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REFLEXIONES SOBRE EL FOLK HORROR

Miguel Lupián

 

Del 23 de junio al 28 de julio de 2025 impartimos (Miriam Gálvez Mancera, Jazmín García Vázquez, Jessica Morales Aguilar, Rodrigo Ayala y su tentaculado servidor) el curso Bosques sombríos y días embrujados: seis exploraciones al Folk Horror.

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Como siempre, las ponencias fueron maravillosas y propiciaron enriquecedoras reflexiones sobre el tema, su evolución y las diversas etiquetas (terror forestal, horror rural, fantástico ecoficcional, hauntología, neogótico sudamericano, agrohorror, urban wyrd) que giran a su alrededor.

Por lo que pedí a las y los participantes —a cambio de sus constancias— que las pusieran en papel.

Así, les comparto algunos fragmentos…

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El folk horror es un género que nos confronta con un rompimiento de límites, evidenciando lo porosas y frágiles que son las fronteras que conforman nuestra noción de identidad. A través de relatos que rezuman la emotividad de la música ritual y el color de festividades que acompañan el paso inexorable de los ciclos de la naturaleza, encontramos cierta añoranza por un pasado rural y comunitario, que en muchas ocasiones aparece como un señuelo engañoso para quienes desean evadirse de las angustias y la soledad del entorno urbano. Estas historias nos recuerdan que el encuentro entre otredades rara vez ocurre de forma amigable. Las vibraciones de los bailes y los tambores ancestrales reverberan con las heridas de la brutalidad que arrasa pueblos y los sepulta hasta hacerlos invisibles, aniquilados por la voracidad capitalista. La mezcla del horror y el folclor nos da como resultado una ficción que, como fábula siniestra, nos advierte que en ciertos lugares el traspaso de barreras y la ignorancia de la ley bajo la que operan sus tradiciones suele pagarse con sangre, violencia y sacrificios.

Andrea Madrueño

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El folk horror puede ser algo totalmente fantástico o terriblemente humano. Si bien los cultos a dios antiguos, las brujas del pueblo, las criaturas que acechan a los vivos y muchos otros seres fantásticos existen en el género, el veterano traumado, el pueblo fanático, el asesino serial y la locura humana se defienden solitos dentro de este género. Además, el folk horror puede usarse como una forma de protesta y de crítica social.

Rafa Campos

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Me parece que buena parte del folk horror está sustentada en narrativas que surgen de creencias sobrenaturales. Depositada en seres más allá de la comprensión humana, esta fe permite en la ficción —y en la realidad cuando hablamos de lo folclórico— que las personas en sus agrupaciones y tribus encaren y den significados al mundo; las narrativas, vistas desde afuera, pueden ser crueles o místicamente bondadosas, entre otros adjetivos de opinión variada, si bien lo importante es que conforman una cosmogonía. Hoy, al mundo le falta lo cosmogónico, enfrenta una ausencia de referentes que den sentido a la existencia; lo espiritual es relegado, sustituido por lo trepidante y voraz del capitalismo. Así, pues, me atrevería a proponer que el futuro del folk horror estaría en un “horror neotribal”, en el que no hay cabida para la fe, sino sólo para grupos como la manosfera y las tradwives, que en su carácter de tribus no ofrecen alimentar la experiencia vital vía lo teológico y el folclor: únicamente recurren a una violencia económica y nihilista que añora los viejos tiempos. El “horror neotribal” conservaría el aislamiento y las comunidades autogestionadas del folk horror, sin lograr, no obstante, llenarse de misterios, del matiz espiritual que, maligno o místicamente atrayente según sea el caso y nuestras posturas, nunca nos deja indiferentes.

