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LOS VERSOS MORTUORIOS DE UN POETA SUICIDA

Abraham Báhez

 

Era su amigo, después de todo. Uno no creería que un ser querido haga una pregunta, aparentemente inocente, con la intención de matarse. Imagino, arbitrariamente, que debió ser algo como: “Amigo, tú que eres médico, conoces la maquinaria del cuerpo, y aquel motor que convierte la sangre en vida. ¿En qué zona de mi pecho, exactamente, está el corazón? — Aquí– ¿Podéis dibujármelo?”

José Asunción Silva

José Asunción Silva

El resto es historia. La bala, procedente de un viejo revólver Smith & Wesson penetró en el punto que el médico había trazado, y así terminó su vida el poeta colombiano José Asunción Silva (1865-1896). Es curioso que uno de sus poemas, titulado “Cápsulas», sea como sigue:

El pobre Juan de Dios, tras de los éxtasis
del amor de Aniceta fué infeliz.
Pasó tres meses de amarguras graves,
y, tras lento sufrir,
se curó con copaiba y con las cápsulas
de Sándalo Midy.

Enamorado luego de la histérica Luisa,
rubia sentimental,
se enflaqueció, se fué poniendo tísico
y al año y medio o más
se curó con bromuro y con las cápsulas
de éter de Clertán.

Luego, desencantado de la vida,
filósofo sutil,
a Leopardi leyó, y a Schopenhauer,
y en un rato de spleen,
se curó para siempre con las cápsulas
de plomo de un fusil.

Juan de Dios es un personaje recurrente en sus poemas. Un prototipo de hombre decimonónico, ya romántico, ya mundano; que por lo general padece de amores, o de la capacidad de amar. En este caso el buen hombre termina encontrando la solución a sus problemas con una preciosa analogía entre medicina y muerte. Las balas como cápsulas curativas… Podríamos analizar la presencia de la filosofía alemana de la época; del humor del siglo expresado en la palabra spleen y demás cosas interesantes en cuanto a contenido, pero no viene al caso en este texto.

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Escribió Alcides Arguedas (La muerte de José Asunción Silva (1930) / Alcides Arguedas; Remedios Mataix (ed. lit.):

En la noche fatal, la familia de Silva recibió la visita de algunas amistades. Durante ella José Asunción se mostró, más que de costumbre, regocijado y espiritual. Avanzada la noche se retiraron los amigos de la casa. ¿Qué pasó en seguida?…  Al día siguiente, al llevarle el té, Mercedes, la vieja sirvienta, descubrió el drama. En un cenicero, en la alcoba, se encontraba gran cantidad de colillas de cigarrillo, lo que hace pensar que Silva se mató en las primeras horas de la madrugada. Ni una carta, ni una palabra de adiós. Para ejecutar con más facilidad su gesto, se había quitado saco, chaleco y camisa, y había vestido su camisa de dormir, conservando el pantalón, negro a finas rayas blancas, las medias punto de seda -de moda entre los dandys de la época- y los zapatos charolados. En este traje lo pusimos en el ataúd, con él se le hizo luego la autopsia legal y fue sepultado en el cementerio de los suicidas.

Silva es famoso por haber escrito, nada menos, que el celebérrimo “Nocturno”, uno de los poemas más mágicos, oscuros, perfectos y melancólicos que ha dado la lengua española. Curiosamente, fue acusado de estar enamorado de su hermana Elvira, e incluso hubo quien culpaba a este incesto como la causa del suicidio, pues la bella murió el 6 de enero de 1892, con 22 años, y hasta dijeron que se la había llevado el cometa, a causa de su belleza.

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Para desgracia de nuestra hambre de tragedia romántica, hoy día se duda de una muerte tan novelesca, y se culpa más bien a un problema de deudas y pobreza. Se ha indagado la aspiración del colombiano por poseer un estilo de vida no austero, al grado de citar una frase en una de sus cartas: “Primero dejaré de respirar que de pensar cómo se le hace la cacería al dollar.” El escritor Ricardo Silva Romero, en su obra El libro de la envidia, afirma que fue este sentimiento el que llevó al poeta a la muerte, a manos de alguien más…

Como fuera, se sabe que la noche de su muerte, a petición de sus invitados, recitó “Don Juan de Covadonga” y “Los maderos de San Juan”, poemas interesantísimos, en mi humilde opinión, por su profundidad reflexiva y humor fino.

La muerte no es siempre el final de un callejón cerrado. El poeta no es siempre amigo sumiso de la pobreza. Se muere uno de la vida y no de la poesía, es decir, del pan, del agua, el sexo, el techo y la corbata. Pero muchas veces la muerte es la solución más racional a las condiciones de vida, no la inevitable, ni la fatal. La vida no es, ciertamente, un imperativo; no se dice “Vive” y uno se levanta jovial. Hay un poema, “Lázaro”, en el cual Cristo, tras levantar al muerto, obligándolo a vivir, lo deja para que el poeta reflexione lo que pasó después:

Cuatro Lunas más tarde, entre las sombras
del crepúsculo oscuro, en el silencio
del lugar y la hora, entre las tumbas
del antiguo cementerio,
Lázaro estaba sollozando a solas,
y envidiando a los muertos.

Es trágico el destino de los poetas suicidas, que no han sido pocos. Es lamentable más por el hecho, cruel si se quiere, de que lo que se lamenta no es que haya una vida menos, sino un poema, una reflexión o un pensamiento que ya jamás existirán. Celebro, en cambio, que hubo una persona como pocas, capaz de comprender, en su poesía y en su vida, tan cabalmente la palabra “muerte”.

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Abraham_BahezAbraham Báhez

Periodista cultural incipiente. Bibliófilo paupérrimo, lector beligerante y escritor intermitente.

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