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THE MONKEY

HUMOR SANGRIENTO PARA FANÁTICOS DE STEPHEN KING

 

Aglaia Berlutti

 

El director Oz Perkins, que el año pasado sorprendió con la tensa y pausada Longlegs, se pasa al extremo del humor macabro, sangriento y travieso con esta adaptación de un cuento corto de Stephen King. Una combinación que convierte a la historia en una delirante visión del mal, salpicada de vísceras derramadas, goterones de sangre y cabezas decapitadas.

En The Monkey (2025) todo lo que puede salir mal lo hará, y por partida doble. La historia de un mono de juguete capaz de provocar las muertes más delirantes cada vez que el misterioso mecanismo que lo anima echa a andar es extravagante por necesidad. Pero Oz Perkins, además, le agrega un humor malsano, que hace de la travesía de los que intentan sobrevivir una larga lista de chistes crueles cada vez más retorcidos. El resultado es una de las películas de terror más singulares del año y, con toda seguridad, de las mejores adaptaciones de Stephen King de la década.

Pero más allá de sus bondades como cinta experimental, lo que convierte a The Monkey en una perspectiva novedosa acerca del mal sobrenatural es lo poco en serio que toma la fuerza invisible que actúa a lo largo del argumento. El mono titular es apenas un vehículo de algo más atroz, siniestro y burlón que se manifiesta una vez que el juguete tamborilea sus brazos mecánicos. Y de la misma forma que el relato corto en que se basa, el argumento tiene más interés en la naturaleza de lo invisible que en darle explicaciones o, en cualquier caso, profundizar en sus límites.

The Monkey es juguetona, malvada y cínica al plantear a la muerte como un asesino en serie que nadie puede ver, pero al que hay que temer. De la misma forma que la célebre franquicia Destino final, el argumento  —que también escribe su director—  pasa buena parte del tiempo imaginando mecanismos imposibles para morir. Algo que incluye accidentes absurdos, casualidades trágicas y hasta ingeniosas trampas para bobos.

En medio de todo, algo queda claro: el mono aguarda el menor error humano. También, es un testigo malicioso de los intentos a su alrededor para detenerlo. Entre ambas cosas, la película se la pasa en grande reinventando el terror y dejando atrás la solemnidad del género en los últimos años. The Monkey es desvergonzada, brutal y hasta repugnante. Pero antes que todo, es una traviesa broma macabra acerca del motivo por el cual el género sigue sobreviviendo a todas las épocas.

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La obsesión por el mal en The Monkey

Tomando en cuenta la fórmula del terror noventero al que rinde homenaje, la cinta comienza por una escena introductoria. Un hombre angustiado (Adam Scott, de Severance) intenta vender un feo mono de juguete en una tienda de antigüedades. Pero antes de que convenza al vendedor, el mono mostrará qué puede hacer y qué tan grave es, cualquiera que sea la maldición que lo habita. Perkins se toma el tiempo para que este prólogo explique todo lo que hay que saber sobre su objeto del horror, pero además para marcar el tono y ritmo de la cinta. Una buena decisión que logra que The Monkey pueda mantener su aire macabramente travieso la mayor parte del tiempo.

Es evidente que Perkins tiene claro que una historia así no podía contarse desde lo sobrio o lo tenebroso. De modo que ni lo intenta. Para cuando la película pasa a las siguientes víctimas, el guion se apresura a divertirse hasta con el dolor y sufrimiento de los personajes. No obstante, el director tiene la habilidad para dejar claro que el burlón humor de las muertes que muestra no quita efectividad a su premisa.

Así que cuando los pequeños hermanos gemelos Bill y Hal (Christian Convery de Sweet Tooth en doble papel), encuentran el mono casi por accidente, la cinta no disimula que se aproxima la tragedia. Mucho más, que el horror destruirá todo a su paso. Perkins, que tiene experiencia en un tipo de terror más contenido y cuidadoso, encuentra en The Monkey otro ritmo que ejecuta igualmente bien. De modo que, a medida que mueren personas y los gemelos comprenden el poder que deben controlar, la cinta se vuelve más oscura y perversa.

Mucho del éxito de esta adaptación radica en que encuentra una dimensión de lo tétrico que no está relacionada con el drama o la redención. En lugar de eso, la película tiene una habilidad diabólica para pasearse por los momentos más duros y angustiosos, volviéndose ambigua y dejando al espectador la decisión de reír o sentir escalofríos. O todo a la vez. Un logro que Perkins refina y lleva a su punto más alto en la segunda hora de la película.

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Las cabezas vuelan en The Monkey 

En un momento dado la cinta da un salto de 25 años, para de nuevo concentrarse en Bill y Hal (Theo James en doble papel) adultos y traumatizados. El cambio de escenario beneficia a la película, que ahora ya no debe explicar nada ni contextualizar, por lo que dedica su atención a la batalla de los gemelos contra el mono y lo que pueda hacer.

La cinta alcanza entonces momentos delirantes, que se vuelven cada vez más duros cuando el argumento revela, paso a paso, el secreto  —y la vinculación— del objeto maldito con sus protagonistas. Pero ni en los puntos más solemnes Perkins deja de deslizar chistes crueles, la mayoría morbosos y algunos definitivamente incómodos, en medio de muertes y cadáveres mutilados.

El director explora lo gráfico de su película, con un detalle frontal que brinda a la cinta un carácter explícito de body horror que le sienta muy bien. No obstante, lo mejor sigue siendo lo poco en serio que la cinta se toma. O en el mejor de los casos, la demostración que el terror también puede ser una festiva reflexión sobre lo maligno que habita en cada uno de nosotros. Una lección que Perkins firma en sangre en la que es, con toda probabilidad, su película más lograda hasta ahora.

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AQUÍ puedes leer el cuento.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

TheAglaiaWorld 

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