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HIC SVNT DRACONES

Rodolfo JM

Para L, que cree en dragones

 

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Los cartógrafos de la antigüedad tenían una curiosa costumbre para indicar en sus mapas aquellas zonas inexploradas o de acceso prohibido: dibujaban monstruos. Entre ellos, los monstruos marinos destacan por su variedad y exotismo. Una legión de peces y crustáceos enormes pueblan aquellas aguas ignotas, pero si hay una criatura cuya presencia destaque no es otra que el dragón. De hecho, la frase en latín que se utilizaba para acompañar los dibujos en los mapas era: Hic svnt dracones. “Aquí hay dragones”.

Dicha frase ha sido motivo de algunas controversias relacionadas con su antigüedad y uso (hay quien opina que la frase original es Hic svnt leones, “Aquí hay leones”, utilizada por los cartógrafos del imperio romano). Sin embargo la polémica que más ha perdurado es la de su veracidad literal. Es decir: ¿existieron los dragones? Un vistazo a la historia antigua podría hacernos creer que sí. Ahí están, presentes en diversos pueblos que poco o ningún contacto tuvieron entre ellos: Tiamat y Quetzalcoatl; los benévolos dragones chinos y los malvados dragones de la mitología germana, e incluso el dragón rojo de siete cabezas del que habla el libro del Apocalipsis y que no es otro que el mismísimo diablo. Los estudiosos explican que la creencia en dragones se basa en hallazgos de restos de reptiles mayores, cocodrilos gigantes e incluso dinosaurios; pero sobre todo que el dragón es un símbolo y que su presencia en un mapa no es otra cosa que una alusión a lo desconocido.

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En su ensayo de 1974, “¿Por qué los americanos tienen miedo de los dragones? (Why americans are afraid of dragons?)”, Ursula K. LeGuin hace una interesante comparación entre los dragones y las obras producto de la imaginación (works of the imagination), y en particular de la literatura fantástica. Resulta interesante detenerse en un detalle: para LeGuin toda literatura es una obra de la imaginación, por ejemplo novelas tan dispares como “La guerra y la paz” o “La máquina del tiempo” pertenecen a un mismo plano, aunque sus temáticas sean distintas. Aún más interesantes resultan las razones que ofrece para explicar el rechazo de los americanos a las obras de imaginación, y en particular a las de fantasía. Este rechazo, dice, no es una característica exclusiva de los americanos y podemos encontrarlo en lugares como Francia, de hecho: si no fuera por Alemania e Inglaterra, países con una rica tradición fantástica, se podría creer que se trata de algo propio de países tecnológicamente avanzados, y que la cercanía con la literatura fantástica es consecuencia de una visión del mundo basada en el pensamiento mágico. Pero si algo refleja este rechazo a las obras de la imaginación, explica LeGuin, es una mentalidad puritana y machista en la que todo lo que se realiza por placer y no reporta intereses inmediatos, es más que inútil: pecaminoso. Que un maestro lea, excelente. Es su trabajo, su obligación, le pagan para ello, pero que lo haga un ingeniero…

Cuando lee, si lo hace, el puritano se limita a los libros económicamente exitosos. Los best sellers. En el mundo del puritano el éxito económico es algo a lo que hay que rendir culto, y al leer un best seller, en un acto de auténtico pensamiento mágico, el puritano cree participar de dicho éxito. Cuando escribe, si lo hace, el puritano olvida estar construyendo una obra de imaginación y cree que su visión del mundo y la condición humana es la mejor interpretación posible de la realidad. El puritano se considera un “realista”.

En cuanto a la fantasía, nos dice Ursula, ésta no tiene nada de infantil, aunque los niños sean los más habituados a ella. Lo fantástico puede no ser factual, pero es verdadero, influye en el mundo, crea y destruye. Y esto lo saben muy bien los niños, y los adultos, no en balde tantos de ellos tienen miedo a que la fantasía, esa región oscura e incontrolable de su propia imaginación, pueda invadir su mundo civilizado. Por eso si para el puritano imaginar es malo, fantasear es peor.

 

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Los americanos sobre los que escribe Ursula K. LeGuin en su ensayo, estadounidenses de la primera mitad de los años 70’s, han cambiado. El mundo entero lo ha hecho, y la tecnología ha sido parte culpable. El comic, el cine, la televisión, pero sobre todo Internet y los equipos personales de cómputo y telefonía, han modificado drásticamente las reglas del juego. En 2009, un bloguero de nombre Richard Akerman asistió a una plática que daría Ursula K. LeGuin en el Festival de Escritores de Otawa. Su objetivo era preguntar a la escritora si creía que en estos tiempos de Harry Potter los americanos seguían teniendo miedo de los dragones. La respuesta, escribe Akerman en su blog ( http://tiny.cc/7qqtxw ), fue un “sí”, aunque matizado. Es decir que sí, que cierto tipo de fantasía pareciera haber ganado aceptación popular y conquistado el mercado, que los géneros narrativos se han diluido y que algunos autores dedicados a la ciencia ficción o a la fantasía consiguen de cuando en cuando el favor de la crítica “culta”, pero que este reconocimiento está dirigido al autor (su ingenio, su manejo del lenguaje, etc…) y no a la literatura fantástica, a la que se sigue considerando un producto para niños y adolescentes. Así, el ensayo de Ursula sigue más vigente que nunca. Basta cambiar la palabra “americanos” por la palabra “gente” para darnos cuenta de ello. De poco sirve que ahora fabriquemos dragones de juguete y de todos los colores posibles. Les seguimos teniendo miedo.

Se dice que la literatura fantástica es una invención de la literatura culta del siglo XIX. Con igual justicia podríamos decir que la literatura moderna es invención de esa misma alta cultura dominante del siglo XIX, la misma que impuso su visión progresista del mundo a todas las demás cosmogonías. No es gratuito que desde entonces, cuando aparece una obra de la imaginación que escapa a las convenciones al uso, se le catalogue como “literatura fantástica”, es decir: lo que está fuera del continente de la “literatura general”, y resulta una lástima que ese continente sea tan pequeño e inestable en comparación con el amplio mundo que le rodea, desconocido, inexplorado, habitado por dragones.

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Foto 77Rodolfo JM (Ciudad de México, 1973)

Ha obtenido el Premio Nacional de Cuento Julio Torri en 2007-2008, el Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción en 2011, así como mención honorífica en el Premio Nacional de Literatura Policiaca en 2007. Ha publicado los libros de cuento: Todo esto sucede bajo el agua (Fondo Editorial Tierra Adentro 2009); Negras intenciones (Jus 2010); y El abismo: asomos al terror hecho en México (Ediciones SM, 2012)