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LOCURA DEMONÍACA

el diablo está jugando contigo

Lorena Loeza

 

 

 

A menudo, cuando se habla de películas o géneros cinematográficos, se descubre que comúnmente hablar de cine de terror o de horror es lo mismo. Y más allá, el asunto se engloba en la nebulosa categoría de “películas de miedo”, que es todavía más difícil de definir como género, porque cada quien le tiene miedo a diferentes cosas.

Pero hay un modo de explicarlo con ejemplos sólidos. El terror se refiere a causas terrenales, cosas que existen en nuestro mundo y que se deben a causas explicables, aterradoras tal vez, pero reales a fin de cuentas. El horror se ubica en el contrario: las causas sobrenaturales de los fenómenos que nos provocan miedo. Sin embargo, esta dualidad aparentemente simple se complica cuando hablamos de ciertas evoluciones del género.

Pensemos por ejemplo en el cine de psicópatas. Asesinos a sangre fría cuya sed de matar, torturar, perseguir y mutilar proviene de una enfermedad mental, de un desorden de la conducta, de una anomalía genética o alguna otra causa que podrá ser aterradora, pero con una explicación plausible. Es el caso de la mayoría de las cintas que fueron concebidas pensando en un asesino real, como nuestro viejo conocido Ed Gein, a quien se le atribuye la inspiración para la creación de Psicosis (A.Hitchcock, 1960), La masacre en Texas (T. Hooper, 1974), y del asesino Buffalo Bill en El silencio de los inocentes (J. Demme, 1991), donde también conocimos cinematográficamente a Hannibal Lecter.

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Ed Gein era un ser terriblemente perturbado, pero pertenecía a nuestro mundo. Su historia resulta inspiradora para el género, porque introduce elementos que se volverían sitios comunes, debido al tremendo – y comprobado- impacto que generan: historias que ocurren en pequeños pueblos alejados de la civilización, uso de armas simples como cuchillos y navajas, perversiones asociadas al fetichismo de objetos, piel y cabello de las víctimas y un largo etcétera.

Sin embargo, el psicópata asesino pronto encontró elementos sobrenaturales que agregar a su perturbada condición. Y es aquí donde el asunto se vuelve complejo. Mencionemos -por ejemplo- personajes como Michael Mayers o Jason Vorhees, que a pesar de que sus desajustes mentales y de comportamiento son de explicación terrenal, no sabemos por qué no mueren a lo largo de una ya larga lista de secuelas.

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El cine empezó lentamente a realizar experimentos más serios de locura demoníaca, que fueron borrando la delgada línea entre los géneros de terror y horror. Híbridos entre la enfermedad mental y los eventos sobrenaturales generaron historias aterradoras que carecían de explicación científica suficiente. A la mitad entre racionalidad y superstición, encontramos algunos clásicos del cine de todos los tiempos, como es la trilogía de encierros y locura del director Roman Polanski, que comprende Repulsión (1965), El bebé de Rosemary (1968) y El quimérico inquilino (1976).

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Una obsesión personal combinada con una situación de soledad y enclaustramiento, es el hilo conductor de estas historias, en donde los elementos aterradores juegan en contra del protagonista y del espectador, para terminar por no saber si la locura es consecuencia de la acción sobrenatural, o si la maldad de los oscuros espíritus es provocar la inestabilidad de las personas. Tan difícil como responder qué fue primero, si el huevo o la gallina.

Las categorías entonces tuvieron que ser diferentes: más allá del terror y del horror, ¿qué hay? Thriller psicológico, suspenso sobrenatural, terror y suspense.. en fin, el asunto depende de qué predomine en el argumento: la noción de locura o el elemento demoníaco.

Y si hasta aquí no queda del todo claro lo complicado que resulta filmar sobre la maldad humana en estado puro, tomemos por ejemplo un gran clásico no sólo del horror de todos los tiempos, sino de la cinematografía mundial como es El exorcista (W. Friedkin, 1973). Ya Polanski había jugado con la posibilidad de que la presencia del demonio en la actualidad, pudiera narrarse desde un lujoso edificio de departamentos y reducirse para las personas en un desajuste producto de un embarazo complicado.

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Sin embargo, Friedkin lo llevó más allá. Esta es la historia de una pequeña niña que experimenta una posesión demoníaca, en pleno siglo 20, en una familia de padres separados que no profesan religión alguna. Polansky se había aventurado a hablar en su cinta El bebé de Rosemary del culto al demonio, pero Friedkin decide que la eterna lucha del bien contra el mal se apodere de la pantalla y se explique debido al elemental conocimiento de los espectadores acerca de una de las religiones más extendidas del mundo, la católica.

