escritor -o un lector- saber qué es un personaje tipo o un arquetipo? ¿No es mejor sentarse a escribir lo que nace y punto? La respuesta es difícil, ya que es fácil -¡tan fácil!- protegerse de la escritura misma con el escudo del estudio y la teoría; aun así optaré por la respuesta que considero más sensata y honesta: Un escritor debe conocer sus herramientas y saber usarlas.

Sigamos.

Ya acordamos que los personajes tipo son aquellos que nos resultan reconocibles de manera instantánea gracias a sus características fijas en el imaginario colectivo. Ahora, habrá que tener cuidado con la linea que divide al estereotipo del arquetipo. El primero todos lo conocemos de sobra, son aquellos personajes que, careciendo de complejidad, sólo funcionan mediante estereotipos y lugares comúnes que definen una raza, un estrato socio-económico, una profesión, etc. En el mismo “saco” cae la definición de “Prototipo”, que muchos teóricos utilizan, donde el cliché se convierte en el modelo perfecto de cierto tipo de personaje, exaltando y explotando al máximo su vicio o virtud. En el otro extremo de la linea encontramos al arquetipo, una de las herramientas de construcción de personajes por excelencia.

Hablar de arquetipos sería difícil sin mencionar a Jung. Apartemos la cuestionable teoría psicoanalítica que propone y el orígen  místico que da al arquetipo; lo cierto es que su teoría resulta utilísima para el escritor. Jung nos habla de “imágenes primordiales”, símbolos universales relacionados con las experiencias compartidas que han quedado dentro del inconsciente colectivo -como una suerte de patrones de comprensión de la realidad. Para llevar estos conceptos a la literatura, Christopher Vogler (en su Writer’s journey) nos dice que los arquetipos no son personajes fijos que no modifican roles a través de la narración, sino “conductas” que cumplen un papel en determinado momento de acuerdo a las necesidades del relato: el personaje irá mutando en diferentes arquetipos según sea necesario. Del mismo modo, los arquetipos cumplen dos funciones primordiales: La psicológica (¿Qué representa?) y la función dramática en la historia. Recordemos: drama es acción.

La palabra “arquetipo” viene de la antigua Grecia, sus raíces están en la palabra  “Arjé”, antiguo, y “Typos”, modelo. Jung la retoma para su teoría y define doce tipos primarios de arquetipos  que simbolizan  las motivaciones humanas básicas; a su vez los doce arquetipos están divididos en tres segmentos, “Ego” “Alma” y “Si mismo” (Ego, Soul y Self).

Un rápido repaso:

Ego:

El inocente: Utópico, romántico, tradicionalista, soñador, ingenuo.

El hombre común: El “húerfano”; realista, sólido, empático, carece de pretensiones.

El héroe: Guerrero, jugador en equipo, valeroso, siempre triunfante.

El cuidador: El “santo”, caritativo, desprendido, altruista, odia el egoísmo, pero teme a la ingratitud.

Alma:

El explorador: Individualista, fiel sólo a si mismo, ambicioso.

El rebelde: Revolucionario, sedicioso, salvaje, radical

El amante: Desea experiencia, pero teme a la soledad. Pasional, comprometido, agradecido.

El creador: Perfeccionista, creativo, hábil, teme a la ejecución mediocre.

Si Mismo

El mago: Su misión es hacer lo imposible, posible. Visionario, carismático, manipulador.

El gobernante: Responsable, líder, ansía el poder, autoritario.

El sabio: Inteligente, experimentado, analítico.

El bufón: Alegre, frívolo, vive en el instante, teme a la rutina.

¿Cómo influyen los arquetipos en la construcción de un personaje y de una historia? Para ser breve me ceñiré al ejemplo del “Viaje del héroe” (probablemente el mejor explorado). Al principio del artículo hablaba de un tal Campbell, mitógrafo autor de “El héroe de las mil caras”. En él, Campbell retoma los arquetipos jugianos y explora el viaje del héroe en diversos mitos y literaturas, obteniendo un patrón que divide en doce estadíos. Si tomamos cualquier épica (incluso las modernas, como Lord of the rings, Harry Potter, Matrix o Star Wars) nos encontraremos con el patrón que Campbell propone. En breve, son:

1-Mundo ordinario: La vida cotidiana del protagonista, implica un status quo que puede no ser satisfactorio, pero es estable.

