RÍO DE PALABRAS
Alejandra Rodríguez Montelongo
¿Para qué escribimos? ¿Cuál es la razón que nos lleva a plasmar una a una las palabras para llenar el papel? ¿Es acaso la necedad de romper el vacío con palabras? ¿O la necesidad de negar la soledad y sentir que hablamos con alguien, con nosotros mismos o con un aún inexistente y potencial lector? ¿Escribimos para los otros o para nosotros? A lo mejor es todo ello. La lucha de romper el silencio, el vacío, la nada que nos observa desde el papel en blanco como reflejo de una mente igual, nebulosa.
Claro, podríamos negar que la mente está vacía arguyendo que de ella salen las ideas, ¿pero acaso no las formulamos, damos orden y las hacemos salir en el momento de escribir o hablar, así sea mentalmente? Escribimos para plasmar una parte de nosotros, para romper los límites de nuestro cuerpo y dar forma a las sensaciones e ideas que nos habitan, para reconocerlas; escribimos para comunicarnos, así sea con nosotros mismos. En resumidas cuentas, escribimos para sobrevivir. Ese es el origen y la verdadera razón por la que se inventan cosas y se origina el arte. Quiero creer que, si existe un Dios, él mismo creó todo con esa misma finalidad, sobrevivir.
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¿A dónde voy con esto? Hace tiempo leí “Río subterráneo” de Inés Arredondo, un cuento que parece contarnos la historia de una familia condenada a la locura. Sin embargo, al finalizarlo, una pequeña incomodidad permaneció conmigo. De alguna forma, sentía que el cuento de Inés Arredondo iba más allá de la historia de esta familia. Al releerlo comprendí el origen de mi incomodidad. La narradora de “Río subterráneo” no sólo hablaba del proceso de la locura, sino de la importancia de la creación como método de sobrevivencia a ese destino impuesto. El texto es un cuento, una carta y una advertencia. La narradora, mediante el formato epistolar, se dirige a su sobrino, pero al momento de acercarnos al texto nosotros mismos nos envolvemos en el juego y nos transformamos en el sobrino.
He vivido muchos años sola, en esta inmensa casa, una vida cruel y exquisita. Es eso lo que quiero contar: la crueldad y la exquisitez de una vida de provincia. Voy a hablar de lo otro, de lo que generalmente se calla, de lo que se piensa y lo que se siente cuando no se piensa. (Arredondo, 2019, p. 86)
El cuento inicia con estas líneas y a lo largo del texto permanece narrado por un personaje femenino sin nombre que cuenta cómo sus hermanos, Sergio y Sofía, intentan comprender la locura de Pablo, el mayor de los hermanos, y cómo a causa de esto los dos van perdiendo la cordura. A lo largo de la carta, la protagonista le advierte a su sobrino, el hijo de Pablo, que por ningún motivo debe de ir a buscarlos o intentar entender lo ocurrido, pues ello significaría su condena a la locura.
Mediante la carta, la narradora le explica a su sobrino cómo Pablo llegó a quemar la casa que le correspondía por herencia y lo incita a vender la propiedad para no tener que ir ni verse tentado a ello. La narradora describe la casa detallando una escalinata singular que baja lentamente en largos peldaños, hace una explanada y vuelve a bajar hasta desembocar a las orillas de un río. En la explanada, resalta que a cada lado fueron socavadas dos habitaciones, que soportan la parte de arriba de la casa y parece que siempre estuvieron ahí.
La descripción arquitectónica resulta aún más interesante observada desde el topoanálisis o el simbolismo. Según Bachelard, “la casa es nuestro rincón del mundo” (2000, p. 28), “es el primer mundo del ser humano” (2000, p.30), donde comienza nuestra vida y echamos las primeras raíces. Para Bachelard, la casa debería de significar un lugar de ensoñación, no obstante, para la narradora la casa se sostiene en cuatro habitaciones tal vez destinadas a recluir a cada uno de los hermanos cuando la locura los domine.
La casa, origen y destino de los hermanos, es moldeada por ellos, la modifican para transformarla en una especie de manicomio. Un lugar de reclusión voluntaria a la espera de la locura. No es casualidad que las habitaciones destinadas a la reclusión de los hermanos se encuentren debajo de la casa y no en un piso superior o en el lote baldío de Sergio. Para Bachelard, el sótano se asocia al inconsciente, en contraposición al desván donde “la experiencia del día puede siempre borrar los miedos de la noche. En el sótano las tinieblas subsisten noche y día” (2000, p. 39).