Miguel A. Sandoval

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Creo que lo que más se me quedó grabado como característica del folk horror es la manera en que juega con el choque entre dos mundos totalmente contrarios: uno supuestamente ya extinto (cuya mera supervivencia nos inspira repulsión, pero —hipócritamente quizá— también una admiración que nos seduce) y el otro —el nuestro— en el que nos movemos bien, lo entendemos y nos es cómodo (aunque quizá por eso mismo nos aburre). Así mismo, tampoco había pensado en cómo ese horror puede cambiar totalmente de forma en nuestro contexto latinoamericano y, sin embargo, seguir siendo folk horror. Vivo en la periferia de la Ciudad de México, donde los ancianos todavía cuentan historias sobre nahuales y brujas y donde la fachada de cultura en proceso de modernización oculta todas esas antiguas tradiciones. Sólo hay que saber dónde ver.

Jesús Ramírez

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El simple nombre evoca misticismo. No importa si es en el aquí (presente) o en el mañana (futuro especulativo), el folk horror lo vivimos continuamente porque nos enfrenta con nuestras creencias divinas, supersticiones y temores en nuestro día a día. Lugares que creíamos seguros, en realidad no lo son. En este mundo lo aterrador no necesita máscara. No se esconde ni brinca para asustarnos. Lo terrorífico nos espera a pleno luz del día, en calma, sin sobresaltos y en la palabra conocida.

Laura Moreno

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Este subgénero no sólo tiene que ver con lo ancestral o lo sobrenatural, sino que está profundamente relacionado con las normas éticas y morales que rigen a una comunidad. Por eso es un subgénero político: refleja tensiones sociales, opresiones y las ansiedades de una época. La figura de la brujería, por ejemplo, no es sólo decorativa o mítica, sino una encarnación de la resistencia frente a lo institucional, a lo racional y a lo dominante; al mismo tiempo, nos habla de las raíces ancestrales en las creencias de los pueblos, de lo que se ha intentado suprimir. Además, me parece muy interesante que sea un subgénero que se haya puesto de moda recientemente, porque eso también dice mucho de las preocupaciones culturales actuales.

Carolina Martínez Hernández

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El folk horror es un subgénero del cine y la literatura de terror que integra elementos del folclore, las creencias rurales y lo pagano. Uno de sus rasgos más característicos es la ambientación en entornos rurales o aislados, que transmiten una atmósfera inquietante y, muchas veces, opresiva. Este terror no viene de monstruos externos, sino que brota de la propia comunidad, de tradiciones y miedos heredados, transmitidos de generación en generación. Es un horror que crece como las raíces invisibles bajo la tierra: silencioso, inevitable y profundamente humano. El folk horror nace de la propia comunidad y se construye a partir de tradiciones, mitos y temores transmitidos por generaciones, lo que le da una profundidad cultural muy particular. El folk horror no sólo cuenta historias perturbadoras, también es un espejo que nos obliga a mirar las sombras que habitan en nuestras raíces culturales y en la memoria de nuestras comunidades. Y, en esa mirada, encontramos tanto fascinación como desasosiego.

Dafne Lara Mendoza

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En el folk horror estará siempre ese elemento de lo rural o primeval —por su voz en inglés— que lo mantiene aislado y atmosférico; una especie de santuario. También es un concepto que varía según la región y me encanta que su poder de influencia se siga extendiendo.  La idea y formato original (a partir de la experiencia inglesa), si bien resulta fascinante, ahora está enriquecida por la afluencia abierta y milenaria de otros placeres y rituales ancestrales que ya estaban ahí, pero que ahora experimentan sus propias formas de manifestarse de manera clara y perturbadora dentro de sus territorios, como son el caso latinoamericano y el del propio Estados Unidos, alejándose del formato inglés, reconfigurándolo, nutriéndolo con otras voces y formas de proyectar la seducción y la violencia al unísono. Una buena pieza de folk horror permite echarle ojo al pasado en todo su esplendor atávico, además de mostrar la otredad fundamental que incomoda y cuestiona a las distintas facetas del presente (no menos violento, impositivo e indiferente). El folk horror va más allá de ser sólo el espejo de lo que fue libre y salvaje alguna vez y ahora ya no lo es, me parece que lo que se escriba dentro del imaginario que surja del choque entre sus sombras y su luz deslumbrante nos seguirá metiendo en caminos escabrosos, cubiertos de maleza desde donde brotarán lo abyecto y lo hermoso. Tendremos guerra y anhelo de coexistir, ambos dentro del mismo paisaje sublime y ominoso.

