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EL BOGEYMAN AUSTRALIANO DE WOLF CREEK

Davo Valdés de la Campa

 

 

¿Qué valor tiene ver un slasher? Más allá del mero entretenimiento, del morbo y de una innegable fascinación secreta y oculta por la violencia, un slasher puede ser una crítica aguda, una radiografía de ciertos sectores o de ciertas ideas, o una denuncia política. Y es así como Masacre en Texas se convierte en una crítica sobre la violencia rural que asola Estados Unidos por el abandono de la estructura gubernamental, por decir algo. La falta de oportunidades y de aparatos socio-económicos y legales en las zonas más alejadas de las urbes se convierte en un perfecto escondite de asesinos, violadores y pervertidos que operan con impunidad, especialmente en parajes ocultos. Los ejemplos son incontables y me viene a la mente la serie True Detective, en la que los pantanos y los campos de Luisiana son el paisaje que esconden una red de abuso infantil y rituales de sacrificio, red que está atravesada por la participación de un brutal asesino. De hecho, uno de los tópicos del slasher es la idea de que los asesinos son de lugares rurales, exóticos o alejados de la civilización.

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Podríamos decir que el slasher en ciertas ocasiones está cargado de la idea etnocentrista de que los salvajes están en otro lugar: el bosque, el campo profundo, la selva, o que el bárbaro es el otro. Y aunque es verdad que muchas de estas películas están influenciadas por casos reales como la perturbadora historia del granjero Ed Gein, lo cierto es que la mayoría de los asesinos seriales y de los crímenes violentos ocurren en las grandes ciudades. En un artículo sobre una serie de asesinatos en Sudáfrica en 1986, Robert K. Ressler, uno de los más importantes investigadores del fenómeno de asesino serial, asegura que si los asesinatos en esa región de África tienen: “(…) algún significado cultural, (fue) que los asesinatos en serie son fenómenos urbanos, y que allí donde crecen las grandes ciudades su incidencia es mayor que en los entornos rurales o en las pequeñas poblaciones. La gran ciudad fomenta la alienación, el anonimato y el sentido de rabia, todos ellos elementos esenciales de los asesinos en serie”. Sudáfrica, a diferencia de otros países africanos, es una metrópoli en constante crecimiento, especialmente en esa época (inicios de los 80) de transición democrática que envolvía la vida en Ciudad del Cabo en un ambiente citadino. Esto no quiere decir que la violencia no existe en el paisaje rural, sólo quiere decir que la dinámica urbana detona ciertas violencias que no ocurren de forma constante en el campo o la provincia. Hoy en día este tipo de ideas están trastocada por la creciente globalización. Los medios masivos de comunicación han propagado prácticas violentas y el constante flujo de comunicación entre culturas ha enriquecido, desgraciadamente, el bagaje de violencia en lugares donde difícilmente se manifestaban los crímenes violentos o las violaciones.

Robert K. Ressler

Robert K. Ressler

Por otro lado, y retomando la idea de que el ambiente rural es propicio para la proliferación de crímenes, me interesa Wolf Creek de Greg McLean. La película aborda la historia de un asesino serial en la provincia profunda de Australia, lejos de las playas idílicas. Inspirado en el caso de los Backpacker murders a inicios de los 90, McLean crea un “bogeyman australiano” con los elementos más representativos del cazador-explorador del tipo de Steve Irwin o ´Cocodrilo Dundee´.

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El asesino serial en el cine es una figura que puede repetirse hasta el hartazgo y que con una o dos variaciones puede convertirse en un personaje interesante y poderoso. En la cultura del slasher siempre es más importante el asesino, y si tiene elementos fascinantes o conductas que desconciertan trasciende al ámbito de la cultura pop.  Las víctimas siempre son deshumanizadas o cosificadas. De hecho, esa es una de las conductas más comunes en los asesinos: la de negarle a su víctima su naturaleza humana. El asesino de Wolf Creek es un sádico, pero también es carismático, además su vestimenta representa todos los clichés que los extranjeros tiene sobre el ranger australiano: camisa a cuadros tipo leñador, un pañuelo sucio amarrado al cuello y un sombrero negro de cuero. Como una especie de gaucho que recorre la Pampa, el ranger australiano caza canguros en la planicie árida de la provincia. ¿Pero cuál es el elemento que vuelve memorable a este asesino? Sin duda alguna su marcada xenofobia.

