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APUNTES JAPONISTAS

I

 

Emiliano González

 

Destaca el libro Ensayos japoneses de Manuel Maples Arce, libro publicado en 1959. Hay una expresión del alma japonesa en este libro, abierto a la prosa y a la poesía.

En el “haikú” es preferible sugerir a describir, y se busca una impresión más que una representación. Hay similitud entre la entrega de la sabiduría a través del “haikú” y el filosofar Zen: “La sabiduría mística no puede transmitirse por las enseñanzas ni por la adopción de reglas monásticas, sino alcanzarse por la revelación súbita como un relámpago intuitivo”, advierte Maples Arce.

Para un occidental es realista el salto de una rana en el agua; para la mente japonesa, en cambio, es una contraposición del estanque que reflejando lo eterno con el momentáneo impulso de la rana, que crea un estado contemplativo con el inesperado chapoteo que rompe la mudez del estanque:

Un viejo estanque

Salta una rana

resuena el agua.

Los versos son de Basho.

El paisaje natural refleja las ideas, y lo objetivo es transformado en símbolo. Hay un animismo de las cosas.

Las impresiones reales se convierten en sueños y sugerencias:

Tanta calma…

El chirrido de las cigarras

taladra las rocas.

La idea de un ruido que taladra el silencio podemos encontrarla en la poesía de vanguardia y en mis propios versos:

el fogonazo de los túneles rojos

perfora el romanticismo de las calzadas.

En la poesía mexicana actual se unen la naturaleza y el artificio, el campo y la ciudad, como lo demuestra la serie de “haikús” de Beatriz Álvarez Klein titulada El abanico florido:

Noche de viento:

tocan a la puerta

los viejos recuerdos…

*

La sirena en el puerto

llama entre la niebla

con su voz de muerto

*

Desprecia el motor,

natural helicóptero,

el picaflor

*

En los áureos trigales

va peinando el viento

cabelleras reales

*

Como un Moctezuma,

la palmera ostenta

penacho de plumas

*

Estrella:

luz cristalizada

en la noche de antracita

*

Un hilo tornasolado

solitario entre las cañas:

monorriel de las arañas

*

Emiten los murciélagos

telegráficos mensajes

de ultratumba…

*

Vientos volubles y caprichosos

esparcen sonoros

jirones de fiesta

*

Los paseos atestados

de afiches pardos y amarillos:

¡Gran inauguración del otoño!

Beatriz Álvarez Klein

En el “haikú” ultramoderno sobre las arañas se unen el campo y la ciudad, y en esta última hay un elemento de porvenirismo que irrealiza la imagen impresionista del hilo entre las cañas.

La serie de “haikús” está dedicada a mí, y aprovecho esta oportunidad para agradecérselo a la autora. Sus poemas son de 1993.

En el libro Estaciones en el ascenso a la montaña (2010), Gilda Cruz Revueltas ha asimilado el japonismo hasta lograr algo original: es capaz de elaborar cosas iguales o distintas, es creacionista como Gabriela Mistral sin sus temores y como Huidobro con paisajes campestres en vez de paisajes urbanos.

En un “haikú” de Kikaku vemos una premonición del mexicanismo sintético de Tablada:

Flores de chilacayote…

De entre el seto vivo

Surge un gallo blanco.

La palabra “chilacayote” (suerte de calabaza) de la traducción mostrada por Maples Arce aumenta el parecido con el avanzado modernista mexicano.

El “haikú” es a veces llamado “hai-kái” en Hispanoamérica y España.

Maples Arce se refiere a los símbolos de la poesía japonesa: al pino y al bambú, que encarnan la larga vida, y a los ciruelos y cerezos que son emblema de esperanza y primavera.

En la pintura japonesa hallamos también símbolos: el loto es emblema del alma pura, el verdor del pino expresa una fidelidad que no se marchita nunca, el bambú es sinceridad y franqueza, el ciruelo y el cerezo son el alma  que florece por un tiempo sobre la gloria del planeta.

En Ensayos japoneses el autor se detiene en todos los aspectos posibles del país que describe y sugiere. El Japón que conoce Maples Arce es una mezcla de admiración por el pasado portentoso y de deseo de asimilación de la cultura moderna, buscando así integrarse en la paz y reconciliar las vidas orientales y occidentales.

