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NI ESPOSA NI MONJA: VAMPIRA

 

Margarita Aurora González Ramírez

 

 

Malasangre (2020), de Michelle Roche Rodríguez —crítica literaria, escritora y periodista venezolana—, es una historia ambientada en Caracas en los años veinte del siglo XX, durante la dictadura de Juan Vicente Gómez. En ella encontramos a Diana Gutiérrez, la protagonista, una chica que está por cumplir quince años y que, como veremos, es una vampira atípica.

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Diana es hija única. Le gusta leer, pero eso no está bien visto porque las mujeres de esa época necesitaban otro tipo de conocimientos que les permitieran ser buenas esposas. Su madre, Cecilia, es muy estricta y conservadora. Su padre, Evaristo, es prestamista y dirige una compañía financiera. Pasa mucho tiempo fuera de casa y siempre está preocupado por enriquecerse y por recuperar los favores y la amistad de la gente en el poder. Para colmo, Diana es pelirroja; es una buena manera de expresar lo diferente que es ella, pero también es un aviso de lo que es, al menos para quienes están familiarizados con el folklore eslavo y algunos mitos griegos acerca de los vampiros.

Un día, un hombre que las visitaba rompe sin querer una jarra y se corta. La sangre empieza a salir y Diana lo ataca. Tras el incidente, Cecilia decide que Diana no seguirá en la escuela, le prohíbe la lectura, además de que la castiga al colocarle un bozal. Esa resolución ocasiona el enojo de su padre, quien regresó a la casa después de un tiempo y, obligado por su esposa, le revela a Diana que ha heredado una “condición”, la hematofagia, en la que la sed de sangre y la lujuria son evidentes.

Sus padres determinan someterla a la enseñanza de labores propias de una mujer e intentar controlar sus impulsos mediante la doctrina cristiana. Evaristo considera que la mejor opción para Diana es casarla pronto. En realidad, él sólo estaba pensando en lo que le convenía financieramente, ya que su empresa estaba cerca de la bancarrota. La idea del matrimonio le parece descabellada a Cecilia, por lo que como alternativa propone que ingrese al convento. Diana no está interesada en ninguna de las dos opciones, pero resuelve que un casamiento podría ser lo más adecuado para ella, pues la ayudaría salir de su casa, así que habla con su padre. Él decide que no volverá a ausentarse hasta conseguirle un marido.

Evaristo considera que Diana debe aprender a controlar sus impulsos de sangre y deseo. Sin embargo, en dos ocasiones en las que ella corre peligro, sus impulsos se desataron y la salvaron. En la primera ocasión, su pretendiente intentó abusar de ella y Diana no pudo contener el deseo de morderle el cuello. El pretendiente no murió, y Evaristo culpó a Diana por arruinar los planes y por llevarlos a la bancarrota, pues tuvo que pagar el viaje a Europa del pretendiente y su padre, con el afán de que no hablaran de lo ocurrido. En la segunda ocasión, Diana es llevada con engaños por su padre a una reunión y ahí es cuando él la entrega a don Juancho, el vicepresidente, sabiendo que él abusará de ella. Evaristo entregó a Diana para obtener dinero de don Juancho, pero también para deshacerse de él, tal como había acordado con otra persona.

Cuando Diana resuelve convertirse en dama de compañía, siguiendo los consejos de Modesto, su mentor y amigo de la familia durante un tiempo, utiliza su segundo nombre y su segundo apellido: Coromoto Martínez.

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Michelle Roche Rodríguez

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Contrario a lo establecido, la conversión de Diana no ocurrió por medio de la famosa mordida, sino que heredó la condición hematófaga de su padre, quien sí se convirtió en vampiro mediante la mordida de una prostituta. La luz del sol no le afecta; de hecho, puede hacer su vida diurna de manera tan normal como su hematofagia lo permite. Quizá las únicas características que comparte con otros vampiros son su sed de sangre, el deseo que bulle en ella y la facultad de presentir cuando algo malo está por ocurrir.

Aunque la vampira de esta historia posee una fuerza mayúscula, no sólo corporal sino también interna que se van desarrollando a lo largo de la historia, no tiene tantos poderes como otras y otros de su especie. Y parece no necesitarlos, pues lo que necesita para seguir viva y ser libre es, entre otras cosas, librarse del dominio patriarcal de la sociedad en la que vive y de sus padres, quienes no piensan en ella en ningún momento. Así, su mayor poder es el de usar su condición para protegerse ante el peligro, para salvarse incluso de su familia.

Diana explora, de manera solitaria, su condición de vampira, ya que su padre sólo le recomienda prudencia. En contadas ocasiones le hace algunas otras advertencias, como no asistir a las corridas de toros por la constante exposición a la sangre. Y hay cosas que Evaristo no quiere o no puede explicarle. Evaristo y Diana están separados no sólo por la actitud egoísta de aquel, sino también la actitud que tiene Cecilia ante Diana por su hematofagia heredada, un recordatorio constante de la conducta reprochable de su esposo. Los separan también los roles que la mujer y el hombre deben desempeñar en esa sociedad.

Durante casi toda la novela, Diana intenta no cruzar del todo la delgada línea entre el bien y el mal, entre lo permitido y lo prohibido. No obstante, también se da cuenta de que ella no es vista más que como un objeto de cambio y que tiene que aprovechar ella misma esa situación para protegerse, para encontrar la libertad que busca en una sociedad y en una familia que son más vampiras que ella, pues sólo se dedicarán a succionarle la juventud y la belleza con el fin de obtener beneficios.

Al menos desde Drácula, las historias de vampiros suelen servir para expresar los temores más extendidos de una época. Pero, a diferencia de lo que ocurre en Drácula, hay historias de escritoras latinoamericanas en las que la vampira no personifica lo temible, sino que son personajes que no podrían sobrevivir a un entorno tan adverso, explotador y feminicida siendo simples humanas. Así son “la negra”, personaje de Dahlia de la Cerda del que ya les hablé en otra ocasión. Así es también Diana, de Malasangre.

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AQUÍ puedes empezar a leer la novela.

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Margarita Aurora González Ramírez

Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica y maestra en Literatura Mexicana por la BUAP.

Ha tomado talleres de escritura. Diplomada en Literatura Fantástica y Ciencia Ficción por la Universidad del Claustro de Sor Juana.

Actualmente es maestrante en Escritura Creativa en la Universidad de Salamanca.

Escribe y lee acerca de monstruos y de terror.

https://www.instagram.com/lavoraginedeeos/

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