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FARMACOPEA

LOVECRAFTIANA

(II)

 

Emiliano González

 

Primera parte

 

La piedra verde “hexecontalitho” (sesenta piedras) del paradisiaco Sueño de Polifilo de Colonna, se vuelve la piedra negra “hexecontalitho” de la infernal “Novela del sello negro” de Machen; como el “Vinum Sabbati” de Los tres impostores, es medicina convertida en veneno. La piedra gris del texto “Silencio” de Poe es símbolo del opio y nos lleva al cuento “Té verde” de Le Fanu, en que el personaje mezcla té con polvos grises y alucina a un mono, y al cuento “Cuatro bestias en una (el homo-camelopardo)” de Poe, sobre Antiocus Epiphanes, una especie de Heliogábalo asirio que ama a Júpiter, odia a los judíos y deforma las Olimpiadas. Las sesenta piedras nos hacen pensar en el Behemot, un demonio elefantino que “siendo animal vale por muchos”, dice Fray Luis de León.

En la novela La agonía (1888) de Lombard (basada en el cuento de Poe), Heliogábalo adora a la piedra negra, símbolo del sol… y del opio. En el cuento “La piedra negra” de Howard, una piedra negra provoca pesadillas.

La narradora de la novela del sello negro, de Machen, alude a un libro de Pomponio Mela y otros, en que están la piedra negra con 60 caracteres y sus adoradores: los habitantes de Libia, parecidos a serpientes. En “Silencio”, Poe se refiere a Libia y a una piedra gris con caracteres cambiantes. Pomponio Mela, con sus alusiones a faunos africanos, aparece mencionado en “La caída de la casa de Usher”, cuento sobre opio e incesto. En “La muerte de San Narciso” de T. S. Eliot podemos leer: “Ven bajo la sombra de esta piedra gris”. Recordamos los poemas en prosa “Sombra” y Silencio” de Poe.

Para Ambrose de “El pueblo blanco”, Alanna, la ninfa oscura, simboliza el paso más elemental de la alquimia, de agua a fuego, es materia prima e incluso opio. Para Helen de “El libro verde”, que incluye los secretos del hashish, Alanna, la híada, simboliza la Obra Realizada: es la ninfa transformada en sol. En la alquimia babilónica, el sol produce el oro. En el libro de Thomas Moore, Lalla Rookh (1817), la hierba dorada, el hashish, es la piedra filosofal.

Silvina Ocampo en “Fragmentos del libro invisible” de Autobiografía de Irene (1948) dice que la “planta dorada” puede transmutar los metales.

Para Ambrose, el polvo blanco de la estatua, la morfina sabática (derivada del opio) es consecuencia de Alanna. Para Helen, el hashish es consecuencia de Alanna.

Precursor de Ambrose es el dr. Moreau, que confunde al hashish con el opio, pues dice que debilita la voluntad y es parecido al cloroformo. Según el dr., el hashish da un sentimiento de bienestar, pero éste implica el estado eufórico del placer engañoso. Hay disociación de ideas, exageración de sentimientos, impulsos irresistibles, lesión de afectos. Hay ilusiones y alucinaciones. “Todo lo que uno imagina aparece claramente ante los ojos”. Esto último es una mentira de principio a fin, ya que las únicas alucinaciones que hay se dan sólo en ambientes muy represivos y surgen durante el sueño. Cuando los ambientes son normales, el sueño que viene después de los efectos del hashish es reparador y ameno, a diferencia del sueño que ocasiona el opio, claustrofóbico y pesadillesco.

Elizabeth Berkeley en “El caos reptante” (cuento escrito en colaboración con Lovecraft) repudia los goces engañosos, los horrores y dolores del opio, y Lilith Lorraine, en su poema “Los lotófagos”, alude a los sueños que predominan sobre la realidad, haciendo una moderna variación de un tema de Homero y de Tennyson. C. L. Moore, en su cuento “Sueño escarlata”, se refiere a un chal de color geranio que hiere el ojo con su destello, muestra el hábil artificio de moradores de varios planetas y conduce a un mundo siniestro de césped vampírico y de comedores de lotos.

En “La droga plutoniana”, Clark Ashton Smith se refiere a los efectos de diversas drogas imaginarias, extraterrestres, entre ellas la del título, que permite ver el pasado y el futuro y ayuda a dar “un nuevo punto de vista sobre el misterio del espacio y del tiempo”. H. G. Wells, con sus viajes por el tiempo y su cuento “El nuevo acelerador” (sobre una droga que aumenta la rapidez de la mente y el cuerpo) es precursor de Smith.

El protagonista de “La Venus de Azombeii” se entrega en África a la traicionera delicia de “las amapolas soñolientas de un encantamiento de Circe”, cuando conoce a la reina Mybaloë, encarnación de la diosa del amor, Wanaos. Ante Mybaloë el narrador siente que resurgen “impulsos atávicos, de pasiones y supersticiones bárbaras”, haciéndonos recordar al Marqués de Bradomín ante la Niña Chole en Sonata de estío (1903) de Valle Inclán. Al tocar a Mybaloë toca “la realidad primitiva del mundo físico”. Los celos de un sacerdote (como en un poema de Lugones) llevan a la desgracia al narrador, que se ve envenenado por un vino de palma con una droga horrible que provoca la gradual disminución del tamaño del cuerpo, disminución que culmina en la muerte. Smith simboliza así la contracción de la conciencia que implican las drogas peligrosas.

