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CATACUMBERITOS

gatitos panteoneros con habilidades sobrenaturales

 

Jessica Aguilar

 

Para los Catacumberitos, Diana y demás cuidadores.

Gracias por su sexto sentido y por su calidez.

 

 

En el centro histórico se erigen múltiples espacios de la memoria. El pasado, afantasmado, se pasea libremente entre ellos, pero sólo en un lugar se puede visitar a los muertos en su propia residencia: en el Museo Panteón de San Fernando. Éste representa el barrio mortuorio del eterno descanso para varios difuntos, cuyos cuerpos habitan tanto opulentas tumbas decimonónicas como apretujadas fosas. Sin embargo, la arquitectura sepulcral no sólo alberga cadáveres en reposo, también aloja a cuadrúpedos peludos con habilidades sensoriales agudas para la detección de lo sobrenatural. En pocas palabras, los gatos ferales son simultáneamente residentes y cuidadores cuya importancia es tanta como la del museo. Mientras se preserva la materialidad de la cultura, los michitos conectan con la sobrenaturalidad, con la explícita presencia del pasado en el presente. Esta colonia de felinos en situación de calle son los Catacumberitos, gatitos cuidados por Diana Arredondo y con presencia en redes sociales.

La cercanía de Diana con los gatitos, así como su conocimiento respecto a estos pequeñitos, le permiten tanto compartir experiencias cotidianas con ellos como conectar íntimamente con sus habilidades. Diana me contó las vivencias sobrenaturales más memorables que han experimentado en el panteón, este perfecto entorno para las apariciones fantasmales. San Fernando posee un patio frontal donde varias tumbas sobresalen del suelo, mientras que en el patio trasero los múltiples muertos anónimos se mantienen subterráneos. Los Catacumberitos habitan esta última zona, incluso ahí se ubican tanto sus comederos como sus bebederos. Diana y las demás cuidadoras[1] alimentan a los peluditos antes de la apertura del museo al público para que estos se sientan tranquilos sin la ajetreada afluencia de los visitantes. Además, dicha sección del centro histórico suele ser tranquila, por lo que en las mañanas el movimiento se reduce al de unas cuantas personas. Es este lugar donde convergen vivos y muertos, para la mayoría de los primeros, los segundos resultan invisibles. No obstante, otros sentidos pueden percibir las manifestaciones de ultratumba: el oído es uno de ellos. Durante la aparente calma matutina se escuchan ruidos, ante los cuales los gatitos paran de comer, giran sus orejas hacia el umbral entre patios y quedan alerta ante cualquier movimiento inesperado.

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La atención felina se concentra en la puerta metálica divisoria colocada entre dos patios. A la vista, esta pesada reja se mantiene inmóvil; sin embargo, los oídos rastrean el rechinido de su espectral apertura. El viento ni la inmuta, pero sí acarrea consigo las ondas sonoras de una entidad incorpórea abriéndola, o quizás el eco de los lejanos usos pasados. A ello se suman los ruidos en el foro, la amplia carpa donde abunda la actividad sobrenatural. Varios factores convergen en el sitio: múltiples personas tiran trabajos de santería y de brujería en el jardín, lo cual también sucede a plena luz del día. Los gatitos reaccionan con curiosidad ante estos desconocidos objetos que tratan como juguetes al inicio —les pegan—, pero dejan de llamarles la atención después del primer acercamiento. Sin embargo, las hembras, al detectar con agudeza la presencia de fetiches, se inquietan. Retirar dichos “trabajos” del panteón resulta importante no sólo para alejar la carga energética, sino también porque podrían contener sustancias o plantas nocivas para los Catacumberitos. Cuando Diana intenta mover los objetos mágicos, las michitas se ponen ansiosas. En palabras de la cuidadora, existen “cosas a las que no hay que acercarse ni para tocarlas”. Por ello, desplaza los fetiches hacia las esquinas del panteón con un palo y sus guantes plásticos, para que luego el personal del museo los retire definitivamente.

