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PIEDAD

Juan Manuel Díaz

 

En mi opinión, Piedad (2012) es una de las mejores películas del director coreano Kim Ki-duk. En una filmografía destacable, Piedad sobresale como una reflexión sobre la violencia y cómo atraviesa la vida de las clases menos privilegiadas en Corea del Sur. Alejada de cualquier imagen maquillada propia del cine comercial coreano o de los doramas, la Corea representada en Piedad es un lugar horrible, sucio, hecho de cajones y comercios abandonados. Los habitantes de esta Corea son trabajadores desposeídos que se ven obligados a pedir dinero a prestamistas, que después enviarán a sus cobradores a golpearlos. Es una muestra contradictoria de la promesa coreana que presenta al país como una potencia tecnológica de edificios de cristal y oficinas lujosas.

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Siguiendo la tradición de Burning (Lee Chang-dong, 2018) o Parasite (Bong Joon-ho, 2019), Piedad hace una crítica a la falsedad de la vida en Corea del Sur por medio de la historia de un cobrador que mutila a quienes fallan en pagar su deuda. No es hasta que aparece una mujer diciendo que es su madre que el cobrador empieza a cambiar. Sin embargo, la violencia siempre está presente. Hay una violencia estructural por parte de la sociedad hacia los trabajadores (quienes terminan por vivir en condiciones casi infrahumanas) y una segunda violencia, producto de la primera (la cual es ejercida entre los habitantes de estos barrios bajos). En una suerte de depredación mutua, los moradores de estos callejones abandonados terminan por cometer actos violentos entre sí como forma de supervivencia. Todo —como no puede ser de otra manera— acaba mal.

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El director acentúa estas condiciones por medio de una imagen deslucida, sin mucha corrección ni edición. Las tomas son tambaleantes, como si nos quisiera indicar que aquí no hay artificios y todo es mucho más orgánico. No hay escenografías y todo se filmó en locación. La anécdota en particular no será “verdadera” en un sentido estricto, pero retrata la vida de las personas abandonadas por el sueño surcoreano.

Ese sueño —que ha sido cuidadosamente construido desde el gobierno coreano— se ha convertido en un fenómeno cultural llamado onda hallyu. Y es que ese gobierno ha incurrido en la producción de bienes culturales: desde el k-pop hasta el cine y la enseñanza del coreano. Es un diseño muy cuidadoso de la imagen de Corea hacia afuera. Es la Corea de las y los idols, de los doramas, del cine comercial y los manhwas (historieta surcoreana). Es una política pública pensada para proyectar una imagen determinada de Corea, la cual pinta a un país de profundas contradicciones, como un paraíso tecnológico donde todos los ciudadanos son felices.

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Piedad precisamente viene a romper con ese maquillaje y con las formas artificiales. Se levanta contra el sueño hallyu y lo critica abiertamente, formando parte de un cine que reflexiona y denuncia la basura oculta detrás de la imagen diseñada por el gobierno coreano. En esta tradición tenemos The Host (2006) y Parasite (2019) de Bong Joon-ho, la Trilogía de la VenganzaSympathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy (2003) y Lady Vengeance (2005)— de Park Chan-wook y Burning (2018) de Lee Chang-dong.

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Es cierto que debemos también pensar en cómo esta crítica se inserta en las industrias culturales y es asimilada por la onda hallyu. No podemos olvidar que la exitosa serie de Netflix Squid Game (2021) construye su narrativa sobre la crítica al capitalismo rampante en Corea del Sur. Sin embargo, me parece que las cintas mencionadas no solamente crearon el camino sino que, en su estética naturalista, abren una mordaz forma de visualidad que rompe con las imágenes maquilladas de la onda hallyu. Al menos, me parece, Piedad lo hace y es, en gran medida, uno de los fundamentos de su propuesta cinematográfica.

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Piedad es, sin duda, una de las mejores cintas de los últimos veinte años en el cine de Corea del Sur, pero puede ser una experiencia estresante. No es simplemente la temática o la narrativa, hay escenas de violencia que pueden incomodar al espectador. Particularmente una de violencia sexual. Sin embargo, la experiencia misma del visionado de la película obliga al espectador a enfrentarse con la propia temática de la violencia como parte del tejido social de Corea del Sur. Probablemente no será para todo el espectador y querrá parar después de la secuencia en cuestión. Pero si el espectador decide continuar podrá ver una cinta única y particular que no forma parte del cine hollywoodense ni del cine comercial promocionado por el gobierno coreano. Me parece que el director precisamente busca incomodar al espectador y lo logra con un ejercicio fílmico como pocos.

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Juan Manuel Diaz de la Torre

Tengo 36 años y nací en la Ciudad de México un 11 de octubre de 1985. Ese día fue viernes y debí nacer a las 6 de la mañana, pero llegué hasta las 8. Tal vez por eso me gustan los viernes y dormir hasta tarde. Soy escritor de poesía, cuento, novela y viñeta, aunque mi trabajo diurno es ser profesor e investigador. En realidad, creo que mi chamba es comunicar: sin importar que sea una reflexión en forma de cuento, un análisis de una película o algún apunte sociológico, lo único que hago es comunicar.

 

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