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LUGARES IMAGINARIOS

II

Emiliano González

Primera parte

 

El personaje Jim, de Las aventuras de Huck (1884) de Mark Twain, es un negro que busca su libertad y que representa a un árabe loco en una obra de teatro, dando origen a Abdul Alhazred, y el personaje Jim de mi propia obra de teatro, El rey (trova love), es una premonición de este hallazgo. Jim, aparecido antes en la novela colectiva Banú, escrita en la escuela secundaria, se basa en Boulton, alumno negro de visita en nuestra escuela, y hermano subterráneo en la obra de teatro, en que el papá de Jim se alarma ante el movimiento psiquedélico. El actor Blackuarius, de la obra Hair, es otro origen de Jim.

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Los negros de Lovecraft provienen también de Cervantes. En El Quijote, después de la historia de Micomicona y el gigante, Sancho menciona a Satanás y le dice a Don quijote: “tome ese reino que se le viene a las manos de vobis vobis…” Como la princesa Micomicona es hija de Tinacrio el Sabidor, docto en arte mágica, podemos ver que los “vobis” que menciona Sancho no son sólo –como dice el estudioso Clemencín– un modo adverbial de “bóbilis bóbilis” (sin esfuerzo), sino “obis” o brujos africanos, a los que Cervantes alude veladamente. La “criatura de la noche” mencionada por Baudelaire en su soneto “Sed non satiata”, es hija de un brujo en el cuento de Lovecraft “La cosa en el umbral”. De la princesa Micomicona proviene la princesa mica (es decir, mona) de “Arthur Jermyn”, originada por la relación entre los monos y el África, al continente negro, relación que Cervantes observa al imaginar el reino negro Micomicón. El investigador Clemencín dice que la historia de Micomicona es una transformación de la historia de Nisiana, reina viuda de Bohemia que se niega a casarse con el transilvano que la pretendía, y éste invade su reino y se apodera de gran parte de él. En la historia de Micomicona ella es Nisiana y el transilvano es el gigante. La historia de Nisiana es de Florambel de Lucea. El transilvano y la reina nos llevan al vampiro, la princesa y el mono del Ramayana, que influyen sobre Lovecraft cuando escribe “Arthur Jermyn”. La giganta de Baudelaire es –como la niña gigante de Gulliver– una feminización del gigante que se adueña del reino negro Micomicón y a la vez un recuerdo de la mujer del Lestrigón de La Odisea. La “criatura de la noche” es una superchería tomada en serio por el Quijote y convertida en imagen poética por Baudelaire: Micomicona (la cortesana rubia Dorotea, que antes ha sido princesa negra según su propio relato) es trasmutada por Baudelaire.

La influencia de los negros le llega a Lovecraft de Cervantes y asimismo de Poe. En su biografía de Poe, Israfel (1934), Hervey Allen observa:

Era inevitable que el muchacho se encontrara a menudo sentado ante las brillantes chimeneas de muchas cabañas negras, o en las viviendas de los esclavos, oyendo los cuentos tétricos (weird tales) de los residentes oscuros y oscilando con sus canciones sincopadas. Los críticos y biógrafos norteños parecen haber olvidado en gran parte que Edgar Allan Poe era un sureño crecido en el Sur. Para estos autores, la importancia de su atmósfera temprana y los incidentes románticos y grotescos de la vida a su alrededor, en su temprana pero impresionable juventud, deben ser un libro cerrado, si tomamos en cuenta la falta de simpatía por algo que nunca han experimentado ni sospechado.

En mi propia obra, el primer negro es Jim de Banú, la novela colectiva escrita en la secundaria.

Banú es una consecuencia, muy original, de El libro de los seres imaginarios (1967) de Borges, libro que se ve estimulado por el prólogo de Lugones para Belkiss (1894), obra teatral de Eugenio de Castro, autor que publica sus primeros versos a una edad muy temprana. Curiosamente, Borges al final de su vida tiene influencia de Emiliano González. En su cuento “Las hojas del ciprés”, incluido en su libro Los conjurados (1985) podemos leer:

Yo no tenía miedo, ni siquiera miedo de tener miedo de tener miedo, a la infinita manera de los eleatas…

El fragmento se basa en “Rudisbroeck”, cuando una niña le pregunta a Braulio cuál es el peor miedo de todos y él responde que el miedo de tener miedo. Entonces la niña le pregunta: “¿No tienes miedo?” Y Braulio responde que no. Mi fragmento es un recuerdo inconsciente del cuento de Bradbury “El parque de juegos”, en que el personaje Underhill piensa:

…nada puedo hacer sino tener miedo, y tener miedo de tener miedo.

Underhill se ve encerrado en un infierno infantil y en el cuento de Borges su enemigo se ve encerrado en una pesadilla (como el narrador de mi cuento “La huída”).

Recuerdo que cuando un fragmento de Banú fue publicado en el boletín bibliográfico Azteca, en julio de 1992, unas camisetas con “hiztz” (gorilas azules, bebedores del agua de los arroyos) fueron usadas en la ciudad y años después los encargados de la revista Penumbria sacaron unas camisetas con el título Los sueños de la bella durmiente y un esqueleto blanco sobre fondo negro. Unos “exagelados” (helados excesivos) se vendieron en ciertas misceláneas después de la aparición de la palabra “exagelados” en mi texto “La ciudad de las mujeres”, en Azteca, en febrero de 1994.

Todos estos ejemplos de influencias se ven acompañados de premoniciones.

