Bitácora de Navegación del Nautilus 41
CONSUMADO
Marina Ortiz
Sabemos que, en términos míticos, no podemos ganarles a los dioses. Ni siquiera a los que hemos creado nosotros mismos.
Últimamente pienso que no basta con decir que un espacio es “un personaje” más en la historia. No basta decir que la ciudad es “un personaje” que “cobra vida” en el cyberpunk, o la casa en el gótico, o las planicies en el gótico sureño, o la Ciudad de México en cualquier texto (cuento, poma o crónica-ensayo, como La casa de usted y otros viajes (1991) de Jorge Ibargüengoitia) que aparezca. Debe ser más que eso. No quiero demeritar este tipo de observaciones, es obvio que la intención de la/el autorx busca esa exaltación del espacio. Sólo pienso que se quedan cortas. Porque Neo Tokio (en Akira), Cumbres Borrascosas (de la homónima novela), Hill House (The Haunting of Hill House), Allerdale Hall (Crimson Peak), Arda (Lord of the Rings) y el mar en La Odisea son uno con los personajes. Están hechos de la misma materia[1].
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Hay países así. México es así. Rulfo me lo dijo. Revueltas me lo dijo. A pesar de que sus historias son de un crudo realismo, las emociones, ideas, motivaciones y sufrimientos de los personajes trascienden la inmanencia. Inmanente, trascendente; lo que es inherente o inseparable y luego lo que es más que sí mismo, lo que va más allá. Extenderse, ser consecuencia. El espacio es la crueldad, la perversión, el fracaso, la fatalidad. Algo divino, incontrolable.
El espacio surge desde los personajes. Sus motivaciones, experiencias, subjetividades, locuras, límites y anhelos. Por eso no pueden escapar de su condición, o su conflicto, o destino. No pueden escapar de sí mismos. Víctimas de sí mismos, de sus propias injusticias. Autoinfligidas e inmerecidas. El corazón dicta el tamaño, la fuerza y la vida del espacio. Tal vez sería más justo decir que si bien alguien determina la conformación del espacio, no siempre es la/el protagonistx. Porque buena parte de la literatura de Revueltas —que no he visto que alguien llame gótica, pero tiene mucho de eso— justo explora la ruina humana a partir de la formas sociales de opresión, desigualdad y violencia.
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La tormenta, por más que refleje o “simbolice” una turbulencia interna, impone su fuerza sobre el barco y los marineros (“Dormir en tierra”); la sed, de respuesta divina o camaradería, arrastra al cuerpo a un estado crítico, total, que condena a quien arriesgue compartir el agua (“Dios en la tierra”); la persecución religiosa es una destrucción cósmica, porque la soledad es absoluta cuando un Dios supera a Otro (“¿Cuánta será la oscuridad?”). Revueltas no escribe con una intensión de algo irreal (que podríamos atribuir, no sin problemas, a la fantasía, lo especulativo, el horror), pero su alcance mítico se logra por el reconocimiento absoluto, irremediable, existencialista, de la ilusión que es el poder humano, racional, “civilizado”. Ese es el sino de nuestra existencia, me parece que Revueltas nos dice, una contradicción inherente. Bien podemos recordar a Dolezel y la fuerza N, la fuerza de la naturaleza, al afirmar que el cuerpo humano es también naturaleza y, por lo tanto, es ingobernable. La mente también sería cuerpo: ingobernable.
Creo que esto es uno de los fundamentos del gótico. Nos podemos engañar lo suficiente para tener una vida ordinaria (la mayoría del tiempo), pero la verdad de nuestra insignificancia nos alcanza, tarde o temprano. Otro ejemplo: en la primera temporada de True Detective, los paisajes de Luisiana son hermosos, salvajes, nostálgicos, acechantes, laberínticos. Es la tierra fértil para esconder un pecado que irrigará el lodo, las raíces y los cimientos de las casas para podrirlas por dentro. No puedo decir que el espacio es un personaje más: los pantanos, bayous, meandros, costas y planicies de Luisiana. No. No puedo decir que el espacio, como un personaje más, es activo o pasivo, inteligente o absurdo. El espacio no es persona. Es algo más. En la cuarta temporada, “el país de la noche” es una expresión tanto literal como mítica: las imposiciones que deviene vivir varios días sin sol deben ir más allá de la mera noción de incertidumbre, depresión y resguardo.
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Por lo general, esta columna ha afirmado/argumentado que el espacio define a las personas. En realidad, nos referimos a una acción circular, recíproca: las personas definen al espacio con su lenguaje y, por consecuencia, el espacio las termina determinando, pero el origen es el corazón humano. Proyectamos nuestro espíritu en el espacio.
Y en el gótico el espacio se vuelve memoria: algo poco fidedigno, engañoso, difuso. Pero, también, central a nuestra identidad. ¿Qué es más propio para nosotros, para definirnos, entendernos y querernos, que el fantasma de lo que fuimos? Memoria, pecado, arrepentimiento, fracaso, sangre, alma en pena, mancillando el aire con nuestro llanto. No podemos vivir sin memoria, sin pasado. Somos lo que fuimos. Y sólo seremos lo que somos.
La trascendencia de los significados, los sentimientos, la voluntad, el perdón o el amor es lo que vuelven al espacio un ente mítico, aun cuando la historia es realista. Pecado del pasado que supura hacia el presente. Sin el reconocimiento que tiene un origen humano, termina consumiendo todo a su paso. Pienso en obras como Jane Eyre, donde la humildad, sabiduría, generosidad y voluntad de su protagonista logra reivindicarla de un destino fatal. Jane supera el pecado del pasado —que ella no cometió pero, aún así, intentó atraparla— al redirigir su pensamiento, su rechazo y su perdón hacia ella misma. La congruencia consigo misma, ganada con sacrificios y dolor, la salvó. Esto también lo hacen los personajes en True Detective.
Pero los de Revueltas no. Los de Rulfo tampoco. Abren su pecho a la tierra y alimentan las raíces con su sangre. Y la tierra la guarda.
[1] Puntos extra a quien detecte esta referencia a The Tempest, de Shakespeare.
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AQUÍ puedes leer «Dormir en tierra»
AQUÍ puedes leer «Dios en la tierra»
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Ana Marina Ortiz Baker
Soy Licenciada en Letras y Maestra en Literatura Hispanoamericana.
Los temas que me apasionan son la fantasía, la ciencia ficción, el cyberpunk, el cuerpo, la mujer, los espacios, los mitos y la naturaleza.
Me encanta indagar en los significados que sostienen un mundo ficticio y últimamente me siento muy cautivada por la sabiduría que lo mítico nos devela.
Me gusta mucho tejer, visitar ríos y arroyos, leer, el color beige, El señor de los anillos, Star Trek, los pulpos, los tornados y el melodrama.
Organizo el proyecto independiente de La (cíclica) Sociedad del Fruto y el Mito (Ig y X).
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