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FARMACOPEA

LOVECRAFTIANA

(I)

Emiliano González

 

En la literatura de Lovecraft se unen las influencias de Blackwood, Machen y Crowley, autores que fracasaron en la Golden Dawn pero que se desarrollaron aparte, y que elaboraron con libertad un cosmos artísticamente organizado, logrando, en la literatura de Lovecraft, una colaboración ideal que la Golden Dawn nunca habría permitido.

Por otro lado, el personaje ficticio Ambrose de “El Pueblo Blanco” y el personaje real Mathers son transiciones entre la irracional Golden Dawn y dos sociedades secretas plenamente nazis: la Thule y la Vril. Sin embargo, hay cierta influencia –consciente o inconsciente– de Ambrose en algunos cuentos de los mitos de Cthulhu y en cuentos precursores. Recordemos de nuevo algunas cosas y añadamos otras. El hashish negro obtenido de un gitano en “El Hombre del hashish” de Dunsany implica horror; en cambio la piedra verde obtenida de unos gitanos en “Los turanios” de Machen implica amor, y es uno de los ornamentos de jade a que alude Machen en el título. El amuleto de jade verde maldito de “El sabueso” de Lovecraft es la deformación de esa piedra verde. Los chotacabras trágicos de “El horror de Dunwich” de Lovecraft son opuestos a los chotacabras cómicos de “Hashish” de Gautier. Los chotacabras de Lovecraft se llevan el alma de los moribundos y reaparecen en el cuento “Los chotacabras de las colinas” de Derleth. El título En las montañas de la locura, para la novela de Lovecraft, proviene de un fragmento de “El hombre del hashish” de Dunsany, y las montañas provienen de libro Hashish y locura (1845) del dr. Moreau, un autor malo. La actitud sobreprotectora de la Golden Dawn destaca en los fragmentos sobre exceso de hashish y sobre el ambiente paranoico en que vive el hombre del hashish.

Las montañas de la locura son asimismo un recuerdo de Alhazred, el árabe loco basado en Jim, amigo negro de Huckleberry Finn y árabe loco en una obra de teatro sobre un rey, en la novela de Mark Twain. Aunque este dato no figura en Lovecraft ni en sus críticos, es exacto, ya que Lovecraft asumía el nombre de Abdul Alhazred en un juego infantil y admiraba Las mil y una noches. Yo tuve premonición de Jim al escribir mi obra de teatro El rey en 1967.

Las montañas de la locura provienen también de un fragmento del primer párrafo del capítulo XXVII del Quijote: “El cura le contó en breves razones la locura de Don Quijote, y cómo convenía aquel disfraz para sacarlo de la montaña donde a la sazón estaba”.

Son árabes los versos que provocan la locura de Orlando, idéntica a la de Tristán cuando se entera del rechazo de Isolda. La locura del Quijote no es tan grave, pero se acerca al riesgo continuamente y parece víctima de una droga que le causa alucinaciones visuales y auditivas, volviendo siniestros o maravillosos a los objetos cotidianos y cambiando a las personas.

Es árabe y loco el celoso Othello de Shakespeare, olvidado por los autores de Weird Tales. Parece influido por una droga de ferocidad.

Walter Pater anticipa la infancia de Lovecraft cuando se refiere, en “El niño en la casa” (retrato imaginario de 1878), a la sensación casera del árabe, muy distinta de la del inglés, ya que el árabe pliega su tienda cada mañana y hace su dormitorio “entre ruinas embrujadas, o en viejas tumbas”. El niño Florian descrito por Pater vive intensamente la sensación de la casa.

“El dios sin cara” de Bloch es digno del periódico subterráneo The Oracle; en cambio “El que abre el camino” es digno del Herald Examiner (periódico de la sociedad del orden establecido). Y es que en el primer cuento Bloch repudia a un traficante de opio y explotador de trabajadores, y en el segundo confunde opio con hashish.

