QUEMAR A LA HUESERA
Vivi Page
Dicen que ser madre duele hasta los huesos, que tu vida se transforma para siempre. Un cambio que va desde lo físico hasta lo anímico. Desde tus horas de sueño hasta tus sueños a futuro. Por eso da miedo. De hecho, pocas cosas en la vida dan tanto miedo como la idea de la responsabilidad que se te otorga (¿impone?) al ser madre.
Mayo es el mes en el que en México se celebra el Día de la madre, por eso volví a ver Huesera (2022), ópera prima de Michelle Garza Cervera. Las opiniones están divididas, más por la trama que por lo técnico, pues es difícilmente discutible el hecho de que la película tiene demasiados aciertos de producción, un diseño sonoro impecable y actuaciones destacables. Demás está la importancia de reconocer producciones de calidad en el género de horror, terror y derivados en México.
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Huesera es un retrato bastante acertado de México. El inicio parece tratarse de un ritual que no es sino una costumbre católica para pedir un milagro, una peregrinación. Así, Valeria, nuestra protagonista, pide quedar embarazada, lo único que le falta a su cómoda vida, al lado de un esposo cariñoso y una vida estable y tranquila. Le reza a una virgen enorme, una representación tangible de una madre perfecta a la que la sociedad venera; el modelo de las mujeres, la idealización de los hombres, el símbolo de la fertilidad, del instinto materno, de la pureza, de lo que significa ser mujer. ¿Cómo puedes ser mujer y no querer ser madre? ¿Cómo puedes nacer mujer y carecer de instinto materno? ¿Cómo puedes ser madre y no ser amorosa, dadivosa, abnegada, desinteresada… perfecta? En la siguiente escena encontramos el núcleo del tema: algo está incendiándose. Es ella misma, tiene que destruirse para dar paso a la gestora.
El milagro se cumple y así inician nueve meses de un terror que va aumentando. Una metáfora de los cambios que enfrenta, esos de los que casi nadie habla cuando se menciona la belleza de la maternidad: que su esposo ya no le hace el amor para no “lastimar al bebé”, la incomodidad de la amabilidad de la suegra que raya en la intromisión, el costo de dejar de ser quien eres porque eso podría dañar al bebé (en caso de Valeria, dejar la carpintería porque los químicos le hacen mal), que tu espacio ya no sea tuyo (el cuarto de trabajo convertido en la habitación del bebé). Tal parece que Valeria deja de existir para la sociedad. “Todavía no hay bebé”, dice ella, o su subconsciente, o sus deseos, como si pidiera sólo nueve meses más de libertad. Ella intenta construirle la cuna al bebé, pero los comentarios la desaniman, como si le dijeran que no es capaz de hacerlo por ella misma; otra metáfora. Esta serie de cambios, la depresión y ansiedad incomprendidas revuelven la vida y la cabeza de Valeria. El horror se materializa en un ser sobrenatural cuyos huesos truenan descomponiendo un cuerpo humano, un cuerpo de mujer pensante y sensible, por el de un monstruo que sólo ella ve, sólo ella siente y sólo a ella le duele.
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El sonido de los huesos crujiendo nos perturba, transmite el dolor de Valeria. Nos invita a imaginar el dolor de una mujer a la que nadie le cree y a nadie le importa, que se encuentra perdida y que está sufriendo una metamorfosis: deja de ser Valeria para convertirse en madre. El diseño sonoro es destacable, escuchamos y vemos los huesos tronar. Son esas las escenas más terroríficas de la película. Primero planos de los huesos de las manos, de la espina dorsal desnuda, escenas de una huesera retorcida que se vuelven bastante incómodas.
Por medio de flashbacks sabemos que Valeria no escogió su vida por deseo, ni siquiera por convicción. El pasado de una relación lésbica regresa en el momento de más confusión. Parece injusto que viva una vida falsa, no sólo para ella, también para su pareja y, sobre todo, para el bebé que nacerá pronto. Pero fue un sueño impuesto. La crítica social está clara. El número de casos en los que las imposiciones ganan a la libertad debe ser alarmante en la vida real.
Los planos son cerrados, la encuadran y nos encierran con ella. La huesera sale para exigir autonomía de la protagonista, grita sin hablar: eres una mujer, además de madre. A la mayoría de los personajes no les importa, si acaso piensan que es sólo una etapa, la mala broma que juegan las hormonas, algo que sucede a todas las madres primerizas. Pero la duda entre lo real, lo normal y lo sobrenatural está palpitando todo el tiempo. Los espacios propician el sentimiento de soledad. El único escenario donde sentimos libertad es en el bosque que se le presenta en la limpia de las brujas, cuando por fin logra quemar a esa Valeria-huesera. Es el único momento de introspección, porque incluso cuando Valeria se encuentra sola no está ni consigo misma, en esas casas grandes que son la suya y la de sus padres. La protagonista se siente perdida en un espacio que debería ser conocido.
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La única que parece empatizar con Valeria es la tía, con una falta de instinto materno como la de ella. La diferencia es que ella no se dejó llevar y eligió el estigma de ser “la tía solterona”, es ella quien la lleva con las brujas. El espacio de estas mujeres sabias se siente seguro, como si la huesera no pudiera entrar. Y es que no necesita entrar, comprendiendo que lo que exige el ente es la libertad de Valeria. En ese ritual de limpieza, otra demostración del folclore mexicano, Valeria se desprende de los miedos y de la imposición. Es así que logra tomar un decisión sobre su vida.
La conclusión no es un final feliz ni un final triste, pero sí el inicio de una conversación. Ningún padre y ninguna madre deberían ser ausentes, porque para eso “pueden elegir no procrear”. Nótese mi entrecomillado, pues decir que la mujer puede elegir no es la realidad de muchas, a diferencia de la facilidad masculina para deshacerse de esa responsabilidad.
Valeria no es una heroína, toma decisiones cuestionables, pero me es de gran interés escuchar la crítica (sobre todo masculina) que le hacen al personaje, como suele suceder hacia personajes femeninos que toman decisiones o comportamientos comúnmente masculinos. ¿Esos que la juzgan se han puesto a analizar a los personajes paternos ausentes en las películas que ven? Ese es el mayor valor de Huesera: la apertura del debate que nos propone Michelle Garza Cervera.
Mención destacable es el equipo de la preproducción, producción y postproducción conformado mayormente por mujeres. Sólo queda reconocer la calidad cinematográfica y la importancia que tiene Huesera para la industria del terror no sólo nacional. Y el enorme deseo que tengo de que se sigan realizando críticas reales de la maternidad.
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Puedes ver Huesera en Prime Video.
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Vivi Page
Nací en la ciudad de Puebla, el 2 de diciembre de 1997.
A muy temprana edad me enamoré de las palabras y desde entonces hasta ahora he intentado conquistarlas.
Estudié un año lingüística y literatura. Sin embargo, por azares del destino, dejé la carrera, pero no las letras.
Mis relatos van desde lo erótico hasta lo escabroso, publicados en algunas revistas digitales.
Y este es solo el comienzo.
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