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LOS QUIJOTES DECADENTES

V

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Cuarta parte

Emiliano González

 

Los Quijotes cómicos e irónicos de los versos modernistas se ven acompañados por los Quijotes trágicos de las prosas modernistas. Las novelas De sobremesa (1896) de Silva y El triunfo del ideal (1901) de Dominici, escritas en una prosa atractiva y sorpresiva, describen quijotes nietzscheanos, perseguidos por destinos siniestros. En la novela de Silva, Zaratustra, con su águila y su serpiente, invita a los obreros a abandonar la piedad cristiana al hacer justicia con el patrón, anticipando a D. H. Lawrence, que en El amante de Lady Chatterley, influido por El nacimiento de la tragedia de Nietzsche, muestra al patrón Clifford en situación muy ingrata, y en John Thomas y Lady Jane, otra versión de la misma novela, influida por El sentimiento trágico de la vida de Unamuno, muestra a Clifford en situación muy amable. Al ser Clifford el esposo (paralítico por la guerra) de Lady Chatterley, el detalle es muy significativo. Si en la novela De sobremesa parece triunfar la decadencia, entre el humo de los cigarrillos orientales, en la vida de Silva triunfó el suicidio, decisión final apoyada por Nietzsche. Se encontró el cadáver de Silva junto al libro El triunfo de la muerte, del nietzscheano D’Annunzio. En la novela de Dominici, El triunfo del ideal, el conde Carlo Cipria todo lo sacrifica por el superhombre, “capaz de transformar la ‘carta de los valores’ de la actual civilización” y “rechazando los gritos del instinto, renunciando al ideal cristiano, huyendo del amor como de un fuego peligroso que paraliza y quema la libertad creadora”, el conde se entrega a su ideal aristocrático hasta que su amante voluptuosa se mata y él abandona su castillo, deseando la muerte.

La crítica de Rodó a Nietzche en Ariel (1900) viene a la memoria, cuando terminamos El triunfo del ideal.

Como el venezolano Dominici, el uruguayo Herrera y Reissig, en su soneto “Misa Bárbara”, es adelantado:

Entonces los egregios Zoroastros,

en un inmenso gesto de exterminio,

erizaron sus barbas de aluminio,

supramundanamente, hacia los astros.

La locura de los sacrificios humanos es destacada en el poema. En los libros de Herrera y Reissig hay monstruosidad y belleza, horror y amor, tragedia y comedia.

Si bien algunos Quijotes decadentes son libros satíricos, en que los autores manejan una hábil ironía (mezcla de seriedad y risa), otros son de plano humorísticos: buscan la carcajada, no la mera sonrisa. Todos parodian a los deformadores del decadentismo, inmoralistas, frívolos o afeminados.

En el seno mismo del decadentismo pueden verse excesos y defectos. En La Nueva República (1877) de W. H. Mallock es parodiado Walter Pater:

Yo más bien veo la vida como una habitación que decoramos como podríamos decorar la habitación de la mujer o del joven que amamos, entintando las paredes con sinfonías de color apagado, y llenándola con obras de bella forma, y con flores, y con raros aromas, y con instrumentos musicales. Y esto puede ser hecho ahora tan bien –o mejor– que en épocas pasadas: ya que sabemos que muchos de los viejos objetivos eran falsos, y ya no nos distraen. Hemos aprendido el fastidio de los credos; y sabemos que la tumba no tiene secretos.

Mallock parodia el fragmento del ensayo de Pater en que la Mona Lisa, “como el vampiro, ha aprendido los secretos de la tumba”. Mallock insinúa asimismo que Pater es homosexual, o más bien bisexual. Pero también cabe la posibilidad de que el amor por el joven sea meramente platónico.

En Paciencia (1881), Gilbert Murray hace hablar al poeta Bunthorne, que celebra a “la doncella que se retuerce, de ágiles miembros, temblando en asfódelo amarantino”. No es parodiado el entusiasmo por la joven, sin el idioma incomprensible usado. El adjetivo “amarantino”, en español, insinúa la frase “Amar a Antinoo”. Murray también se refiere a Wilmot, que lee “…a Luciano y Apuleyo. Está Suetonio, con sus cuentos increíblemente impropios… flores de estiércol depositadas en la mente de un chismoso. Está… Ausonio, cuyos versos lascivos son como la reacción monjil… Debes leer bien a tus autores latinos, pues, ya que debes ser decadente, es mejor decaer desde buena fuente….”

La novela de Vernon Lee, Miss Brown (1884) es otro Quijote, aunque un tanto moralista, en que la autora critica el afeminamiento y la prostitución, el exceso de alcohol y drogas. Anne Brown une arte y moralidad y se refiere a la “escuela desmoralizada de literatura que se glorifica en indiferencia moral”. Este tipo de Quijote no es tan bueno. Sin embargo, Lee critica la posibilidad de que la mujer fatal sea un ideal y no un emblema del mal, constituyendo una especie de Dulcinea: “En vez de las terribles Faustinas, Mesalinas y Lucrecias Borgia a quienes estaban dedicados los poemas, el pobre hombrecillo tenía, en su miserable casa al norte de Londres, una esposa más vieja que él, siempre postrada en cama y siempre medio loca, que convertía a la casa en una suerte de basura turbulenta y desahogaba en su marido el más celoso y perverso temperamento.”