Lovecraft nos da su visión personal de Eleusis en Hongos de Yuggoth (1941). La maldición que cae sobre Bethmoora, la ciudad a la que lleva el hashish, es la maldición del desierto, hecha de viento arenoso. El viento malsano (llamado “simún”) –una neblina purpúrea– inspira a Dunsany. De Quincey menciona a la neblina purpúrea del simún en su libro sobre el opio y Coleridge. La mezcla de opio y hashish es insinuada por Dunsany y plenamente repudiada por Robert E. Howard en “Cara de calavera”. El hashish negro descrito por Dunsany hace pensar en el opio. En “Días de ocio en el país del Yann” Dunsany menciona, en ambiente paradisiaco, material para fumar, pero no especifica de qué se trata.

En el cuento “Semilla de Marte” de Clark Ashton Smith, publicado en 1931, una planta marciana que emite sabiduría es amada y odiada en la Tierra. Los que la aman se van a otro planeta y los que la odian se quedan en la Tierra, para destruirse. En su poema “El comedor de hashish” (1922), Smith describe paraísos e infiernos.

Fritz Leiber, en su artículo de 1963 “A través del Hiperespacio con Brown Jenkin”, nos hace recordar el décimo sexto capítulo de la novela de Tablada La resurrección de los ídolos (1924), ubicada en el pueblo imaginario de San Francisco Xipe, en la que podemos leer que la cannabis (llamada marihuana por el narrador) es “Viaje a la Cuarta Dimensión” y la “Ventana del Hiperespacio” para fuertes cerebros y sanas conciencias, pues para los débiles cerebros y las inferiores mentalidades es “desencadenamiento de las bestias internas, asesinato, posesión diabólica”. El carácter siniestro de la novela de Tablada determina la palabra “marihuana”. Según he descubierto, Brown Jenkin se basa en un cuento del mexicano Rubén M. Campos, “El diablillo roedor”.

El modernista nicaragüense Santiago Argüello, en su Viaje al país de la decadencia (1904) presenta al narrador diciéndole a su criado negro que lo lleve a ver a un brujo para obtener de él un simple que abre “la puertas de los paraísos” y enseña “mundos nuevos a los que nada encuentran en el suyo”. El narrador quiere que “venga la amable calentura” a vaciar en su vaso “su precioso licor de cáñamo indio”. El libro de Argüello es sobre literatura y el narrador se vuelve crítico, pero al comienzo parece un cuento de los mitos de Cthulhu.

La actitud de Lovecraft ante el hashish es de curiosidad, como lo muestra en su carta a Reinhardt Kleiner, escrita el 27 de septiembre de 1919: “Si tomara esa droga (Cannabis indica), ¿quién puede decir qué mundos de irrealidad podría explorar?” En una carta a Clark Ashton Smith, escrita el 25 de marzo de 1923, Lovecraft elogia los versos de Smith: “la magnificencia de El comedor de hashish es indescriptible. ¡Me habría gustado que los impresores locales hubieran incluido las raras ilustraciones que Loveman me ha enseñado el verano pasado! Me deleito en tu uso del cosmos en vez de sólo el mundo como escenario; no puedes imaginar –aunque tú probablemente puedes– las imágenes que vuelan por mi mente ante líneas como

…conozco las floraciones

de hongos azulados, abigarrados de mercurio

que se hinchan en los cráteres lunares…”

Recordamos los hongos que dan raros efectos en Los primeros hombres en la luna (1901) de Wells.

En El horror sobrenatural en la literatura (1927) Lovecraft dice: “Su poema más largo y ambicioso, El comedor de hashish, está escrito en pentámetros libres; y abre increíbles y caóticas perspectivas de pesadillas calidoscópicas en los espacios interestelares. En rareza demoniaca y fertilidad de concepción no existe ni ha habido tal vez escritor alguno que supere al señor Smith.”

