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EL GATO PERDURARÁ

 

Alicia M. Mares

 

 

El gato hermoso perdurará y perdurará.

ESCRITO EN UNA PIEDRA DE 3,000 AÑOS DE ANTIGÜEDAD

EN TEBAS, EGIPTO

 

La venganza de Bastet

Este es el epígrafe con el que abre “La venganza de Bastet”, uno de los relatos antologados en El gran libro de los gatos (Blackie Books, 2019). El argumento aparenta ser muy sencillo: el protagonista monologa frente a la tumba de su querido gato, afrontando el duro proceso del duelo. Sin embargo, este relato de Ana Llurba se intercala con los extractos de un enigmático texto escrito por la arqueóloga Singleton-White, tras descubrir el templo a Bastet a las afueras de Alejandría en 1989.

Por sí solo, el fallido diálogo entre el protagonista y su gato, Chicho, expone una vulnerabilidad que fácilmente puede llevar a la ternura y, de ahí, al llanto.

Por ejemplo:

“El día que te enterré acá, junto a la tumba de Laurita y Rosaura, me quedé llorando solo. Aunque después de un rato me di cuenta de que no estaba tan solo. Intuí como si alguien me estuviera observando. Entonces, los vi. Había tres acostados tomando el sol en una cruz torcida al frente y otros cinco en el lotecito vecino.”

Sin embargo, ya en este fragmento se distingue el cambio tonal que atraviesa este relato: comienza con una pérdida y un claro dolor expuesto, pero lentamente se inclina hacia el misterio. A la sensación de que algo —o alguien más— es partícipe del relato y, por ende, invariablemente actuará en él. Tarde o temprano.

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Textos como planetas que se orbitan

A lo largo de este breve relato, lo relatado en el fragmento de Singleton-White y el momento que comparten el protagonista y Chincho van aproximándose. Por un lado, el primer texto relata cómo el culto a Bastet, diosa de los hogares y los templos, declinó tras el siglo III a.C. Esta diosa, con cuerpo de mujer y cabeza de gato, se representaba con una piedra circular sobre la cabeza; piedra seccionada en seis partes y que en el centro mostraba un círculo diminuto, del tamaño de una aceituna.

Por otro lado, el segundo texto relata el dolor del protagonista, que le pregunta a su gato cuándo ha de volver. Sin embargo, ambos textos parecen interrumpirse de golpe cuando alguien en el cementerio le chista al protagonista, instándolo a callarse.

“Levanté la vista y no vi a nadie. Solo las decenas de gatos, observándome. Pero como me miraban como lo hacen los gatos, con desinterés, no les hice caso y te seguí leyendo.”

Por unos momentos, el lector, al igual que el protagonista, puede ignorar la atmósfera extraña que se ha creado en aquel cementerio. Ambos discursos —el de la arqueóloga y el del protagonista, que sigue hablándole a Chicho— se orbitan como dos planetas. Claro que estos se van aproximando cada vez con mayor fiereza, hasta que el protagonista vuelve a salir de su trance-duelo, preguntándole a Chicho que si no nota algo raro.

El final es breve pero contundente. Finalmente, el protagonista dirige su atención hacia lo que pasa a su alrededor: docenas de gatos, más de cincuenta, lo han rodeado. Lo han vuelto el centro del círculo de la cabeza de Bastet: la aceituna.

Y lo estudian. Y lo observan. Es así que el cuento cierra, en aquella cúspide de entendimiento: los gatos están replicando el ritual detallado en el texto arqueológico, deseando, quizá, retomar el culto a Bastet. El rol que tendrá el protagonista en esto —víctima o sacerdote, o quizá solo un participante más— no lo sabemos.

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La devoción felina

Se puede extraer una conclusión inmediata: de tanto leer sobre el culto a Bastet, el protagonista ha invocado a gatos al lugar. Es una teoría viable. El suspenso y la resonancia del cuento yacen en esa duda de qué pasará después. ¿Iniciará algún ritual olvidado por la historia?

No obstante, puedo llegar a una conclusión ideológica más general, pero también más tierna. El protagonista es un devoto a su propio gato, le sigue dirigiendo palabras, tiempo y hasta actos de aprecio tras su muerte. No en balde le ha comprado hasta su propio lotecito en el cementerio. Esta es una escena que resulta familiar no solo a los amantes de los gatos, sino a todos los que han sido dueños o compañeros de otro animal y han tenido que afrontar su pérdida. Es común hallar o inventarnos urnas, tumbas, retratos, altarcitos y todo tipo de rituales en nuestro proceso de afrontar el duelo de una mascota.

Quizá la impresión que me deja este relato es muy simplista, mas no deja de resonar con veracidad. Y es ésta: ya sea en tiempos remotos, cuando se veneraba a gatos en Egipto y se construían templos a Bastet, o en la más yerma actualidad, seguimos amando a estos animalitos con intensa devoción. Y este acto, a pesar de amoldarse a las sensibilidades actuales, no deja de ser muy parecido a la devoción hacia las deidades.

Queda, entonces, solamente el epígrafe: el gato hermoso perdurará y perdurará. Impulsado por nuestro cariño colectivo, por nuestra intriga hacia la naturaleza de lo animal.

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Ana Llurba

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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)

Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación.Trabaja como redactora en una agencia digital.

Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos.

Creció al lado de un árbol de jacaranda.

Twitter: @AliciaSkeltar

Facebook: @AliciaMaresReading

Instagram: @aliciamayamares

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