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LA NAVE DE ENSUEÑOS DE

EMILIANO GONZÁLEZ*

 

Ada Carasusan

 

 

Conozco a Emiliano González desde los orígenes de mi memoria.

Desde los comienzos de mi historia en esta tierra, ya flotaban las letras de su nombre cotidianamente a mi alrededor, pues ahí a dónde mi madre iba, iba yo. Y ella —desde entonces hasta el fin— lo llamó profundo amigo y maestro… Por lo tanto, sin remedio, también yo.

Fue Beatriz Álvarez Klein la iniciadora de esos longevos lazos, y el brazo derecho, la tinta de la mano y segunda la voz de aquel hombre, medularmente singular, de mirada marítima y licantrópica, de cabellos mitológicos y voz de ocaso, de las cinco de la tarde.

Recuerdo aún en el fondo de los ojos la fascinación asidua de visitar, junto a mi madre, a Beatriz y Emiliano en aquella casa misteriosa ubicada en algún punto muy alto y cercano al bosque de algún rincón de la delegación Álvaro Obregón. Apenas cruzando la puerta me invadía la sensación de estar entrando en una especie de nave con destino a un lugar remoto, alejado de la ciudad y desprendido del mundo exterior. Un lugar cuyos paisajes prometían colores y formas distintas a las ya conocidas y en el que el tiempo transcurría detenido.

Cada paso dado se sentía como sumergirse poco a poco en la sutil hipnosis de un estado ensoñado.

Reinaba cierta calma misteriosa e incierta en sus paredes, abarrotadas de los más hermosos libros, imágenes de figuras femeninas y cuadros art nouveau. Se mezclaba suave, bajo la escalera, el aroma del incienso con el dulzor añejo del papel amarillento proveniente de los estantes de la biblioteca. Parecía que susurraban despacio —para que uno se acercara— las curiosas figuritas con forma de hadas, duendes y sirenas que acechaban inmóviles en los escasos rincones vacíos de las repisas, iluminadas apenas por la luz del ventanal poblado de pinos: portal a un bosque encantado.

Era como si estuvieran todo el tiempo flotando, mezcladas en el aire, las historias e imaginaciones de Emiliano… Y él, como personaje salido de sus propios cuentos, las habitaba en carne propia, las exudaba y exhalaba cíclicamente como parte de su biología metafísica.

Y es que “en cierto modo, todo creador es también sus creaciones”, como bien escribió él mismo en alguno de los peculiares diálogos entre personajes de “Rudisbroeck o los autómatas”.

Emiliano González no era un ser mundano: las futilezas cotidianas no formaban parte de su vocabulario o de sus temas de conversación. Sólo tenía alma y verbo para la poesía, las musas, los fantasmas y los libros.

Siempre tenía puesto algún disco remoto de alguna banda de rock poco conocida perteneciente a alguna ola «subterránea», como él las llamaba y como él llamaba al tipo de cultura que le era predilecta. En esos tenores, creo que le gustó mi música, pues cumplía —supongo— por lo menos con la cualidad de ser desconocida y underground, además del hecho de ser compuesta e interpretada por una mujer: factor que él, de entrada, siempre prefería y cosa que hoy en día valoro, sabiendo lo invisibilizado que ha estado el trabajo artístico de las mujeres a lo largo de la historia.

Me conmovió una vez que, pese a su obvia aversión a las multitudes y al mero hecho de salir de casa, fue a verme tocar a uno de mis primeros conciertos en Ciudad de México. Como pez fuera del agua entre la gente, me saludó y felicitó a toda prisa terminando el show, dejando relucir sus evidentes y apremiadas ganas de volver a su amado encierro, pero habiendo disfrutado de mi música, según me hizo saber muy a su estilo: sombrío, pero a la vez casi pueril y simpático.

