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De misterios y otros enigmas

LA HISTORIA NATURAL DEL ZOMBI

 

Aglaia Berlutti

 

El miedo a la muerte es sin duda uno de los más antiguos y profundos de los tantos que habitan la memoria colectiva. Y justo por ese motivo, el zombi es quizás el monstruo más inquietante de todos, por el hecho de simbolizar la muerte en más de una manera. Todas ellas, inquietantes y dolorosas. Porque aunque sobrevive a la muerte, no lo hace desde cierta idealización de la eternidad o, mucho menos, desde la presunción de la supervivencia como una forma de belleza. Se trata del tipo de inmortalidad parcial que, a diferencia de la del vampiro (la otra criatura con quien comparte la percepción sobre lo eterno), no tiene su origen en la permanencia de la mente humana, sino de lo más caótico de la naturaleza del hombre. Lo temible, primitivo y brutal de esa noción sobre la identidad que consideramos inalienable a nuestra concepción del bien y del mal. El zombi no es un personaje romántico y, mucho menos, una criatura que padece el dolor de su mortalidad en busca de la redención. El zombi es el recuerdo de lo que somos más allá del ideal. El lóbrego fatalismo de la carne que se pudre, de la salvaje necesidad de sobrevivir en medio de la pérdida progresiva de toda individualidad en la muerte. Con toda su carga simbólica, el zombi expresa el temor hacia destrucción de cada elemento que nos hace humanos. Y quizá por ese anonimato casi cruel del zombi, es que cada historia que se cuenta sobre su naturaleza salvaje, sobre esa visión de la supervivencia a la muerte trágica y angustiosa, sea un reflejo de los sobrevivientes. La huida de las manos sarmentosas y repugnantes, los sobrevivientes al horror.

Por supuesto, el tipo de inmortalidad que representa el zombi tiene mucho más parecido a una maldición que a otra cosa. Grotesca y repugnante, provoca desazón y conmiseración por el hecho de que en realidad no representa el triunfo de la consciencia humana sobre su desaparición física, sino la muerte misma. La nada más allá de la oscuridad de la que debatía Orwell, esa obscena supervivencia de lo primitivo sobre la razón, por no hablar de la carne descomponiéndose, el olor de lo realidad física de un cadáver, el mismo hecho que no representen otra cosa que destrucción.

Cual sea el motivo, los zombis realmente son las únicas criaturas del mundo sobrenatural cinéfilo y literario que afrontan el sentido de la muerte desde la concepción de la carne corrupta. Una transmigración de la visión de la muerte idílica con claras reminiscencias góticas a un elemento mucho más complejo y definitivo. El zombi es el rostro de la posibilidad de lo eterno como una promesa bufa, una perversa concepción de la carne como único receptáculo de vida. Porque si se analiza desde el origen, ¿no es evidente que la mera existencia del zombi plantea de manera muy directa la aniquilación del espíritu y la razón? El hecho de la muerte convertida no sólo en motivo de incertidumbre sino también en una aseveración concreta sobre la inutilidad de la belleza, el temor al no-existir y el abismo de la conciencia. El zombi es una recreación sobre la promesa negada de la inmortalidad y sus últimas consecuencias. Una nada ambivalente que se desliza hacia la posibilidad de la muerte como una puerta cerrada a la consciencia.

De la mirada al olvido: el horror como premisa

La palabra zombi resume una amplia tradición mágica de un buen número de países caribeños y, sobre todo, de Haití, en donde la denominación describe no sólo una percepción específica sobre las costumbres ritualistas sino, incluso, un ritual de paso considerado como parte nuclear de las creencias locales. Por supuesto, se trata de una aseveración cultural que debe analizarse desde sus extremos y particularidades: Haití es el único país del mundo que recoge en su código penal un castigo contra la zombificación, lo que sugiere que para la cultura de la Isla, el zombi es mucho más que una costumbre religiosa o una superstición concreta. De hecho, el apartado penal deja muy claro que se trata de un riesgo real que cualquier ciudadano puede correr y se tipifica como “asesinato”, lo cual demuestra que, más que una noción abstracta, el zombi es un peligro latente, oculto capa tras capa de simbolismo. Una extravagante comprensión sobre la posibilidad de la muerte como parte de un pacto con lo desconocido y lo temible.