Después de este libro, Lee escribe y publica cuentos decadentes de horror, ya lejana del moralismo victoriano. La Dulcinea fatal reaparece en la novela La colina de los sueños (1907) de Machen.

En la novela satírica El clavel verde (1894), Robert Hitchens tiene fragmentos como éste: “Voy a estar sentado toda la noche con Reggie, diciendo cosas locas y escarlatas, como las que Walter Pater ama, y despertando a la noche con silencios plateados… El joven Endimión se agita en sueños, y Selene, de ala pálida, lo mira desde su carro perlino.” Hitchens parodia a Wilde y a Lord Alfred Douglas. Nótese el lunatismo del proyecto de Esmé Amarinth. La novela de Hitchens influye sobre Dorothy Kathleen Broster, autora de “Agazapado ante la puerta” (1942), cuento de humor macabro: un supuesto decadentista, Augustine Marchand, admirador de Verlaine, fumador de cigarillos especiales, autor de Granadas de pecado, Amor chipriota y La reina Teodora y la reina Marozia, es víctima de un ser que parece una “boa” de plumas grises o una estola de piel oscura, ser que lo ataca al convertirse en una serpiente gigante, híbrida. La muerte de Marchand se ve anunciada por los sueños de un joven amigo suyo, un dibujante que se suicida poco tiempo después. La crítica al ajenjo, que le provoca al joven la sensación de un prisionero en una caja infernal que reduce su tamaño, es obvia en este cuento y en el de Beerbohm. La crítica al Wilde inmoralista destaca en el cuento de Broster. Parece que la autora se ha inspirado en la víbora que George Moore tiene como mascota en el libro decadente Confesiones de un joven (1886), en que el simbolismo es celebrado y en que hay frases como “guillotina eléctrica para los ricos en Chicago”, que anticipan el estridentismo mexicano. En Autobiografía de un muchacho (1896), de G. S. Street, el muchacho trata de que su bata de seda combine con el mobiliario de su habitación.

Fue expulsado de dos escuelas privadas y una pública, pero su tutor privado le dio una excelente personalidad, probando que los métodos toscos y fáciles de sus maestros eran poco apropiados para la finura de su naturaleza…. ‘No eran hombres de mundo’, fue el comentario más duro que el alumno hizo acerca de ellos. Habló, con gentileza invariable, de los señores de Oxford (que lo expulsaron al tercer año), quejándose sólo de que no habían captado la verdadera atmósfera del lugar, que él amaba. Era considerado excéntrico, y era muy bien conocido solo por un grupo muy reducido y exclusivo. Pero cierta cantidad de popularidad general fue asegurada por la desaprobación de las autoridades, su reputación para la maldad y la supuesta magnitud de sus deudas. Su teoría de la vida lo obligó a estar a veces borracho. En su primer año era un severo ritualista, en el segundo era anarquista y ateo, en el tercero tediosamente indiferente ante todas las cosas, actitud que mantuvo por dos años, desde que dejó la universidad hasta ahora que se ha ido para siempre. Su humorismo al ser llevado en una silla de manos, envuelto en mantas y leyendo a un poeta latino, desde sus habitaciones hasta el baño turco, es aún recordado en el colegio.

El caricaturista literario Street simpatiza con su modelo. Como Street, Max Beerbohm simpatiza con ciertos aspectos de Enoch Soames, otro Quijote decadente, que hace un pacto con el diablo para viajar al futuro.

El final de la novela de Street es significativo: el héroe, Tubby, después de fracasar en su propósito de pecar en Inglaterra con sus extravagancias, desterrado en Canadá, imagina que una faja roja será la nota de su esquema de sastrería y se irá “a las selvas, las montañas, o lo que sean, para tratar de olvidar.”

Los Quijotes decadentes ingleses se basan en los franceses, por ejemplo en Las delicuescencias de Adoré Floupette (1885) de Vicaire y Beauclair. En la introducción, Tapora (farmacéutico de segunda clase) nos habla de un café en que se reúne con Adoré y sus amigos, entre los que están el neurópata, el devoto, el morfinómano, el histérico, el satánico, el macabro y el anti-cristiano (disfrazado de revolucionario sexual):

––El amor es una flor de maleficio que crece en las tumbas, una flor pesada, con perfumes inquietantes…

––Con estrías verdosas ––deslizó el joven Flambergeot.

––Sí, con estrías y jaspeados en que se despliega, deliciosamente, toda la gama tan matizada de las descomposiciones orgánicas. No es una flor natural sino artificial, nacida en una civilización profundamente corrupta.