Adriana Carrión-Carlson

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El folk horror no puede concebirse sin el aspecto comunitario, sin lo social. Sí, están los dioses, los bosques oscuros, los rituales ancestrales, lo originario y lo moderno, y el eterno choque entre ambos. Pero también está la mente humana, la naturaleza del comportamiento, la ambivalencia del bien y el mal y eso que nos cohesiona como comunidad. Sospecho ahora que en el folk horror —o el horror folk o el terror rural o el insólito rural o cualquier otro término que se use para diseccionar esta rama del género— el choque es tanto de naturalezas como de concepciones; de imaginarios, pero también de formas de ser sociales. No me atrevo a definirlo tanto como a invocar una imagen: Estás perdido en un bosque sin linderos visibles, la noche cae, el viento ulula entre las ramas. De la línea de árboles más cercanos surge un sonido, no puedes definirlo, pero tiemblas sin poder decidir si lo causa una criatura mítica cornada o un hombre con un hacha.

Ana Jácome

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Esta rama del terror sirve para criticar el proceso de colonización: aquellos que llegan a una tierra a querer llevar la civilización, la cultura, y se topan con personas con sus propias tradiciones dispuestas a sacrificar a los recién llegados para resistir. Surge con una visión europea, donde el otro tiene costumbres que ni se entienden y por eso son demonizados. Pero si se pone el folk horror desde el punto de nuestro lado, el latinoamericano, el colonizado, nosotros podemos usar nuestros dioses para deshacernos de españoles y estadounidenses que creen que pueden llegar a nuestro territorio a imponer su voluntad sin creer en las consecuencias de sus actos. Nosotros tenemos un punto de ventaja: no sólo somos el otro, sino que también convivimos con brujas, duendes y con nuestros dioses prehispánicos sin parpadear ante su mención. Nos resultaron aterradores en un momento, pero aprendimos a verlos como una forma de protección. La parte femenina de nuestras familias —tatarabuelas, abuelas, tías— nos pasaron ese conocimiento: o nos curaron del espanto o de algún malestar físico o emocional con oraciones o hierbas. Tenemos conocimientos suficientes para espantar al colonizador y mostrar que no nos va a conquistar con facilidad, primero va a perder la mente. Podemos aprovechar este género para criticar las masacres en Gaza, Sudán, la República Democrática del Congo, Tigray, la gentrificación en México. Regresar a las creencias de nuestros antepasados nos ayudan a resistir contra la religión católica impuesta, pero tenemos que ser cuidadosos al regresar a nuestros antiguos dioses porque podemos caer en la que se conoce como apropiación cultural.

Bertha Serrano

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El folk horror es ese horror producido desde la mirada del otro (del que viene a invadir) y no del invadido. Esto nos lleva a ver el folk horror desde una mirada colonialista.

Israel Félix

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Como la misma literatura, y las artes en general, siempre en constante evolución, el folk horror se ha venido nutriendo de las aportaciones muy particulares de los autores que lo han abordado en su narrativa. Más allá de apegarse a los elementos estrictos (el aislamiento, sacrificio, ritual, la secta, la deidad, el culto, etc.) como una fórmula, considero que tomar aquellos cercanos al entorno del escritor puede tener un impacto más orgánico y tal vez más creíble.

