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MATERNIDADES BRUJAS

Y CONTRACCIONES MENTALES

 

La mujer perro

 

Mi casa se estaba quemando y sólo podía salvar una cosa.
Decidí salvar el fuego.
No tengo dónde vivir, pero el fuego vive en mí.
Y me defiende discretamente de todo lo impuro.
Mi futuro ya no es importante.
Sólo cuenta la intensidad del instante.

“Salvar el fuego”, Jean Cocteau

 

INTRO

Estás en lo cierto si por el título te diste cuenta de que ahora nos vamos a trasladar a donde habita la maternidad trastornada. En esta entrega la magia ocurrirá principalmente en un hospital psiquiátrico.

Dudé si cambiar el título por contracciones sentimentales en vez de mentales, porque mucho de lo que vas a leer aquí se encuentra relacionado con cómo se siente en realidad la maternidad. Pero durante el posparto también acechan a las mujeres pensamientos bien oscuros, y eso involucra la mente.

Quizás es que nos han inculcado hasta el cansancio que el cuerpo, la mente y los sentimientos son cosas separadas. Pero ahí está la cosa, que cuando yo me inauguré como mamá supe que eso no era necesariamente cierto.

Equis. Hoy te voy a hablar del documental de 2024 Witches de Elizabeth Sankey, en el que ella emprende un camino de búsqueda por recobrar su salud mental después haber tenido a su hijo y experimentar depresión posparto.

La “maternidad” es ese lugar que se siente cálido, suave, seguro como un vientre. Y muchas veces el término se relaciona con el cariño y los cuidados que la madre da a su bebé.

Pero también está ese otro lado que Witches aborda muy bien. Aquel en el que de pronto la calidez te quema, la suavidad te incomoda y la seguridad te aprisiona. Porque la maternidad es ese lugar al que llegas, pero del que nunca regresas… ¡Muajajajajá! Nah, pero todo chido. No te asustes antes de tiempo.

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CHISME DE MI POSPARTO Y

MI DECISIÓN DE ESCRIBIR SOBRE WITCHES

Ni modo, ya estás aquí y te vas a chutar el chisme de mi posparto. Sincerándome debo decirte que al ver Witches sentí alivio, menos culpabilidad de mi sentir como madre.

Tuve un embrazo difícil, pero me gustaba cómo me veía en el espejo, me gustaba mi panza, cómo se movía, me gustaba mi cabello largo. Aun así, a veces tenía dudas, porque mi deseo de ser madre apenas era muy reciente. Y a veces pensaba: “Nunca he sido muy apegada a las infancias. ¿Y si no la quiero? Ay, pero ¿cómo no la voy a querer si va a ser mía? Esto ya va a ser para siempre. ¿Sí voy a aguantar?”

Mi hija nació sólo en dos horas, pero en esas dos horas se concentró todo el dolor físico que jamás había sentido en mi vida. Después de haberme tirado al suelo, echarme un gritillo y empezar a pujar como desquiciada, entre mi novio, los internos, un doctor y mi ginecóloga me levantaron para ponerme en la tina de agua. Y ahí estaban, echándome porras para que no dejara de pujar y saliera la bebé. Después de un gran desgarre, ahí estaba: un bultito rosado con piernas largas que abría los dedos sus pies como una gallina.

Los primeros dos meses realmente mi objetivo se centró en mantenerla con vida. El primer sentimiento de culpa me dio cuando la ginecóloga me dijo: “Uy, yo pensé que ibas a llorar cuando la vieras nacer”. Y yo pensé: “Oh, demonios, ¿por qué no lloré? ¿Por qué no sentí ese amor desbordante e inmediato que todas las madres sienten? ¿Por qué no me siento así ahora? ¿Qué me pasa? No quiero que este sentimiento me alcance, no quiero ser una mala madre”.

Lo cierto es que al principio justo sólo la tenía a mi lado, o pegada a mí, cuidando que no se me muriera —y eso haces el resto de tu vida—. La veía como una cachorrita, como una cosita, chiquita, frágil y despellejada de las patas. Me parecía que la bebé aún no estaba enteramente aquí: miraba hacia quién sabe dónde, me parecía que los sonidos no eran claros para ella, pero veía que sí sentía —hambre, frío, incomodidad—, entonces era cuando lloraba.

