UMBRAL
LAS ONCE CARAS DEL MIEDO
Belinda L. de la Torre
Como una polilla atraída por la luminosidad y el calor de una lámpara, estampo mi atención en un hermoso libro-objeto. En su sobrecubierta nos presenta ilustraciones encantadoras y artísticas de corte monstruoso y fantasmal, destacando unas manos que se aproximan al planchette de una ouija, un frasco con un extraño contenido flotante, un ojo y un rostro deforme, todo acompañado de destellos en un fondo oscuro. La fascinación a simple vista ahí no termina: al desprender la cubierta del libro y abrirla por completo encuentro en el reverso un tablero parlante que no hace más que invitar al juego y, por si fuera poco, escondido entre las páginas el cursor, que —además de guiarnos al mundo de lo desconocido— funge como separador de nuestra lectura. El título resuena con potencia: Umbral. Su autor: Roberto Abad.
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Como si se tratase de una sesión espiritista, abro el libro con sigilo e intriga para iniciar la invocación. La frase que lo apertura resulta un conjuro capaz de despertar a los entes comprimidos en los once relatos que lo componen: Pregunta al oráculo de la noche, seguido de una suerte de advertencia/reverencia que, a su vez, funciona como un permiso para entablar conversación con los que están Al otro lado. El cuento que abre las puertas del más allá lleva por título «Siempre estaré a tu lado» y nos presenta a un padre divorciado preocupado por la salud de su hija de ocho años, quien será hospitalizada con el fin de extirpar un tumor que de pronto apareció en su estómago. Entre la angustia y la desesperación, la pequeña confiesa haber jugado a la ouija con su mejor amiga y que al preguntar si serían amigas para siempre les declaró que ella tendría un hijo de la entidad, motivo por el cual ya no podrían continuar siendo amigas. El padre, perplejo (pero al mismo tiempo dubitativo), recrimina la acción de su hija e intenta no pensar en eso; sin embargo, descubre que aquella carnosidad extraída parece tener vida propia. A partir de aquí queda claro que como lectores estaremos todo el tiempo en modo alerta, al borde de los nervios, intentando llegar al final de cada abrumador relato.
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Con Umbral (2024) —Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2025—, Roberto Abad (Morelos, 1988) nos posiciona en mundos abyectos, extraños, inquietantes y algunas veces tragicómicos para adentrarnos en la psique de los personajes que de pronto sentimos tan cercanos, pero sobre todo en el universo que como autor lo mueve: la vida después de la muerte, los vínculos familiares, bucles en el tiempo y ufología, por mencionar algunos. En un principio puede parecer que el libro se encaminará sólo a temas de corte fantasmal; no obstante, conforme avanzamos entendemos que se trata de una miscelánea de horrores que inicia y desemboca con la tabla parlante —no por casualidad—, pues al concluir con la lectura cerramos la sesión, parte esencial del ritual. También se incorpora una especie de epílogo, donde se explican los motivos por los cuales la comunicación con la ouija tiende a ser tan parca y hermética, detalle que me resultó muy simpático. Cabe mencionar que antes de iniciar la lectura de cada cuento se incorpora una pregunta y una imagen que en ocasiones hace alusión a juegos de invocación, fórmulas o pasajes convencionales que llevan implícito el Sí o No, simbólico al oráculo. Todo lo anterior, con cada detalle delicadamente trazado, no hace sino alimentar nuestra curiosidad y amor por lo terrorífico, apelando por una comunicación sensorial.
El estilo narrativo de Abad se caracteriza por un lenguaje conciso, transparente, marcado por tintes coloquiales. De un momento a otro logra adentrarnos al conflicto, permitiéndonos caer en una espiral hipnótica. A través de cada relato apreciamos un círculo perfecto que logra cerrarse dando pie a interpretaciones, teorías o enfoques. Los personajes, por otro lado, son extraídos de su cotidianidad para ser lanzados a escenarios con situaciones límite: nos traspasan con su angustia, desesperanza, confusión y miedos. Ejemplo de ello es el cuento «Laureles», narrado en primera persona, donde seguimos de cerca a Joel, un seminarista que viaja al pueblo con el mismo nombre —Laureles— para realizar sus prácticas previas a concluir sus estudios. Al instalarse, descubre que el sacerdote encargado de la Parroquia ha compartido con los feligreses una nueva versión de la Biblia, en la cual ha intercalado textos apócrifos, recreando así una renovada idea sobre Dios, el Apocalipsis y los medios para llegar a obtener “sanidad”. Resulta interesante la manera en la que aborda el tema sectario, ya que en un principio el protagonista intenta cambiar la mentalidad del sacerdote y la manera equivocada de llevar la iglesia; no obstante, el giro de tuerca lo constituye el poder divino trasmutado en unos pequeños niños albinos, que tienen el don de curar o lastimar a otros con movimientos de sus manos. A goterones nos toca desentrañar los secretos, las prácticas malévolas y los estados de enajenación de los adeptos que no cesarán hasta acabar con los intrusos.
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En «Fraternidad de la fauna» tenemos la historia de un hombre en situación de calle conocido como El Brujo, dispuesto a vengarse de un perro que mordió a una mujer embarazada, al cual vigila constantemente hasta lograr encontrarlo. Las escenas que describen el brutal ataque hacia el animal exalta los corazones de los lectores que, como yo, pasamos rápido las líneas. Gracias a la descripción del personaje, observamos que la crueldad no es lo que lo mueve sino esa suerte de convertirse en un vengador que sanciona la acción del perro: Regresó a su esquina, convencido de que la noche tiene sus propias formas de justicia, y haber contribuido a una de ellas lo hacía sentir orgulloso. El pecho se le expandía con una sensación de aire limpio y placentero. El remordimiento lo invade al descubrir que extrañamente se equivocó de perro, así que corre a la alcantarilla donde lo arrojó, prometiendo curarlo e incluso adoptarlo. Entre la inmundicia y la oscuridad seguimos al protagonista, anidando la esperanza de que lo encuentre, pero con un vuelco en el pecho por temor a lo que pueda aparecer en el camino.
La diversidad de los cuentos de Umbral nos hace experimentar un viaje vertiginoso, inusual y desconcertante, donde nos adentrarnos a casas que tienen vida propia y manipulan a los que a ella llegan duplicando su identidad o convirtiéndolos en animales si ingieren demasiada sopa de lentejas, o despertar de un mundo onírico para desentrañar la verdad de dos posibles realidades, sumergirnos en un viaje de difícil retorno a las Galápagos para verter nuestra obsesión en los Aayin eek´, esclarecer un lenguaje familiar que esconde un sombrío secreto, o mantenernos suspendidos en el aire esperando ser rescatados por alguien que nos sacuda del trance o del infierno mismo luego de haber jugado con la ouija. Las formas del miedo son variadas, Roberto Abad nos regala once. A modo de advertencia, es recomendable no perder el planchette incluido, pues corremos el riesgo de quedar atrapados en ese portal abierto a todo aquel que tenga la osadía de abrirlo.
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Belinda L. de la Torre
Narradora. Licenciada en Letras y Maestra en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Zacatecas.
Ha colaborado en las revistas y suplementos culturales La gualdra (periódico Imagen), Crash, La testadura, Tachas (Es lo cotidiano), Confluencia Revista Hispánica de Cultura y Literatura, Campos de plumas.
Forma parte de las antologías Y son nombres de mujeres. Antología de escritoras zacatecanas IV y Tinta violeta de la editorial Aquelarre de tinta.
Contacto: klavier.belinda@gmail.com
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