UN JUEGO DE ESPEJOS
Beatriz Álvarez Klein
Muy buenas tardes. Quiero agradecer a la Universidad de Guanajuato y a la Universidad Autónoma Metropolitana la publicación de este libro, así como el haberme encomendado la no poco intimidante tarea de presentarlo en esta 67ª Feria Internacional del Libro y este 50o aniversario de la UAM. Gracias también por haberme traído a esta bellísima ciudad y hacerme parte de este evento tan especial. Asimismo, agradezco la presencia del creador de las magníficas ilustraciones de esta edición, Alejandro Montes Santamaría, al diseñador de la portada, Jaime Romero Baltazar, y al editor Jonathan Mirus. Muchas gracias también a Elba Sánchez Rolón y a Rosa Martha Pontón.
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La relación de Emiliano González con esta casa de estudios y su editorial se inició en el año 2020 con la publicación del libro de relatos La ciudad de los bosques y la niebla, compilado y prologado por el escritor Miguel Lupián. Emiliano, que no solía participar en eventos literarios, asistió a la presentación en la Ciudad de México y pudo constatar allí el gran interés que su obra seguía —y sigue— despertando en el público lector. Quedó también muy complacido con ese volumen que reúne cuentos que sólo habían visto la luz en suplementos de periódicos y revistas.
Si bien en un gran número de ensayos, algunos de ellos publicados y muchos otros inéditos, Emiliano nos narra diversos momentos de su vida, en la última década de ésta redactó una Autobiografía que también publicó la Universidad de Guanajuato, con estudios preliminares de Rogelio Castro Rocha y Claudia Gutiérrez Piña, y compartí con Miguel Lupián el honor de presentarla.
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Por tercera ocasión —ahora junto con la Universidad Autónoma Metropolitana— se publica aquí un texto de Emiliano, el cual ha tenido una vida un tanto azarosa. Salió por primera vez en agosto de 1982 en la Revista de la Universidad de México (UNAM), con ilustraciones del pintor, escritor y mago inglés Austin Osman Spare, elegidas por el propio Emiliano de su Libro de los sátiros, varias de las cuales le sugirieron la novela. Después, en una versión modificada, formó parte del libro Casa de horror y de magia (Joaquín Mortiz, 1989), el cual fue escasamente distribuido y hoy es prácticamente inconseguible; ésa es la que reprodujo Vicente Francisco Torres en el fascículo No. 84 de la colección Material de lectura de la UNAM. La versión íntegra vio nuevamente la luz en España, en el año 2018, en la revista Ulthar, misma que se consigue sólo en el viejo continente, por suscripción. De manera que hoy es motivo de gran celebración el poder leer nuevamente en México la versión completa, que Emiliano prefería, y además, con ilustraciones nuevas que la interpretan gráficamente con singular acierto.
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Emiliano siempre amó las ediciones bellamente ilustradas, como buen coleccionista y lector ávido de libros antiguos, lo cual espero puedan ustedes constatar en los próximos años. Y ciertamente las ilustraciones de este libro habrían sido de su agrado. Habría disfrutado el inquietante modo en que lo figurativo y lo cuasi abstracto evocan el ambiente de misterio, embrujo y horror de esta narración.
El discípulo es un título que permite percibir la obra de Emiliano desde múltiples aristas. Nos muestra aquí la historia de su espíritu como lector y creador, como quería Paul Valéry, pero es impensable que esto pudiera ocurrir, como también quería Valéry, sin mencionar a un solo escritor, pues algo que siempre caracterizó a Emiliano fue el profundo reconocimiento que dio a sus maestros. Y hablamos aquí de los que formaron su prosa y su verso, así como su estética y su filosofía y le revelaron los secretos de las ciencias ocultas.
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Entre sus principales maestros en el arte literario encontramos al galés Arthur Machen, cuya obra inspira en gran medida esta novela sin que por ello sea menos original. En su ensayo “El sueño de Coleridge”, Jorge Luis Borges, otro de los maestros de Emiliano, plantea, refiriéndose al palacio de Kublai Khan, que un “objeto eterno [está] ingresando paulatinamente en el mundo”, a través de distintas artes: la arquitectura, la poesía y, quizá, en un futuro, la escultura o la música. En el argumento de El discípulo —no es casual que ahora se publique en la colección “Onírica”— otra realidad penetra a través de los sueños en la del protagonista. En cuanto a la nuestra, podríamos decir que una historia arquetípica o, mejor, una experiencia intemporal se está abriendo paso poco a poco para entrar en nuestro mundo. La conocemos primero en la novela El gran dios Pan, de Machen; después en su relato “El pueblo blanco”; posteriormente en El discípulo. Emiliano encuentra en la obra de Machen esta experiencia sagrada, de la que —años antes de leerla— recibió las reverberaciones en su infancia y adolescencia temprana, así como —siendo ya su lector avezado— una estética literaria centrada en la búsqueda del éxtasis, mismo que, según Machen, puede ser suscitado igualmente por el bien o por el mal (aunque uno y otro la alcanzan por caminos distintos) y que es posible encontrar en una realidad que subyace a la que percibimos cotidianamente. Y cito, como Emiliano en “La herencia de Cthulhu”: “Hay sacramentos del mal […] a nuestro alrededor”.