Simpatizamos en la predilección por los acordes de sonoridades oscuras, los solos hipnóticos de la psicodelia setentera y los vestuarios hippie-darks de las divas vampirescas de las portadas de los discos LPs.

Solía yo salir de esa nave —que él llamaba “casa”— casi siempre aficionada a algún nuevo proyecto musical de culto que, en muchos casos, hasta la fecha escucho y forma parte, seguramente, de mi génesis musical.

Salía también maravillada por la poesía mágica de algún viejo-nuevo autor y a veces, incluso, con las manos aferradas a un nuevo tesoro literario antiguo que él me obsequiaba en ocasiones especiales.

Puedo decir que, indirectamente, fue para mí un maestro, una inspiración y una influencia sobre mi quehacer artístico. Pero no sólo eso: siempre me fascinó, casi al grado de querer seguir sus pasos, su estilo de vida rotundamente ermitaño y solitario, entregado por completo a sus historias, fantasías y devociones. Una vida con reglas hechas a la medida, sin convencionalismos, ni moldes prefabricados; lejos de toda moda o intención superficial. Y es por eso que, además y sobre todo, Emiliano fue para mí un ejemplo de libertad y autenticidad pura.

Aunque, ciertamente, muchas veces fue incomprendido y relegado. Nunca encajó porque no, su planeta no era este, sino uno de bosques azules y ocasos perpetuos, torres oscuras y jardines metálicos, monstruos amables y brujos, locos, genios… Uno en el que el único idioma es la poesía y la única verdad, la fantasía.

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* Texto leído el 25 de marzo de 2022, durante el homenaje a Emiliano González que realizamos en el FB Live de Penumbria.

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Ada Carasusan (Tepoztlán, Morelos, 1988) es cantautora, poeta y artista visual mexicana.

Es licenciada en Artes por parte de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos y diplomada en Artes Escénicas por el CEFAM.

Es autora de los libros ¿Quién Soy? Adivinanzas sobre flora y fauna del estado de Morelos (Alas y Raíces/FEDEM, 2022), ¿Quién Soy? Adivinanzas sobre flora y fauna de la ciudad de Cuernavaca (Instituto de Cultura de Cuernavaca/Porrúa print, 2017), Antes del eco (FEDEM 2017), Por debajo de los días (Mención honorífica en el Concurso de Obra Inédita del FEDEM 2020) y Naves se van: poesía palindrómica (inédito). Aparece también en Las revueltas de Pepe (Editorial clandestino, 2016), Fonosoma (Centro de Estudios Independientes/FONCA, 2017) y en la antología Poetas Jóvenes Mexicanas (Editorial Clandestino, 2015). Su poesía ha sido publicada en revistas como Círculo de Poesía, Generación Alternativa, Revista Semagames del Club Palindrómico Internacional, La piedra, 5 sentidos, Delirio Controlado y Movimiento Rever, entre otras.

Ha sido reconocida en dos ocasiones con el apoyo a Jóvenes Creadores (PECDA Morelos) en 2011 y en 2015.

Es cofundadora del proyecto de música art pop ÁdadA, con el cual se ha presentado en algunos de los escenarios y foros más importantes de México, incluyendo el Festival Internacional Cervantino, la Fonoteca Nacional, Sala Jualián Carillo (Radio UNAM), Teatro Ocampo, Centro Cultural Teopanzolco, etc. Recientemente lanzó un nuevo proyecto como solista, mismo que ha sido descrito como “una Joya electro indie” por la prensa especializada internacional.

Ha realizado música para distintos proyectos de cortometraje, documental, spots, instalaciones, etc. Actualmente colabora como compositora, diseñadora de audio y coordinadora musical dentro del estudio de animación Animatitlán.

A la par de su actividad artística, colabora también desde inicios de 2020 como Coordinadora de la Comisión de Comunicación Externa del Colectivo de Mujeres en la Música Energía Nuclear MX, integrado por más de 200 artistas de la escena musical mexicana.

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