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APUNTES JAPONISTAS

IV

 

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

 

Como hemos dicho antes, en el arte gráfico y pictórico universal destaca el japonismo de Whistler y de algunos artista parecidos a él.

El cuadro Vanidad (1882) del inglés C. L. Verwee enfoca el narcisismo femenino: muestra a una mujer rubia de hermoso perfil y cabellos recogidos, que luce un sedoso kimono verde con flores azules, rojas y blancas y que se contempla en un pequeño espejo oval, mientras un gran espejo rectangular y vertical refleja su nuca y su espalda. Es notable en este cuadro el contraste de luces y de sombras.

El artista alemán decadente Thomas Theodor Heine, en su cuadro La hamaca (de fines del siglo XIX) muestra una escena que bien puede ser un sueño o una alucinación: una joven con un parasol japonés lee un libro en una hamaca, en medio del campo, mientras una oruga enorme se encuentra a punto de caerle encima, desde una rama frágil. Si es un sueño, trata de un falo agresivo, y si es una alucinación, muestra el fenómeno psiquedélico llamado “macropsia”, en que los objetos se ven más grandes. Nos recuerda el encuentro con la oruga de Alicia en el país de las maravillas.

El mexicano Carlos Neve en su portada para el libro Flores exóticas de A. Tobón (“Conde de Juan Rey”) hace aparecer a una niña con una oruga gigante que carga un cofre atado con collares de gemas.

Después de muchas vivencias artísticas y lecturas, observamos que las repeticiones de temas pueden significar influencias valiosas o arquetipos. Estos últimos son siempre inesperados y sorprendentes, pues unen espacios y tiempos lejanos y se vuelven modelos culturales.

La leyenda mexicana de la mulata de Córdoba, que huye de la Inquisición en un barco pintado, es arquetípica, pues también figura en el Japón. Lo demuestra Lafcadio Hearn al narrar la historia del viejo Kwashin Koji, que tiene cuadros búdicos y los exhibe para ganarse la vida. Entre las obras está un “kakemono” (una pintura) muy realista, con los castigos del infierno, objeto codiciado por un gran señor, y un vasallo mata al viejo para adueñarse de la pintura. Sin embargo, el viejo revive. Luego, es decapitado, pero su cabeza y su cuerpo desaparecen y el viejo está vivo de nuevo. Arrestado, por la insolencia de dormir borracho en la puerta del palacio de un señor, el viejo elabora una pintura en un biombo, en que se ven un lago y una barca. Las aguas pintadas invaden la habitación, anegándolo todo, y la barca se lleva al viejo para siempre.

Un cuento parecido a éste, “El paisaje de los sauces” de Clark Ashton Smith, resulta erótico porque el cuadro propicia la unión de los amantes. Beatriz Álvarez Klein, en enero de 1989, ofrece una espléndida traducción del cuento en Revista de la Universidad. El cuadro tiene “la pátina de morbidez de las cosas pasadas.” El esteta Shih-Liang, infeliz en la tierra, logra su felicidad en el Más Allá, en un paraíso taoísta, con una preciosa joven de color peonía.

La literatura de Smith es metafórica y el autor se acerca a la prosa y a la poesía orientales para encontrar sus propias imágenes e ideas.

Notable al presentar afinidades que unen lo oriental y lo occidental es la novela La historia de Genji, del año mil, escrita por Murasaki Shikibu. De otro ensayo mío extraigo los siguientes fragmentos: en la novela de Shikibu hay “un episodio en que una niña le ofrece al sirviente del príncipe Genji un abanico perfumado, para combinarlo con las flores blancas que el sirviente ha recogido. Todo es para el príncipe, y el abanico tiene un poema que afirma que la flor que lo inquieta, el Yugao, es la más extraña en su vestido de brillante rocío. Genji le contesta con otro poema en que dice que si las viera claras y de cerca, las flores vistas en la penumbra no lo inquietarían. Genji conoce a la autora del poema y, enloquecido de amor, la posee secretamente en una casa destartalada. La joven tiene diecinueve años y es una dama ‘sin nombre ni casa’, como la hija del pescador de una canción. Después de aludir a los celos de su amante, la princesa Rokujo, Genji ve a una mujer alta y majestuosa, que considera común y corriente e indigna a la joven y trata de separarla de él.

