Mi papá me compró el libro como un regalo más o menos ordinario, estaba barato. Trataba sobre un niño adoptado por sus tíos quien viaja a un internado de magia tras descubrir sus dones. Al menos eso decía el resumen de la contraportada. Mi padre llegó a la conclusión de que me gustaría otra historia fantástica del tipo. No en balde, años antes, me había visto leer con avidez La peor de las brujas de Jill Murphy. Así que en un arrebato de generosidad (aquella particular existente entre padres lectores y sus pequeños ratones de biblioteca) me inició en la saga. Era 1998, yo tenía 13 años. Poco sabíamos en ese entonces que los siete libros del joven hechicero nos marcarían a ambos.

Como bien explicó Bernardo Monroy en un artículo para esta misma revista, los “school stories” se popularizaron en Inglaterra durante la época victoriana. Estas historias, que se desarrollaban en los colegios o internados británicos, permearon la cultura popular volviéndose un recurso muy socorrido en los relatos de terror y fantasía. Desde el David Copperfield de Charles Dickens, pasando por El gato entre las palomas de Agatha Christie, hasta llegar a Harry Potter; la aventuras de escuela han cautivado a generaciones enteras.

La influencia de los ambientes escolares no es exclusiva de Gran Bretaña, en Estados Unidos tenemos El guardián entre el centeno de JD Salinger y en Alemania El aula voladora de Erich Kästner. La clásica historia escolar también ha tenido espacio en la tele y el cine. Ejemplos de ello son Buffy (sí, ya sé, ahí no hay internado pero la prepa es fundamental para la trama) o la serie española de 2007 El Internado.

Aquellos edificios donde no hay padres y los alumnos conviven todo el tiempo parecen ser mundos pequeños en sí mismos. Son ajenos al exterior, por ende una ambientación ideal para el misterio. Es un sitio con sus propias reglas, donde cualquier cosa podría ocurrir. El internado y la magia son una pareja irresistible. Tanto Jill Murphy como Dianna Wynne Jones crearon un entorno mágico para sus personajes valiéndose de la School Story y JK Rowling fue capaz de crear un mundo entero, paralelo al nuestro.

Harry Potter bebe de muchas historias previas sin dejar de ser algo único. Cuando terminé la primera entrega, fue el turno de mi padre para leerlo. Desde el libro uno decidí que era Ravenclaw (aunque, años después, Pottermore me puso en Slytherin). Ambos quedamos enganchados, estaba claro que pronto tendríamos que comprar el segundo libro para leerlo mientras se publicaba el tercero. Mi padre lo hizo y traicioneramente ¡lo leyó antes que yo! A partir de entonces, la lectura de las aventuras del niño mago se convirtió en una competencia encarnizada en mi casa. En cuanto salía un nuevo tomo, mi padre y yo apurábamos nuestras lecturas del momento todo lo posible. El asunto era acabar YA el libro en nuestras manos para estar “desocupados” de lectura, siendo así el primero en ponerle las manos encima al nuevo de Harry Potter.

Creo que él comenzó a leerlos con algo de curiosidad y muy pocas expectativas. Eso sólo convierte su amor por la saga en algo todavía mejor. Incluso mi mamá, quien ya no lee mucho debido a su vista cansada, se enganchó con la saga de JK Rowling. Fue ella la que nos exigió ir al cine cuando la primera película se estrenó en 2001. Nunca volvimos a tener una historia que nos reuniera de forma unánime. Luego saqué ventaja a partir del cuarto libro, porque lo compré en inglés. Dese entonces mi vida era una constante alerta de spoiler. Moría por comentar el libro con mi padre, mas debía esperar que se pusiera al corriente.

La historia completa de Harry Potter tardó 10 años en ser publicada (1997-2007), una década. En todo ese tiempo, la adolescente desgarbada y ñoña que comenzó a leerla se convirtió en, bueno, una veinteañera desgarbada y ñoña; de esas que gritó en el metro cuando mataron a uno de sus personajes favoritos. Me declaro culpable de haber escrito fanfics, incluso de haber retuiteado el más reciente mundial de Quidditch desde Pottermore. El punto es: a veces, siento que más que leer Harry Potter, viví Harry Potter.

Yo misma fui adoptada por mis tíos (afortunadamente nada parecidos a los Dursley), cuando me dieron mi primer beso los libros de JK Rowling estaban ahí. También mientras sufría acoso escolar. El niño mago y sus amigos no eran tan diferentes de mí, incluso si vivían en ese otro mundo el cual llegué a sentir como mío. Pocas series tienen la capacidad de crecer junto con el lector, en este caso, nosotros crecemos con Harry. Lo conocemos como un tímido niño de 10 años, se desarrolla ante nuestros ojos hasta rozar la adultez e incluso sabemos que fue de él como profesionista y hombre de familia. Además toca temas vigentes como el racismo, el bullying, los regímenes autoritarios y las rebeliones. En añadidura tiene lo que nunca debe faltar en una buena school story: misterio, mucho misterio.

Otra cosa que me hizo muy feliz como lectora fue hallar personajes femeninos ricos, diversos, con quienes poder identificarme. Desde la estudiosa Hermione hasta la extravagante Luna, todas tienen algo que las hace únicas y complejas. Hogwarts no nos decepciona, incluso dos de sus fundadores fueron grandes brujas. Los siete libros que comprenden la historia del joven Potter nos enseñan a lidiar con la muerte, la injusticia y la presión de convertirte en adulto. El lector puede haber crecido con los volúmenes o recordar con ellos cómo se siente pasar ese proceso.