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Pensemos más aún que en esta casona de provincia la oscuridad será mayor, pues la narradora recuerda la luz del quinqué mientras esperaba la llegada de los revolucionarios cuando ella era aún una niña. Y, aun suponiendo la presencia de la electricidad, Bachelard reconoce que a pesar de que en la actualidad la luz eléctrica ilumina todos los rincones “el inconsciente no se civiliza, él sí toma la vela para bajar al sótano” (2000, p. 39). “El sótano es entonces locura enterrada, drama emparedado” (Bachelard, 2000, p. 40). No obstante, esta familia, en lugar de ignorar el sótano, lo construye, crean las escalinatas para bajar a él y habitarlo.
Paradójicamente, la construcción de las escalinatas parece ser también la clave que mantiene cuerdos a Sofía y Sergio. Mientras se enfocan en la creación de ésta resisten a la locura. Cuando Sergio comienza a experimentar los delirios expresa:
Quiero encontrar una cosa tersa, armónica, por donde se deslice mi alma. No esos picos, estas heridas inútiles, este caer y levantar; más alto, más bajo, chueco, casi inmóvil y vertiginosos. (Arredondo, 2019, p.95)
Sergio experimenta la locura como un grito y una caída, y es Sofía quien concibe la idea de la escalinata, bella y armónica, de largos peldaños que se extienden para volver a bajar creando una pendiente suave, tal vez la pendiente perfecta donde Sergio pueda deslizar su alma sin caer. La determinación de Sofía es darle algo real a lo que su hermano se pueda aferrar y expresa:
Le hace falta apoyo. Algo real, material, a lo que pueda agarrarse. (Arredondo, 2019, p. 96)
La solución la encuentra en la creación:
Así inventó Sofía la escalinata, o más bien hizo que Sergio la inventara. Los obligó a imaginarla, y después a calcular, a medir peldaño por peldaño la proporción, el terreno, el declive, el peso de la casa, que debía quedar allá arriba, firme, como si ella y la escalinata fueran la misma cosa. (Arredondo, 2019, p. 96)
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¿Y qué es la locura sino la pérdida del sentido de la realidad? En el momento en que el ser humano pierde de vista, lo real comienza a caer en la angustia y los trastornos mentales. De tal suerte, algunas terapias, como la terapia ocupacional y el arte terapia, toman como herramienta la creación para mantener anclado a la realidad al sujeto. “Escribir resulta ser un poderoso instrumento terapéutico que permite combatir la enajenación que puede dominar al individuo, y dejarle entrever los fantasmas que lo habitan: la búsqueda de la perfección léxica como práctica de salud psíquica e intelectual” (Kohan, 2002, p.12).
De la misma manera, Sofía primero busca no despertar la angustia en su hermano mediante el uso adecuado de las palabras y, posteriormente, cuando el problema se agrava, no lo lleva con los doctores, sino que intenta anclar a su hermano a la tierra mediante la construcción de la escalinata. Así también la narradora, conocedora de su destino, se autoproclama “guardiana de lo prohibido, de lo que no se explica, de lo que avergüenza” (Arredondo, 2019, p. 86). Es decir, de la locura, y decide, al igual que Sofía, construir una pendiente, una escalera al inconsciente que le ayude a atarse a la realidad por un tiempo.
Sin embargo, para tal empresa la narradora no hace cálculos sobre el peso o el declive. La pendiente que la narradora construye es con palabras. Aúna la idea de la escalera con la enseñanza de Sofía sobre cuidar las palabras exactas para no despertar la fiera que acechaba en cada uno de ellos. Escribe a su sobrino. El acto de creación es comparable a la actitud de su hermana Sofía, quien “empleaba todo el día para buscar el modo, las palabras para decir las cosas, tomando siempre en cuenta, en primer lugar y, antes que nada, la angustia de Sergio” (Arredondo, 2019, p. 93), “porque el primer grito dejaría en libertad a la fiera” (Arredondo, 2019, p. 94). De igual forma, la narración está escrita de forma pulcra, cuidada, con un tono acompasado y lleno de mesura; no sentimos emociones agitadas ni pensamientos violentos, de la misma manera en que Sofía le hablaba a Sergio, la narradora le habla a su sobrino.
