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Álvarez, Colanzi & Enríquez

LATINAS ARDIENTES

 

Miguel Lupián

 

 

Vivimos un boom, una explosión de autoras latinas que abordan y experimentan con lo fantástico. Aunque siempre han estado allí, sus voces empiezan a resonar y a llenar nuestros libreros. Situación que me entusiasma muchísimo, sobre todo cuando encuentras que exploran temas que como lector te gustan y que como autor intentas incluir en tus historias.

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Liliana Colanzi (Bolivia)

Nuestro mundo muerto

Almadía

Liliana Colanzi

Liliana Colanzi

Como todo gran hallazgo, llegué a Colanzi sin saber nada de ella. El prometedor título y el fémur de la portada fueron suficientes para darle una oportunidad. ¡Y vaya que me sorprendió! Siete cuentos donde lo fantástico permea poco a poco la dura realidad sudamericana, donde es imposible sentirse indiferente, donde su estilo cruel y directo te rasga el pecho. En “El ojo” nos cuenta la historia de una chica universitaria que anhela ganarse una beca para abandonar a su madre sobreprotectora; cada vez que hace algo mal, aparece su ojo (algo similar ocurre en mis cuentos “El ojo” y “Pedazos de carne sobre huesos que se desintegran”, pero aquí, Colanzi utiliza el fin de los tiempos como metáfora del despertar sexual). El ojo había desaparecido y la chica podía sentir en sus huesos el crepitar de las primeras bolas de fuego que se dirigían hacia la Tierra. En “Alfredito” una niña cree que se le metió “el susto, la ñaña, la cosa mala” cuando vio cómo el vecino mataba a un puerco, pero lo que realmente la afectó fue la muerte de Alfredito, el bromista del salón, quien de vez en cuando se les aparece para decirles que algún día regresará. Dicen que con el susto a veces también viene un don: la clarividencia. “La ola” es una presencia (que provoca melancolía, suicidios y arrasa con los pájaros) que sigue a una chica desde su infancia. En “Meteorito” un niño puede hablar con los seres del espacio; dice que vendrán por él en una bola de fuego. Un día cae un meteorito y el chico, sí, desaparece. Dos chicas viajan a París, donde ronda un asesino “Caníbal”. Una de ellas trafica drogas; cuando se va a la entrega, nunca regresa. En “Chaco” el espíritu de un indio se le mete a un niño, quién lo había matado de una pedrada mientras dormía. Desde entonces, el indio le canta y le sugiere que haga cosas malas, como matar al abuelo. Decía mi abuelo que cada palabra tiene su dueño y que una palabra justa hace temblar la tierra. La palabra es un rayo, un tigre, un vendaval… ¿Sabés que pasa con los mentirosos?… la palabra lo abandona, y al que se queda vacío cualquiera lo puede matar… En “Nuestro mundo muerto” Mirka y Tommy son una pareja inmune a la radiación que decide embarazarse, mas Mirka aborta al niño por temor a que salga deforme, lo que los hará caer en una espiral hacia la locura. Éramos satélites girando eternamente alrededor de lo perdido… buscando un asidero para no caer, para no caer al cielo. Y “Cuento con pájaro” también aborda la locura cuando un doctor se refugia en la casa de su tío en la selva, porque se equivocó terriblemente en una cirugía estética (la paciente era la esposa del cónsul argentino). Además, se intercala la historia del tío, un yugoslavo que esclavizó a los indios.

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Mariana Enríquez (Argentina)