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Al igual que en los relatos y poemas de uno más de sus maestros literarios —Howard Phillips Lovecraft, junto con sus “nietos”—, Emiliano crea una geografía propia; en El discípulo resuenan ecos de lugares, objetos y personajes de sus obras anteriores que a su vez anuncian otras posteriores. Por ejemplo, uno de los siete relatos (1) que integran El sátiro de Aurelio Summers será desarrollado después por Emiliano e incluido, con El discípulo, en Casa de horror y de magia.
De Poe y de Borges toma Emiliano la fusión de géneros —la narrativa que es ensayo que es narrativa— y, del argentino, la mezcla de obras y autores reales y ficticios, dejándonos la tarea de investigar cuál es cuál y qué hay de real en esas ficciones, porque ninguna es gratuita. De esta mezcla se sirve para incorporar en este relato sus reflexiones sobre el decadentismo de fines del siglo XIX (“movimiento aparentemente literario que en realidad fue esotérico”), su manifestación en América Latina —léase, el modernismo— y sus expresiones colindantes con las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX. Un ejemplo del modernismo que comenta Emiliano en esta obra es el del Leopoldo Lugones de Las montaña del oro (pensamos sobre todo en “la vendimia de Sangre”, “donde anudan sus cópulas los lobos” y en el poema “Metempsícosis”). El discípulo también hace eco del surrealismo de Antonin Artaud, para quien literatura y vida son inseparables y que profesa el anacronismo como “un desafío a estos tiempos”. Lo mismo que Artaud y que Baudelaire, quien exclamaba “¡Cualquier parte! Con tal que sea fuera de este mundo”, Emiliano asume plenamente su anacronismo (¡cualquier tiempo, con tal que sea fuera de éste!), cultivando corrientes literarias del pasado que supieron ver el futuro y mirando hacia un porvenir de raíces ancestrales. Así, en agosto de 1982, inicia su novela hablando en pretérito del mes de marzo de 1984:
En marzo de 1984 empecé a compilar una antología del cuento de miedo en español. Mi propósito era reunir, en severo orden cronológico, las piezas más raras y desconocidas, y con ese objeto exploré todas las librerías anticuarias de la ciudad. Los resultados fueron sorprendentes, aunque la mayoría de los libros contenían una magnífica narración y veinte malas. No fue, sin embargo, en las librerías de México donde hallé el libro en que pude leer, por primera vez, algo de Aurelio Summers.
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En cuanto a la inseparabilidad entre literatura y vida, cabe señalar en El discípulo varios elementos autobiográficos. Un ejemplo: el narrador de la novela explora las librerías en busca de relatos de miedo en español para preparar una antología, y al hacerlo descubre al prácticamente desconocido Aurelio Summers; como él, Emiliano compiló una antología de cuentos de horror escritos en nuestro idioma y la publicó en su adolescencia (diez años antes que El discípulo), bajo el título de Miedo en castellano, obra que es ya prácticamente imposible de encontrar.
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El narrador de El discípulo publica su antología y en una nota solicita más información sobre el misterioso autor Aurelio Summers; es sólo cuando su antología se traduce al inglés que su petición recibe la respuesta de un reverendo llamado Matthew Westcott, a quien visita:
Llevando conmigo la fotocopia de El sátiro, me dirigí hacia Dillington, el pueblo del reverendo. La abadía era una construcción gótica tardía que en los ramajes de sus frisos, en los adornos de hierro forjado, en las vidrieras multicolores, en los capiteles, en las gárgolas e incluso en la aldaba de la puerta principal mostraba las exageraciones más turbadoras. Lo alto de la fachada estaba ocupado por un carillón con figuras mecánicas de grifos y de quimeras. Bajo el sol, casi tropical, esos animales fulguraban siniestramente.
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Así como hay paralelismos entre Emiliano y el narrador de El discípulo, los hay también entre éste y Summers.
