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CERDITA

panegírico del maltrato, amabilidad de extraños y otros demonios

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Miriam Gálvez

 

En la actualidad los estereotipos físicos inalcanzables son el pan de cada día. Hablar de cuerpos femeninos que no cumplen con éstos causa un insondable sufrimiento desde una edad temprana dentro de la cultura regida por la banalidad.

Carlota Pereda (escritora  y directora) se sumerge de lleno en el tema y aborda con feroz acierto la problemática del bullying que muchas jóvenes sortean por no cumplir las demandas de la sociedad en un contexto en donde el horror enmarca una historia de perpetuo hostigamiento.

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Laura Galán y Carlota Pereda.

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Una novel fémina será la antítesis de una heroína en medio de secuestros macabros. Basado en el cortometraje homónimo que Pereda dirigió en 2018, Cerdita / Piggy (2022) discierne de una manera más profunda en las memorias de Sara (una magnífica Laura Galán), adolescente con obesidad que es objeto de burlas y bromas crueles por su apariencia en un pequeño pueblo en donde el infierno que se avecina será desmesurado.

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Sara es presionada —en contra de su voluntad—  a laborar en el negocio familiar: una carnicería.  Su ex amiga de la infancia Claudia (Irene Ferreiro) aún entra a comprar al local por órdenes estrictas de su madre. Porta un brazalete que mira con insistencia —pero pronto se deshará de él—,  hecho que percibe un lazo estrecho que en el pasado las unió. Sin embargo, intenta a toda costa alejarse porque en la actualidad desea encajar socialmente con el grupo de chicas populares que molestan y llaman a Sara «Cerdi» —como si de su nombre se tratara—, produciendo un contacto desafortunado e incesante con sus verdugos siendo expuesta en redes sociales con un sadismo apabullante.

Una poderosa paleta de colores en rosa hace que su cuerpo se mezcle con la carne de exhibición: explotada, enjuiciada, aprisionada. Su progenitora, de personalidad «almodovariana», grotescamente tirana y tóxica interpretada por la soberbia Carmen Machi, y un padre bonachón (Julián Valcárcel) que no ve más allá de su impasibilidad son los elementos que desarrollarán un encarnizamiento colectivo. La indolencia y catarsis serán las vísceras de este excepcional slasher que flirtea provocativamente con la comedia negra, haciendo que las escenas familiares sean entrañablemente afectivas.

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El punto álgido de este suceso se desarrolla en la alberca pública de la aldea en donde la chica es brutalmente acorralada, agredida y humillada por Claudia y sus amigas. Alentada por éstas, Claudia toma la ropa de Sara y huyen del lugar mientras ella se encuentra sumergida. Sin más remedio, es obligada  a caminar (una distancia considerable) en traje de baño bajo un sol abrasador que quema su piel. Por si esto no fuera poco, sigue siendo denigrada por los conductores que transitan por la carretera desolada y que toman fotos de su cuerpo semidesnudo, como si de un pedazo de carne enrojecido se tratara. Estos acontecimientos son observados por un enigmático extraño (Adrian Grösser), testigo de los agravios en la alberca y que ahora, dentro de una furgoneta, se detiene para devolverle la ropa en sepulcral silencio.

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Sara se percata horrorizada que Claudia (ensangrentada) golpea los vidrios del vehículo gritando desesperadamente por ayuda, pero solo agradece el gesto al sujeto con la mano evadiendo su mirada; retomando la misma malsana pasivo-agresividad con la que actúa su amiga cuando es importunada por el círculo de hostigadores que permite los abusos sin emitir una palabra. Como si de una carrera de tiempo se tratara, se apresura a regresar al pueblo presa del pavor y la culpa. La desaparición de las chicas y de otras personas que estuvieron el mismo día en la piscina volcará la atención de los habitantes enfurecidos hacía ella. Los familiares de éstas comienzan una búsqueda incesante, desvelando los atropellos de los que Sara ha sido propósito.

Por un misterioso motivo, el hombre, un asesino serial de figura regordeta  —quizá víctima alguna vez de los mismos maltratos—,  funge como un paladín justiciero y parece haber visto algo singular en Sara que la hace objeto de sus oscuros deseos. Ella, atraída patológica y obsesivamente hacia la figura de un ser protector, sentimiento que nunca antes había experimentado, deberá vencer a sus demonios: ser la eterna mártir o sacar la casta.  La apología que supone el título puede ser un lazo en el cual  las perpetradoras de Sara, llamándole de formas despectivas, ahora se encuentran del lado opuesto de la moneda:  colgando de ganchos, torturadas como cerdos listos para ser inmolados en el matadero. Pero nuestra protagonista siente la palmaria necesidad de rescatarlas, a pesar de tener la oportunidad de acabar con las predatorias.

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Pereda nos imparte una cátedra de moralidad aterradora de una estampa actual en donde la empatía y la compasión con rasgos de amabilidad desbordante realizados por personajes insólitos muestran una realidad que se percibe utópica.

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Cortometraje:

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Miriam Gálvez

SuperHeroína coyoacanense. Pseudo aprendiz sibarita. Bakeadicta. Cazadora de imágenes. Pesadilla, malestar creado por la mente enferma de algún noctámbulo en insomnio desesperado.

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