LAS COSAS QUE PERDIMOS EN EL FUEGO

Anagrama

Mariana Enríquez

Mariana Enríquez

A Mariana la conocí gracias a Enrique Urbina, quien me trajo una copia de Los peligros de fumar en la cama desde Buenos Aires. Amé su estilo, así que en cuanto supe que Anagrama le publicó otra colección de cuentos no tardé en conseguirla. Aunque en Los peligros… aborda el terror de forma más directa, en Las cosas… lo hace de una forma tan sutil, hipnótica y con una dura crítica social que desembocó en una cascada de reseñas positivas y en la traducción del libro en diferentes idiomas. “El chico sucio”, “La hostería” y “Los años intoxicados”, aunque no abordan lo fantástico como tal, son maravillosas historias que exhiben los problemas de la gente de las calles, la adolescencia y la deformación de la amistad (de la sociedad y la política) a lo largo de los años escolares. “La casa de Adela” es una de las mejores historias de casas embrujadas que he leído en años. Adela es una niña rica sin el brazo izquierdo, sólo tiene un muñón que asquea a todos sus compañeros, excepto a un par de hermanos, quienes son sus únicos amigos. Les gusta pasar las tardes en el porche de una casa abandonada, platicando sobre películas de terror. Prometen que al terminar el curso, entrarán. La noche pactada descubren que la puerta está abierta… No hay luz, pero el interior está iluminado levemente. Descubren frascos con uñas, muelas, apéndices… Los cuartos son enormes, infinitos. Adela desaparece por una puerta; no pueden abrirla. Llaman a la policía; la casa está en ruinas, sin puertas ni techo… no encuentran a Adela. “Pablito clavó un clavito: una evocación del petiso orejudo” trata sobre asesinos seriales. Un guía de turistas da un tour en Buenos Aires sobre los crímenes más famosos. Todo se complica cuando comienza a ver en el camión a “el petiso orejudo”, uno de los más despiadados, alterando no sólo su trabajo sino la relación con su esposa e hijo (esta historia me recordó a mi cuento “Goyo”, el estrangulador de Tacuba). En “Tela de araña” regresa a la mera insinuación de lo fantástico. Una mujer sabe que se casó con el hombre equivocado; su prima (que vende artesanías y lee el tarot) le dice que la ayudará: los convence de acompañarla a Asunción, Paraguay, por artesanías. De regreso, el auto se descompone y tienen que pasar la noche en un hotel de mala muerte de un pueblito. Al día siguiente, el esposo desaparece. “Fin de curso” nos presenta a Marcela, una chica totalmente olvidable hasta que comienza a arrancarse las uñas; luego, en el baño, se corta la mejilla con una navaja; en clases se convulsionaba, se arrancaba el cabello; en el baño le gritaba a alguien que la dejara en paz; ya no regresa a la escuela. Una de sus compañeras la visita y le pregunta a quién le gritaba en el baño. Marcela responde que a él: un enano vestido de comunión, con los brazos echados para atrás y el pelo engominado; que él la obligó a hacer todas esas cosas y que hará lo mismo con ella. “Nada de carne sobre nosotras” es una historia hermosa, poética, desgarradora. Una chica se obsesiona con un cráneo que encontró en la calle al grado de dejar de comer para ser hermosa como ella (la nombró Vera, por calavera). Pensé en cuerpos hermosos como el de Vera, si estuviese completo: huesos blancos que brillan bajo la luna en tumbas olvidadas, huesos delgados que cuando se golpean suenan como campanitas de fiesta, danzas en la foresta, bailes de la muerte… Vera y yo vamos a ser hermosas y livianas, nocturnas y terrestres; hermosas las costras de tierra sobre los huesos. Esqueletos huecos y bailarines. Nada de carne sobre nosotras… En “El patio del vecino” los protagonistas, Paula y Miguel (¡más coincidencias!), consiguen una casa a buen precio, pero Paula descubre que el vecino guarda un secreto que, al parecer, sólo ella puede ver. “Bajo el agua” es una maravilla lovecraftiana (que guarda mucho en común con mi novela El libro de agua). Una fiscal descubre que los policías de cierto barrio pobre arrojan al lago a adolescentes conflictivos. Todo se vuelve extraño cuando una chica del mismo barrio le confiesa que uno de los adolescentes ahogados «regresó». La fiscal acude al barrio para encontrar que las paredes están pintadas con extrañas símbolos, que en la iglesia ya no hay imágenes divinas y que los niños repiten una y otra vez: En su casa el muerto espera soñando. “Verde rojo anaranjado” me recordó a la película Náufrago en la luna, sobre los hikikomori, chicos japoneses que no salen de sus habitaciones. Para cerrar con broche de oro, un cuento que reflexiona sobre la violencia que sufren las mujeres, “Las cosas que perdimos en el fuego”. En Buenos Aires se desata una epidemia de chicas quemadas por sus parejas. Ante la pasividad (y complicidad) de las autoridades y sociedad, surgen las “hogueras”, donde las propias mujeres comienzan a quemarse, a desfigurarse para proponer una belleza nueva. Mujeres ardientes. Los hombres siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras. Una cruel pero hermosa manera de denunciar la violencia machista.

fuego

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Beatriz Álvarez Klein (México)

RELATOS DE COSTUMBRES CONTEMPORÁNEAS

Inédito

Beatriz Álvarez Klein (derecha), durante la presentación de Los niños de Arkham en Festival Grotesco.