El libro de Maples Arce destaca por su capacidad de transmisión del paisaje. Los panoramas muestran una armonía de agua, tierra y arena, de cascadas, flores y árboles, que se complementa con las arquitecturas inesperadas de los templos y edificios.

Gracias a la magia del estilo, el autor sugiere el mañana en sus visiones de la ciudad, en que el cine, las tiendas, las luminosidades, los libros de oriente y occidente se combinan.

Precursor de la actitud de Maples Arce en Ensayos japoneses es Eugenio Orrego Vicuña, autor chileno de Mujeres, paisajes y templos, cuya primera mitad está ubicada en Japón. Por su ideología socialista, por la delicadeza del estilo, el libro se adelanta a las posturas de Maples Arce en Ensayos japoneses. Como antes hicieron Enrique Gómez Carrillo, José Juan Tablada y Efrén Rebolledo, Orrego Vicuña procura transmitir el palpitar de la vida actual japonesa y la presencia de su pasado portentoso. Como Tablada, Orrego Vicuña narra un cuento espectral en que se alude a la re-encarnación y en que aparece al principio Lafcadio Hearn, amigo a quien el autor atribuye el cuento.

En su descripción interna del Daibutsu, la más hermosa estatua de Buda, Orrego Vicuña hace en prosa lo que antes Rebolledo elaboró en verso. Dice el autor chileno que para alcanzar el Nirvana deben conocerse las cuatro verdades: la aflicción, en que la vida es vista como agonía prolongada; la causa de la aflicción, en que el sufrimiento proviene del deseo (verdad en que se ven las sombras de la ilusión y la verdad de las lejanas cumbres); el cese de la aflicción, en que la paz supera el apego al yo y en que el placer será vivir más allá de los dioses y del que amará la belleza y no se interesará por el dinero; el Camino, cercano al sendero óctuple que lleva al refugio y la paz.

En el poema de Rebolledo sobre el Daibutsu, el Buda mira hacia dentro y hace pensar al poeta en un edén remoto ubicado en alguna parte más allá del mundo, anywhere out of this world, como escribió Baudelaire. La felicidad indecisa brilla en el rostro del Buda, y su sonrisa de miel es inagotable.

Mientras los siglos se sumergen en la noche obscura de lo infinito y la humanidad “se arrastra o sube”, el Buda sueña eternamente, “gozando del reposo del nirvana”.

Significativamente, el poema de Rebolledo está colocado cerca del principio de su libro Rimas japonesas y la prosa de Orrego Vicuña está colocada al final. El libro de Rebolledo es de 1907, ilustrado por Shunjo Kihara.

Rimas japonesas

En su poema “Lotos”, Rebolledo afirma que en el mundo misterioso del Nirvana, el sitial del Daibutsu es un loto, flor milagrosa que es pura aunque brota en el lodo. En otro poema, la amada le brinda su boca de fresa entre humos de incienso.

Las “guetas” son zapatos de madera que suenan en todos los libros que vienen después.

En su descripción de “la ciudad sin noche” del Yoshiwara, se ven las cortesanas como muñecas (a la manera de Champsaur) con bocas, “flores de vicio” rebosantes del “veneno de la lujuria”. El poeta al final deja el pantano y se alivia al ver “los lirios de las estrellas”, en un contraste que nos recuerda el poema de Richard le Gallienne,”El decadente y su alma” y el libro titulado En Tokio, de Ramón G. Pacheco  (embajador de México en Japón de 1909 a 1913), donde la descripción de las “figuras de cera” del Yoshiwara, el barrio libertino, se ve acompañada de fragmentos sobre la iglesia y los misioneros. El libro de Pacheco es una guía turística y en ella afirma el autor que Yoshiwara quiere decir “campo bueno”, en este caso para la producción de arbustos.

En la segunda edición, de 1915, de Rimas japonesas, Rebolledo recuerda con nostalgia el Japón mientras vuelve a México en un buque (en la primera edición terminaba describiendo un paisaje oriental).

Es muy buen prosista Rebolledo, y en sus libros Nikko y Hojas de bambú, de 1910, se adelanta a Orrego Vicuña y a Maples Arce, por la finura y penetración de sus páginas.

Incluso en un libro de 1916, El desencanto de Dulcinea, el autor incluye fragmentos bellos acerca del Japón.

Ya aparecía este tema desde su libro Cuarzos, de 1901.

Continuará…

***

Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007), Ensayos (2009) y La ciudad de los bosques y la niebla (2019).

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