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INCLUSO EL INFIERNO TIENE SUS HÉROES

La antinovela juvenil de Mario Cruz

 

Abraham Báhez

 

Si el cielo existe, es necesario aceptar la realidad de infierno. Uno y otro son elementos de la misma esencia. Mario Cruz (enero de 1962) lo entendió perfectamente y desarrolló un estilo literario que lo sitúa exactamente en el opuesto de la narrativa comercial. Con esto quiero decir que no es que el reconocido escritor de horror, o terror fantástico, se sitúe en el “nivel literario” de la literatura kitsch, sino que se comporta de manera totalmente simétrica ¿Y por qué sería kitsch?, como dijo Umberto Eco: ¿Es el arte liricidad o techné? (Eco: Diario Mínimo).

Precisamente el sentido del elemento simétrico aporta la prueba de su originalidad. Su narrativa es la antítesis de la novela juvenil romántica, es el infierno literario del celeste best-seller. Si el amor y la caridad triunfan en la fábula prefabricada, entonces el odio y el egoísmo lo hacen en los relatos del autor. Ésta es una de las claves de su reconocimiento en la escena under de la ciudad de México, en su momento poblada de darkies sedientos de una literatura que defendiera la autenticidad de la diferencia y la legitimidad de lo siniestro como principio ético y estético.

Mario Cruz forma parte de una élite de escritores de culto en la ciudad, compartiendo algo de gloria con otros autores, como Carlos Camaleón. Ambos comparten preferencia por la temática fantástica, vampírica y gótica, si bien logran distinguirse en formación e influencias. Quisiera, para ilustrar con más claridad la idea central de este texto, concentrarme en un texto específico del autor: Morgue en el paraíso de la razón (2002).

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Nada tan refrescante como acudir a lo que ya no suena a moda hípster para entender que los cambios en las valoraciones culturales de lo alternativo suelen ser pasajeros, y que lo que debemos apreciar es la originalidad de la propuesta de cada autor. En el libro citado de Mario Cruz, especialmente en el relato “El testamento de Caín”, puede notarse con claridad el contraste entre la estética de lo antitético y la narrativa comercial.

¿Recuerdas la obscuridad? Ella te proporcionaba alivio y protección. Permanecías latente en la no-conciencia. Como formabas parte de la nada, la mentira del amor no podía herirte. Ni podías sufrir ni pensar, ni siquiera cometer un crimen.

Pero alguien te juzgó y te encontró culpable. En el núcleo de una célula, el ADN redactó la sentencia.

Vivirás.

Ser ignorado, sin pasado ni mañana. Grito que crece y no descansa. […] tú eres la siguiente víctima.

 

La vida es una sentencia. Aquel estadio urobórico, asociado a la oscuridad, se conforma como ausencia y vacío, como nuestro verdadero ser. En este sentido, la oscuridad-madre es la única protección en un mundo al que el destino (lo genético como crítica del discurso científico) ha invitado a torturarnos. El protagonista, Rogelio, es la reproducción de un tipo clasemediero cualquiera, que habrá de experimentar estados continuos y ascendentes de psicosis, cuyo único rastro de cordura final es su Yo joven, asociado a la rebeldía y la libertad.

El mundo textual aludido es la clase media capitalina de México, a la que se le agrega una metáfora tan irónica como fuerte: el símbolo del dios condenatorio, el que dicta sentencia de la vida y el veneno del amor, es un molino de viento cuyas aspas sangrientas se mueven eternamente (tiempo) sobre un páramo infinito y estéril (espacio). El molino como antonomasia de la locura. Todos los valores sociales se invierten, la familia, la esposa, los hijos, los amigos tienen por objeto explícito convertir al protagonista en una silueta lastimosa, insulsa e inutilizable para después “desecharla”, enviándola a la “no-conciencia” para reiniciar/renacer el ciclo.

La literatura de Cruz necesita de la realidad cotidiana para construir su discurso. Invertir los rasgos sociales contiene una sutil paradoja: por un lado, se expresan como antivalores y por tanto opuestos a los “ideales” de la sociedad real, pero por otro describen una realidad para nada lejana de la que de hecho existe. En este sentido la crítica se refina al volverse un continuo ataque a lo establecido, incluso en el ámbito de la cultura.

En realidad el autor no es iconoclasta, todo lo contrario. Mario Cruz cree en el infierno. Construye sus relatos fantásticos buscando el sentido mítico/originario de la narrativa para construir un anti-mundo, es decir, nuestro mundo, aunque los juicios aparecen totalmente invertidos. Su obra más reconocida, El evangelio de los vampiros, es una colección ecléctica de estructuras narrativas míticas de culturas paganas, pero con un estilo muy cercano al bíblico.

En algunos momentos parece realizar una total imitatio clásica de autores más reconocidos, como Lovecraft o Stephen King, pero en otros (sobre todo en su poesía, cfr. el fanzine Memorias de Infernalia, llevado al teatro) se apodera de él un pathos de odio, de muerte y vísceras, de arcángeles deformes, de apocalipsis ontológico… en fin, de nihilismo puro.

La obra de Cruz es referencia obligada en el submundo de la literatura fantástica capitalina. El autor no es ningún novato, e independientemente de lo que pueda decirse de su ‘estilo’, una cosa es evidente: el odio puede ser, tanto o más que el amor, el motor de todos los cambios.

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Aquí puedes entrar a la página de Mario Cruz.

 

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Abraham_BahezAbraham Báhez

Periodista cultural incipiente. Bibliófilo paupérrimo, lector beligerante y escritor intermitente.

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