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Bitácora de navegación del Nautilus 14

LA BRISA DE LOS ÚLTIMOS DÍAS

 

Marina Ortiz

 

Desde hace varias semanas, mi fascinación con las historias de desastres naturales se ha profundizado. Es una fusión entre sentimientos ecológicos, mi disfrute culposo por las películas de acción “malas” y algo más que no he podido precisar —algo suave y luminoso, melancólico y anhelante.

Las ficciones sobre cataclismos conllevan una inevitable vena de lo trágico: hasta la película más inverosímil y “palomera” habla del dolor de la pérdida de la vida y la estabilidad material, el costo que tendrá la reconstrucción y lo precario que es el andar humano por el mundo. Por ejemplo aquella del terremoto en la falla de San Andreas con “La Roca” Johnson, donde debe sortear un tsunami en un bote y, cuando está a punto de alcanzar la cresta de la ola, ¡aparece un gran buque que deben esquivar! Incluso ahí está el discurso sobre la resiliencia, la fortaleza y la unión entre las personas.

Estas historias, en especial las películas, son un rostro accesible de la muerte. El tono oscila entonces entre una experiencia estética disfrutable, dramática y empática, y una reflexión seria, compleja y sensible de lo que sería el suceso más trascendental que cualquiera podría vivir: la muerte de toda nuestra sociedad. Así fue mi experiencia al leer la antología Así se acaba el mundo: cuentos mexicanos apocalípticos (SM, 2012). La mirada humorística, burlona y hasta cínica danzaba con otra melancólica, más filosófica y amable. Ambas posturas son comprensibles, porque el fin de la humanidad implica el fin de todo lo que vemos de despreciable y patético en nosotros mismos, la banalidad de la vida moderna y el absurdo de las convenciones sociales, pero también de aquello que admiramos y valoramos en lo más hondo de nuestro corazón, como nuestras mascotas, nuestra familia, nuestras memorias y pequeños placeres.

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Es mi humilde sentir alejarme de las perspectivas más socarronas, tal vez porque le tengo un temeroso respeto a la muerte y la idea de que todo lo que amo desaparezca en un vaporoso instante me es insoportable. Pienso, también, que es por eso que disfruto las historias de desastres porque suelen tener finales felices: los héroes superan todos los obstáculos y, cuando por fin las aguas se tranquilizan y observan el panorama derruido, vemos que otros tantos también han sobrevivido.

Sin embargo, debo reconocer que el fin llegará —me toque presenciarlo o no— y que eventualmente todos nos extinguiremos como quien sopla una vela. ¿Cómo enfrentar la certeza de lo temporal, de que la existencia es en esencia pasajera y que llegará el día en que veré un último anacarado amanecer sin saber que es el último? Entonces, extiendo sobre la mesa del puente de mando de Nautilus el mapa de Yokohama kaidashi kikou (1994-2006), un manga de ciencia ficción y slice of life que he ido leyendo con el paso de los años. Trata sobre una chica androide (Alpha) y su vida administrando un café en un Japón post-apocalíptico reinado por la calma y la parsimonia. No se nos explica cómo sucedió el declive de la humanidad, aunque es evidente que el cambio climático ha afectado las estaciones, los niveles del mar han inundado buena parte de las cosas y el monte Fuji hizo erupción en la memoria reciente. Mientras su dueño está de viaje, Alpha pasa sus días tomando fotografías, atendiendo a una escasa clientela, visitando a sus amigos, paseando en su motocicleta por la orilla del mar, tocando el yuequin (un pequeño laúd chino) o yendo a Yokohama a reabastecerse.

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El mundo vivió una gran transformación. La teleología moderna ordenaba el tiempo y el espacio hacia un Gran destino, siguiendo una narrativa lineal y progresiva el humano iba en pos de un Futuro coherente y significativo; todo tiene un propósito claro, la tecnología, las ciudades, la economía, el entretenimiento, las relaciones sociales, la religión, etc. Ese Futuro es el Progreso. Pero dicha historia se ha terminado, la línea se desbarata, se abre y forma un círculo plano: la vida se contiene en los límites de la naturaleza y del cosmos, discernibles hasta cierto punto con la ciencia, y así se cierne sobre ella una apertura de lo infinito indefinido, que también es la llaneza de lo inmediato. Son los límites del horizonte que el ojo alcanza a discernir y que nuestros pies podrían llevarnos, y arriba, un cielo de interminable color. No hay un destino al cuál llegar. El presente se ensancha y los personajes gozan de una consciencia plena en el aquí y el ahora. El final de la humanidad es lento, como una noche de verano.

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A falta de un Gran Proyecto, la sencillez de lo ordinario cobra un valor que siempre sentimos pero no siempre recordamos: necesitamos poco para ser felices, y nos rodea un mundo bello y vasto que nos acoge en sus paisajes, sus animales y sus veranos porque somos parte de ese maravilloso entramado. La melancolía, o nostalgia, permanece, más no hay resentimiento. El espacio está libre de cualquier inscripción significante, y ante nuestra falta de objetos para someterlo, minimizarlo o superarlo, recupera su magnitud. La tecnología nos da la impresión de ser ágiles y sabios, cuando también podemos encontrar tales virtudes en la montaña, el viento y las praderas.

El término “hopepunk” se refiere a esas historias en las que la esperanza es el cimiento firme de la rebeldía contra la opresión y la adversidad. La compasión vence a la traición, la gentileza a la hostilidad y la colaboración al egoísmo. Así que si el fin del mundo llega, sé que es posible enfrentarlo en la calma de una mañana apacible, en medio de una conversación afable con la gente que quiero, con un café en la mano, la lluvia susurrando contra la ventana y mis memorias resguardadas en algún lado, una fotografía o un libro, aunque nadie llegue a leerlas.

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Ana Marina Ortiz Baker

Soy de Monterrey, Nuevo León, México.

Desde la licenciatura estudio la ciencia ficción y la fantasía, y estoy por terminar una maestría en Literatura Hispanoamericana.

Mi tesis de investigación fue sobre el cyberpunk mexicano, en específico el tema del espacio y su relación recíproca con los personajes.

Me gustan los temas del cuerpo, la mujer, la ciudad, los mitos, la magia y la naturaleza.

Los conocimientos que tengo, que son un tesoro para mí, aún tienen mucho que crecer.

Twitter: @maro_baker

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