Óscar Rascón

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El elemento más importante del folk horror es lo social, lo comunitario, incluso más allá de si se incluye lo sobrenatural o lo insólito. Por otra parte, considero que para el horror rural y lo insólito rural el espacio físico alejado de las zonas urbanas resulta crucial. La diferencia que encuentro entre estos géneros es que el horror rural no necesariamente incluye sucesos inexplicables o imposibles en la materialidad, sino que la narrativa puede justificarse a partir de las supersticiones compartidas y sostenidas por un grupo humano. Lo insólito rural, no obstante, depende en mayor medida de elementos o sucesos que escapan de lo considerado posible e, incluso, abarca lo sobrenatural. Entiendo, entonces, que el terror rural y lo insólito rural son dos puntos en un diagrama de Venn, pues hay obras que bien pueden englobarse bajo ambos términos. Por otro lado, mi comprensión del terror forestal incluye no sólo el componente geográfico del bosque, también alejado de la urbanidad, sino, además, elementos de crítica ecológica. En este sentido, puede ocurrir la inclusión de líneas acordes con el “compostismo” propuesto por Donna Haraway o el posthumanismo, y la hibridación de los personajes con lo vegetal o lo mineral.  De igual manera, los elementos insólitos y sobrenaturales, si bien no son indispensables, sí son una posibilidad. Finalmente, entiendo que en el urban wyrd un atributo importante, al contrario de los anteriores, es el espacio urbano, con todas sus actualizaciones tecnológicas y la anonimidad que éste permite. Asimismo, considero que los factores insólitos son importantes en ejemplos de este género.

Ana Karen Valenzuela Camacho

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De manera sencilla se podría definir al folk horror como un subgénero del terror en el que se utilizan las prácticas propias de un lugar (comúnmente alejado de las grandes urbes y dentro de entornos bucólicos) como elementos que crean miedo, terror y tensión en los foráneos que irrumpen dentro de dichas comunidades. Las prácticas culturales ante las que el miedo de los agentes externos se desarrolla son sistemas simbólicos complejos como los rituales, las creencias, las leyendas, la memoria y la identidad. El folk horror ha sido un subgénero del terror que nos ha permitido, como autores, jugar a ser Dios y crear toda una sociedad con su entramado complejo de producciones culturales (danza, música, prácticas medicinales, ritos, cosmogonías, etcétera) y, como lectores, ponernos los lentes de Boas, Malinowski o Frazer para observar, de manera antropológica, las comunidades recreadas y sorprendernos con aquellos que rompen con el concepto de lo que se creía era el buen salvaje. A pesar de los grandes relatos que la tradición angloparlante nos ha heredado, las voces de los relatos en Latinoamérica parecerían contrastar con los orígenes del subgénero. Mientras en los relatos más icónicos se han utilizado las tradiciones y prácticas rituales como punto de choque, estigmatización e, incluso, exotización para con aquellos que vienen de la civilización, el folk horror o terror rural latinoamericano parecer que, en un punto, volteó los papeles y el discurso fue la reivindicación de estas figuras que por mucho tiempo fueron señaladas y discriminadas. Para Latinoamérica, el folk horror ha ido más allá de la tropicalización de los escenarios (haciendas, carreteras, sistemas montañosos y volcánicos, etcétera) y se ha vuelto una herramienta no sólo de reclamo político, sino de una reivindicación histórica e identitaria. Es en subgénero que, al menos para México, ha permitido descorrer poco a poco el velo del México imaginario y que ha traído a la luz el México profundo del que hablaba Bonfil Batalla, aquel México con sus narrativas y rituales precolombinos, con sus traumas de sometimiento y opresión colonial, con su aspiracionismo europeísta y la negación de su pasado, con su eslogan de un país en vías de desarrollo, pero en el que no todos han tenido cabida ni participación.