La mujer ideal no es “una cuidadora de vacas” sino “una bella cabeza exangüe, con largos cabellos bordados de oro, con ojos avivados por el crayón negro, con labios purpúreos o de bermellón. El encanto lánguido de un cuerpo mórbido… doce veces remojado en los aromas: he ahí a la eterna Encantadora….” Cuando la cuidadora de vacas es comparada con la mujer ideal, recordamos a Aldonza Lorenzo y a Dulcinea del Toboso.

En “Liminar”, introducción escrita por Adoré, el libro es “la basílica perfumada de ylang-ylang y de opopónax, el lugar maligno saturado de incienso”. En unos versos el alma es “una posada embrujada por los cuervos”, y en otros, “los cerebros son licuados por el viento de verano”. En el libro es empleado un vocabulario incomprensible, aunque artístico y científico a la vez. La delicuescencia es la propiedad que tienen ciertos cuerpos de absorber la humedad y liquidarse lentamente. Es la transición entre la piedra y el cristal de roca, en la química, que sirve de metáfora alquímica en el libro de Floupette.

En uno de los últimos números de la revista literaria El decadente (1889) son invocados los “espalatocinedos: Batilo, Antinoo y Alexis”, que son los “Narcisos timoratos de Sodoma” y “frágiles andróginos” de la poesía de Morris, descritos por Pater. El número anuncia las colaboraciones de “Mitrophane Crapoussin” y, en otro número, Mitrophane se despide de París, diciendo que volverá a su pueblo etrusco, donde lo esperan ciertas negras aceitosas, ya que los gallos de Galia son hoy todos capones. La despedida de Crapoussin, que alude a las nostalgias tropicales de Baudelaire, es premonición del viaje a Tahití del pintor Gauguin, viaje realizado en 1890.

La despedida de Crapoussin se basa, por otro lado, en el poema “Al borde del Saubat”, de Ernest d’Hervilly, en que el poeta se despide de París y se dirige al África, donde lo espera una negra calípige. Mitrophane Crapoussin es el pesudónimo de Raynaud, Du Plessys y Tailhade.

En “Sinfonía color de fresas con leche” (1894) José Asunción Silva, el autor colombiano, dedica sus versos “a los colibríes decadentes” y los firma con el seudónimo de Benjamín Bibelot García:

¡Rítmica reina lírica! Con venusinos

cantos del sol y rosa, de mirra y laca

y polícromos cromos de tonos mil

oye los constelados versos mirrinos

escúchame esta historia Rubendariaca

de la Princesa Verde y el paje Abril,

rubio y sutil.

Hay algo lunático en los colibríes, ya que “la blanca Selene entre las nubes de ópalo” surge como “un tulipán argentífero”, entre lo negro. Henríquez Ureña asegura que Silva parodia a Ambrogi, autor de Bibelots, poemas en prosa.

Sin embargo, algunos textos de Ambrogi resultan bellos, raros, decadentes, como podemos comprobar en Revista Azul.

Como Silva, González Martínez, el autor mexicano, hace un pequeño Quijote en verso en su soneto “Tuércele el cuello al cisne” (1912), en que trata de darle una aplicación justiciera al Dr. Bonhomet, estrangulador de cisnes, personaje perverso de Villiers. A diferencia del cisne –símbolo de la belleza superficial– el búho interpreta “el misterioso libro del silencio nocturno”. El cisne es insensible al espíritu del lugar, no siente “el alma de las cosas”. Y el autor por medio del cisne critica a ciertos imitadores de Rubén Darío, decadentes sin simbolismo, que elaboran formas sin fondo, superficies sin profundidad, imágenes sin ideas, cuerpos sin almas.

En el soneto “Declamatoria”, José Santos Chocano satiriza un poco al poeta pero también al público, que no sabe reconocer el verdadero decadentismo:

El bardo melenudo y decadente

se pasó sutilísima y ligera

la mano por la blonda cabellera

y se la alborotó sobre la frente.

Plegó después el labio sonriente:

Tornó los ojos a la azul esfera;

y con voz melodiosa y plañidera

turbó el silencio de la absorta gente.

Y dijo sus estrofas. Nadie pudo

sorprender los oscuros simbolismos,

ni salió nadie del asombro mudo.

De repente estallaron las palmadas,

pero ¡ay! rompieron los aplausos mismos

como si hubiesen sido bofetadas…

En estos versos hay un recuerdo del paje “rubio y sutil”, el personaje de la “Sinfonía” de Silva. El autor deplora que el poeta sea como el paje cursi, pero elogia los versos simbolistas, que tienen valor a pesar del aspecto del poeta. Los versos del peruano Chocano, escritos un año después de los de Silvia, son reveladores, pues destacan el pelo largo unido al decadentismo, para escándalo de la gente silenciosa y absorta. En realidad, dejar que el pelo crezca, en la cabeza o en la cara del hombre, es aceptar a la naturaleza, sobre todo después de las experiencias de los subterráneos, pre-rafaelitas, románticos, renacentistas y griegos.

Concluirá…

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Imagen de cabecera: «The sons of Clovis II» de Evariste-Vital Luminais (1880)

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).