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Bitácora de Navegación del Nautilus 34

ENTRE SOMBRAS

 

Marina Ortiz

 

 

Me he resistido a hablar de poesía porque no es mi área de mayor experiencia y teoría. La narrativa es mi casa. Podríamos decir que la poesía es el jardín o un parque que anida a un par de cuadras o un bosque que descansa lejos en la montaña (inmutado a mí y amenazado por las fuerzas industriales y capitalistas). Si la narrativa es un paisaje que se explora, o un viaje, la poesía es más una quimera, un sueño. Una labor simbólica, más inconsciente e intuitiva. Pero tanto más lúcida. Por más metódica que pueda ser, lo poético provoca una experiencia de misterio y de reconfiguración.

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Para los conceptos narrativos del tiempo y el espacio, la poesía pertenece más a los confines de la meditación, la subjetividad y la ambivalencia. Al preguntarnos sobre sus propósitos y usos, solemos decir que “es para expresar nuestras emociones”. Es verbalizar algo que, en última instancia, es indecible.

En la columna anterior hablé de cómo la mitopoiesis es la capacidad de generar elementos míticos/mitológicos para nuestra propia vida. Los sentidos (otra palabra para destinos o propósitos). En ello consiste el edificar, o articular, nuestra pertenencia al mundo, al cosmos. Pertenecer significa muchas cosas: tener (poseer), asumir, competer, referir, ser debido a. Pero decir “pertenecer al mundo” es algo complejo, porque la relación es desigual: nosotros pertenecemos al mundo, no viceversa. Y éste no nombra nuestra competencia, nuestro ser debido a él. Realmente estamos como “adivinando”, lanzamos preguntas al cielo con la esperanza de que algo regrese.

Ese lanzar es mitologizar. Dicho propósito ya lo han abordado otros autores: Jung, Campbell, Tolkien, Pinkola Estés, Estelle Frankel… Incluso teóricos de la poesía, como Heidegger, coinciden en que el objetivo de ésta es la articulación de la pertenencia.[1] De sondar el abismo. La mito-poiesis es el nombrar de la pertenencia —un articular que es percepción y creación.

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Por eso todos somos poetas. Los hay meditativos (Walt Whitman), coloquiales, humorísticos y dialogales (Marianne Moore); indecisos (Allen Ginsberg); rigurosos de oficio, incisivos, críticos y locuaces (la hermosa Sor Juana Inés de la Cruz); historicistas, extensos, ambiciosos, densos (John Milton y Dante); irónicos, oscuros, encerrados y morbosos (Rimbaud y Baudelaire); suaves, musicales, sentimentales y luminosos (Gabriela Mistral y Rumi); coloridos, pasionales, extraños y danzantes (Lorca).

Y hay quienes reconocen que el nombre sólo puede existir en el silencio, que la luz sólo puede surgir en la oscuridad. Que para que haya vida, debe imperar la muerte. Poetas como Alejandra Pizarnik, que ven al abismo. Veo en ella un legado muy similar al de Safo (la poeta griega de Lesbos a quien le debemos tanto): hay un gesto de auto-proclamación que denota solemnidad, ceremonia, sacralidad e instauración.

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Alejandra Pizarnik por Vicente Ocho.

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Pizarnik elabora su propia mitología con imágenes muy concretas: la niña, el viento, el pájaro, el lila, la noche, el silencio, la voz, el canto, el espejo… Pero todas derivan desde (y se dirigen a) lo incierto de su propio ser. No estoy diciendo nada original aquí: Pizarnik habla desde el reconocimiento de algo imposible: de la distancia que el lenguaje mismo crea con el mundo[2].

Pero su gesto no desemboca en nihilismo. Hay un fuerte anhelo que subyace a la incapacidad, a la profundidad, al miedo, a la tristeza, al suspiro, al sueño, a la noche. Más que ser una poeta del silencio, de la muerte, del fracaso, yo veo a Pizarnik como una poeta del anhelo (como Safo). Su aguda sensibilidad percibe algo en el misterio de la existencia y hace brotar, entonces, mil flores y estrellas. Su poesía es su intento por nombrar lo imposible: la memoria, el pasado, la negación, lo perdido, la ausencia. La persona.

Dice en “Los trabajos y las noches”: he sido toda ofrenda / un puro errar / de loba en el bosque. Se sabe sacrificio, un viaje silvestre hacia lo desconocido (el bosque siempre es un símbolo del espacio salvaje, peligroso, oscuro y divino).  Dice en “Caminos del espejo”: Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento. Busca lo inaprehensible: su propio nombre la elude. Es elusión.

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Alejandra Pizarnik por Daniela Garavito.

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Sabe que no nos pertenecemos a nosotros mismos, como dice en “Piedra fundamental”: Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo. Dice en “Deseo en la palabra” que es heredera de todo jardín prohibido, y agrega después: En la cima de la alegría he declarado acerca de una música jamás oída. ¿Y qué? Y proclama con lucidez altísima en “Nombres y figuras”: Lo que quiero es honorar a la poseedora de mi sombra: la que sustrae de la nada nombres y figuras.

La división mítica entre lo visible e invisible, lo natural y divino, lo humano y natural, es clara. Pizarnik, como Sémele, desea ver el rostro de lo amante divino, pero es consciente del destino incendiario. Reconoce otra presencia interior que es quien verdaderamente toca la verdad, pero no la alcanza.  Que no responde a su llamado.

Pienso que la mitopoiética de Pizarnik es bella justo por hondura, oscuridad y melancolía. En un mundo que nos ofrece narrativas limpias, cerradas, analgésicas, gratificantes, simples, etc, voces como la de Pizarnik nos recuerdan que el lenguaje no es una herramienta dócil a nuestra mano. Es un sueño, un caballo desbocado, un circo, una vela. Un espejo nublado. Un jardín. Parte de la mitopoiesis implica un salto al vacío, una esperanza de neblina. Un desvarío. Una danza de laberinto. Tal experiencia merece ser nombrada y honrada. Agradezco la sinceridad de Pizarnik. Es necesaria.

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AQUÍ puedes leer algunos poemas de Pizarnik.

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[1] Este es un autor que hay que leer con cautela, porque a nadie le gusta asociarse con el nazismo. Y pienso que buena parte de lo que dice en decenas de hojas, Pizarnik lo dice en un solo verso fulminante.

[2] Esto también lo explora Heidegger.

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Ana Marina Ortiz Baker

Soy Licenciada en Letras y Maestra en Literatura Hispanoamericana.

Los temas que me apasionan son la fantasía, la ciencia ficción, el cyberpunk, el cuerpo, la mujer, los espacios, los mitos y la naturaleza.

Me encanta indagar en los significados que sostienen un mundo ficticio y últimamente me siento muy cautivada por la sabiduría que lo mítico nos devela.

Me gusta mucho tejer, visitar ríos y arroyos, leer, el color beige, El señor de los anillosStar Trek, los pulpos, los tornados y el melodrama.

Organizo el proyecto independiente de La (cíclica) Sociedad del Fruto y el Mito (Ig X).

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