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RAYOS Y CENTELLAS

Nikola Tesla y Mark Twain, amigos

Nelly Geraldine García-Rosas  

 

 

Suele creerse que la ciencia y el arte pertenecen a universos distintos, que no pueden (ni deben) mezclarse, que están “peleados” para la eternidad. Tales ideas son falsas, por supuesto. Arte y ciencia son parientes cercanos en la mente humana, ambos producto de la curiosidad, el ingenio y el deseo por responder todas las preguntas.

No es raro, entonces, que el siglo xix haya visto nacer una de las amistades más peculiares, si bien memorable, en la historia de la ciencia y la literatura. Nikola Tesla, el delgado y enigmático genio serbio tan olvidado por la historia, y Mark Twain, el de la palabra socarrona, uno de los escritores estadounidenses más queridos; no podían haber sido más distintos y, a la vez, más cercanos: rayo y trueno, como escribió Katherine Krumme (Mark Twain and Nikola Tesla: Thunder and Lightning, 2000).

 

Dicen que las relaciones más duraderas son aquellas que tienen una historia interesante sobre cómo empezó todo. La de Tesla y Twain comenzó con un libro. En su autobiografía Tesla escribió que estando muy enfermo y casi desahuciado por los médicos descubrió los primeros textos de Twain y atribuye su milagrosa recuperación a la lectura. “Veinticinco años después, cuando conocí al Señor Clemens [Mark Twain era el seudónimo de Samuel Clemens] y nos hicimos amigos, le conté sobre mi experiencia y quedé sorprendido al ver llorar a un hombre tan risueño” (Nikola Tesla, My Inventions: the autobiography of Nikola Tesla, 1919).

La admiración era mutua. Twain, por su parte, estaba maravillado por el trabajo científico de Tesla. Escribió en su cuaderno de notas que la corriente alterna, a la que consideraba uno de los mejores inventos de su época, revolucionaría el mercado eléctrico mundial. Así fue. Como era de esperarse, el escritor se volvió cada día más entusiasta por los inventos de su amigo. Se dice, incluso, que algunos personajes de la obra de Twain están basados en Tesla.

El científico loco y el escritor chiflado solían frecuentar The Player’s Club, un bar neoyorquino, aunque sus reuniones más interesantes debieron ser en el laboratorio de Tesla donde de vez en cuando se disparaban “chispas” y presenciaban el poder de la electricidad que, dicen, curó a Twain de la constipación [¡Ah! ¡El siglo xix! Usar la ciencia para disparar una “pistola de rayos” a la cabeza de tu amigo o hacer que casi ensucie sus pantalones].

La primera década del siglo xx vio pocas visitas al laboratorio, pero atestiguó que el científico y el escritor serían inseparables: rayo y trueno. La muerte de Twain afectó mucho a Tesla quien, varios años después, en los delirios que precedieron a su propia muerte buscó a su amigo y aseguró haber platicado con él como antes. El científico terminaba sus días como había comenzado aquella maravillosa amistad: con la imaginación.

Nelly Geraldine García-Rosas creció enamorada de Nikola Tesla y su electrizante ser, por ello espera algún día viajar en el tiempo para acosarlo y arrojarle alguna prenda íntima que él despreciará debido a su celibato. Cree además que, al igual que Twain con el cometa Halley, su destino está amarrado a los ciclos de algún astro aunque no ha descubierto cuál. Para saber más (o, quizá, menos) visita nellygeraldine.com