El origen de las prácticas mágicas relacionadas con la supervivencia a la muerte es tan antiguo que resulta complicado encontrar un único origen para cualquiera de ellas. Desde Babilonia hasta Egipto, la insistencia por revivir a los muertos fue gran parte de las tradiciones esotéricas, sobre todo las que insistían en conservar el cadáver como parte de procesos místicos que aseguraban la resurrección. En Egipto, la momificación era, además de un privilegio social, parte de un proceso ritual que permitía al alma del difunto atravesar el Valle de los Muertos. Pero más allá de eso, la preservación del cadáver era un símbolo de poder de la vida después de la muerte.

Otras culturas también dan cuenta de la obsesión por la creación de vida a partir de la muerte o de materia inanimada: en la mitología judía, el Gólem es una criatura creada a partir de materia inanimada y, aunque en esencia no es algo parecido al zombi tradicional, la percepción sobre naturaleza intermedia entre la vida y lo desconocido parece dotarlo de cierta simbología análoga.

No obstante, es en Haití donde por primera vez puede encontrarse la mención del zombi tal y como la literatura, y posteriormente el cine, le conciben. Según distintas fuentes, el origen de la creencia sobre rituales mágicos capaces de revivir a los muertos fue traída por los esclavos africanos llevados a la isla en la época colonial. Una percepción que abarca no sólo la idea de la magia relacionada con la tierra y la carne que se corrompe como una forma de maldición — creencia compartida por varios pueblos africanos — sino, además, la posibilidad de traer — crear — vida a partir de la muerte misma. No obstante, a diferencia de buena parte de las creencias de Medio y próximo Oriente, todos los rituales mágicos africanos al respecto tiene más relación con el control y el poder sobre la capacidad de la criatura que revive para matar que la percepción de la vida después de la muerte.

Los primeros registros sobre zombis en el que se utiliza la palabra según la connotación de “muerto en vida”, se remontan a la segunda década del siglo XX. En 1929 se publica el libro La isla mágica, en el que el autor William Seabrook describía con detalle a “cadáveres esclavos” sometidos a la voluntad de Brujos y Hechiceros en los campos de azúcar haitianos. Las narraciones del autor, en la que insistía que la mayoría de los trabajadores y campesinos de la isla eran, de hecho, zombis creados a partir de rituales mágicos, causó revuelo en Europa y provocó que un buen número de escritores y aventureros viajaran al Caribe para comprobar con sus propios ojos el fenómeno. Desde el renombrado naturalista Lafcadio Hearn a la periodista Inez Wallace, docenas de investigadores dedicaron tiempo y años de investigación a tratar más a fondo el tema del zombi. Para finales de la década de los treinta, la percepción del zombi como un monstruo — mitad engendro maléfico, mitad percepción alegórica sobre la incapacidad del hombre para sobrevivir a la muerte física — había capturado la imaginación de Europa. Su noción pesimista y positivista sobre el hecho de la destrucción de la esperanza de la vida eterna, convirtieron al zombi en un punto de vista temible sobre la concepción de la eternidad. Para entonces, el arte y la cultura comenzó a interesarse por su compleja alegoría sobre el dolor espiritual y moral y comenzaron a aparecer los primeros relatos y películas sobre el género.

En 1943 Jacques Tourneur rueda la película clásica Yo anduve con un zombie, basada en un artículo de Inez Wallace, y crea toda una nueva forma de asumir la figura del zombi. Del terror sin nombre que acecha la noche haitiana, Tourneur crea toda nueva comprensión del temor a la muerte y lo convierte en una nueva concepción sobre la mortalidad y sus límites.