El punto aquí es que se busca la explicación científica, una de las razones que permitirían desechar supersticiones y ampliar el conocimiento. La sección de la cinta que incluye los estudios médicos es mucho más que un relleno para ahondar el misterio. Es una construcción que permite situar este quiebre entre el horror y el terror en una misma película. Son los médicos los que sugieren el exorcismo (¡hábrase visto!), y para ello se recurre a un sacerdote psiquiatra que duda de la naturaleza sobrenatural del evento a pesar de ser religioso.

Lograr incorporar los dos elementos es, en buena medida, lo que hace de esta cinta una curiosidad narrativa que provoca una impresión profunda en los espectadores, la quintaescencia del terror puro que, además, fijó muchos de los clichés del género que persisten aún día.

Pero la locura demoníaca siguió su paso por el cine a través de otras historias que hacían pensar que quizá más aterrador que el demonio es la locura misma. Claro ejemplo de esta posibilidad es otro clásico del género, El resplandor (S. Kubrick, 1980). Basada en una novela de Stephen King, la cinta se sitúa también en la delgada línea de la locura y lo sobrenatural para crear el aterrador personaje de Jack Torrance, un frustrado escritor que junto con su familia acepta ser el conserje de un hotel campestre por el invierno. El terror lo aportan las condiciones físicas de alejamiento, el encierro, la soledad. El horror, por su parte, se construye a partir del personaje de un niño con poderes psíquicos y macabras historias de muertes y fantasmas en el hotel. Lo que une ambos mundos es la locura de Jack Torrance al grado de que las visiones, las apariciones, el inexorable camino hacia la muerte y la violencia se confunde para el espectador a través de imágenes oníricas, que resultan terriblemente perturbadoras.

Nunca queda claro si es locura, destino, fantasmas. Si son las apariciones lo que enloquece a Torrance, o la locura de Torrance la que produce las visiones. La foto del final parece reafirmar el elemento sobrenatural, aunque también la del destino, la de volver al lugar donde se pertenece. Tan siniestra sentencia resulta tan perturbadora, que es difícil poner una etiqueta específica a la cinta.

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Otro buen ejemplo de la dificultad de establecer límites es una cinta más reciente, Berberian Sound Studio (P. Strickland, 2012), en donde un ingeniero de sonido, que trabaja en proyectos de películas horror en la Italia de los setenta, termina terriblemente perturbado. Las referencias a cintas de Polanski es obvia: mismos escenarios de soledad y encierro, además de una vida vacía y sin motivaciones, son los ingredientes perfectos para esta locura que parece ratos demoníaca y sobrenatural.

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Finalmente, la posesión satánica se fue ganando su lugar entre los espectadores, y la locura psicótica también. Lo parecidas que son una de la otra fueron borrando los límites no sólo entre géneros cinematográficos, sino también en la forma en que ambas cosas nos producen miedo y perturbaciones varias. Si alguien creía que la ciencia acabaría por explicar los desajustes emocionales que son parecidos – y confundidos- con la posesión satánica, llegaron a ser tanto o más aterradores que el demonio mismo. Cuando el diablo juega contigo, nadie está a salvo, ni los que están a tu alrededor. No hay dónde esconderse, ni siquiera detrás de nuestros más íntimos pensamientos. ¿No es verdad que ese es uno de nuestros miedos más antiguos, más íntimos y primarios? No respondan en voz alta si no quieren que alguien los descubra, pero ustedes saben que así es.

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lorenaNorma Lorena Loeza Cortés

Es Profesora de educación preescolar por la Escuela Nacional de Maestras de Jardines de Niños, Licenciada en sociología y Maestra en Estudios Latinoamericanos por la Facultad de Ciencias Políticas en la UNAM. En el año 2000 recibió la medalla Alfonso Caso al Mérito Universitario, por parte de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM.

Ha sido profesora e investigadora en universidades públicas y privadas, en organizaciones de la sociedad civil y el sector público.

Ha presentado ponencias en foros nacionales e internacionales en temas sobre análisis de presupuestos públicos, educación, salud, jóvenes, incidencia política y análisis cinematográfico.

En 2011 participó en la publicación colectiva Femmes Fatales, 13 escritoras hablan de cine de terror, coeditado por Editorial Samsara y Festival Macabro. Actualmente, también es colaboradora en Corre cámara, Artes 9 y Cineforever, sitios electrónicos especializados en Análisis Cinematográfico y de arte multimedia.