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LA SONRISA RETORCIDA

los rostros de las mujeres en el mundo del terror

I

 

Aglaia Berlutti

 

Lynn Sear (Toni Collette) mira a su hijo Colin (Haley Joel Osment) a través de la mesa vacía. Ella tiene el rostro pálido. El del niño es una máscara dolorosa de puro terror. Entre ambos el silencio es un espacio incómodo e inexplicable. Y es justamente en esa cualidad inclasificable de la tensión y la falta de comunicación que el director M. Night Shyamalan hace hincapié en su extraordinaria The Sixth Sense (1999), en la que la figura femenina alcanza un nuevo paso en medio de la connotación de lo terrorífico y lo inquietante. Porque a pesar de que el personaje de la madre que encarna Collette pasa buena parte de la película a la periferia y sin sospechar en realidad qué es lo que atormenta a su hijo, es su relación con el pequeño Colin la que sostiene la circunstancia que enlaza la película con algo más profundo: un tipo de sufrimiento silencioso que el director explota y enlaza con lo terrorífico de manera extraordinaria.

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De hecho, la presencia femenina es muy poderosa en una película en que los lazos emocionales lo son todo y que teoriza sobre la necesidad de comunicación y empatía en medio de un clima aterrador y tenso que convierte a The Sixth Sense en una magistral obra de arte sobre la subversión del símbolo en lo terrorífico. El Dr. Malcolm Crowe (Bruce Willis) pasa la mayor parte del filme intentando comunicarse con su esposa Anna (Olivia Williams), el nexo que le vincula con su propia vida y pasado en medio de escenas atemporales e intencionadamente carentes de contexto. Shyamalan juega con el hecho mismo de la pretensión del reconocimiento, la construcción de vínculos y la metáfora del desarraigo al usar los lazos emocionales de sus personajes con las mujeres en su vida de forma dolorosa, trágica y conmovedora. Lynn Sear solloza sobre el cuerpo dormido de su hijo, incapaz de comprender sus dolores y terrores, mientras Anna mira en silencio una mesa que comparte con Malcolm, quien intenta con desesperación hacerse escuchar y, sobre todo, romper la extraña y brumosa atmósfera que le distancia de su esposa, sin que todavía comprenda el motivo. Más tarde, el célebre giro final de la película demostrará hasta qué punto el vínculo emocional que une a los personajes centrales con quienes le rodean es capital para entender su miedo y su sufrimiento. Y es allí cuando Shyamalan desplegará una simbología profunda y contundente para elaborar un creíble discurso sobre un poder femenino. Tanto Lynn como Anna son la conexión y el eslabón que une a las historias, que sustentan el valor formal del bien y de lo desconocido y, más allá, la convicción profunda sobre la incertidumbre que condensa lo terrorífico en el filme.

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Otro tanto ocurre con la película The Others (2001) de Alejandro Amenábar, en la que el personaje femenino es, además del centro de todos los terrores, una reinterpretación sobre la habitual heroína enfrentada a lo inexplicable a través de los recursos limitados a su disposición. Grace Stewart (Nicole Kidman) es una viuda que no solo debe enfrentar el aislamiento físico que supone encontrarse en el enorme caserón familiar en el que vive junto a sus dos hijos, sino además una amenaza invisible e inquietante que se entrecruza con algo más elaborado y siniestro. El filme, que juega con una dimensión de lo terrorífico que se sostiene a través de un discurso escindido sobre la ignorancia y la fe, es también un recorrido por una serie de metáforas acerca de lo femenino que suele utilizarse con frecuencias en el subgénero de las casas embrujadas.

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El personaje de Kidman no sólo funge como centro de lo doméstico, sino que es el testigo de una situación que le sobrepasa pero contra la que luchará con la resolución de una clásica “madre-coraje” cinematográfica. Para la ocasión, Amenábar construye un recorrido sobre algo más sutil que pocas veces se analiza en el terror como elemento consistente dentro de una matriz más amplia: Grace Stewart es el secreto mismo que sostiene la casa, el giro de la historia que conectará todas las líneas especulativas y que transformará la percepción sobre lo terrorífico en algo por completo nuevo.

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Desde esa perspectiva, el cine de terror subvierte la idea de la fragilidad femenina que otros géneros manejan y la convierte en algo mucho más complicado y profundo de analizar, emparentado con un tipo de símbolo colectivo sobre lo misterioso que funciona a varios niveles distintos. En The Shining (1980), de Stanley Kubrick, Wendy Torrance (Shelley Duvall) debe enfrentar a su marido enloquecido para salvar la vida de su hijo. De ser un ama de casa y después esposa aterrrorizada, el personaje de Duvall remonta la cuesta para hacer cara a Jack Torrance (Jack Nicholson), convertido en un tipo de mal incontrolable con raíces en la concepción de un terror primitivo que Kubrick reviste de cierta pátina incierta. ¿Jack Torrance enloqueció o se trata de la ponzoña sobrenatural del hotel que muestra el monstruo que habita bajo el rostro del hombre? El director no ofrece respuestas sencillas y es entonces cuando el personaje de Wendy se transforma con la conexión real con el miedo y la víctima de un tipo de amenaza imprevisible que vence a través de la convicción simple de la supervivencia.

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A pesar de su aparente superficialidad, la Wendy Torrance cinematográfica crea la tensión y la pulsión suficiente como para emparentar la lucha de su personaje por sobrevivir —y salvar la vida de su hijo— con ideas poco frecuentes sobre la concepción del absurdo. Y es allí donde Kubrick hace un acento temible en la condición de fragilidad y vulnerabilidad de Wendy, empequeñecida por los enormes espacios del Overlock. Mientras corre para evitar ser asesinada, Wendy se transforma en el ojo del espectador, en la conciencia real sobre el peligro que conecta a la audiencia con el trasfondo invisible del filme.

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Algo semejante ocurría en The Exorcist (1973) de William Friedkin, en la que Chris MacNeil (Ellen Burstyn) se enfrentaba a las fuerzas de la oscuridad para salvar a su hija Reagan desde la incredulidad y la llana incapacidad de la mente humana para comprender lo sobrenatural. Friedkin pudo utilizar el recurso sencillo de crear a una madre estándar, aterrorizada y disminuida por una situación inexplicable, pero el personaje de Burstyn es una metáfora de la percepción social y cultural sobre lo inexplicable.

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Mientras Reagan es maltratada y violentada por una fuerza imparable e imposible de definir de forma sencilla, el personaje de Burstyn lucha no sólo por conservarla con vida sino también por comprender y, en cierta forma, enfrentar a lo que sea que amenaza a su hija. De nuevo, la figura de la madre es una reinvención de un arquetipo antiguo y poderoso sobre un tipo de capacidad y fortaleza inaudita, salvaje y, sobre todo, tan inexplicable como el propio misterio al que con frecuencia se le confronta.

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Concluirá…

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

TheAglaiaWorld 

 

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