Hay muchas cosas importantes que no se dicen de la maternidad y que no sabes hasta que pasa. Por eso entiendo los testimonios que se dan en Witches. Sí, tú decides ser madre, pero hasta que ya tienes a tu bebé en las manos pasa que te cuestionas si de verdad tienes las habilidades que se requieren para serlo.

Oye, es que no te la puedes despegar ni para hacer pipí; dan las dos de la tarde y eres una piltrafa que no se ha podido ni bañar. Se agrega que te la pasas sangrando de manera brutal después del parto. Notas que te andas quedando medio pelona, que se te caen los brazos de tanto cargar y que, a pesar del curso de parto psicoprofiláctico y lactancia materna que tomaste, te sangran las chichis por amamantar —aunque ni tengas—, se te descarapelan, te da mastitis —congestión de los senos por leche obstruida— varias veces. Y el terror sigue en una visita a la ginecóloga donde te dice que tendrá que ensartarte una gran jeringa en uno de los senos para descongestionarlo.

Yo sólo sentía dolor y molestias, y otra vez el timbre de los pechos. Otra cosa muy curiosa es que cuando a tu criatura le va a dar hambre te dan toques en los senos. Estás sola en casa, la dejas dormida, te estás lavando el pelo y de pronto toques, el súper llanto de la vida y en chinga a enjuagarte para seguir siendo el cuerpo del que se alimenta “la criatura”, ese pequeño monstruo.

Se lee agotador y doloroso, ¿cierto? Una madrugada estando acostada con la bebé en el pecho, en la sala del departamento. Miré la puerta, miré a mi pareja —acostado al lado mío— y pensé en huir; lo pensé hasta el amanecer. Después me sentí culpable por haberlo pensado.

En ocasionas las cosas momentáneas que vives parecen no tener fin. No es así. Una noche, a los dos meses y quince días de haber nacido Saya —mi bebé—, estaba en mi estudio arrullándola mientras dormía cuando de pronto abrió los ojos, miró directamente a los míos y me sonrió. Había llegado, finalmente estaba aquí. Tendré que dejar a un ladito mi máscara de rudeza para decirte que desde ese momento me enamoré perdidamente de ella.

Pero no todas las historias suceden así…

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BIENVENIDA AL PSIQUIÁTRICO

La directora del documental Witches, Elizabeth Sankey, relata su pasión por las brujas desde una muy temprana edad. Dice cómo ella quería ser una bruja buena y no podía entender por qué una mujer elegiría ser mala. Con la maternidad comprendió que ser buena o mala no es necesariamente una decisión; y es que sí, a veces nomás te prendes y ya no hay vuelta atrás.

Brujas han nombrado a las mujeres en el margen, que han perdido la cabeza. La carcajada estruendosa típica de la bruja es una característica de alguien que ha sido acechada por la sombra de la locura.

Sankey entró a un hospital psiquiátrico un mes después de haber dado a luz a su hijo. No podía dormir, no podía pasar la comida por la garganta y un malestar constante crecía en su pecho. Fue a ver al médico, quien le dijo que era un caso típico de babyblues y le recetó pastillas para dormir. Pero no ayudaron con otros síntomas que tenía, así que en otra ocasión llamaron al hospital y la enfermera le mandó una ambulancia. En revisión, uno de los enfermeros que la atendió burlonamente le dijo: “Bienvenida a la paternidad”. Y en shock ella pensó: “¿Es en serio, esto es normal? ¿Se supone que así debe de ser?”

Había cosas que Elizabeth había omitido decir a los doctores y a las personas que la rodeaban. Dos pensamientos se cruzaban por su cabeza: el de lastimarse y el de lastimar a su bebé. Lastimarse porque había descubierto que no poseía las habilidades necesarias para ser madre, porque sentía un gran dolor y una urgencia por salir a medianoche y buscar el puente más cercano para lanzarse de él.

El segundo pensamiento ocurría cuando, poniendo las cartas sobre la mesa, veía que todo en su vida estaba bien. Después tuvo un bebé y empezó su tormento. “Debe ser por el bebé”, se decía. Elizabeth tenía mucho miedo de estar sola, pero tenía más miedo de estar con su hijo, miedo a hacerle algo. Tal vez pensaba que lanzarse del puente detendría ese tipo de pensamientos, ese dolor que no se iba.

