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ENGULLIR LA ESPERANZA

EN UNA LUCIÉRNAGA

 

Alicia M. Mares

 

«[…] Yo, apoyada contra la pared, cerraba los ojos y murmuraba unas palabras de agradecimiento a divinidades que me iba inventando. El dios de las heridas que brillan».

En la celda había una luciérnaga

Un chispazo luminoso a mitad de una oscuridad derramada, pequeño reflejo de la divinidad: así podríamos entender a la luciérnaga de este cuento de Julia Viejo, aunque vayamos un poquito más allá.

En la celda había una luciérnaga es la antología de cuentos de la española Julia Viejo, recién publicada este año en Blackie Books. En dicho título también se condensa la trama del cuento que inaugura el libro: “Luciérnaga”. Sí, es un título simple que refleja la brevedad del cuento, aunque no la del mensaje que este transmite.

La atmósfera de oscuridad encapsulada

“Luciérnaga” tiene un solo escenario, una sola atmósfera opaca donde el tiempo se comprime y vierte sobre los hombros de los personajes con la potencia de un yunque. Este escenario es una celda, en la cual han acabado las dos personas protagonistas; aunque comparten esta oscura cárcel con otros desafortunados, de los cuales nada más conocemos los gritos.

Ahora bien, las autoridades que los han echado allí o los motivos de haber sido encarcelados nunca se mencionan. Lo importante, entonces, no son las causas sino las consecuencias de este encierro (que bien podría ser metafórico) sobre la salud de ambos.

«Ojalá nos maten, decía Julián. La primera vez que pronunció esa frase acababa de intentar tragarse los cristales rotos de un candil que alguien había olvidado dentro de la celda en los primeros días. Se los saqué uno a uno de la boca y le hice prometer que nunca volvería a hacer nada semejante.»

¿Compañerismo que evolucionó a amor desesperado o un romance que encuentra maneras de volverse incluso más intenso? No está claro, pero la protagonista menciona que ella y Julián hacen el amor con incluso más euforia, como único consuelo frente a la situación aciaga. De su vida anterior a esa reclusión no se sabe nada.

Existen pocas descripciones acerca de aquello que los rodea: los cristales del candil, el olor a encerrado, la dureza fría del cemento y quizás una mención de las rejas.

El ritmo y la ambigüedad

Efectivamente, la ambigüedad es una constante tanto en el cuento como en todo el volumen de En la celda había una luciérnaga. Ahora bien, dado que sucede poco en el argumento de “Luciérnaga”, este podría volverse tedioso si fuese más largo.

Sin embargo, apenas dura un par de páginas, lo que provoca que el lector emprenda la lectura de los textos posteriores con buen ritmo. Eso sí, creo que el relato posee un tono más oscuro que el de los restos de los cuentos que precede, aunque eso solamente se percibe en retrospectiva.

Dicho eso, sí que llega un elemento a irrumpir las sombras que gobiernan este cuento: un insecto pequeño y rojizo, de alas cortas y cuerpo redondito. En ocasiones iridiscente.

La luciérnaga

No hay punto álgido de desesperación hasta que la ven aparecer, puesto que su entrada triunfal se convierte rápido en una crisis.

«Parecía un farol a punto de fundirse. Expulsé mi aliento árido sobre ella y volvió a parpadear. La acuné un poco intentando arrojar algo más de vida a su cuerpo, pero sus patas habían dejado de moverse.»

Es momento de soltar la palabra mágica: esperanza. No obstante, Viejo no manejó este concepto como yo lo esperaba, pues supuse que cuando se colara la luciérnaga a la celda, allí terminaría el cuento, en aquella nota luminosa. Pero la luciérnaga empieza a desfallecer al instante en que la conocemos, lo que presenta una problemática (parecería) de último momento.

Sin saber qué hacer, desesperados por salvar a esta luciérnaga —que parece salida de otro mundo, otra vida, del exterior donde todavía existe la libertad—, la protagonista la captura y engulle.

«Mientras aún brillaba, me la llevé a la boca y, apenas sin rozar los dientes, la tragué con cuidado. Julián siguió con los dedos su camino de luz desde mis labios, a través de mi garganta y mi esófago, hasta lo más profundo de mi vientre, donde quedó reposando tranquila, iluminando al niño que ya latía dentro.»

Aquella vida naciente, que ya palpita dentro del vientre de la protagonista, es resultado del único consuelo que conocieron en la penumbra, pero el lector no conoce de su existencia hasta que la luciérnaga devorada lo evidencia.

Julia Viejo

¿Qué es la luciérnaga, entonces, sino un signo premonitorio de la verdadera esperanza? ¿Es lo que se necesita para encontrar la fuerza en las circunstancias más adversas o un símil que hace pensar a la protagonista en su hijo nonato y cómo ella debe realizar un esfuerzo para mantenerlo con vida? Podría ser cualquiera de las tres opciones:

  • Metáfora de cómo la esperanza es inútil si no nos esforzamos en identificarla y poseerla.

  • Signo premonitorio de otra luz que ya se ha prendido en la oscuridad.

  • Pieza faltante para despertar esa vida titilante en la oscuridad de la celda.

Son distintos matices, pero cada posible respuesta desemboca en la misma palabra mágica que ya mencioné antes: esperanza. Julia Viejo construye algo verdaderamente delicado en este cuento, porque la imagen de esta luciérnaga diminuta enfrentada a la oscuridad descomunal de una celda —tanto la real como la figurativa— es difícil de olvidar.

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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)

Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación. Trabaja como redactora en una agencia digital. Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos. Creció al lado de un árbol de jacaranda.

Twitter: @AliciaSkeltar

Facebook: @AliciaMaresReading

Instagram: @aliciamayamares

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