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THE TEXAS CHAINSAW MASSACRE

Y EL PRIMER MIEDO

Miguel Sandoval

 

Para quienes el cine de terror nos ayuda a construir comunidad, queda claro cuál fue el momento definitivo que nos inclinó a este género. Ya sea de modo frecuente o esporádico, la primera imagen que nos impactó brota como amena y querida, mientras que para otros puede ser escandalosa. En mi caso, le debo a The Texas Chainsaw Massacre del 2003 mis primeras incomodidades, juegos macabros infantiles y algunos intereses estéticos.

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Sé que no es ni de lejos la mejor cinta protagonizada por Leatherface; no obstante, recuerdo comprarla en una visita a Michoacán, entre los puestos de un tianguis, y verla en varias vacaciones con mis primos; sentir el calor del largometraje en el clima agreste michoacano, imaginar que “Cara de cuero” cosía piel con su máquina en la parte superior de una casa todavía en obra negra.

Acto seguido, jugábamos imitando el sonido de la motosierra —¡¡¡brrrffffff!!!—, correteándonos con un palo en una modalidad terrorífica de “las atrapadas”. Cuando se hacía de noche y los grillos empezaban a cantar, parecía imposible atravesar las zonas oscurecidas del campo: teníamos que huir apresurados por la sensación de que Thomas Hewitt nos perseguía.

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Fan póster de G. R. David

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Vuelta a ver por la inclemente nostalgia infantil, confieso que se me escaparon algunos reproches debido a exageraciones en la trama, a diálogos e instantes de actuación sinceramente ridículos para los que, sin embargo y en contrapunto, hay una atmósfera abrasadora, podrida y al estilo body horror de lo que puede encontrarse en la saga de Hostel. Lo anterior no es sólo suposición, ya que Mike Fleiss trabajó como productor para ambos títulos.

Si bien los errores de continuidad abundan en la película, así como su montaje es en ocasiones deficiente, considero aventuradas las decisiones de dirección de Marcus Nispel, proveniente de la industria del videoclip para artistas como Faith No More, George Michael y No Doubt, entre otros. El debutante cineasta (es su ópera prima) rinde tributo a Tobe Hooper y su Masacre en Texas de 1974 con planos contrapicados y con una casa sucia, llena de huesos, donde agrega el toque de carne colgante.

A propósito, en esta versión la casa de los Hewitt es casi un palacio venido a menos, una mansión solitaria, pero aledaña a otros espacios en que el desperdicio y la suciedad priman. En ella vive el Sheriff Hoyt, figura autoritaria que interpreta R. Lee Ermey, famoso por su papel de sargento en Full Metal Jacket (1987). Bajo la dirección de Nispel, invoca un poco de aquel ímpetu y disciplina, esta vez en un hombre burlón, violento y con interés por lo necrofílico.

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Este no es el único tabú presente en la producción, también hay rastros de endogamia, evidentemente de canibalismo, tropos en los que resuenan la América profunda y el terror rural, caracterizados por la desconfianza a los extraños, la violencia bruta y el aislamiento. Por otra parte, las torturas de Leatherface a sus víctimas podrían calificar dentro del splatterpunk por su violencia casi sin censura, además de sus métodos destinados a prolongar el sufrimiento.

¿Cómo un grupo de niños pudo soportar un visionado de este tipo? Es multifactorial. Empecemos por decir que el terror es una zona segura, un lugar desde el que el espectador sabe que nada va a ocurrirle, excepto por los latidos de corazón acelerados. Y, en segundo término —aunque más revelador, me parece—, atestiguamos el incremento de contenido gore en un sexenio (2006-2012) marcado por la crueldad y del que, a pesar de sólo conocer de oídas o por imágenes breves en los noticieros, lo terrible del panorama era ineludible.

The Texas Chainsaw Massacre del 2003 es probablemente una obra mínima en el catálogo del terror. Centra muy poco tiempo en estudiar a Thomas Hewitt, a quien, según su madre, “ridiculizaban mientras estaba creciendo” y quien usa momentáneamente como máscara la piel de un hombre típicamente atractivo para esconder su deformidad.

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Y pese a que detectamos a Thomas sufrir por sus heridas, ser el cazador de un linaje que bien podría comer carne de otra especie animal pero prefiere la humana, el filme escoge alargar la escaramuza antes que darnos un vistazo más profundo a esta versión de los Hewitt que, en mi opinión, daba para mucho más. Slasher al fin al cabo, no me olvido de aplaudir su intro y culmen en código de true crime, con imágenes de archivo falso, mismas que para el ojo infantil resultaban indiscutiblemente verdaderas.

¿Fascinación infantil morbosa? ¿Un aumento en la venta de películas hiperviolentas durante el gobierno calderonista? Tal vez ambas, tal vez ninguna de las dos constituye razones por las que esta cinta llegó a nuestras manos. Quizás —y valiéndome de la cursilería— el filme nos escogió y, en mi caso, definió un gusto por el terror en sus diferentes expresiones, el cual, si bien tardó en asentarse, hoy me tiene escribiendo estas palabras.

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Miguel Sandoval

Estudiante de Ciencias de la Comunicación en la UNAM.

28 años, lector y gran fanático del terror.

Escribo sobre cine, microrrelatos y de mis experiencias cotidianas.

¡Larga vida a la Nueva Carne!

@sndvlmiguel

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