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EL VERANO DE LA SERPIENTE

 

Jazmín G. Tapia Vázquez

 

El verano de la serpiente, publicada este año por la editorial Alfaguara, es una novela que desde su título nos instala en un universo simbólico, moldeado por ciclos vitales que aluden a la transformación y al movimiento. En algunas tradiciones, la serpiente se vincula con la Rueda de la Vida, es la potencia que determina la transición de la vida hacia la muerte. La relación de la serpiente con la figura circular de la rueda aparece gráficamente expresada en el símbolo gnóstico del Uróboros: la serpiente que se muerde la cola. Esta imagen, me parece, concentra la materialidad de la obra de Cecilia Eudave; una novela que juega a transformarse continuamente, y cuyo final nos obliga a regresar al inicio para descubrir aquello que no vimos o no escuchamos, pero que siempre estuvo ahí como un eco, como un fantasma.

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El nombre de Cecilia Eudave es representativo cuando hablamos de la tradición de irrealidad en México. Tradición que, en la actualidad, se ha convertido en una novedad editorial, pero que, parafraseando a Bioy Casares, es tan vieja como el miedo. Este creciente interés que se ha generado por las literaturas no miméticas nos ha permitido acercarnos, desde nuevas miradas, a proyectos literarios, como el de Cecilia Eudave, que, anterior al boom editorial, han cultivado la tradición desde el signo de su renovación. Uno de los elementos característicos de la escritura de Cecilia Eudave es su marcada tendencia a la hibridez genérica, aspecto que dota a El verano de la serpiente de una profunda complejidad compositiva, a pesar de su brevedad y de su aparente sencillez.

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Cecilia Eudave

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La novela se compone de nueve capítulos que están narrados desde diversas voces y perspectivas. Cada uno de estos capítulos funciona también como una unidad de significación independiente, pues se articula bajo lo lógica estructural del cuento. Es decir, cada capítulo revela un planteamiento inicial, un punto climático en su desarrollo y su conclusión. Como lectores nos enfrentamos a diversas historias comunicadas por múltiples voces narrativas que exploran la soledad, los lazos familiares, la violencia, la enfermedad, el desvanecimiento. Como si de un tejido se tratara, cada capítulo despliega hilos que se traban para configurar la historia principal que adquiere su sentido en la resolución de un misterio que se gesta en la transición de dos hermanas que son despojadas del paraíso idílico de la niñez. Este rasgo de hibridez genérica en la composición de la novela, aunado a la polifonía, plantea, de inicio, un juego de deslizamiento entre los límites genéricos y discursivos que sostiene la naturaleza ambigua de la historia, incitando al lector a participar activamente en el desentrañamiento del misterio, de ese secreto que se arrastra silenciosamente como la serpiente y que envenena todo a su alrededor. El hilo conductor que unifica coherentemente los capítulos se presenta bajo el imaginario de la serpiente; sin embargo, en un ejercicio de inversión del símbolo, Eudave la hace mudar de piel, la despoja de su naturaleza destructiva, para revelarnos que la verdadera amenaza, aquello que perturba e inquieta, está enroscada en lo más oscuro de la naturaleza humana. Así, en cada capítulo, los lectores reconocemos diversos grados de crueldad, asumida o involuntaria, que configuran un ambiente espectral y enrarecido cargado de una tristeza grisácea e insalvable que envuelve toda la novela.

