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 MONSTRUO

Kari Martínez

 

 

Desde niños aprendemos a temerle a las palabras y a los monstruos. Hay quienes son callados para que no interrumpan las «conversaciones de los mayores» o les enseñan que hay «malas palabras» que no deben ser dichas nunca, en vez de enseñarles que no deben ser dichas en ciertas situaciones. Hay niños que crecen con miedo al Coco, a la Llorona, a los fantasmas, a las películas de terror, a comer picante, al señor de sucio aspecto y aroma etílico en la esquina…  y a un montón de monstruos de diversos tamaños y formas. Sin embargo, hay otra manera de percibir monstruos, la cual ha dado un giro a la relación habida entre éstos y los humanos, al punto en que la línea que los separa se debilita y las esencias monstruosas se cuelan en moldes intangibles o, incluso, de homo sapiens.

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Soy de la opinión de que las palabras crean, pues la sociedad les da valor en cada tiempo y espacio, por lo que éstas guardan, en su estructura y semántica, historias que se van acumulando unas con otras y que, en consecuencia, dan sentido a todo lo que decimos. Por ello, es interesante descubrir de qué van los monstruos.

La palabra «monstruo» surge del latín monstrum, ‘prodigio’. De acuerdo con su interpretación religiosa, un monstruo era una especie de designio divino, pues su naturaleza diferente (o contra natura) funcionaba como una señal de que algo vendría o algo pasaba. Puesto que los monstruos podían ser desde animales con dos cabezas o personas nacidas con deformidades, la palabra fue adquiriendo otros significados ligados con lo sobrenatural (e incluso médico) y perdió pizcas de su acepción religiosa, mas no de la mágica y diferente.

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Aunque queda claro lo anterior, el origen de monstrum tiene dos posibilidades. Por un lado, hay quienes consideran que monstrum surgió de monstrare (etimología de nuestro actual verbo ‘mostrar’). Pero la otra postura expone que no fue el verbo el que originó el sustantivo, sino que el sustantivo dio vida al verbo, es decir: ‘mostrar’ es resultado del ‘monstruo’, como lo menciona Joan Corominas[1]. Esto indica que monstrum derivó del verbo monere, ‘advertir’, ‘avisar’; lo cual tiene sentido si se analiza desde una perspectiva semántica, ya que el vocablo significa, como se ha mencionado, una advertencia proveniente de la deidad. De ser así, monstrum estaría formado por la base mon y el sufijo -strum o -trum, que generalmente evolucionaría en la terminación -tro, no obstante hay que considerar una supuesta influencia del adjetivo monstruoso, según el diccionario de la RAE. Dicho sufijo indica instrumento, por lo tanto: si monere es ‘avisar’, el monstrum es ‘el que avisa’, es decir, ‘el que sirve para dar aviso’.

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Esta segunda explicación de la etimología de «monstruo» se refuerza con las Etymologiae (XI, 3, 3)[2] de San Isidoro de Sevilla, quien expone que monstra (plural de monstrum) se comprende semánticamente por monitus[3], el cual es participio de monere. Dicho lo cual, he de inclinarme por la segunda posibilidad, en la que el «monstruo» es un instrumento que nos advierte y es también un sustantivo de poder que dio vida a una acción pronunciada en verbo.

Al consultar «monstruo» en el CORDE[4], específicamente en fechas referentes a la Baja Edad Media, es posible encontrar la palabra dentro de textos catalogados bajo las etiquetas de Medicina, Filosofía y Ética, además de los literarios (verso y prosa). Por ejemplo, en el ámbito lexicográfico, en 1490, Alfonso de Palencia recopiló algunas definiciones en su Vocabulario universal en latín y en romance[5], donde el término «monstruo» fue empleado para describir diferentes lemas, entre los cuales están: «quimera» (chimera) y «lamia», pero también «hermafrodita» (ermafrodites).

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En un principio, los monstruos eran también nacidos de humanos, y tanto ciencia como pensamiento exploraron sus naturalezas. De ahí la teratología, derivada del griego: τέρας, -ατος, ‘prodigio, monstruo’, y λογία, ‘estudio’, practicada por científicos como E. Geoffroy St. Hilaire, quien consideró que las monstruosidades eran simples suspensiones de desarrollo e hizo una clasificación que las estudiaba sistemáticamente por primera vez.

Hoy en día los monstruos suelen definirse más por su calidad moral que por su condición física; sin embargo, independientemente de cómo un hablante haga uso de este vocablo, los monstruos sobresalen… para bien o para mal.

Existen, pues, varias historias y posturas depositadas en la palabra «monstruo»; pero, sin duda, las que más nos gustan a los seguidores de Penumbria son las venidas de su faceta fantástica, la que aparece en la literatura, el cine y cualquier tipo de narrativa que nos llene de encanto y horror. La magia de estos seres se ha reflejado desde el surgimiento del significante que los denomina. Los monstruos son enormes, son imposibles de ocultar, porque están hechos para señalar cosas, para «monstrarlas».

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Y ¿de qué son indicio los monstruos hoy? De mucho, aunque lo más sobresaliente es el género fantástico. Y en este mundo donde las letras «no tienen función palpable», los monstruos (llámense no sólo personajes, sino obras, autores y lectores) han sido obligados a ponerse la máscara de la vergüenza; no obstante, ellos se la han ingeniado para pintarla de colores festivos o figuras extravagantes para salir a la luz… o a la oscuridad, la que les sea más cómoda.

Desde el Minotauro, Medusa, Fenrir… hasta los vampiros, zombis y kaijū, los monstra viven entre nosotros: sus colmillos se convierten en trajes, su sombra en sueños rotos; pero también las pieles felpudas y coloridas son la posibilidad de reconstruir el mundo con palabras, pues estas criaturas son capaces de aportar esa perspectiva de otredad, necesaria para una visión más completa del ser.

Por todo ello, me gusta pensar tanto en la reivindicación de estos entes como en la de las palabras, ya que éstas no sólo crean monstruos, sino que son monstruos por sí mismas, pues surgen, devoran, son prodigios que se levantan en forma de historias fantásticas.

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Ilustraciones: Travis Louie


[1] Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, IV. Madrid: Gredos, 1985. (Biblioteca románica hispánica, diccionarios, 7), pp. 164-165

[2] Ésta y otras obras del autor se pueden consultar en la lengua original, aquí: www.thelatinlibrary.com/isidore.html

[3] Anca Crivat. «El léxico extraordinario en las Etimologías de Isidoro de Sevilla (Portenta, Ostenta, Prodigia, Monstra)», RRL, LVI, 3, Bucarest (2011): 257-276.

[4] Corpus Diacrónico del Español: http://corpus.rae.es/cordenet.html

[5] Gracia Lozano López, Hispanic Seminary of Medieval Studies (Madison), 1992. Consultada en: REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. http://www.rae.es

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20130628Kari Martínez Zúñiga

Gusta de prestar voces a los animales y objetos, cual fabulista frustrada. De niña se escondía bajo la cama para asustar a los demás. Ama la lengua y se siente orgullosa de la Ñ en su apellido. Es fan de los zombis y experta en entender cuando se le traban los dedos a alguien mientras habla; pero la peor para escribir semblanzas.

http://www.depalabrasymonstruos.blogspot.mx/

@Kari_mz