HOLLOW KNIGHT
EL MUNDO BAJO TIERRA
Uriel Velázquez Bañuelos
Y resulta entrañable cómo un grupo de amigos llegaron a conocerse gracias a una game jam. Fue por el 2013, y se trató de un evento donde múltiples desarrolladores se reúnen para construir un videojuego desde cero en un periodo corto de tiempo. Y resulta familiar ver cómo de la creación surgió la unión. Ari Gibson, William Pellen y Jack Vine fundaron su estudio australiano, Team Cherry, para trabajar en aquel proyecto. Y resulta esperanzador ver el camino que tomaron. A finales de 2014 lo presentaron en la plataforma Kickstarter, alcanzando todas las metas que proponían, e incluso más. Y el resultado de todo aquello, toda esa creatividad y pasión, nos deja un mundo interactivo, pequeño, misterioso y con corazón.
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Hollow Knight salió al mercado en 2017. Rápidamente se convirtió en todo un fenómeno. Mire por donde se mire, hay un presente en su arte. Pienso que el videojuego es la acumulación de todo aquello —música, literatura, danza, pintura, arquitectura, etc.— que permite una conexión global. Los que disfrutan de la música encuentran armonía en las piezas de Christopher Larkin; los que aman dibujar quedan asombrados con el diseño de sus personajes; los que adoran el ritmo dan con una danza en las boss fights. Son múltiples sus redes artísticas. Caigas donde caigas, uno termina atrapado. Y yo, joven explorador de mundos, estoy ahí, fascinado por su creatividad, por la unión que lo hace todo posible.
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La historia de Hollow Knight se presenta a cuentagotas. Llegamos a una ciudad desolada y en la superficie. Se llama Bocasucia. Nos anuncian que muchos son los que llegan ahí gracias a un llamado que los invita a explorar todo Hallownest. A partir de ese momento, descendemos por los túneles y nidos para descubrir lo que realmente aguarda en las profundidades.
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Hallownest es un reino de insectos. Todo lo hicieron ellos y viven ahí. Es su microcosmos. Y agradezco que no haya rastro de humanos en ninguna parte, creo que restaría el nivel de escala e intenciones míticas que uno encuentra.
Los bichos tienen nombres curiosos que, sumado a su forma de hablar mediante sonidos, los hace encantadores. Con más de cien formas, algunos toman sus diseños de insectos reales, como mantis, escarabajos, mariposas. Y otros son completamente inventados, pero que remiten una apariencia orgánica a su ecosistema. No sólo en el diseño rompe las reglas de lo ya conocido, sino que también en su comportamiento, pues retocan los símbolos para darse más creatividad. Es decir, las mantis religiosas son insectos solitarios, además de que son conocidas por devorar el cerebro de sus parejas después de aparearse. Pero en el mundo Hollow Knight son una tribu unida, sólida y honorable. Construyeron un imperio que perduró pese a las constantes amenazas y plagas. Su trabajo en comunidad les ha permitido sobrevivir, a diferencia de otros lugares que llegamos a explorar.
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A medida que descendemos conocemos mejor el reino de Hallownest. Hay monolitos que nos hablan de lo que fue. Hay personajes que nos comentan sus impresiones y comparten su conocimiento, de lo distinto que se siente ahora en la decadencia. Se aclaran las situaciones y se alimentan las razones. Por una parte, está el sentido de la lógica. Lo vemos en la Ciudad de Lágrimas, construida para ser la capital y el corazón de Hallownest. Lleva ese nombre porque la ciudad está en una constante lluvia melancólica. Pero estamos abajo, en el suelo, ¿entonces de dónde sale esta lluvia? Si exploramos, descubrimos que el agua viene de una capa superior. Arriba de la ciudad yace un lago subterráneo y sus gotas se filtran entre las rocas. De toda aquella inmensa vida recibimos sólo fragmentos, a cuentagotas.
También obtenemos las respuestas desde la mitología, o la “magia”. El Sendero Verde es un área repleta de vegetación, incluso los propios habitantes están cubiertos de plantas o musgos. Toda esta situación llega a ser invasiva. El camino se ve obstaculizado por el crecimiento desmesurado de la naturaleza. Y todo por un sueño que, a menudo, si no los controlamos, ciega nuestra realidad. De los pocos monolitos que no fueron devorado por la vegetación, descubrimos la razón de esto: es uno de tantos lugares que sucumbió ante la radiación del mundo onírico.
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Ya sea desde la lógica o lo fantástico, Hallownest está repleto de color, que embellece su pequeño mundo. Pero uno de los temas recurrentes es la pérdida. Viene a mí el recuerdo de uno de mis poemas favoritos:
Conocí a un viajero de una tierra antigua
que dijo: «dos enormes piernas pétreas, sin su tronco
se yerguen en el desierto. A su lado, en la arena,
semihundido, yace un rostro hecho pedazos, cuyo ceño
y mueca en la boca, y desdén de frío dominio,
cuentan que su escultor comprendió bien esas pasiones
las cuales aún sobreviven, grabadas en estos inertes objetos,
a las manos que las tallaron y al corazón que las alimentó.
Y en el pedestal se leen estas palabras:
«Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!»
Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia
de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas
se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas»
“Ozymandias”, soneto de Percy Bysshe Shelley, se respira en Hallownest. No he comentado spoilers, pues el descubrir los verdaderos acontecimientos que llevaron al auge y caída de este pequeño reino es enriquecedor a la vez que trágico. Pues de toda aquella gloría ya sólo quedan polvo y sueños. Y, a menudo, forzar los sueños por más tiempo conduce a un palacio de dolor.
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Y resulta asombroso ver cómo Hollow Knight, desarrollado por tres amigos, causó un fenómeno en la industria del videojuego. Su arte, su narración, sus mecánicas, su música (¡todo!) transmite algo. Y me resulta un engaño que, cuando lo compré por menos de cinco dólares, sentí que debía pagarles más por ese viaje, porque sentí que mi pago no era suficiente por tal obra. Y ahora, tras siete años en la espera de su secuela, Hollow Knight: Silksong, es el resultado de este gran y pequeño inicio, uno que nos deja un mundo interactivo que yace incluso bajo nuestros pies, debajo de tierra.
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Uriel Velázquez Bañuelos (Guadalajara, 1998)
Nerd y amante de los gatos. Se ha juntado con muchos grupos literarios de géneros especulativos, pero nunca a una party de calabozos y dragones para tirar los dados. Y en verdad se muere por interpretar un bardo. Estudia la licenciatura en Escritura Creativa de la Universidad de Guadalajara y también El arte del discurso del maestro Cantinflas.
Cuando no lee ni escribe, le dedica un montón de horas a los videojuegos. Lo puedes ver por ahí de repente en el Lol, en Instagram posteando historias o ya de plano en una que otra revista/antología literaria.
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