Tres mininas destacan por su sexto sentido: Teodorita, Felícitas e Isadora. Probablemente su sensibilidad se deba al profundo conocimiento espacial que poseen respecto al cementerio, pues lo han habitado durante prácticamente todas sus vidas —incluso las últimas dos son madre e hija, respectivamente—. Siempre se mantienen atentas tanto a los ruidos como a la llegada de gente nueva, a quienes observan atentamente. Por otro lado, Vaca, gatito mayor dado en adopción, percibía inmediatamente las visitas de Diana y la acompañaba a través de todo el camposanto cuando alimentaba a los demás. Asimismo, este pequeño protector nunca dejaba sola ni en completo silencio a su cuidadora, pues siempre platicaba con ella durante el trayecto.

El panteón no sólo alberga a personas ilustres, sino también a distinguidos felinos. Cuando los cuidadores gatunos fallecen en las inmediaciones, se les entierra en el patio trasero o en las jardineras exteriores al museo. El pasto, antes suelo sobre el que los michitos dormían sus reparadoras siestas cotidianas, se convierte en el techo del eterno descanso para sus cuerpos terrenales. Sin embargo, no todos los Catacumberitos reposan perpetuamente: en ocasiones, su presencia retorna para convivir con el resto de la colonia. Los michitos, hábiles trepadores, pasean plácidamente por el blanco toldo de la carpa. En él se traslucen las figuras de hojas caídas y de patitas caminantes, por lo que desde abajo puede trazarse la ruta gatuna con la mirada. Sin embargo, en algunas ocasiones, cuando se intenta identificar al explorador cuadrúpedo, sólo se encuentra aire: una presencia fantasmal ha vuelto a trazar los pasos de sus vidas. Tal vez los michitos no desean quedarse en la región de las raíces, donde las ramas crecen hacia abajo. Tal vez estos pequeños prefieren los caminos ascendentes desprendidos de los troncos, donde pueden escalar y jugar como bien lo saben.

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Algunos Catacumberitos han vivido desde cachorros en el Museo Panteón de San Fernando, otros han llegado al recinto por distintas circunstancias. De cualquier manera, éste es su hogar. La tranquilidad del cementerio lo convierte en una suerte de oasis citadino, una utopía en potencia al margen del caos. La presencia de los gatitos refuerza esa cualidad no sólo al recordarnos el ciclo vital, sino también al embellecerlo: la vida también crece en el entorno mortuorio. Ojalá intentar preservar el pasado no nuble nuestra mirada del presente: los muertos ya reposan, estos peluditos aún necesitan satisfacer sus necesidades básicas y recibir cuidados para transitar dignamente por este plano. Gracias a las atenciones de Diana Arredondo, de las cuidadoras y los compicats, el acompañamiento a los michitos es posible. Admiro su amorosa dedicación a los felinos, la cual se nota tanto en las labores en San Fernando como en la página de Instagram “Catacumberitos”. Además de contenido gatuno panteonero, ahí se pueden encontrar maneras de colaborar, donar e incluso adoptar.

Imagina ser enterrado en un panteón con gatitos para acariciarlos desde el más allá. Eso sí, si eres un lector de carne y hueso, aún puedes acariciarlos desde acá: imagina compartir tu vida con un michito experto en detección sobrenatural. Todo es posible, sólo acércate a los Catacumberitos.

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AQUÍ puedes seguir a Catacumberitos.

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[1] El grupo de cuidadores se conforma tanto por mujeres como por hombres, pero las primeras superan en número a los segundos. Por ello la decisión de describir a este colectivo con la flexión femenina de género en plural.

La entrevista fue gracias a Diana Arredondo, fundadora y administradora de Catacumberitos.

Todas las fotos fueron tomadas por Henry Guzmán (constantdreamer77) y Jessica Morales.

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Jessica Morales Aguilar

Estudiante de Lengua y literaturas hispánicas en la UNAM.

Le interesan tanto la literatura como el cine de terror.

El gótico representa una de sus grandes aficiones, de sus grandes amores.

Si encontrara un fantasma, probablemente éste huiría de ella.

@carmilla_of_otranto

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