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Bitácora de la Capitán:

REPORTE ANUAL DE NAVEGACIÓN

AKIRA

 

Marina Ortiz

 

El cyberpunk japonés se caracteriza por una peculiar confianza en la tecnología y las personas. En ambas se encuentra una salida al embrollo que las instituciones (el estado inepto y las empresas egoístas) han generado desde ciertas implementaciones de economía de “libre mercado”. Mientras el cyberpunk americano le teme a sus propias creaciones y está indeciso en su humanidad o el mexicano se hunde sin remedio entre las irrefrenables fuerzas de la tecnología y los poderosos extranjeros, el cyberpunk japonés tiende a encontrar esperanza en las posibilidades de lo desconocido, de lo otro más allá del dominio. Mientras otros cyberpunks se aferran al precipicio, mirando al vacío con temor y admiración, el japonés extiende la mano hacia él. Otros cyberpunks profetizan el derrumbe de la sociedad, el japonés lo repite una y otra vez para que así puedan vivir los olvidados por la ciudad.

Se cumple la consigna “hay que morir para renacer”, presente en títulos como Demian (1919) de Hermann Hesse.

El cyberpunk nos habla de un modo de vida insostenible. La saturación urbana sucede por la edificación del “Progreso” como la única vía para la sociedad —progreso que en realidad significa Consumo—. Cada centímetro de la ciudad está permeado de Él, ya sea su enaltecimiento o sus inevitables despojos, acumulados en su laberíntica oscuridad. El espacio tiene un significado: utilidad, ganancia. Y el tiempo: el instante. Nada que cuestione ni detenga el crecimiento. La vida no es para vivirse, sino para ganar dinero.

Esta saturación conlleva un escurrimiento de la tecnología y la ciencia a los estratos más bajos. Pero en ello reside la superación del ciclo vicioso de desigualdad e indiferencia. En las expresiones japonesas encuentro más éxito, o bien esperanza de que un cambio es posible. La clave está en los punk, las personas que no lograron “aprovecharse” de la corriente del “Progreso”, que no pueden “adaptarse” —podríamos reflexionar sobre las jerarquías sociales para ello en otro momento—. En cuanto hacen contacto con las maravillas de la ciencia, superan y destruyen las barreras del concreto y el dinero. En el cyberpunk japonés hay una singular energía de ironía, burla, fuerza, risa y descaro carente en otros países.

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La pequeñez que la ciudad impone a sus individuos, el abandono a su cuerpo y corazón, la deriva a la que el Consumo ha dejado al tiempo por no ajustarse a la inmediatez de su crecimiento, la vorágine que la subjetividad no soporta. En medio del remolino al vacío surge un grito en llamas: “Si tú me quieres consumir hasta la inexistencia, entonces te voy a arrastrar conmigo”. Y tras la muerte de la ciudad, o de las Instituciones, se abre la vida, o la posibilidad de otro modo de vivir.

Cuando vi Akira (Otomo, 1988) por primera vez yo tenía poco más de un año adentrándome a la ciencia ficción, y me encontraba pasando por un momento de transformación personal considerable, donde los cimientos de mi persona se desmoronaban sin fin. El asunto con las cosas del corazón es que uno nunca sabe del todo cómo funcionan: ¿por qué nos aferramos a una narrativa, por qué nos emocionan ciertas estéticas, por qué algunas músicas nos abruman? Cómo nos abrasa la empatía y cómo nos transforma. La intuición es algo abstracto y sutil, en mi opinión. La encuentro debajo del miedo, un silencio indescifrable de piedra que me sostiene a pesar de la incertidumbre.

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No sabía a dónde me dirigía, ni qué sería de mí. Tampoco me importaba mucho. Veía la ciudad y era como si no le importaba mi futuro, y yo tampoco era capaz de articularlo por mí misma. Carecía de identidad. Pero sin que yo lo supiera, la ciencia ficción —y en especial el cyberpunk— me sostenía en un entramado invisible e intangible. No me dijo lo que tenía que hacer con exactitud, sólo me apuntó a una apertura, una salida blanca y fría.

Cuando vi Akira algo cambió en mí. El cyberpunk habla de la identidad y de nuestra pertenencia al mundo como un desdibujar del individuo en el espacio. Los personajes le preguntan “¿Quién soy?” a un entorno que sólo reverbera el eco de consume-consume-consume. Y se erigen otras preguntas: “¿Para qué soy? ¿Para qué estoy? ¿Para quién o qué soy?” Tetsuo o Kaneda responden, con sentimientos y sentidos muy distintos: “¡Para nada!” El despecho adolescente no sólo refleja con pureza la violencia a la que nos enfrentamos en cada actualidad, también es capaz de ver a través de las mentiras y los mitos que los adultos utilizamos para sobrellevar los días: la meritocracia es corrupta y fracasada, el entretenimiento como el opio de las masas, el “libre” mercado, el poder del consumidor…

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Lo que Akira me dijo, en uno de los momentos más complejos de mi vida, es que podía renacer desde la ira y la incertidumbre, el dolor y la risa. Que tenía derecho a odiar al ente abstracto, monstruoso e indiferente del “Progreso”, ni que debía respetar sus monumentos. Que si por alguna razón me sentía marginada, la salida estaba en mí; con el escurrimiento tecnológico y epistemológico, yo podía asirme de una semilla explosiva y catapultarme lejos. Había perdido quién era, y Akira me mostró que podía incinerar los artífices y prevalecer: “Al final sólo vas a quedar tú”*, como Tetsuo tras su transformación o Kaneda con los sobrevivientes de NeoTokio tras su tercera destrucción. La rebeldía es la respuesta. Como mencioné en la primera columna: “La lucha y la rebeldía siempre implican una cierta cuota de esperanza, mientras que la desesperación es muda” (p. 203). Akira grita de inicio a fin.

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* Parafraseo de la famosa frase de Dune: “I must not fear. Fear is the mind-killer. Fear is the little-death that brings total obliteration. I will face my fear. I will permit it to pass over me and through me. And when it has gone past I will turn the inner eye to see its path. Where the fear has gone there will be nothing. Only I will remain”.

Akira se puede ver en Netflix.

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Ana Marina Ortiz Baker

Soy de Monterrey, Nuevo León, México.

Desde la licenciatura estudio la ciencia ficción y la fantasía, y estoy por terminar una maestría en Literatura Hispanoamericana.

Mi tesis de investigación fue sobre el cyberpunk mexicano, en específico el tema del espacio y su relación recíproca con los personajes.

Me gustan los temas del cuerpo, la mujer, la ciudad, los mitos, la magia y la naturaleza.

Los conocimientos que tengo, que son un tesoro para mí, aún tienen mucho que crecer.

Twitter: @maro_baker

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