LA SELVA DE QUIROGA
Irad Ramírez
El fondo del corazón humano es aún más árido, Louis.
El hombre siembra sólo aquello que puede. Y lo cuida.
Stephen King, Pet Sematary
“El almohadón de plumas” es un cuento breve que forma parte del imaginario colectivo como un recordatorio de que la tragedia puede aparecer en los lugares más íntimos. La desesperación es tan grande como las ilusiones y sueños frustrados de sus protagonistas.
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Horacio Quiroga es célebre por sus cuentos ambientados en la selva, varios de ellos en apariencia infantiles, fábulas donde los animales se valen de su ingenio. Pero incluso en esos relatos divertidos es incapaz de ocultar su naturaleza. Los protagonistas pasarán pruebas donde deben adaptarse para sobrevivir, sin suavizar la violencia de la vida natural, a la manera de Rudyard Kipling, como se puede apreciar en este fragmento de “La tortuga gigante”:
Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne.
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Su interés por la selva iba más allá de su narrativa. En 1910 se llevó a su esposa, Ana María Cires, a la selva en Misiones, donde nacieron sus hijos, Eglé y Darío. Se dedicó a ellos y los crío para que se valieran por sí mismos, expuestos a la naturaleza. Nos podemos dar una idea de esa formación en “El desierto”:
Sus hijos, constantemente a su lado, conocían una porción de cosas que no es habitual conozcan las criaturas de esa edad. Habían visto —y ayudado a veces— a disecar animales, fabricar creolina, extraer caucho del monte para pegar sus impermeables…
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Pero esa vida se interrumpió con el suicidio de su esposa, por lo que regresó a la ciudad, donde se instaló en un miserable sótano y escribió, a solicitud del escritor Manuel Gálvez, Cuentos de amor, de locura y de muerte en 1917.
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Un año después publicó Cuentos de la selva, dedicado a sus hijos que lo acompañaron todo el tiempo. En estos relatos se siente una añoranza por volver a Misiones.
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Borges, al coincidir con Quiroga, recuerda:
Traté de acercarme a él… era un hombre que parecía como hecho de leña; era muy chico y estaba sentado frente a la chimenea. Y yo lo veía así: barbudo, parecía hecho de leña. Él se sentó delante del fuego y yo pensé —era muy bajo— y, bueno, yo sentí esto: “Es natural que yo lo vea tan chico, porque está muy lejos; está en Misiones. Y este fuego, que yo estoy viendo, no es el fuego de la chimenea de la casa de un señor que vive en la calle Junín. No, es una hoguera de Misiones”.
Tras un romance fallido con una adolescente llamada Ana María Palacio, Quiroga regresó a Misiones, donde se dedicó a domesticar animales salvajes mientras seguía escribiendo. Después, en 1927, se casó con María Elena Bravo, compañera de la escuela de su hija, con la que tendría a su tercera hija Pitoca. Dicho matrimonio tampoco duró, además su nueva esposa no se adaptó a la selva, por lo que lo abandonó en 1935, dejándolo con una terrible enfermedad que lo llevó a beber cianuro dos años después.
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Quiroga reconoce su influencia de Poe, por lo que en la superficie los lugares comunes parecen un homenaje, pero al conocer su biografía, al igual que El cuervo de Baltimore, desde su temprana infancia estuvo rodeado de la tragedia. Cuando Horacio tenía dos meses su padre por accidente se disparó con una escopeta frente a su familia. Cuando tuvo dieciocho años, su padrastro, con el que tenía una buena relación, se suicidó con una escopeta manejada con los pies, tras quedar paralizado parcialmente por una enfermedad; por casualidad, Quiroga presenció la tragedia al ingresar a la habitación. Pero más allá de lo sensacionalista, Quiroga también trabajó el arte del cuento con una precisión obsesiva. Poe practicó la natación y Horacio era ciclista, afición que lo llevó a Francia en su juventud.
Lo potente y memorable de las historias de Quiroga es que, además de retratar la melancolía y la desesperación, en una misma historia puede recoger destellos de vitalidad y ternura, que recuerdan la belleza y la fragilidad de la vida, y que ésta puede existir en libertad más allá del ruido y opresión de la ciudad.
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Irad Ramírez
Artista visual y Especialista en Promoción de la Lectura, egresado de la Universidad Veracruzana. Se dedica a la divulgación de la literatura fantástica y de horror.
Fundador de Los Antiguos y Abismales, comunidad que se reúne periódicamente desde el 2017 para la lectura, análisis y discusión de cine y literatura de horror.
También colabora en el Reflexionario Mocambo, espacio cultural dedicado a la promoción de la lectura y las artes vivas.
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