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En una de las escenas, Mike Taylor, el asesino, compara a los turistas con los canguros, mientras relata por qué los caza: “I was doing people a service really, by shooting them. There’s kangaroos all over the place… like tourists”. Todos ríen cuando lo dice. Pero en el fondo, para él no es motivo de broma. En un estudio de 2009, la BCC Mundo arrojó datos sorprendentes: en Australia viven cerca de 20 millones de personas y al norte del país un ejército de más de 60 millones de marsupiales amenazan los cultivos, los pastizales y las autopistas. Del mismo modo, el Australian Bureau of Statistics anunció recientemente que el turismo ha crecido exponencialmente. En 2010, Kevin Rudd, primer ministro de Australia, lanzó a los medios esta polémica declaración: “son los inmigrantes, no los australianos, los que deben adaptarse. O lo toman o lo dejan. Estoy harto de que esta nación tenga que preocuparse si estamos ofendiendo a otras culturas o a otros individuos. Éste es nuestro país, nuestra patria, y éstas son nuestras costumbres y estilo de vida, y permitiremos que disfruten de lo nuestro pero cuando dejen de quejarse, de lloriquear y de protestar contra nuestra bandera, nuestra lengua, nuestro compromiso nacionalista, nuestras creencias cristianas o nuestro modo de vida; le animamos a que aproveche otra de nuestras grandes libertades australianas, el derecho a irse”. En 1998 el sentimiento de xenofobia vio un punto álgido en Australia con el creciente poder que tuvo el partido conservador One Nation en el estado de Queensland (zona donde se encuentra el famoso Wolf Creek, cráter de un meteorito que sirve de pretexto para la película de McLean). Su fundador proponía tres puntos importantes en su política: cese de la inmigración asiática, saldo migratorio cero y fin del trato preferencial a los aborígenes. «Corremos peligro de ser inundados de asiáticos -dijo Hanson en su primer discurso en el Parlamento federal-. El 40% de los inmigrantes que llegaron a este país entre 1984 y 1995 era de origen asiático. Son gente con cultura y religión propias, que forma guetos y no se integra».

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Desde 1945 se han instalado en Australia casi 5,6 millones de extranjeros, incluidos 570 mil refugiados. Hoy, alrededor del 23% de los 18,5 millones de habitantes de Australia han nacido fuera del país, proporción muy superior a la de Canadá (15%) o a la de Estados Unidos (9%). Los nacidos en Asia, procedentes de países tan diversos como Afganistán, China o Vietnam, son sólo el 5% de la población y, a este paso, llegarán al 7,5% hacia el 2040. Esto quiere decir que no existe riesgo de una invasión asiática y que Australia, sólo superado por Israel, es el país con más inmigrantes en el mundo. ¿Por qué existe entonces un sentimiento minoritario pero constante de xenofobia? No tengo la respuesta, pero lo cierto es que Mike Taylor representa a ese sector intolerante y lo lleva al extremo, como lo hiciera Ivan Milat, a inicios de los 90, asesinado a turistas extranjeros y enterrándolos en el bosque. La razón me la dio Greg McLean a inicios de este año cuando estrenó Wolf Creek 2, secuela que sigue los asesinatos de Mike Taylor. En esta película se retoma la trama de los mochileros que viajan al interior del país, sin embargo, sigue más de cerca las motivaciones del asesino, interpretado por John Jarrat. En esta segunda parte se explota el carácter xenófobo del asesino que considera que los mochileros son una plaga que debe ser exterminada.