Lovecraft, como Dunsany, se refiere a ciudades fantásticas que se alcanzan gracias al hashish. La idea proviene de Pierre Benoit en La Atlántida y de Baudelaire en Los paraísos artificiales. En “Celephais” de Lovecraft, sobre una ciudad fantástica, el consumidor de hashish, que es noble, muere, y un millonario, corrupto, vive, anticipando a Ezra Buckley del cuento de Borges sobre Uqbar (un recuerdo de Ulthar de Lovecraft). Antes de la muerte, el hashish lleva a Kuranes –el consumidor– a un espacio habitado por seres impalpables: gases que estudian los secretos de la existencia. Un gas violeta le dice que no ha oído de planetas ni de organismos hasta ese momento, pero sabe que Kuranes es uno en la infinitud en que materia, energía y gravitación existen. Después de otras drogas, Kuranes muere en la Tierra pero vive en Celephais, lugar fabuloso donde es rey. En “Los sueños en la casa de la bruja”, de Lovecraft, la bella e inocente mulata de Córdoba (que en un barco pintado huye del fuego inquisitorial, y que al ser oscura nos recuerda a la ninfa Alanna) se vuelve la fea y culpable Keziah Mason. La influencia de Ambrose es evidente. También la de Oscar Wilde, que en “Pluma, lápiz y veneno” (cuento subtitulado “Un estudio en verde”) convierte a su amigo Pater en asesino. Lovecraft convierte a su amigo Bloch en víctima.

La influencia de Ambrose es notoria en el cuento “Allanah” de Stephen Grendon –pseudónimo de Derleth– en que una nana narra cómo Alannah –fantasma de una mujer suicida– ahoga al niño de la casa.

“El pueblo blanco” de Machen, con su Ambrose moral e inmoral, determina la novela ¡Arde, bruja, arde! (1942) de A. Merrit, novela en que una enfermera entra en el espejo redondo de la bruja y se siente “tan pueril como Alicia en el País de las Maravillas o más bien como Alicia a través del espejo”. Los dols (muñecos) a los que alude Helen en “El libro verde” se vuelven mortíferos en la novela de Merrit y la perversa bruja –basada en la hechicera Alcina de Orlando furioso– es vieja y joven a la vez.

La arquitectura no-euclidiana de las montañas de la locura y los ángulos locos de la casa de la bruja nos recuerdan los pensamientos secretos del día, las lujurias, furias y monstruos del texto “Psicología” de Machen, que son “la locura rampante, los equivalentes en pensamiento del absurdo matemático, de los triángulos de dos lados, de líneas paralelas que se cruzan”. Al final dice Machen: “Cada día vivimos dos vidas, y la mitad de nuestra alma está en la locura, y medio cielo es iluminado por un sol negro”. Al aludir al sol negro de la melancolía, el opio, a propósito de lo no-euclidiano, Machen le da la pauta a Lovecraft para imaginar la ciudad de R’lyeh, hecha de piedras verdinegras, es decir, de hashish y opio.

Machen, en su novela La colina de los sueños (1907) hace una descripción de los efectos infernales del opio y en su libro sobre el éxtasis en la literatura ve en el hashish un estímulo para la profecía, haciéndonos recordar la leyenda griega de Glauco, pescador que ve una liebre comiendo una hierba, come esa hierba y se tira al mar, como antes ha hecho la liebre. Apolo le da el don de la profecía, y Glauco se dedica a adivinar el porvenir de las nereidas. Para el modernista guatemalteco Arévalo Martínez, el hashish es la dríada verde que realiza los sueños de los poetas, como dice en el ensayo autobiográfico “En un país de América” (1951). Yo creo que al percibir a la dríada ese autor es capaz de penetrar luego con mayor lucidez en el fondo de las cosas, de apreciar mejor el espíritu del lugar. Enemigo de este espíritu es Nalgolapio, demonio invocado por la marihuana del señor de Aretal (Barba Jacob). El moralista que prohíbe y el inmoralista que fuma dan por igual mala fama a la planta de cannabis, al menos que el inmoralista la use con finalidad terapéutica.

Cuando yo escribo “hashish” (palabra de origen árabe) en mis escritos no me refiero a la resina de las flores de cannabis sino a la planta misma, llamada así en El libro de la hierba (1967) de Andrews y Vinkenoog. También hay otros nombres para la planta, que a diferencia de la amapola y sus derivados, no provoca adicción pero puede ser afición o necesidad elegida. Si el opio mata la voluntad, el hashish la estimula y por eso está relacionado con la auto-determinación y el libre albedrío.

La necesidad elegida es distinta de las necesidades innatas (comer, defecar y dormir) al ser voluntaria. El opio, en cambio, no es voluntario porque destruye la voluntad: es más bien ejemplo de destino (fuerza externa impuesta sobre el humano).

 

Continuará…

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).