En mi cuento sobre Garret Mackintosh hay premonición de mi lectura de Almas (1904) de J. E. Valenzuela, modernista mexicano. La segunda parte del libro, titulada “Cármenes”, está dedicada a Enrique G. Mackintosh y a Manuel González, y el prólogo de Nervo para el libro tiene la expresión cul de lamp que aparece en mi cuento sobre Garret, que incluye también una referencia a la contribución de Julio Ruelas al decadentismo. El libro de Valenzuela está ilustrado por Ruelas. El poeta dice en “El beso”:

Dos monstruos marinos, enormes figuras

de faunas extintas, cuyas dentaduras

mascan la penumbra con ira brutal,

retorciendo airados sus biformes colas

en los toques rojos de las largas olas

aurincandescentes de un biombo oriental.

En este poema el autor está enamorado de la princesa del tapiz, que tiene labios de fresa como la del poema de Darío sobre la princesa triste y que anticipa a la joven con labios de fresa del reciente CD de la cantante Clara Thomas. Valenzuela, para elaborar “El beso”, se inspira en el cuento de Gautier sobre Onfalia.

El poema “Escena” parece inspirado por “Fragmentos” de Becú, en que hay una “inmensa lira” con cuerdas ensangrentadas, motivo basado en un motivo de un cuadro del Bosco: el mismo que le ha sugerido a Ruelas la ilustración para este poema, pues también aparece desnudo el personaje que acompaña a la lira, hecha de troncos, hojas y ojos insólitos en la versión de Ruelas. En el poema “Vanidad” de Los sueños de la bella durmiente hay unos versos que nos hacen pensar en Becú: “lunares de marfil, ónix moteado”. Otros motivos de mi libro pueden verse en el libro de Valenzuela, en que están los siguientes versos:

Hoy todos los muchachos se han vuelto torvos,

No conocen la risa que el alma alegra;

Beben hiel de vampiros, a breves sorbos

Y se han empecatado de Misa Negra.

Las serpientes y las zarzas, dignas de “El libro verde” de Machen, se unen al murciélago del horror en una ilustración de Ruelas para “Poema roto” de Valenzuela y éste muestra afinidad con Crowley cuando alude, en “Uror”, a “una bestia de Apocalipsis de los sexos”. La imagen de Satanás como hombre tentacular y alado, con serpientes en vez de tentáculos, es lovecraftiana, y está en el dibujo de Ruelas para el poema en prosa titulado “Piedad”. La lira de las caderas de una joven frente a un espejo, en el poema “Revelación”, nos hace recordar la lira de los flancos de una mujer en el poema “Después” de Nervo, y anticipa los temas sexuales y eróticos de mis libros.

En mi cuento sobre Garret hay asimismo premonición de mi lectura del cuento “G. M.” de Gustav Meyrink, en que un americano llamado George Mackintosh destruye una ciudad, poseído por la locura del oro (el “rey de amarillo”, como decían Darío y Chambers). Recuerdo el fragmento de mi cuento sobre Garret, en que varias ciudades son destruidas. Por las iniciales, vemos que George Mackintosh es un “alter ego” de Gustave Meyrink.

La comida y la bebida tienen significados chistosos y siniestros en mi libro: comida, es comedia; trago es tragedia.

La Cristofagia (basada en un cuento mío de humor negro) se subtituló finalmente “el Evangelio según San Judas”, debido a que vi la novela de Jean Ray, San Judas de la noche (1947). La “comilona de santones” de mi cuento se volvió La Cristofagia y, aunque no leí la novela de Ray, me inspiró el subtítulo para el espectáculo macabro y muchos años después leí la novela, en que hay relación con “Rudisbroeck o los autómatas” –que incluye La Cristofagia– y con “La última sorpresa del apotecario”. En la novela de Ray hay un grimorio Stein de Judas Stein von Ziegenfelzen. Ray dice que el infierno posee sus elegidos y sus santos, aunque son raros, y que San Judas es uno de ellos. El grimorio Stein es un resumen de El libro negro y la Cábala de Salomón sin sus vaguedades y hermetismos, en fórmulas precisas como ecuaciones. Es una especie de Necronomicón. Cuando salió la segunda edición de mi libro Los sueños de la bella durmiente, sin los poemas –debido a la colección en que aparecía– hubo más cercanía entre el primer cuento y el último, y eso me permitió percibir que los feístas de “La última sorpresa del apotecario” eran muchachas y lobos como los cristófagos de “Rudisbroeck”. En la novela de Ray, las doce estatuas de apóstoles en “La casa de San Sebaldo” en Nuremberg se ven acompañadas por figuras desnudas de sirenas, “evocando pensamientos de tentación”. Esto nos lleva al libro de Mirlitón, en cuyos cantos hay escenas de la Pasión y juguetes galantes de la Roma antigua. En la novela de Ray es mencionado un apotecario y al final hay una lágrima y un recuerdo, como en mi cuento, en que el apotecario recuerda una gota de agua en una uva al ver la lágrima de su discípulo. Símbolo de la aparición del Renacimiento, “La última sorpresa del apotecario” muestra la protesta por la eliminación de niños feos de la República de Platón, protesta reprimida. Los feístas se vuelven de algún modo anticristianos después de esa represión en que algunos han sido quemados.

Originalmente, “Rudisbroeck” se titulaba “Los mastines de Rivendrop”, y era un cuento narrado por un mutilado que describía luchas de perros rabiosos. Después ese argumento se volvió un cuento narrado por un robot, que describía espectáculos siniestros. Mi cuento sobre los mastines era depresivo y su atmósfera se basaba en un sueño pesadillesco sobre una isla concentracionaria. “Rudisbroeck” es la segunda versión de ese cuento distópico.

Continuará…

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988),Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989),Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).