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La hibridez no sólo opera en las estructuras genéricas, sino también en las discursivas que hacen de El verano de la serpiente una novela que se resiste a la clasificación categórica dentro de alguna de las modalidades de la tradición de irrealidad o de las literaturas no miméticas. Si bien, en la actualidad, este tipo de literatura se caracteriza por transitar de ida y vuelta por los límites siempre fluctuantes de lo fantástico, lo maravilloso o lo extraño, la escritura de Cecilia Eudave se ha distinguido, desde sus inicios, por esa naturaleza fronteriza que desafía constantemente las expectativas del lector. Más allá de los tópicos tradicionales de las literaturas no miméticas, como la casa habitada por una figura fantasmal femenina, en lo que me parece un guiño a Shirley Jackson, en El verano de la serpiente la imbricación de recursos, orquestados bajo la lógica de los discursos de irrealidad, como las modalizaciones, los indicios, el juego de perspectivas, la construcción de espacios de excepción, el juego con la indeterminación y la ambigüedad y los desplazamientos espaciales revelan el gran conocimiento que la autora tiene de esta tradición y los efectos que ésta produce en los lectores. No es un secreto que la literatura de irrealidad hipnotiza, y en este trance ni personajes ni lectores salimos indemnes de su mordedura. En El verano de la serpiente reconocemos, de inmediato, la naturaleza seductora e inquietante de este tipo de literatura, pues la novela se articula en el cuestionamiento sobre la realidad y las certezas que la conforman. Cada una de las historias transitan por una realidad aparentemente normal que pronto revela su inestabilidad. Es una realidad afantasmada y agrietada por donde se cuela lo insólito, lo extraño, lo perturbador. Así, cada voz narrativa nos revela que eso que llamamos realidad no es más que un fantasma, un fenómeno paraxial que se desvanece cada que intentamos comprenderlo.

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La novela se desarrolla en el verano de 1977, año chino de la serpiente. La historia comienza con la enumeración, en voz de Maricarmen, de una serie de eventos históricos y políticos que definieron al mundo ese año, particularmente significativo también para México. Mediante un recurso cinematográfico, nos desplazamos de la realidad mundial hacia México, a Guadalajara, a una colonia, a una calle. El desplazamiento continúa al interior de las casas, y después a lo más intimo y privado de los seres que las habitan. Es justo en ese espacio cotidiano y familiar en donde suceden experiencias límite que fracturarán la realidad de todos los personajes, pero particularmente la de Maricarmen y su hermana pequeña, Ana. Como lectores, nos movemos sigilosamente por estos espacios domésticos para reconocer la fragilidad de las relaciones humana, percibimos, con zozobra, esa crueldad que nace de lo más íntimo del mundo de los adultos y que ensombrece el universo lumínico de la niñez. Al leer El verano de la serpiente no pude evitar pensar en la herencia literaria de Eudave. Ese interés por explorar las dinámicas familiares, los resquicios de las casas y el interior de sus habitantes desde la mirada de lo siniestro, de lo insólito, no puede ser entendido sin convocar la presencia de Elena Garro o de Amparo Dávila, creadoras de mundos enrarecidos que se construyen en la premisa de que lo aterrador no proviene de un universo externo o desconocido, sino que reside en la realidad más cotidiana y, aparentemente, más segura.

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Garro / Dávila

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Luisa Valenzuela escribió que toda literatura parte de un secreto. En efecto, El verano de la serpiente es la historia de un secreto, pero, sobre todo, de las posibilidades de comunicarlo. Es una historia que constantemente se reactualiza en el ejercicio de las voces narrativas, pero también en el de su propia escritura, moldeada por el movimiento frenético de una Olivetti naranja.

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Al escribir esta reseña no pude dejar de preguntarme: ¿cómo invitarlos a leer una novela de la que no se puede revelar ninguna información para no arruinar la experiencia lectora y el asombro? El verano de la serpiente es una novela compleja y emotiva que nos atrapa y nos deja sin aliento. Es, sin duda, una novela que nos recuerda que la literatura de irrealidad no está ahí para evadirnos de la realidad, sino para enfrentarnos de golpe con ella. Este efecto que produce El verano de la serpiente radica no en aquello que se cuenta, sino en la forma extraordinaria en la que se cuenta. Y eso sólo podemos atribuírselo a la capacidad creativa de Cecilia Eudave.

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Jazmín G. Tapia Vázquez estudió un doctorado en Literatura Hispánica en El Colegio de México.

Actualmente es profesora en la Universidad de Guanajuato.

Sus líneas de investigación son la tradición de irrealidad en Hispanoamérica, la narrativa de la Revolución mexicana y la literatura escrita por mujeres.

Es mamá de Poncho, Cuca y trece gatos.

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