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Bitácora de Navegación del Nautilus 32

INCIERTA

 

Marina Ortiz

 

Estoy buscando algo, un lugar. Esta nave, el Nautilus, me lleva a diferentes mundos donde creo que hay una pista de él. Busco la respuesta a una pregunta que no se puede formular bien. Pero suelo escuchar susurros, señales, en el canto del agua.

En la lluvia, el mar, los reflejos de una alberca, en el juego del arroyo o la potencia del Río.

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Figure in Water (1960) / Leonora Carrington

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El agua es uno de los elementos más fundamentales de la mitología. Podríamos decir que es el más importante, pues los demás (aire, tierra, fuego) no fructifican sin él: sea en antagonismo, relación o unión. Simboliza fecundidad, pureza, tránsito, lo indómito o lo absoluto. Origen y destino para las cosmogonías egipcias, nórdicas, griegas y muchas más. El Diluvio está presente, prácticamente, en todo el mundo. Hogar de monstruos, guardianes y fantasmas.

Sus deidades se han formulado en oposición complementaria. El agua femenina y lunar que canta, sana, seduce, embellece, inspira, devela futuros, protege, crea, purifica, ilumina en sabiduría y reproduce la prosperidad, la riqueza, la fortuna, la paz. El agua masculina que ataca, retiene y detiene, amenaza, destruye, enferma, cura, se encapricha, hechiza, engaña, instruye, fertiliza, aterra y sume al mundo en su caos primigenio. Agua de manantial, arroyo e irrigación; agua de mar, montaña y trueno. Horizontal, vertical. La serpiente[1].

Joseph Campbell dice que el agua es un símbolo del inconsciente. “El torrente surge de una fuente invisible y su punto de entrada es el centro del círculo simbólico del universo, el Punto Inmóvil de la leyenda del Buddha, alrededor del cual puede decirse que el mundo gira. Bajo este punto se halla la cabeza de la serpiente cósmica que sostiene la Tierra, el dragón, símbolo de las aguas del abismo que son la divina energía creadora de la vida y la sustancia del demiurgo; el aspecto generador del mundo del ser inmortal. El árbol de la vida, por ejemplo, el universo mismo, crece en este punto” (p. 30, énfasis mío)[2].

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La transformación es su esencia y condición: todo lo que toca, cambia. Otorga otros cuerpos, otras sabidurías, otras vidas.

Creo que está ambivalencia derivó de la comprensión/concepción de un mundo cíclico. Donde se podía vivenciar y atestiguar la impregnación y apropiación del agua en las cosas; cómo su propia disolución permitía la (re)generación de lo Otro. Por eso se le asocia como un elemento de renacimiento, de la vida, como la sangre, como la salvia. Dice Chevalier en el Diccionario de símbolos (1988) que  “si bien las aguas preceden la creación, es bien evidente que siguen estando presentes para la recreación. Al hombre nuevo corresponde la aparición de otro mundo.”  (P.56).

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El ciclo del agua permitió entender al tiempo (no tanto a determinarlo o medirlo, pues eso concierne a la tierra, a los astros danzantes) y así se posibilitó la vida humana gracias a la agricultura, al ordenamiento que requirió (observando las estaciones de la lluvia, los lagos, los arroyos…). El agua permitió un manejo bastante equilibrado del espacio, mesurado a las posibilidades de la mano humana y por eso las imágenes oscilan entre un extremo de gracia, abundancia y vida con otro de muerte, destrucción y temor. Por eso el cronotopo mítico versa sobre una relación ambivalente con la naturaleza, que tanto otorga como quita, que conquistamos con grandes esfuerzos y nos derrota con facilidad. La grandeza de la pequeñez humana frente a la inmensidad del mar. Tántalo se burla de Zeus.

En la última columna hablé de la incógnita que nos depara cuando el mundo ya no es ni cíclico ni estable. Tanto se esforzó la Ilustración por quitarnos el miedo a la naturaleza y erigirnos como supremos maestros de ella, a usarla a nuestra conveniencia y capricho, para terminar por dinamitar el futuro mismo que prometió. Tanto se esforzó por borrar el mito que ignoró que ella también lo era. Ahora nos acercamos a un precipicio. Nos jactamos de mirar al Abismo pero nos aterra cuando nos mira de regreso. En términos coloquiales, el humano se quiere llevar pero no se aguanta. Pero, como dice el dicho, “el que se sube, se pasea”.

En ámbitos literarios y ecológicos se habla de re-imaginar nuestro rumbo en el mundo. Para cambiarlo, o soportarlo, mitigar o revertir. Recuperar. Es de mi humilde opinión que ahora más que nunca necesitamos del mito. Más y más me parece imperante el “retorno” a él (como si alguna vez lo hubiéramos abandonado, o él a nosotros). Los mitos no están en el pasado y no mueren. Más y más me convenzo de que el pasado no es el pasado. Que la muerte no es la muerte. La sabiduría consiste, tal vez, en escuchar la voz del tiempo. La voz del mito.

Repensar el extractivismo que me rodea y que nos roba de la imaginación. Es fácil sentirse dispersa, o a la deriva. Actuamos desde la incertidumbre y hacia ella.

Gastón Bachelard dice que el agua es un “ser total”: “(…) tiene un cuerpo, un alma, una voz. Quizá más que cualquier otro elemento, el agua es una realidad poética completa. Una poética del agua, a pesar de la variedad de sus espectáculos, tiene asegurada su unidad. El agua le sugiere necesariamente al poeta una obligación nueva: la unidad de elemento. Sin esta unidad de elemento, la imaginación material no queda satisfecha y la imaginación formal no alcanza a ligar los trazos dispares.” P. 30[3]

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La poética también es un reimaginar. El agua evoca omnipresencia y verdad inamovible. Pero no de impermanencia, eso sería desidia; y potencial, capitalista. No ayudan. Tal vez de escucha, integración, y paciencia. De profundidad, intimidad, destino y muerte cotidiana (Bachelard). De ciclo. De estaciones. Tal vez estamos en un invierno de la imaginación, o una cruel tormenta de verano. Tienen su motivo de ser. Habría que escucharlos.

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[1] Tal vez empiezo a entender por qué Tiresias fue transformado en mujer al golpear a dos serpientes copulando.

[2] En El héroe de mil caras (1949).

[3] El agua y los sueños (1942).

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Ana Marina Ortiz Baker

(Monterrey, Nuevo León)

Soy Licenciada en Letras y Maestra en Literatura Hispanoamericana.

Los temas que me apasionan son la fantasía, la ciencia ficción, el cyberpunk, el cuerpo, la mujer, los espacios, los mitos y la naturaleza.

Me encanta indagar en los significados que sostienen un mundo ficticio y últimamente me siento muy cautivada por la sabiduría que lo mítico nos devela.

Me gusta mucho tejer, visitar ríos y arroyos, leer, el color beige, El señor de los anillos, Star Trek, los pulpos, los tornados y el melodrama.

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