La droga china Liao, en el cuento “Los perros de Tíndalos” de Belknap Long, es un símbolo del opio y –nuevo Acteón– el usuario es tratado como cazador cruel, por los nuevos perros de Diana, que lo mutilan, lo decapitan y lo dejan cubierto por una especie de pus azulado. Vienen a la mente lo versos de Lugones: “i agudos como triángulos, ladridos –de lúgubres mastines en el largo– pliegue del viento frío”. En el cuento de Long, los ángulos son emblemas del mal.

En “El morador de las tinieblas” de Lovecraft, el escritor y pintor Robert Blake contempla una piedra con ángulos locos que le da un efecto de droga y ve procesiones misteriosas, torres y paredes en profundidades submarinas y vórtices de espacio en que flota una neblina negra “ante delgados brillos de neblina púrpura”. Este fragmento y el final del relato, cuando la oscuridad parece luz y la luz parece oscuridad, influyen sobre Jimi Hendrix, el compositor de “Neblina púrpura” (llamada también “Neblina morada”). Hendrix, músico subterráneo y explorador de la psiquedelia, antes de ser víctima de la heroína y finalmente de los somníferos “Vesperax”, nos recuerda el “vesperal sueño” del «Soneto en ix» de Mallarmé (precedido por un soneto en que hay un “hermoso suicida”) y el suicidio de Vesper en Casino Royale de Fleming. Las muertes por mezclas de drogas psiquedélicas y narcóticas deben ser prevenidas, para no favorecer la opinión velada de Ambrose, según la cual la droga verde conduce a la droga blanca (simbolizadas por medio del libro y la piedra).

Podemos afirmar que cuando las alusiones al hashish son indirectas, en el cuento sobre Dunwich, en la novela sobre las montañas de la locura, Lovecraft se muestra temeroso, y cuando son directas, en forma de carta, prosa poética o ensayo, se muestra curioso. No recomienda mezclar hashish con drogas peligrosas. Es como Machen: indirecto y temeroso en “El pueblo blanco”, directo y curioso en Jeroglíficos y amigo de la intensidad, no del exceso.

Lovecraft y Derleth, basados en la novela La cámara oscura (1927) de Cline, escriben el cuento “El ancestro”, sobre Ambrose Perry y la mezcla de hashish y otras drogas, para recuperar memorias ancestrales. Como en la novela de Cline y el cuento de Belknap Long, Ambrose es nuevo Acteón, víctima del nuevo perro de Diana.

 

Las drogas que no son narcóticas deben ser apropiadas para el organismo y la mente del consumidor. Si no, le hacen daño y lo psiquedélico, lo que manifiesta la mente, se vuelve psicodélico: lo que manifiesta la locura. La palabra “psicodélico”, a diferencia de las palabras “psicología” y “psicoanálisis”, tiene una connotación psicótica, loca, en los Estados Unidos, y por eso es mejor decir “psiquedélico” para referirse al viaje normal o lúcido. Si escribimos “psiquedélico” en español y luego alguien traduce la palabra al inglés, no puede equivocarse y poner “psicodélico”, palabra que yo antes usaba por falta de información.

Hashish y opio son las drogas usadas por los asesinos del persa Hassan, del siglo XI d. C. Éstos, como Zoroastro (Zaratustra) y Heráclito, son adoradores del fuego y de la guerra.

Crowley, al firmar con el psdeudónimo de Oliver Haddo su libro La hierba peligrosa: La psicología del hashish (1908), está aludiendo al mago maligno de la novela El hechicero (aparecida el mismo año) de Somerset Maugham, pues apoya a Zoroastro. El Hassan de Bagdad (Irak) de la obra de teatro Hassan (1922) de James Elroy Flecker, es modelo de crueldad y se basa en el Hassan de Aleppo (Siria) de la novela de Sax Rohmer, La búsqueda de la sandalia sagrada (1920), sobre un fanático que comete atrocidades para recuperar la sandalia de Mahoma. Kathulos, “cara de calavera”, que mezcla hashish y opio, villano imaginado por Robert E. Howard, se basa también en Hassan de Aleppo, versión moderna de Hassan de Khorazán (Persia), el Viejo de la Montaña. En la novela de Rohmer, una maligna mujer de ojos violetas es redimida. Recordemos que el Corán prohíbe el hashish y que Las mil y una noches lo recomienda. Los dos libros son mahometanos, pero el primero es rígido y dogmático y el segundo es tolerante e incluso admirativo. La búsqueda del infinito de la joven de ojos dorados de Balzac se vuelve la búsqueda del objeto sagrado de la joven de ojos violetas en Rohmer. Aunque la información de Rohmer sobre hashish es deficiente, ofrece datos importantes sobre Hassan y previene una nueva versión de éste. Los enanos amarillos de la novela nos recuerdan a Morris y a Madame d’Aulnoy, que han dado al enano amarillo un sentido eleusino en sus narraciones, haciéndole jugar el papel de Plutón. El tema de la sandalia y la muerte nos recuerda la sandalia que Jasón pierde en un río, presentándose luego ante el rey, en una fiesta, con una sola sandalia, hecho que horroriza al rey, por un oráculo que ha pronosticado su muerte en manos de un hombre visto en público con una sola sandalia. El viaje de los argonautas es para alejar a Jasón del rey. Morris describe la vida y la muerte de Jasón.