2-La llamada de la aventura: Se presenta un problema, desafío o posible aventura que amenaza con romper el status.

3-El rechazo de la llamada: El héroe se resiste a romper el status, puede que se considere indigno o que fuerzas externas se lo impidan, es común que se muestre incrédulo ante el llamado o que el miedo pueda más que la aventura.

4-Encuentro con el mentor o ayuda sobrenatural: Encontramos a nuestra segunda figura arquetípica, el mentor o viejo sabio, que se encargará de hacer que el héroe acepte su destino. Por lo general es un hombre viejo, sabio y excéntrico.

5-Travesía del primer umbral: Al cruzar el umbral (físico o metafórico) el héroe ya no puede dar marcha atrás. El cruce del umbral tiene cierto sentido ritual, conlleva peligro y ofrece un pequeño atisbo del mundo extraordinario que le espera al héroe. Es usual que veamos aquí al primer antagonista.

6-Pruebas, aliados y enemigos: El entrenamiento del héroe y su iniciación; se pondrá a prueba su valía y pureza de espíritu, conocerá a sus aliados incondicionales y el enemigo y sus propósitos irán tomando forma a la vez que el héroe aprende las reglas del mundo extraordinario. Tanto aliados como contrincantes suelen partir de arquetipos: maestros, servidores, jugadores, antiheroes, etc.

7-Acercamiento a la cueva interior: durante su recorrido, el héroe conoce el éxito, la “apoteosis”. Ahora, deberá prepararse junto con sus aliados para la prueba final.

8-Ordalía: El héroe se enfrenta a la prueba más grande que hasta ahora ha enfrentado, probablemente a su más grande temor. Su “entrenamiento” puede haber concluido, pero esta vez el desafío es a éxito o muerte y ésta última metafórica o literal- suele traer consigo una nueva vida.

9-Recompensa: la celebración del triunfo, el héroe ha triunfado. El peligro aún acecha.

10-Camino a casa: El héroe debe volver con urgencia al mundo ordinario, ya con la recompensa ganada.

11-Resurrección: En el clímax, el héroe enfrenta una última prueba, y debe usar todo lo que ha aprendido. Retará a la muerte y saldrá victorioso, purificado y en paz.

12-Regreso con el elíxir: El héroe regresa al mundo ordinario con el “elíxir” que, en potencial, le permitirá ayudar a su “mundo” natal y transformar la realidad.

Creo no equivocarme si afirmo que el proceso de entender las raíces y motivaciones de un personaje  no son menos que fascinantes para cualquier lector asiduo o escritor. Todos los textos de ficción que atrapan a quien lo lee tienen un punto en común -más allá de filias y fobias personales: están contando algo. Puede sonar burdo al principio (¡Toda historia cuenta algo!), pero no hablo de argumentos sino de discurso. Un buen libro siempre tiene la pluma de un escritor que necesitaba desesperadamente contar su verdad, vomitar entrañas, amores, odios y miedos en el papel. Al final, los personajes serán encarnaciones no del autor mismo sino de la visión que tiene éste del mundo que le rodea; el escritor enviará a sus creaciones a existir sin más armas que su voz desnuda y a la espera de un lector que logre escucharlos y les de un breve instante de su tiempo, de su historia, de su vida. Escribir un personaje es una gran responsabilidad.

maya-dragon-vencidoMaya Jurado

Escritora, guionista de historieta, cinéfila obsesiva, bibliófila compulsiva, melómana violenta, comiquera adicta y -todo sea dicho- cafeinómana confesa. A la fecha sigue prófuga de la SOGEM y el Centro de Capacitación Cinematográfica; puedes encontrarla en el blog “La Caja del Diablo”, en TwitterFacebookPinterest o en algún oscuro tugurio haciendo tratos sucios para aumentar su colección de dinosaurios y robots. Su lema -que hace honor a la inmortal Tucita- reza: “¿Pa’ qué me dejan sola si ya me conocen?