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Elizabeth Sankey

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Elizabeth Sankey divide su documental en cinco hechizos:

Fall into Madness

Step into the Circle

Speak Your Evil

Invoke the Spirits

Embrace the Witch

Cada hechizo es una etapa para convertirse en bruja dentro de la travesía de la locura de la maternidad.

Su intensión al filmar el documental era que quienes lo vieran sintieran lo que ella sintió. Tenía la urgencia de que las personas experimentaran lo que es perder completamente la cabeza, porque aunque ella sobrevivió muchas no lo logran.

Ya te digo, lo que salvó a Sankey fue tener su aquelarre. Durante el documental tú puedes ir viendo las entrevistas que hace a las mujeres que fue conociendo en el camino. A las primeras las conoció en un grupo de Whatsapp llamado Motherly Love. No te dejes engañar por el título bonito de su grupito, algunas de ellas —además de haber manifestado querer hacer daño a sus bebés— confesaron haber tenido pensamientos que incluían abusar sexualmente de ellos.

Es una de las cosas más escalofriantes que pueden pasarle a una madre, ¿no crees? Pero no es como que ellas quisieran tener esos pensamientos, simplemente llegaban, sin pedir permiso. Obviamente sabían que eran terribles. Ahí lo difícil de pedir ayuda, por miedo a ser juzgadas o a que les quitaran a sus bebés.

Al ver que sus pensamientos siniestros no cesaban, Elizabeth volvió a buscar ayuda. Una de las madres del grupo de Whatsapp platicó con ella y al final de un proceso en el que Elizabeth debió decir todo lo que pasaba por su mente terminó ingresada en un pabellón psiquiátrico para madres en el que éstas permanecían con sus bebés en el hospital.

En el psiquiátrico encontró otras mujeres “que se veían desquiciadas, locas [como ella] […], que la miraban de vuelta como una igual”. Un nuevo aquelarre.

Estar entre ellas ayudó, pero Sankey necesitaba encontrar a personas que hubieren estado igual de trastornadas que ella y se hubieran recuperado, porque no veía salida. Necesitaba esperanza.

Y entonces…chan chan chaaán, mi parte favorita: logró contactar a otras mujeres que también habían sido internadas. Muchas tenían depresión y ansiedad —como ella—, pero otras tenían psicosis posparto; otro nivel.

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Hablando con psiquiatras, pacientes y expertas, como Marion Gibson —profesora de Renacimiento y estudios mágicos de la Universidad de Essex—, se dio cuenta de que varias mujeres en Inglaterra durante los siglos XV y XVI confesaron de manera voluntaria —sin tortura— que el diablo se les había aparecido y les había pedido matar a su hijo o hija.

La psicosis posparto es considerada como una emergencia psiquiátrica, ya que puede llegar a afectar a las mujeres de manera mucho más rápida que una psicosis normal. Muchas de las madres que la han padecido afirman haber visto al diablo, o demonios que se les aparecían. Algunas de las mujeres que han tenido este tipo de psicosis se han curado, otras tomaron una salida bastante triste.

En el docu mencionan que las alucinaciones que se tienen pueden estar relacionadas con la fe, o la educación que las mujeres han recibido.

Durante esta última parte las mujeres del aquelarre de Sankey que son entrevistadas leen fragmentos de esas confesiones de brujas de los siglos XV-XVI y empatizan con ellas. La desolación que se siente al tener pensamientos siniestros sobre ti, sobre tu bebé, tienen un peso desgarrador. En este sentido, varias de las amigas de Sankey afirman: “Yo también hubiera confesado”. Una de ellas explica que en esos momentos estás tan desesperada por una explicación de lo que te pasa que, sin duda, hubiera confesado ser una bruja.

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En estas circunstancias, quizá la hoguera se hubiera sentido como un alivio, el alivio que destruye todo. Quizás el fuego hubiera disipado los pensamientos siniestros, abrasado la locura en una carcajada.

Las madres seguimos llevando ese fuego dentro. Y sí, es verdad que a veces cuando nos desquiciamos, o a causa de la rabia que sentimos, nos da por avivar la llama y andar quemando todo. Todo es todo, incluidas nosotras mismas.

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Soy la mujer perro.

Me encantan las historias de terror, el anime, los taquitos y el rámen.

Me gusta bordar. Vivo alejada de la gente, convivo más con animales, pero siempre buscando conectar con mis colegas.

Escribo para no morir de envenenamiento.

@dar_inag

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