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Bitácora de Navegación del Nautilus 19

DE VIAJEROS Y PREGUNTAS

 

Marina Ortiz

 

El dominio es una respuesta al miedo. Según Adorno y Horkheimer —y mi interpretación de su La dialéctica de la Ilustración (1944)— ese es el objetivo de la Ilustración, un concepto difícil de concretar. Para dominar primero hay que desencantar, antagonizar y cosificar. La naturaleza, los mitos y, por ende, nosotros mismos fuimos víctimas de este esfuerzo confuso y convulso. Detrás de los esfuerzos por conocer, entender y utilizar se esconde el miedo, la ambición y el poder: así el rostro del siglo XIX. Bien lo anuncia Mary Shelley con Frankenstein (1818), inaugurando el nuevo mundo de la ciencia ficción. El joven y romántico doctor fue incapaz de ver la sombra que proyectaba ese faro de la ciencia y la tecnología, cómo la llama de la libertad crea una sombra de responsabilidad cuando se transgrede la frontera de lo desconocido (sin que estemos realmente preparados para recibir lo que nos puede dar).

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Desde sus inicios la ciencia ficción se devana por asomarse a lo que existe atrás del velo de lo desconocido. Hay una meta o misión (extraer algo al lado de lo conocido), y los caminos que lo posibilitan son nuestros mitos, que son rutas de exploración pero a la vez le dan forma al mundo. ¿Qué es lo que existe entre la muerte y el nacimiento?, se pregunta Mary Shelley. ¿Qué existe en el fondo del mar o en el polvo de la luna, en el centro de la tierra? ¿Cuál es la forma del aire, del tiempo, y hasta dónde termina la maravilla de la creación?, se pregunta Julio Verne.

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Julio Verne

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Ya en sus primeras publicaciones Verne (1828-1905) gozaba de prestigio, pero no como un gran innovador de la pluma o un perspicaz analista de la psicología humana sino como una voz del entretenimiento y la difusión científica (tanto por motivación propia como por interés de sus editores). A la fecha se le considera un autor predilecto para la juventud y la infancia porque sus tramas y personajes parecen simples, casi como una fórmula. Siempre se imprimen esas versiones baratas “especiales para los niños” que resumen toda su maestría a una mera secuencia de tropiezos y escapes. Pienso que esto es injusto: hay que mirar con atención para encontrar su reflexión singular. Puede que el rigor científico y la fachada de la aventura nos distraigan porque parecen más sencillas de entender; más fácil contabilizar las minucias para construir un submarino que atender las motivaciones políticas de su capitán, confundirse en los kilómetros contados en un viaje que ponderar en el encuentro entre las culturas y los cohetes eclipsan la nobleza del corazón, la lealtad y la curiosa y reflexiva distopía que es Paris en el siglo XX (1).

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Pienso que a Verne le pasa lo que Tolkien expone en su ensayo “On Fairy Stories”, y no es complicado ver las similitudes entre ambas obras, malentendidas por optar por el (re)encantamiento. Voy a parafrasear las ideas que conciernen a este concepto para resumirlo: en el corazón de algunas historias reside el deseo por un arte sub-creativo (2) vivo y realizado que proponga un mundo secundario, un arte diferente de la avaricia del poder centralizado del Mago. Un mundo para hombres insaciables y, por lo tanto, imperecedero, que si es incorruptible no busca el engaño o el embrujo o el dominio sino el enriquecimiento compartido, busca compañeros del hacer y del disfrute, no esclavos. Es por eso que la Fantasía es un género tan difícil de escribir, porque es muy fácil que el encantamiento decaiga en ingenuidad, conformismo, complacencia, consumismo e irracionalismo. Tolkien asevera que sin Razón, sin Verdad, no sería posible hacer Fantasía, porque el encantamiento se trata de reconocer el mundo, no de negarlo.

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Eso es lo que hacen los mundos de Verne. Sus historias consisten en el reconocimiento de la complejidad y la vastedad del cosmos para admirarlo y disfrutarlo. No hay una alienación ni miedo y por lo tanto no hay afán de dominio. La ciencia y la tecnología son medios para acercarse y adentrarse, nunca para someter. Si los personajes sienten miedo no es de orden existencial, sino que es una reacción natural ante el peligro, que desemboca en el respeto al orden del universo y no en antagonismos ni pesimismos. Verne logra, entonces, un realismo sostenido en una sana dosis de humildad, que es justamente lo que lo salva de la desesperanza. Es una visión secular donde todo pertenece a la dimensión de lo natural, dividido por lo conocido y lo posible por conocer (desconocido sí, pero no inalcanzable). Esta pertenencia es lo que posibilita el viaje, el descubrimiento y el estudio —ya sea así intencionado por los personajes o no—, y es por lo mismo que las conclusiones suelen apuntar a un sentido alto y positivo de la realidad.

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El conflicto es de orden humano y material y, por lo tanto, tiene soluciones humanas y materiales dentro de un marco de lo aprehensible, lo razonable y lo racional. El dilema es el mismo que argumentan Adorno y Horkheimer: cómo enfrentar el camino de des-encantamiento, del miedo y el dominio con el conocimiento, la tecnología y la hermandad. La salida al dominio que Verne —y Tolkien— propone tiene que ver con el sentido del cronotopo de una ciencia ficción realista: los sucesos son motivados y accionados no por el miedo humano sino por la curiosidad, el disfrute, la camaradería de todas las partes que apunta a la correspondencia e igualdad entre ellas. He ahí la clave de Verne, su popularidad y trascendencia; el atractivo que podemos ver con una configuración diferente en el steampunk. El mundo, y por extensión nosotros, somos extraordinarios en nuestra naturaleza: héroe no es el que mejor vence al enemigo, sino el que regresa a casa con la riqueza del conocimiento y la amistad.

(1) La «novela perdida» de Verne. Escrita originalmente en 1860 (y rechazada por su editor), fue descubierta por su bisnieto (Jean Verne) en 1989 y publicada en 1994.

(2) Me parece que le dice “sub-creativo” porque pone por encima del acto creativo-imaginativo, es decir que la Imaginación tiene precedente a la creación, la realización o la elaboración.

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AQUÍ pueden leer (en español) el ensayo de Tolkien.

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Ana Marina Ortiz Baker

Soy de Monterrey, Nuevo León, México.

Desde la licenciatura estudio la ciencia ficción y la fantasía, y estoy por terminar una maestría en Literatura Hispanoamericana.

Mi tesis de investigación fue sobre el cyberpunk mexicano, en específico el tema del espacio y su relación recíproca con los personajes.

Me gustan los temas del cuerpo, la mujer, la ciudad, los mitos, la magia y la naturaleza.

Los conocimientos que tengo, que son un tesoro para mí, aún tienen mucho que crecer.

Twitter: @maro_baker

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