Autobiográficos son asimismo el nombre de pila de Summers, que era el de su abuelo materno, y una estancia en Londres, donde sus correrías de bibliófilo lo llevaron a encontrar un ejemplar de la Breve historia del modernismo de Max Henríquez Ureña, que en muchos sentidos fue para Emiliano una gran revelación. Entre muchas otras cosas, este escritor, poeta y estudioso dominicano rescató algunos versos notabilísimos del casi desconocido argentino Carlos Alfredo Becú —suerte de letanías personales, “cuajadas de [gemas arquitectónicas] y pedrerías”, de las que el ser humano se halla estremecedoramente ausente. Los ecos son un motivo que se repite, en la forma como en el fondo, en los poemas de Becú, creando sonoridades ultraterrenas; uno de ellos concluye hablando de “ecos de luces que se reflejan al infinito”. El discípulo es también un juego de ecos, de reflejos, un juego de espejos.
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Esto lo subrayan las ilustraciones de Alejandro Montes Santamaría, espejeadas en positivo y negativo.
Hallaremos en la novela otros espejos que nos harán pensar en el espejo cósmico que refleja todo el universo, o en el espejo de San Pablo, que, como el de Tezcatlipoca, devuelve una imagen distorsionada de la realidad. ¿O su rostro verdadero?
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Entre los maestros de Emiliano hemos mencionado a Machen, a Lovecraft, a los decadentes, a los modernistas, a Artaud. Discípulo es asimismo el aprendiz de las artes mágicas, y en este sentido, muchos de los maestros literarios de Emiliano tuvieron contacto o formaron parte de la orden hermética de la Aurora Dorada que surgió en Inglaterra en 1888. Allí un familiar de Alice Liddell, la Alicia de Carroll, ocupó un lugar prominente; otro de sus miembros fue el dudoso “Reverendo” Montague Summers, entregado al estudio de la demonología y la vampirología. Bram Stoker, Machen, W. B. Yeats, Algernon Blackwood, Florence Farr, Aleister Crowley (a su vez maestro de Osman Spare) transitaron por la orden… y todos ellos la fueron abandonando, por rebeldía ante sus Jefes Secretos que, sin darse a conocer salvo a los más privilegiados, exigían fe ciega y obediencia absoluta. La novela El discípulo alude también a este aspecto de un grupo que, pese a estos inconvenientes, profundizó en el conocimiento de las ciencias ocultas y muy particularmente de la alquimia. Esta ciencia oculta, entendida como disciplina espiritual, busca el perfeccionamiento del espíritu mediante un proceso que sigue tres etapas, nombradas según tres colores, desde la putrefacción o el caos, pasando por la purificación, hasta lograr el “oro” o piedra filosofal y con ésta la eternidad. A propósito de los estudios del “Reverendo” Summers, viene a mi memoria el extraordinario filme de Carl Theodor Dreyer, Vampyr: más que narrar una historia de vampiros, esta película nos hace vivir la experiencia vampírica; de igual modo, al leer El discípulo vivenciamos un proceso alquímico a la inversa.
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Podemos decir que una prueba de la excelente factura de una narración de horror es el hecho de que disfrutemos no sólo de leerla sino de releerla una y mil veces aun cuando ya sepamos cómo termina. Es el caso de El discípulo. Según Machen, el sello distintivo de la literatura digna de este nombre es la presencia del éxtasis, del arrobo que sentimos ante algo que nos sobrepasa; ciertamente este embeleso está presente en la novela que hoy nos ocupa: es “literatura mística, literatura sagrada, literatura que no pretende hablar del éxtasis sino ser el éxtasis, manifestarlo”. En ella se nos revelan pistas y claves en el lugar preciso en el momento justo; cada palabra ha sido elegida cuidadosamente, y a la vez su lenguaje fluye y nos envuelve: nos hace sentir en casa aun en los momentos más espeluznantes y paradójicamente a sus implicaciones. Por ello no sería de extrañar que su lectura suscite en nuestra mente una sensación similar al estallido continuo de miles de minúsculas esferas o burbujas, una infinidad de pequeños orgasmos. Quienes la lean sabrán por qué.
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Guanajuato, Gto., a 12 de abril de 2025
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(1) Siete: número cabalístico.
Todas las ilustraciones son de Alejandro Montes Santamaría.
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Beatriz Álvarez Klein
Estudió Letras Hispánicas en la UNAM.
Es traductora y autora de cuentos, ensayos y poemas.
Ha publicado traducciones de relatos y poemas en diversas revistas.
Es coautora, junto con Emiliano González, de la antología El libro de lo insólito (FCE, 1989 y 1994).
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