Aún así, el fenómeno zombi estaba lejos de ser comprendido en su extensa complejidad, eso a pesar que la particular visión de Tourneur resumió en una visión esquemática los elementos que hacían del zombi una criatura más allá del monstruo tradicional. Para empezar, se trataba de un hecho en apariencia concreto: para horror — y morbo — del público europeo, una gran variedad de noticias, crónicas e incluso esquelas judiciales describían con exactitud la existencia real del zombi. Había algo hórrido en la mera imagen de hombres y mujeres que regresaban de la muerte para servir a una voluntad maligna. Los reportajes y libros insistían, sobre todo, en la posibilidad de que se tratara de un fenómeno medible y observable. La imaginación colectiva se obsesionó con la mera posibilidad de descubrir un secreto ancestral — la creación del zombi —, pero más allá de eso, de comprender sus implicaciones. ¿Era posible regresar de la muerte? ¿Qué ocurría con el espíritu humano luego de una experiencia semejante? Y lo que era aún más duro y temible de asimilar: ¿quién era realmente la criatura que despertaba luego de que comenzaba la destrucción física de la carne?

Se trataba de un dilema filosófico que Inez Wallace resumió en una frase que sostuvo la mitología del zombi por décadas: “Si los ojos son las ventanas del alma, la mirada seca, vacía y violenta del zombi demuestra que luego de la muerte nos espera un enorme y agónico vacío”.

De la tumba a la pantalla grande: el zombi se vuelve un símbolo

En la década de los años ochenta, el etnobotánico Wade Davis publicó el libro El misterio del zombie, considerado el compendio de información sobre la naturaleza zombi en apariencia real más completo escrito hasta ahora. El libro de Davis dedica más de seiscientas páginas a relatar desde casos verídicos de zombis — de los que incluye en algunos casos denuncias policiales y testimonios de familiares — hasta las técnicas de comprobada eficacia médica que los brujos haitianos han utilizado desde hace más de un siglo para lograr la supuesta resurrección de cadáveres. Por supuesto, se trataba de información basada en leyendas locales e investigaciones antropológicas que el autor combinó en un híbrido semi documental de enorme eficacia. Aún así, el texto causó revuelo entre la comunidad científica y provocó una discusión muy público en medios de comunicación acerca de la “maldición haitiana” y sus consecuencias. Para entonces, el zombi ya formaba parte de la imaginaria de la cultura pop, y el debate sobre la posibilidad real de su existencia no hizo otra cosa que añadir interés al fenómeno literario y cinematográfico.

El libro se convirtió en un fenómeno de masas y en 1988 sería llevado al cine por el célebre Wes Craven. La película titulada La serpiente y el arco iris se convertiría de inmediato en una obra de culto y epítome de la visión del zombi como un misterio real y medible. Más tarde, Craven insistiría que la visión de Davis resumía el temor a la muerte mejor que cualquier otra cosa: “El zombi nos recuerda que la no existencia es una certeza y que la única vida posterior a la que podemos aspirar es a la del gusano”.

En paralelo, la naturaleza del zombi se había convertido en un género concreto tanto en el cine como en el ámbito literario. Muy alejado de la visión misteriosa y enigmática de Davis, George A. Romero estrenó en 1968 la película La noche de los muertos vivientes, considerada la precursora del arquetipo zombi de la cultura popular. El film se convirtió en un éxito inmediato y creó toda una revolución en la percepción del monstruo como símbolo de un tipo de violencia moralmente destructora. La propuesta de Romero era, además de una película de terror, una crítica social que utilizaba al zombie como una alegoría a la destrucción de la identidad y el anonimato de masas. La combinación resultó infalible: para las décadas siguientes, el llamado “estilo Romero” se popularizó tanto como para convertir a sus zombis (lentos, torpes y a medio descomponer) en un estereotipo imitado hasta la saciedad y convertido en un reflejo social con claras connotaciones irónicas.

Sin embargo, la noción del zombi  — la más cercana a la superstición y al terror —  continuó resistiéndose a una explicación sencilla: En Haití continúa siendo un peligro real y la mayoría de los habitantes de la Isla toman precauciones para evitar regresar de la muerte para convertirse en un esclavo sin voluntad. Para docenas de tribus africanas, los muertos en vida forman parte de tradiciones mágicas y acechan en la oscuridad primaveral, cuando se suponen se levantan de la Tierra no consagrada para matar a los enemigos de hechiceros y chamanes. ¿Real o ficticio? Como toda leyenda, el zombi atraviesa por etapas donde parece literalmente emerger de la tierra para aterrarnos, medrar en nuestras pesadillas y, tal vez, no sólo mientras dormimos, sino durante la vigilia, cuando el miedo carece de forma y es tan abstracto como una forma de fe.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

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