La intención de la narradora pareciese ser la de disuadir a su sobrino, sin embargo, esto termina por convertirse en un mero pretexto para ordenar en el papel su propia vida. Desde el inicio lo advierte, quiere hablar de esa “vida cruel y exquisita (…), de lo que generalmente se calla (…), de todo lo que se ha ido acumulando en un alma provinciana que lo pule, lo acaricia y perfecciona” (Arredondo, 2019, p. 86). La narradora lo que hace es reordenar su vida a través de la escritura para comunicarse con su sobrino, sí, pero, sobre todo, para explicarse a ella misma, para pulir las vivencias y ordenarlas, no en orden cronológico, sino en un orden significativo. Después de todo, “el acto de escribir tiene dos facetas fundamentales: la dispersión de sí mismo y su reagrupación” (Aguilar, 2017, p.220). Al momento de escribir, el individuo debe recogerse en sí mismo para desintegrarse y recomponerse desde la subjetividad. Para dar orden y sentido a las vivencias.
Silvia Kohan menciona que “a veces, escribir, más que una vocación es una compulsión: volcar los sentimientos sobre el papel parece la única manera de liberarse de los demonios interiores” (2002, p. 9). Demonios personales que cada quien cargamos pero que parecen habitar a todo ser humano. En el cuento de “Río subterráneo” llama la atención la estructura de la casa, pues nos la describen como una casa de fachada normal pero que al entrar resulta desconcertante por la escalinata construida que lleva al margen un río. Exquisita metáfora del ser humano.
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Avanzamos mirando rostros en apariencia normales, no obstante, hay algunas personas que al igual que esa casa han construido una escalinata al subconsciente y a la locura. De la misma manera, la imagen del río subterráneo nos hace considerar todos los ríos invisibles que hay debajo de las casas, la fuerza nocturna que nos habita a cada uno de nosotros y que en el momento menos pensado puede llegar a desbordarse sumiéndonos en lo insano.
La narradora juega el papel de quien escribe y va eligiendo las palabras una a una para explicarse a sí misma su pasado y su destino, más que comunicarse con su sobrino se construye a ella misma y se aferra a la realidad mediante su propia escalinata de palabras. No obstante, las escaleras funcionan mientras se les construye, pero, una vez terminadas, si no se pasa a crear algo nuevo, esas mismas escaleras nos conducen a la locura.
Para Sergio y Sofía no basta la creación, es necesario también tener alguien por quien resistir “para que nunca tengas que venir, para que no te veas obligado a esta vigilancia que termina cuando no hay por quien resistir. No vengas nunca” (Arredondo, 2019, p. 99). Sergio resistía por intentar comprender a Pablo, Sofía resistía para anclar a Sergio a la realidad y la narradora, a su vez, parece resistir por cuidar de Sofía y para advertir a su sobrino.
Al releer y analizar la carta, nosotros también bajamos la escalera hasta encontrar el río. Como lectores, entonces, nos podemos preguntar qué nos ancla a la realidad. ¿Qué escaleras, qué arte, qué textos, que palabras hilamos con tal de ignorar el aullido de la locura? ¿Por quiénes nos obligamos a resistir? Tal vez en el fondo todo arte, toda creación, sea un intento vano de aferrarnos a la cordura, sin darnos cuenta que esa misma creación nos conduce a los abismos de nuestra psique.
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AQUÍ puedes leer el cuento.
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REFERENCIAS
Aguilar, M. (2017). “La práctica de la escritura en Foucault: literatura, locura, muerte y escritura de sí”. Dorsal. Revista de Estudios Foucaultianos, 2, 219-244.
Arredondo, I. (2019). “Río subterráneo”. De amores y otros cuentos. México: Asociación Nacional del Libro.
Bachelard, G. (2000). “La casa del sótano a la guardilla. El sentido de la Choza”. La Poética del espacio. Argentina: Fondo de Cultura Económica.
Kohan, S. (2002). La escritura como búsqueda. España: Editorial Alba.
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Alejandra Rodríguez Montelongo
Zacatecas (1993).
Psicóloga y maestra en Literatura Hispanoamericana.
Suele conjurar lo fantástico y lo siniestro escondido en la tinta de las escritoras.
Es autora del libro de cuentos Canto de enredaderas (2021).
Ha sido becaria del PECDA y fue reconocida en 2021 con el Premio Estatal de la Juventud (Zacatecas) en la categoría de Literatura.
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