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OMINOSUS

una gibosa recopilación lovecraftiana

 

Miguel Lupián

 

 

Recientemente, a pesar de que es un tema muy gastado, he encontrado en la red artículos sobre el racismo de Lovecraft. Por desgracia, están redactados por lectores primerizos de la obra del demiurgo de Providence que utilizan los mismos fragmentos y cartas que otros han utilizado para demostrar su punto. Además, en su afán incendiario, lanzan afirmaciones como, por ejemplo, que los lectores de Lovecraft son en su totalidad caucásicos… Se sorprenderían de encontrar la obra del «abuelo» en los metros de la ciudad de México a 30 pesos. Y supongo que nunca han visto las películas de Guillermo del Toro y Huan Vu (director alemán de origen asiático), por mencionar algunos. También llama la atención que nunca recurren a S. T. Joshi y L. Sprague de Camp, los biógrafos “oficiales” de Lovecraft. Coincido en que no debemos justificar su racismo, mas estoy en total desacuerdo en atacarlo (y proponer que su busto ya no sea entregado como reconocimiento en los World Fantasy Awards) sin tener en cuenta su contexto, sin analizar con detenimiento su vida y obra (soy de los que piensan que para entender más o menos su obra se tiene que leer, al menos, a los autores mencionados en El horror sobrenatural en la literatura).

Vamos, no es necesario ser un genio: en su frase más célebre está la clave:

«La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido».

La obra de Lovecraft (y me atrevo a afirmar que la mayoría de la literatura de terror) está basada en el miedo al Otro, como bien apuntan los editores de Ominosus: una recopilación lovecraftiana (Fata Libelli, 2013):

«…el monstruo de Lovecraft sigue siendo fruto del miedo al Otro que ya encarnaba en el pasado: el autor de Providence utiliza los mismos adjetivos para describir a sus criaturas que los que usaba en las cartas para referirse a aquella masa de cuerpos extranjeros que infestaba las calles de Nueva York, por los que tanta repugnancia sentía. El racismo de Lovecraft crea monstruos cuyo olor y apariencia bastan para poner a prueba la cordura del hombre».

Además, la finalidad del terror cósmico (movimiento literario impulsado por Lovecraft) es hacernos sentir insignificantes: no importa tu sexo, raza o religión, para el cosmos no eres más que un pedazo de carbón, como bien apuntan, de nuevo, los editores de Ominosus:

«Lovecraft rompe con el antropocentrismo para decirnos que ante la vastedad del cosmos somos tan insignificantes como una hormiga».

Es, precisamente, de esta recopilación de la que a continuación escribiré (y recomendaré).

Ominosus: una recopilación lovecraftiana sobresale de los cientos de antologías y recopilaciones de este tipo (además de estar  muy bien traducida y editada) porque sus autores evitan el uso del pastiche o fan fiction (situación que realmente aprecio, pues no me gusta ese tipo de obras derivativas… razón por la que me he negado leer a Derleth, por ejemplo) y “luchan contra el racismo de Lovecraft”. Al igual que muchos autores importantes del género fantástico (Stephen King, Clive Barker, Neil Gaiman, John Ajvide Lindqvist y Thomas Ligotti, entre otros), los autores de esta recopilación lograron extraer la esencia lovecraftiana y utilizarla para contarnos otro tipo de historias.

*

En “Shoggoths en flor” (Shoggoths in bloom), noveleta de Elizabeth Bear ganadora del Hugo en 2009, sobresalen dos temas: a) el protagonista, Paul Harding, es un profesor negro, y b) Elizabeth utiliza, como su nombre lo indica, a la criatura lovecraftiana más despreciada (pero la más perturbadora, a mi gusto): el shoggoth.

«Los shoggoths, que aparecen “En las montañas de la locura” y “La sombra sobre Innsmouth”, son: criaturas creadas por los Antiguos como raza servidora hace miles de millones de años. Estos seres tenían unos cuatro metros y medio de diámetro y parecían enormes masas negras cubiertas con los apéndices y órganos sensoriales que requirieran sus amos. Los shoggoths eran fuertes y aprendían rápidamente mediante sugestión hipnótica, y fueron ellos los constructores de las grandes ciudades submarinas de piedra de los Antiguos». (Enciclopedia de los mitos de Cthulhu; La factoría de ideas, 2005)