El inmoralista Oliver Haddo se ve continuado por el moralista C. Verey, el reverendo imaginario que hace el prólogo para los poemas de Crowley, Nubes sin agua, publicados en 1909, un año después de la aparición de La hierba peligrosa. En el prólogo, el moralista alude a la “intoxicación maniaca” de la cannabis.

El hashish de Hassan es opuesto al hashish dionisiaco. Edwin Rhode en Psyche (1925), cuando se refiere al culto de Dionysos en Tracia, dice que “los tracios deben haber usado la intoxicación con humo de hashish para estimularse y bailar sus extáticas danzas religiosas”, y añade que “los antiguos estaban familiarizados con la práctica de inhalar humo aromático para producir alucinaciones religiosas”. Herodoto asegura que los tracios conocían el cáñamo. Tenían éxtasis cuando sus almas salían de sus cuerpos y se unían con la divinidad.

Confundir a Dionysos Zagreus, que controla los males de Zeus, con Dionysos Sabazius, que no los controla, y confundir hashish, estímulo de la voluntad, con opio, muerte de la misma, es común en nuestra época. Recordamos la Edad Media y el Renacimiento, épocas de la Inquisición.

En el cuento de Henry Kuttner, “Los invasores” (1939), un escritor de cuentos sobre Horlas, que confunde hashish con opio, toma una droga para recuperar memorias ancestrales, cuya fórmula se encuentra en el libro De Vermis Misteriis, escrito por un viejo hechicero flamenco, esperando juicio por brujería. La droga permite al escritor dibujar a un monstruo cruel muy antiguo, la pesadilla de un naturalista: un globo brillante cubierto con tentáculos parecidos a pelos, con un gran ojo y un orificio fruncido (la boca).

En su libro Cannabis (2002), Jonathan Green afirma que en 1484 el papa Inocencio VIII destacó la cannabis “como sacramento impío de las misas negras”.

El modernista español Valle Inclán relaciona al cáñamo con el éxtasis, al kif con la alegría y a la marihuana con el Santo Oficio.

En su libro Las variedades de la experiencia psiquedélica (1966), Masters y Houston aseguran que el peyote, droga psiquedélica, fue considerado narcótico por el historiador Sahagún, en 1560, y que lo españoles, al encontrar la planta sagrada de aztecas y huicholes, la denunciaron como diabólica y en 1620 los cazadores de herejes, los inquisidores, en virtud de la autoridad eclesiástica, promulgaron una ley contra “la perversidad herética y la apostasía” de la “hierba o raíz llamada peyote”, que ha sido introducida “para detectar robos, adivinar y predecir eventos futuros” y que es “opuesta a la pureza e integridad de nuestra Santa Fe Católica”.

Fernando Benítez, en Los hongos alucinantes (1964), dice que Motolinía ofrece sólo una mitad de la verdad cuando se refiere a los hongos, pues describe únicamente el descenso a los infiernos y la otra mitad de las visiones, la del ascenso místico o la seducción de ciertas imágenes, se calla o se oculta porque en el siglo XVI “todo se observa con una finalidad moral y todo posee un sentido didáctico, ejemplar”.

Añade Benítez que “los hongos y el peyote continuaron siendo devorados por millares de hechiceros y brujas en el sigilo de las montañas apartadas no obstante los esfuerzos del clero y del auxilio que le prestaba el Santo Oficio”.

Injusticias posteriores relacionadas con otras drogas psiquedélicas se han inspirado en las represiones de la Inquisición.

Rossell Hope Robbins, en la Enciclopedia de brujería y demonología (1959), dice que la brujería era “una aberración intelectual, diseñada por los Inquisidores con los poderes excepcionales de tortura y confiscación”. Añade que los jueces seculares “forzaban al acusado bajo tortura a admitir los crímenes enumerados y a delatar a sus cómplices perversos”. La Inquisición no permitía abogados defensores ni conocimiento de los nombres de los acusadores. El esfuerzo realizado antes por los acusados por ser buenos cristianos no era tomado en cuenta. En 1554, el abogado criminalista Joost Damhouder aseguraba que la traición contra Dios era “el crimen más grave y más grande”. Esta teoría –dice Robbins– aumentó inconmensurablemente el número de herejes posibles, pues la brujería era universal. “Todo mundo en Europa era brujo en potencia, hereje en potencia, y por ende una fuente potencial de ingresos para los Inquisidores, que compartían con las autoridades civiles las propiedades confiscadas de todos los condenados como herejes”.

 

Continuará…

 

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).