Beatriz Álvarez Klein (derecha), durante la presentación de Los niños de Arkham en Festival Grotesco.

A manera de prólogo, Beatriz nos advierte: Los relatos que integran este breve libro fueron escritos en la primera mitad de la década de los 1990 y formaban parte de un volumen que se habría titulado Vaticinios. El paso de los años durante los cuales se vieron obligados a mantenerse en la sombra ha querido que ahora sean relatos de costumbres.

A Beatriz, junto a Emiliano González, le debemos un libro que debería ser de cabecera para todos los amantes de lo fantástico: El libro de lo insólito (FCE, 1989). A pesar de que ahora se dedica a la corrección y traducción, es importante rescatar la obra de esta maravillosa autora, y en Penumbria haremos todo lo posible para que este año se publique el libro que estoy por reseñar.

En “El ocaso de la Tierra” Zeena regresa a la Tierra después de varios años trabajando en Saturno. Descubre que ahora la rigen los hombres, quienes sustituyen a las mujeres por autómatas y a las reales las mandan al subsuelo, donde les lavan el cerebro con atrofina y las ponen a trabajar para saciar sus necesidades. Zeena crea un ejército, construye una gran nave y escapan de la Tierra. Al morir “Eutimia”, la de ojos color violeta, de tardes mustias que parecían mirar siempre al más allá, el padre la entierra con los ojos vendados, para que no vea al “dios que no debe ser visto”, a quien adoraban en una sala subterránea en el bosque. En “Un ojo de la cara: variación sobre un tema de Poe” un tipo tiene una pesadilla constante: una mujer sentada en el sofá con un ojo malo, “deforme, grisáceo, semejante a una ostra”. “El islote” lo co-escribió con Emiliano González: durante un temporal, llega una barca vacía, sólo encuentran una cantimplora con un pergamino adentro; está en otro idioma. Todo se complica cuando descifran el contenido. En “La soñada” un tipo siempre soñaba a personas que había visto durante el día, hasta que soñó a Carmina: todos los días la soñaba y sólo quería dormir para poder verla. Cuando ella lo bese, él ya no despertará. En “XYMBRA” la humanidad se ha clasificado en Bebedores y Donadores. Para no morir de hambre, Xymbra se teletransporta al pasado, donde la confunden con vampiro. Vuelve a teletransportarse antes de que le encajen una estaca en el corazón, pero sólo avanzó 50 años y ya no podrá regresar a su presente. “La noche se triza” y “Poema en prosa” son hermosas piezas poéticas. “Usted puede ser hombre rana” es una divertida minificción que juega con el significado literal de las palabras. En “La visita” los viajeros llegan a un pueblo para introducirse en las pupilas de sus habitantes; comen y se marchan. Desde entonces los tejados no tienen color, los labios de las mujeres son pálidos y las rosas, blancas.

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Como te puedes dar cuenta, estas tres autoras utilizan lo fantástico para facilitar la denuncia, la crítica, para llevarnos a otros mundos que no queremos ver (como apuntó Ricardo Piglia en El último lector: Lo que podemos imaginar siempre existe, en otra escala, en otro tiempo, nítido y lejano, igual que en un sueño); autoras que han creado sus propias hogueras para que sus historias incendiarias iluminen el canon literario. Dales una oportunidad, tanto a ellas como a todas las demás (son muchas) que piden a gritos nuestra atención.

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Imagen de cabecera: Portada italiana de Las cosas que perdimos en el fuego.

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yoscaryMiguel Antonio Lupián Soto

Ex alumno de la Universidad de Miskatonic, feligrés de la iglesia Cthulhiana y devoto de San Lemmy.

mortinatos.blogspot.mx

@mortinatos

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