«Era algo terrible, indescriptible, mayor que cualquier tren subterráneo, una reunión informe de burbujas protoplasmáticas, de tenue luminosidad propias, y con miríadas de ojos transitorios que se formaban y caían como pústulas de luz verdosa en todo el frente que llenaba el túnel y que se precipitaba hacia nosotros, aplastando a los pingüinos frenéticos y resbalando sobre el suelo reluciente que él y los de su especie habían dejado tan malignamente libre de toda basura. Y aún llegó aquel grito ultraterreno, burlón: “¡Tekeli-li! ¡Tekeli-li!”, y al fin recordamos que los shoggoths demoníacos —dotados por los Grandes Antiguos de vida, pensamiento y configuraciones cambiantes de órganos, y carentes de lenguaje salvo el que expresaban los grupos de puntos— tampoco tenían voz, salvo los acentos que imitaban de sus amos desaparecidos». («En las montañas de la locura», 1931)

«—Verá, profesor Harding —dice el pescador mientras su barco, el Bluebird, surca la bahía de Penobscot—. ¿Qué quiere que le diga? Las gelatinas no nos molestan y nosotros no las molestamos a ellas». Así inicia la noveleta. Por gelatinas se refiere a los shoggoths (Oracupoda horribilis, conocido como “shoggoth común del oleaje”), que descansan sobre las rocas y “brillan como dulces de gelatina”. Esta especie “nunca sale fuera del agua salvo a finales de otoño, y se especula que se encaraman a remotas rocas frente a la costa para florecer y reproducirse”.

La tarea del profesor Harding es, por supuesto, investigar más sobre estas criaturas… La historia ocurre después de la Gran Guerra, donde la autora critica la segregación racial:

«Después de la Gran Guerra (Harding) vivió en Harlem durante una temporada: aún recuerda los altercados, la música y la sensación de pertenecer a una comunidad. Su madre sigue ahí, envejeciendo elegantemente como una flor en una jardinera acristalada. Él se marchó para asistir a la universidad de Alabama y aún no ha olvidado la experiencia de los restaurantes donde se practicaba la segregación racial, ni las excusas que se inventaba para no salir nunca del campus».

Posteriormente, por circunstancias que no explicaré para no arruinarles la lectura, el profesor Harding obtiene información valiosísima sobre las criaturas:

«Los shoggoths fueron creados mediante ingeniería genética. Y sus creadores no les permitieron pensar, salvo para lo que se les antojase a ellos. El más vil de los esclavos al menos es libre en su cabeza, pero no así los shoggoths. Fueron peones, obreros de la construcción, tropas de asalto. Fueron armas aterradoras en sí mismos y esclavos obedientes. Inmortales, simplemente iban transformándose para adaptarse al cometido de cada momento.

Aquel mismo shoggoth, mucho antes del reinado de los dinosaurios, había construido estructuras y abatido enemigos para los que Harding ni siquiera tenía nombre. Pero la llegada del hielo había puesto fin a la civilización de los amos y los shoggoths se habían retirado hasta las profundidades insondables del mar mientras los mamíferos de sangre caliente se extendían por toda la tierra. Allí tenían libertad para conversar, para explorar, para filosofar y construir su propia cultura. Sólo regresaban a la superficie, en su momento más vulnerable, para florecer.

No se trata de reproducción, sino de mutación. Mientras descansan, tomando el sol sobre las rocas, se crean de nuevo. Evolucionan mientras están sentados tranquilamente al sol, año tras año, intercambiando información y códigos de control con sus hermanos».

 

Elizabeth Bear

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En “Casas bajo el mar” (Houses under the sea), Caitlín R. Kiernan, “considerada a menudo como la heredera de Thomas Ligotti”, no echa mano de alguna criatura lovecraftiana, pero “traslada la dramatización del espacio como protagonista, tan común en Lovecraft y en gran parte de la literatura fantástica, a la costa de California”.

Aunque la verdadera protagonista es Jacova Angevine, autora de Despertando a Leviatán, libro que a la postre terminaría con su carrera académica, pues afirmaba “cosas” que la comunidad científica no estaba dispuesta a tolerar. Sin embargo, se creó un culto (que nos hace pensar en la Orden esotérica de Dagón en “La sombra sobre Innsmouth”) alrededor de ella llamado La puerta abierta de la noche, y un día, en la playa de Moss Landing, Jacova llevó mar adentro a sus suplicantes.

Entre toda esta intriga, que incluye una “extraña” grabación submarina de la cámara del ROV Tiburón II (que me hizo recordar la película Europa Report), sobresale la obsesión amorosa que el narrador siente por la desaparecida Jacova:

«Ella se ha convertido en mi fantasma, mi tormento privado, y los seres atormentados esperan infinitamente».

Frase muy similar a la microficción de Juan José Arreola:

«La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones».