Álex Long Yuntao

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Tras es el pasar del tiempo, la narrativa se ha inclinado cada vez más a explorar uno de los aspectos más interesantes que puede ofrecer uno de los subgéneros del terror, el folk horror. El temor es una emoción profundamente arraigada al ser humano, todos eventualmente lo experimentamos y es bien sabido, como dijo Lovecraft, que se encuentra en aquello que desconocemos, lo que está más allá de nuestro entendimiento y capacidad de ejercer el control. Sin embargo, hay una forma aún más inquietante en que este sentimiento se manifiesta, donde el horror reside ya no únicamente en aquello que se nos escapa, sino en la gente que pretende conocerlo e interactúa con él: cultos, tradiciones, rituales, comunidades, cosmovisiones de gente que son completamente opuestas a nuestro modelo de visualizar la realidad.

Bruno Alejandro Ramírez Plascencia

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El horror parece llevar intrínseca la existencia de una otredad y, en el horror folclórico en particular, ésta estará marcada por un aspecto temporal y/o espacial que transita entre un pasado que parece lo suficientemente lejano para forjar otros mitos y una geografía que, en su aislamiento, ha permitido una vida gregaria que no prioriza los valores ni las costumbres globales. Estos contrastes, además, se intensifican en la medida en que nos damos cuenta de su cercanía: un pueblo vecino, una carretera, un destino de trabajo u ocio, la gente a la que uno mismo (o alguien muy similar a uno) podría llegar a conocer. Las historias que se han ido guardando bajo el ala del horror folclórico no construyen entornos sociales tan exóticos o fantásticos como para dejar de pensarlos posibles y, en cambio, nos proporcionan las pistas suficientes para que su identificación apunte a un pasado, a la ramificación particular de una religión o tradición donde una especie de memoria colectiva nos lleva a encontrar un orden cultural inconsciente tan “probable” que lleguemos a preguntarnos si existe o existió. Al respecto creo también que los elementos sobrenaturales o inexplicables no son innatos al horror folclórico, pero surgen como posibilidad cuando tiene lugar la representación de lo sagrado (y la certeza de que está ahí). Sin embargo, creo que la conversación actual está transformando las lecturas del folk horror, haciendo un contrapunto muy interesante al reconocer que la colisión identitaria entre la hegemonía y algo otro convierte al primero en la amenaza total.

Brenda Hinojosa

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Folk horror: un pocket universe que existe en nuestra realidad aislado de la urbe y con normas sociales diferentes que logramos conocer gracias a la intrusión del protagonista proveniente del exterior, que confirma la rareza innata de los habitantes y que muchas veces desencadena un arco narrativo de extrañamiento y «ritual cultista» que puede terminar en la destrucción del protagonista, su incorporación al sistema o su huida. ¿Puede una historia de folk horror existir sin un culto dentro de la narrativa? Creo que el culto es parte vital, depende del autor si lo quiere muy on the nose o lo puede hacer con un poco más de nuance.

Jair Figarola

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El folk horror es un campo fértil donde confluyen el miedo ancestral y las ansiedades contemporáneas. Lejos de limitarse a brujas, bosques o cultos rurales, este subgénero ha evolucionado para explorar cómo lo comunitario, lo oculto y lo no urbano siguen desafiando nuestra idea de civilización. Desde sus raíces en las leyendas paganas, pasando por películas británicas como The Wicker Man o los cuentos de M.R. James, hasta obras modernas como Midsommar, los ensayos de Adam Scovell o las narrativas latinoamericanas de Mariana Enríquez, el folk horror ha sido una herramienta poderosa para representar el choque entre modernidad y tradición, razón y superstición. Hoy, más que nunca, en un mundo que se desborda por lo digital, el folk horror nos recuerda que lo primitivo —lo que creíamos enterrado— aún respira bajo nuestros pies. En su recorrido a través de la literatura, el cine, la pintura e incluso los videojuegos, el folk horror se ha consolidado como un género que, mediante su estética singular, nos confronta con terrores profundamente arraigados en lo cotidiano. Sin embargo, su fuerza no reside únicamente en lo rural o lo tradicional: lo gótico, lo ancestral y lo desconocido se entrelazan para enriquecer sus formas y expandir sus límites. En ese sentido, el folk horror moderno abre nuevas posibilidades narrativas, donde lo digital, lo urbano e incluso lo distópico pueden convertirse en paisajes fértiles para contar historias que, aunque transformadas por el presente, siguen conectadas con el miedo primigenio a lo que nos trasciende como comunidad.

