Seleccionar página

TESTAMENTOS MALDITOS

 

 

Amaranta Monterrubio

 

 

Hace unos días la abuela y yo fuimos a desayunar. Me contó que hizo su testamento. Sus hijos llevaban varios años presionando para que lo tramitara y de ese modo prevenir discusiones entre ellos al morir. El abuelo la acompañó.

El abuelo es de esos personajes que no saben quedarse callados. Ni la falta de dientes ni la dentadura incómoda le impiden hablar. Además, tiene una facilidad impresionante para hacer comentarios que no sabemos si son graciosos o son crueles. (Oh, ahora entiendo cómo sus hijas y nietas elegimos pareja… Tengo que hablar con ellas sobre esto.)

El abuelo le preguntó a la abuela:

—Oye, si tú te mueres, ¿puedo traer a alguien más a la casa a vivir conmigo?

La abuela no le contestó. Vaya broma proviniendo de un hombre que, de acuerdo a sus pesquisas, le fue infiel más de una vez. Muy oportuno el comentario, pues al llegar a la notaría, ella tenía bien pensadas sus precauciones.

El bisabuelo le heredó a la abuela una casa preciosa, casi toda hecha de jardín, de árboles frutales y de fantasmas. No habrá sido la única hija, pero sí la favorita. La muerte del bisabuelo fue el mayor dolor de la abuela, ya parece que su templo de recuerdos alojaría a otra familia que no fuera la suya.

Así pues, ante el notario, la abuela decidió que si ella moría antes que el abuelo, él podría habitar la casa mientras viviera solo y no podría disponer de la propiedad. El abuelo regresó cabizbajo a la casa: su broma le valió un futuro solitario —si es que la abuela muere primero—. Pero el futuro bien vale un comentario cruel, ¿a poco no? (En serio, tengo que hablar con mis tías.)

Cuando me lo contó, la abuela se veía muy orgullosa de su decisión, pero me hizo pensar en cierto libro. Una novela policiaca que leí hace poco: Amelia Palomino: un crimen de rostro amable, escrita por Ana María Maqueo allá por los 80. La historia transcurre en Veracruz. Amelia es una viuda muy joven que, al morir el esposo viejo y millonario, tiene la potestad de su riqueza: propiedades, joyas, objetos de colección, efectivo. Sólo hasta que Amelia muera, los hijos del millonario (hijastros de Amelia) podrán heredar la riqueza.

Es así que ella, resentida por las humillaciones e insultos que vivió por parte de los hijastros (ya saben: cazafortunas, mentirosa, oportunista), da inicio a su reinado de manipulación, el cual se ve interrumpido con su asesinato.

El policía que investiga el caso da tumbos entre los hijos que se culpan entre ellos y, conforme transcurre la novela, nos enteramos de que Amelia no era sólo ambiciosa, sino tremendamente audaz. El final es sorprendente. Nunca había leído una conclusión como esa en una novela policiaca.

Ahora, guardando proporciones, el viejillo milloneta tomó la misma decisión que mi abuela: dejar protegidos a los viudos, dándoles la capacidad de usar la riqueza, pero sin poseerla. Es un jineteo que deja tranquilos a los testadores y les permite tener el control post mortem de su patrimonio. Ah, qué delicia poder controlar lo que pasa con tu riqueza una vez que estás muerto, ¿no? Y de paso tener incidencia en la posible vida amorosa de quien fue tu pareja.

Acá entre nos, tanto la novela como la decisión de la abuela me dejaron algunas reflexiones:

Toda muerte deja un agujero negro. No importa si fue una gran tragedia pública o un fallecimiento del que nadie se dio cuenta hasta que apestó. La muerte abre un agujero negro que devora algo a su paso: emociones, memorias, rutinas. Desde el señor que dejó de ir por su café a la cafetería de la esquina, la famosa que inspiró a muchos, hasta aquel cuya ausencia implica un profundo desgarramiento del que nadie se repone y se le extraña en las fiestas, frente a la televisión, sentado a la mesa o en una ida a la tienda. Las historias de parejas que mueren con horas o días de diferencia no nos faltan. El agujero negro los devora con su fuerza descomunal y ellos ya no tienen la voluntad de resistir. Entendible y, si me apresuran un poquito, deseable. Comprar un boleto al dos por uno es una ganga. Porque hay quienes se quedan.

Quedarse vivo para hacer un duelo es una batalla digna de todo elogio. ¡Quedarse vivo! ¡Vivo! ¡A vivir con la herida de la muerte para siempre! Quedarse a recuperar las ganas de vivir a punta de homenajes al muerto en el mejor de los casos; en otros, significa quedarse a rumiar odio, rencor, culpa y, para los menos afortunados, permanecer haciendo como que no pasó nada hasta que el agujero negro arranque el alma bocado a bocado.

Eso sí, la potencia del agujero negro es proporcional al significado que construyó la persona en vida: al cariño, la escucha, la contención, el amor con el que invistió a quienes se cruzaron en su camino. No todos ameritan que nuestra alma transite la oscuridad y luche contra la muerte. Es aquí donde encuentro la diferencia entre la decisión del viejo milloneta de la novela y la de mi abuela.

Hay veces que, en efecto, lo importante es el dinero porque ese es el único legado. En la novela, por ejemplo, en ningún momento los hijos se detienen a pensar sobre qué implica para ellos la muerte del padre. Se dedican a hacerle la guerra a Amelia y, una vez asesinada, a observarse unos a otros con suspicacia, evitando ser el blanco de las investigaciones del policía que está resolviendo el caso. Pero lo significativo es el dinero. En realidad es poco probable que si sólo se construyó tamaña riqueza, reste alguna otra cosa que dar. No da la vida para investir con amor y con tan desaforada fortuna, siempre queda alguna fisura. Pero el duelo que solamente dejó dinero, probablemente sea más corto, menos tortuoso. Tanto así que la historia de Amelia permite una divertida venganza. En el caso del milloneta, haber testado su fortuna fue lo mejor.

En cambio, pienso, las precauciones de mi abuela servirán de poco e incluso me atrevo a predecir que habrá disputas aún si ella deja clara hasta la milésima parte de su testamento. Porque hay veces que uno se pelea por dinero para no naufragar en el dolor. La discordia puede ser una balsa para no morir en la zozobra.

La abuela no dejará los millones, pero el día que ella muera el mundo va a terminar. Con ella se irá una oleada de significados, de símbolos, de pilares. Se derrumbará ese edificio llamado “familia” y es probable que más de uno quedemos entre los escombros. Un refugio habrá terminado para quienes crecimos bajo su manto de estambre, de hechizos, de historias.

Ella se previene en no dejar motivos de pelea al morir, cuando quizá quienes habríamos de prevenirnos somos los demás. Me pregunto si nuestra voluntad será suficiente para resistir la fuerza del agujero negro que se abrirá entre nosotros.

Nada como un desayuno con la abuela.

****

 

Amaranta Monterrubio
Ha sido sonidista, diseñadora sonora y editora de video sólo para descubrir que su vocación era preparar café para sus invitados y escribir.

Publicó el libro de cuentos Llegará el silencio (Cuadrivio Ediciones, 2020).

Los últimos viernes del mes tiene un programa de literatura de terror llamado LetrasParaNoDormir en el canal de la Brigada para Leer en Libertad.

@nemitlazohtla

 

¡LLÉVATELO!

Sólo no lucres con él y no olvides citar a la autora y a la revista.