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Por otro lado me interesa también de Wolf Creek su propuesta visual y la narrativa que la construye. En términos argumentativos, la trama sigue la misma historia que cualquier otra producción slasher. Un grupo de jóvenes que busca aventura y desenfreno se interna en algún paisaje alejado y termina en las manos de un terrible asesino. A modo de road movie, la primera parte de Wolf Creek sigue a un trío de jóvenes fiesteros. Las escenas festivas y la violencia extrema que se muestra en la pantalla contrastan con la contemplación del paisaje australiano. Greg McLean confiesa que la película fue pensada en términos semi-documentales, retomando hechos reales con el afán de lograr que los espectadores se involucraran más con la historia. Citando a Stephen King: “Si no hay una creencia de inicio no puede haber miedo”. En ese sentido se une a películas como El exorcista, El proyecto de la bruja Blair y Terror en Amytiville que usan algo “verdadero” para plantear una situación ficticia. Pero también retoma ciertos elementos del Dogma 95 y del considerado cine de arte para dar una nueva perspectiva al slasher.

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“La producción se ve libre de la carga de grandes presupuestos y apuesta por la historia, por las imágenes”, dice McLean en las notas de producción. “Para hacer una buena película sólo necesito una cámara digital”, asevera. Y así, entremezclando ciertos elementos del Dogma propuesto por Lars von Trier y Thomas Vinterberg, con los elementos clásicos del cine de terror, McLean ofrece una nueva experiencia del slasher, una que apuesta por lo visual, pero que también brinda lecturas que se logran sólo mediante lo que él llama la unión del arte bajo y el arte alto. Cultura pop y estructuras clásicas juntas en un slasher juvenil.

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En Wolf Creek la idea de viaje iniciático se trastorna. No es un viaje de aprendizaje y de encuentro con la esencia de uno mismo. Es la idea de un viaje de no retorno. El slaher dentro de su espectro tiene un subgénero que se denomina survivor, esto quiere decir sobrevivir a las situaciones más extremas. El protagonista debe superar los límites del hombre para conservar la vida. En una situación así, la única forma de hacerlo es superando al monstruo al que te enfrentas. Un ejemplo perfecto lo hallamos en I spit on your grave o en la francesa Frontier(s). En Wolf Creek no ocurre de este modo. El sobreviviente no tiene que enfrentarse al asesino, de hecho no vuelve a verlo. Sólo escapa. ¿Pero es que ese viaje lo llevó a algún lado? ¿Se puede seguir viviendo después de experimentar algo así? Creo que Wolf Creek no se plantea eso, ni busca reflexionar mucho sobre lo que pasa después del enfrentamiento con lo extremo, de hecho pocas películas han abordado esa idea en el slasher o el survivor. Creo que lo que nos brinda Wolf Creek es algo inverso. Un vistazo a todos esos momentos que anteceden a la muerte. Los jóvenes aún ebrios tumbados sobre la arena frente al mar. El amanecer explosivo del cielo australiano. La lluvia frente al cráter en medio del desierto. El primer beso. Las historias de terror frente a la fogata. Bajo cierta perspectiva, toda esa primera parte no cuenta nada. Pero todo cobra mayor sentido cuando sabemos que esos momentos nimios fueron los últimos momentos antes de que los mochileros se encontraran con el bogeyman australiano.

Wolf Creek

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davoDavo Valdés de la Campa

Del pueblo de Veracruz que vengo, Córdoba, escuché una historia sobre la lagaña de los perros. Cuenta la leyenda que si te colocas lagaña de perro en tu ojo podrás ver y oír cosas que los seres humanos no podemos mirar ni escuchar, como los fantasmas. Dicen que los perros ladran en los momentos más inesperados, como la mitad de la noche, porque pueden ver seres invisibles u oír voces que no están a nuestro alcance.

De pequeño, en una ocasión intenté probar dicha creencia y me infecté. Estuve en reposo durante una semana con fiebre, constante lagrimeo y altamente medicado. A falta de cosas que hacer, comencé a ver películas prácticamente todo el día y fue entonces que descubrí el cine de clase B, de clase Z y en general el exploitaiton, todos estos términos traducidos por cintas de bajo, bajísimo presupuesto que abordaban la violencia y el terror.

 Y no sé si fue la lagaña de perro la que afectó mi juicio o fue que quedé dañado de forma permanente, pero lo cierto es que esos filmes comenzaron a gustarme y desde entonces no dejo de verlos, pero siempre con la maldición de la lagaña. Creo que veo y escucho en esas películas cosas que otros no ven.