Josafath Peña

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Si bien el folk horror sigue siendo una fuente inagotable para trazar los miedos más intrínsecos de la humanidad (el temor a lo desconocido, a las costumbres arraigadas y supersticiones, a la autoridad pública y a la religión que castigan lo que no entienden o se sale de los límites que trazan para gobernar a naciones enteras —sobre todo a las mujeres—), me sigue pareciendo una herramienta muy importante para realizar análisis con perspectivas políticas y sociales. Profundizar desde una mirada más íntima la literatura y filmes representativos no sólo nos habla de la épica con la que fueron creados sino de la cosmovisión de cada periodo y que, para mi sorpresa, hoy no es muy diferente a la de un siglo atrás. Conocer de cerca las raíces del terror a través de la colonización de los pueblos originarios en el folclore de Latinoamérica es reconocer nuestra propia historia, sobre todo en las voces de autoras. También, nos amplia un espectro para tratar temas como el abuso, racismo, incesto, las enfermedades endogámicas, clasismo y deshumanización que aún en nuestros días sigue latente en muchas regiones que, primordialmente, han sido territorios desolados, pero que en esencia sus costumbres han alcanzado las grandes urbes. En mi caso, la Ciudad de México y la Zona Metropolitana con sus zonas rurales y boscosas como el Ajusco, La Marquesa, Chalco o el Parque de los Dinamos, en las que aún se siguen escuchando leyendas que son un vestigio de lo que el folk horror mexicano tiene para dar. El subgénero nos permite nunca olvidar los genocidios, caza de brujas, dictaduras y las voces acalladas por las que debemos luchar, aunque en muchas ocasiones la ficción en las obras de autores y directores nos envuelven con sus narrativas poéticas y sobrenaturales que tanto nos encantan.

Miriam Gálvez Mancera

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El folk horror se saborea. Si sientes escalofríos en la espalda, bajo el sol candente, cuál si fueran cien mil fuegos para dos pulmones, con luz mayor a 12,000* kelvin, de día, tú sabes el vaticinio oscuro de que absolutamente todo está bien. ¿Verdad? Si la exquisitez de una tarta de manzana a la vista se vuelve salada al paladar como carnaza con pimienta, es entonces cuando ya diste la bocanada de tierra. Y te conviertes en espantajo para cuervos, sin poder escapar. Es el terror de día que le da leña al cacao.

Carla Angélica Martínez Meléndez

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Durante este curso de folk horror desaprendí con mucho gusto que mi conocimiento del género era diminuto y lo primero que venía a mi imaginación era Midsommar, bosques brumosos y los monstruos clásicos que acechan entre árboles espectrales y fantasmas que susurran en el viento, cuando había un mundo allá afuera que hace eco con las historias de miedo que contaban nuestras abuelas, con espectros que pueden ser todavía más imponentes que tres brujas y su madre —como lo es la escama del pecado original—, que hay escritores y escritoras nacionales y latinoamericanos que ponen tanta pasión en sus trabajos que te invitan a perderte en esos montes y cerros que nos rodean, que el miedo al otro ya no está representado por un monstruo deforme y descarnado sino en la misma brutalidad del pueblo que rodea a la bruja a la que corre cuando todo lo demás le ha fallado.

Tavata Servin

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Miguel Antonio Lupián Soto

Ex alumno de la Universidad de Miskatonic, feligrés de la iglesia Cthulhiana y devoto de San Lemmy.

Director de Penumbria.

Autor de Museo (La Tinta del Silencio) Metal caído del cielo (Huargo), Légamo (Casa Futura ), Historias de Espiralia (Edelvives), Anímula (BUAP), Soy un fantasma (UNAM) y más.

mortinatos.blogspot.mx

@mortinatos

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