Y la obsesión, escrita con una hermosa prosa poética, continúa:

«Jacova, tú serás un huerto de árboles frutales. Serás un ondulante bosque de laminariales. Hay un palo en un hoyo en el fondo del mar que lleva tu nombre».

Frase derivada de «Cuando me convierto en la muerte, la muerte es la semilla de la que crezco» de Burroughs.

Por lo que además de ser una historia lovecraftiana, también puede ser considerada una historia de fantasmas.

Caitlin R. Kiernan

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La recopilación cierra con el brutal “El don de la oportunidad” (The men from Porlock) de Laird Barron. Si son fanáticos (como yo) de True Detective les sonará este nombre, pues Nic Pizzolatto, autor de la serie televisiva, lo incluyó en una lista de los autores a leer para saber más del terror cósmico.

(Aquí pueden leer una entrevista que le realizaron en Fata Libelli)

Su título en inglés seguramente se refiere al prefacio del poema «Kubla Kahn» de Coleridge:

«En el verano de 1797, el autor, que sufría entonces de mala salud, se había retirado a una solitaria granja entre Porlock y Linton, en la región de Exmoor, en los límites de los condados de Somerset y Devonshire. A causa de una ligera indisposición, le había sido recetado un calmante y, por efecto de éste, se quedó dormido en su asiento en el momento en que se hallaba leyendo la frase siguiente, o palabras similares, en La peregrinación de Purchas: «Kubla Khan ordenó que se construyera un palacio en este lugar, y un soberbio jardín junto a él. Así pues, se ciñeron con una muralla diez millas de terreno fértil». El autor cayó durante unas tres horas en un profundo sueño, al menos de los sentidos externos y, durante ese tiempo, está completamente seguro de que no pudo haber compuesto menos de doscientos o trescientos versos, si es que podemos hablar de componer en una situación en la que las imágenes se alzaban ante él como cosas reales, junto con la producción paralela de sus correspondientes expresiones, sin la más mínima sensación o conciencia de esfuerzo.

Al despertar, advirtió que tenía un recuerdo claro de todo y, tomando su pluma, tinta y papel, escribió ansiosamente al punto las líneas que pueden verse a continuación. En ese momento, desgraciadamente, fue requerido por una persona de Porlock para tratar de un asunto que le retuvo durante una hora más o menos y, cuando regresó a su habitación, se encontró, con no poca sorpresa y desagrado, con que, aunque conservaba todavía un recuerdo vago y confuso de las líneas generales de su sueño, sin embargo, a excepción de ocho o diez versos e imágenes sueltos, todo lo demás se había desvanecido como los reflejos en la superficie de un arroyo en el que se ha arrojado una piedra, pero, desgraciadamente, sin poderse volver a repetir como lo hacen esos reflejos…»

Al igual que Kiernan, Barron no echa mano del panteón de criaturas lovecraftianas, pero nos envuelve en una atmósfera digna del demiurgo de Providence.

Ambientada en 1923, nos cuenta la historia de un grupo de taladores de árboles en Slango, al noroeste del Pacífico. Todo se complica cuando los mandan a cazar gamos (para darle de cenar a un famoso fotógrafo que está por llegar al campamento) y, en las entrañas del bosque, encuentran el árbol…

—Venga —dijo—, cuéntame la verdad. ¿Qué viste en aquel árbol? ¿Qué había allí escondido?

—Gusanos —fue la respuesta de Miller, aunque ni siquiera él abrigaba la certeza de estar diciendo la verdad. Al intentar examinarlo de cerca el recuerdo se escurría, fluctuaba y se transformaba. Un fibroso entramado de raíces viscosas, o lombrices, o una masa de tentáculos se retorcía en la acuosa oscuridad del majestuoso tronco de cedro—. Con caras. —“Hay demonios que viven en agujeros en el suelo. Moran en las rocas y duermen en el interior de los árboles más grandes de lo más profundo del bosque, donde jamás brilla el sol”.

El final es brutal, es todo lo que diré.

 

Laird Barron

Además de estos tres excelentes cuentos largos (o noveletas), el libro permite descargar en exclusiva una “inspiradora composición lovecraftiana” de Teuthidae, llamada Celaeno, y una espectacular lista en Spotify de “música tentacular para adorar a dioses impíos”.

AQUÍ consiguen el libro.

Les juro por Cthulhu que no se arrepentirán.

 

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Miguel Antonio Lupián Soto

Ex alumno de la Universidad de Miskatonic, feligrés de la iglesia Cthulhiana y devoto de San Lemmy.

www.mortinatos.blogspot.mx

www.mortinatos.tumblr.com

@mortinatos