“Murasaki Shikibu observa que ‘la gente celosa es inconsciente de los afectos fatales que los celos están provocando.’ Genji cree que la mujer alta es ‘pesadilla o alucinación’. Despierta y se sienta. La joven, aterrorizada, tiembla, suda frío y pierde la conciencia. ¿Es un demonio el que se lleva a su alma? Él ve de nuevo a la mujer alta, que desaparece. La joven ha muerto. Él enferma de fiebre, debilidad, angustia, pensamientos hórridos, melancolía. Vuelve a ver a la mujer alta y cree que embruja la casa, como un demonio, y que ha entrado en él para poseerlo. Va a curarse a un templo. En este episodio, la mujer alta es un súcubo de la celosa princesa Rokujo, una emanación maligna de los celos. La niña, el abanico, las flores extrañas, la pesadilla, anticipan Las aventuras subterráneas de Alicia. Los celos, la locura y las alucinaciones anticipan a Orlando Furioso, al Quijote, a Othello. La prosa poética de la autora japonesa es una mezcla armoniosa de terror y amor, como el antiguo ritual dionisiaco”.

Las alamedas del silencio (1920) del mexicano Gilberto Rubalcaba es un libro dionisiaco y orientalista, pagano y cristiano a la vez. Incluye un soneto extraño, “La luna”: “La luna, princesa muda, / finge lejana utopía. / En la glorieta, una aguda / convalescencia. La Umbría / cobija un gesto de Bhuda, / y entre paréntesis, fría / se desgrana la afonía / de un caño. Cual si desnuda / Apareciendo de pronto / la luna / sobre el tramonto, / se tortura un largo lloro. / Hay confusión de suspiros / (Fantasmagóricos giros / tienen los cuernos de un toro)”. En otro soneto, “El viento”, la amada es oriental: “La oblicuidad sospechosa / de tus ojos de idealismo, / incita al sonambulismo / de mi tristeza armoniosa”.

El poeta trova a la luna y el viento llora.

En el prólogo, Raúl Burgos observa que “la colocación de la muchacha desnuda no es en ‘primer término’: la ocultan los ramajes exuberantes de una flora tropical de vivos coloridos o algunas rocas verdinegras que ensombrecen el paisaje con sus moles enormes”.

Los “hai-káis” de José Rubén Romero unen amor, humor y naturaleza en el libro Tacámbaro (1922).

Los “hai-káis” son “haikús” occidentales, hispanoamericanos o españoles, que admiten metáforas e imaginación. En el libro Hélices (1923) de Guillermo de Torre hay al final una sección de “hai-káis” en que las lecturas japonistas suscitan en el poeta una irrealidad que es rota por lo cotidiano: “La noche tañe sus frondas. / No es la campana de Uyeno: /Es el jadear del metro”. El poeta se acerca a lo sensorial e incluso  a lo sensual, y se refleja con su amada: “Tú y yo sumergidos en el espejo. / Y nuestros besos rizan / las ondas del agua”. Se pregunta: “¿Qué es el tatuaje lunar?» Y se responde: “Huellas de besos lácteos / sobre senos adolescentes”. El poeta observa la hélice: “Gira y zumba con sus brazos / de amante apasionada”.

El poeta concluye: “Adiós, japonesismos de Occidente, / escritos sin grafía vertical / y para ojos sin oblicuidad”.

Francisco Monterde García Icazbalceta, en Itinerario contemplativo (1923) reúne muchos “hai-káis”. En su “Elogio” en verso, Tablada explica que un “haijin” es el poeta del “hai-kái” que “disociando el panorama, ve / El trazo sutil del pincel de Hokusai / Y el jocundo color de Hiroshigué”.

También explica:

“Fuera de Asís si no fuera de Budha; / La esencia del Logos, el haijin lo sabe, / Duerme en la planta y en la piedra es muda. / Perfuma en las flores y canta en el ave”.

Monterde celebra a las mujeres tropicales de Villa del Mar: “El agua verdiazul / riza los bucles de espuma / de las sirenas de Veracruz”. Y en “Costeñas” dice: “Oro, sol y ámbar: cutis de las veracruzanas”. En “Lejanía” observa: “En la suave curva / de las colinas / carne morena ondula”.

Armando Duvalier publica Tibor (hai-káis) en 1943, en Editorial Surco, la misma de Los mejores poemas de José Juan Tablada, colección publicada en el mismo año. Duvalier incluye “hai-káis” eróticos como “Marimba”: “Bajo la luz de la luna / se cubre tu desnudez / con un ropaje de música”. En “Voluptuosidad” dice: “Quiero formarte, mujer, / con la felpa de mis manos, / un voluptuoso brassier«.

El japonismo y el orientalismo en general aspiran a la unión de lo sensual y lo espiritual.

Continuará…

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AQUÍ puedes leer «El paisaje de los sauces».

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007), Ensayos (2009) y La ciudad de los bosques y la niebla (2019).

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